PRÓLOGO
18 de Julio del 2007
Yo soy el único culpable de mis propios actos. Así me declaro, y la idea de que he de asumirlos vivirá conmigo el resto de los días de mi existencia. No me siento orgulloso de lo que he hecho, y es algo que deben saber las personas que en un futuro lejano, o tal vez cercano, puedan llegar a leer esto. Ha de quedar claro también allá donde llegue mi carta, que con ella no pretendo excusarme ni justificar todo lo que en estos últimos años ha ocurrido, porque yo soy el primero en arrepentirme, el que pediría mi propia pena de muerte de habernos encontrado viviendo en cualquier otro estado. No crean que les miento, pues entiendo perfectamente la postura de todos aquellos que se muestran contra mí en este momento. En ocasiones pienso que si me encontrara en la misma situación que en la que se encuentran, es decir, si yo fuera una persona ajena a toda esta historia que yo considero como propia, me encontraría como lo hacen ustedes ahí afuera, esperando un juicio justo para la sociedad, para esa familia que ha quedado destrozada; un juicio acorde con lo sucedido, sería uno más de todos aquellos que mañana protestarán a la puerta del juzgado pidiendo que se les entregue la cabeza de un despiadado asesino. La mía en este caso.
Sinceramente he de decirles, y es que creo que deben saber, que no me siento orgulloso de lo que he llegado a hacer, ni de todo lo ocurrido, al contrario, me siento sucio, y en ocasiones siento que las ganas de vivir se desvanecen cuando soy consciente de mis actos y de las terribles consecuencias que traerán de aquí en adelante. Sé que he cambiado, y ahora mismo no me reconozco. Después de haber cometido actos que nunca pensaría ser capaz de cometer he llegado a un punto en el que dudo de mí mismo, al igual que dudo de ser capaz de salir de esta terrible situación, y poder soportar dentro de mi mente la idea eterna de haber matado a un hombre a sangre fría. Ustedes me han subestimado, pero les diré que aunque parezca mentira, puedo asegurarles que no soy ese tipo de persona que piensan, que no me presenté aquel día en aquella casa con la intención de matar a aquel hombre. Mi intención ni siquiera se asemejaba a la idea de poder hacerlo, pero todos mis planes se truncaron en ese momento, hubo factores con los que nunca hubiera contado, y al final las cosas terminaron sucediendo de una manera distinta a la que hubiera deseado. Ahora ya no me queda otro recurso que asumir todo el daño que he hecho, ya no hay remedio, no se puede echar atrás el tiempo, ni escapar de todo esto. Sin duda, las aguas pronto volverán a su cauce, y ustedes quedarán mucho más tranquilos cuando todo haya terminado y yo me encuentre recluido en mi celda. Pero aunque no lo crean, para mí no acabará nunca, estos hechos rondaran en mi cabeza de por vida, y mi mente me castigará por ello eternamente. Mis propios remordimientos me carcomerán por dentro, les aseguro que llegarán a ser peores que la pena que cualquier juez pueda imputarme, por muy dura que sea.
Pensarán que les miento en todo lo que les digo, pero les juro por lo que más quieran que no tengo ninguna intención de hacerlo. He obrado mal, lo sé. Y aunque antes les he dicho que mi mente me castigaba por lo ocurrido, que me arrepentía de lo que había hecho más que nadie en este mundo, también he de reconocerles que aunque yo mismo no entienda mis propios impulsos, mi corazón me grita que volvería a actuar de igual manera si la ocasión volviera a presentarse. Que para él sería un placer volver a matarlo una y otra vez si los hechos volvieran a permitírselo. No conocen la situación extrema a la que me he visto sometido, y no saben como llegarían a actuar de ocurrirles a ustedes. Sé que pueden parecer versiones contradictorias y realmente lo son, pero no voy a mentirles, y por lo tanto no puedo negar lo que realmente siento; por un lado me alegro de no volver a tener que preocuparme nunca más por él; por otro, siento el dolor de las personas que lo rodeaban y que ahora lloran su ausencia, personas que al fin y al cabo no tienen la culpa de lo que haya podido suceder. No intento que entiendan mi situación porque es tan complicada que en ocasiones ni yo mismo puedo entender todo este golpe de sentimientos. Sé que les cuente lo que les cuente no van a prestar su ayuda a alguien a quien consideran un brutal asesino, y aunque así fuera, no quiero pedirles clemencia a un día del juicio; ni les pido comprensividad, porque nadie conoce mi historia desde mi punto de vista, nadie la conoce tal y como es, ustedes solamente se han ocupado de la parte que les ha interesado conocer, la que les da oportunidad de involucrarse de una manera indirecta, y olvidarán pronto sin tener en cuenta que los verdaderos protagonistas no podrán olvidar tan fácilmente.
No me cansaré nunca de repetirles que no lo conocen, les puedo asegurar con toda certeza que él no es como ustedes creen, que me ha hecho mucho daño, y aunque no me crean les diré que he sufrido mucho por su culpa, sufrimiento que hace ya mucho tiempo vengo arrastrando y que a muy pocas personas le interesa, tal vez porque en su día todo lo que ocurrió no se hizo público de la misma manera en la que se está haciendo ahora. Será en esta única ocasión en la que se nos juzgue a los dos de una manera errónea que ni uno ni otro merecemos; en la que gracias a los medios de comunicación, y a toda esa gente que dice haberlo conocido pero realmente no lo hacía, su recuerdo vivirá eternamente como víctima que murió a manos de un loco, como una buena persona que nunca se metió en problemas con nadie. Saldrá una vez más victorioso de lo ocurrido, mientras los demás nos pudrimos en la miseria. Vaya farsa, que gran mentira. Como se nota que todos aquellos que opinan de esa manera no se lo cruzaron en su camino como me ocurrió a mi un día. Serán todos ellos que a él lo juzguen como mártir los que de la misma manera me cuelguen a mí la etiqueta de mal nacido, sin haberse molestado en saber quién soy, sin haber mediado palabra conmigo ni una sola vez.
Soy consciente de que a ojos de muchos y a estas alturas de lo ocurrido, ya se proclama como hecho lo que tan solo era una idea al principio. Ya soy, según todos ellos, un ogro que no merece un juicio justo, ni tan siquiera un trato humano. He de decirles que mi versión es otra muy distinta, a mi manera de ver lo ocurrido, conociendo mejor que nadie lo que he vivido y he tenido que soportar, y con mis propios motivos por delante sean validos para ustedes o no, yo no me considero esa bestia que los periódicos describen y de la que se habla continuamente, sinceramente no conozco a esa persona que ustedes mismos describen. Creo que nadie ha dudado ni un solo momento de este tema, que nadie se ha parado a pensar que tal vez ese asesino tan solo sea una víctima convertida en verdugo, que es como yo me siento. Pero estén tranquilos, tampoco conocerán con certeza lo realmente ocurrido, tan solo lo sabrán de aquí a una temporada cuando la carta que ahora mismo estoy redactando vea la luz, o cuando de aquí a unos años a un periodista se le ocurra remover el pasado y cuente desde otro ángulo periodístico la historia que hoy en día estamos viviendo. Entonces tal vez les cambie la perspectiva sobre lo ocurrido, y puedan llegar a ver esto de otra manera, pero ya será tarde, para entonces, lo que mañana ocurra en el juicio, que es algo bastante claro, ya habrá quedado atrás y con un poco de suerte yo ya no estaré aquí para volver a ser juzgado públicamente una vez más, aunque esa vez pueda ser desde otro punto de vista. Ójala que para entonces ya no exista, ójala que esté muerto y no tenga que dar una sola explicación más al respecto.
Puedo asegurarles, y no me cansaré de repetirles, que aunque se empeñen en criticarme no me conocen. Solamente ven al autor de un crimen a sangre fría. Soy un asesino, lo reconozco, y sé que he de pagar por ello. No se preocupen, lo haré, pero tengan en cuenta que también soy una persona que como cualquier otra comete errores en su vida, aunque en este caso el error haya sido muy grave. He matado a un hombre sin darle oportunidad de defenderse, pero no me considero diferente a él, porque acabó de igual manera con mi vida un día. No soy mejor ni peor que nadie, me atrevería a decir que no soy diferente a ninguno de los que ahora se atreven a juzgarme, porque lo hacen sin motivos, al igual que sin motivos creen que he podido llegar a matarlo. No soy ni mucho menos peor que él, y eso es algo que puedo asegurarles. En mi interior, y aunque nadie las conozca, existen una serie de razones que no me justifican, pero por las que a día de hoy y después de recapacitarlo mucho sigo pensando que se lo merecía. Es algo que no puedo evitar. Al igual también soy consciente de las consecuencias que todo esto pueda traer y que en realidad ya ha traído, y es por ello por lo que he de reconocer que la salida por la que he optado no ha sido ni será la solución a los problemas que teníamos entre nosotros y que hace ya mucho tiempo existían. Es por eso también por lo que no quiero sacar a la luz lo que verdaderamente me ha impulsado a llegar a donde ahora estamos, no quiero ni pretendo que se me juzgue de diferente manera a la que van ha hacerlo. No quiero que nadie sienta compasión por mí, ni por mi historia, ni que me traten como a un loco al que en un momento determinado la situación se le ha escapado de las manos. O en el peor de los casos no crean lo que estoy contando. Lo único que de verdad quiero es que se me juzgue de una manera objetiva en base a los hechos que han ocurrido, quiero pagar por lo que he hecho y quedarme en el olvido para dejar de ser la cabeza de turco de esta sociedad.
Ustedes se han encargado ya de juzgarme mucho antes de que lo haga un juez, se atreven a decir que soy un repugnante asesino al que habría que pagar con la misma moneda porque no se merece otra cosa. Permítanme decirles que están muy equivocados, que han subestimado mis actos, que no soy esa persona que consideran; y permítanme también que les pregunte hasta qué punto pedirían la cárcel para un hombre que roba para dar de comer a sus hijos, y para un político que roba al pueblo con el simple ánimo de lucrarse. ¿Acaso los consideran iguales?, Yo no, y creo que ustedes tampoco. Contéstenme: ¿hasta qué punto es una asesina la mujer que después de sufrir cuarenta años de maltrato se levanta una mañana y decide envenenar a su marido? Solo ustedes tienen la respuesta a mis preguntas, y solo ustedes son los que desde sus casas van a juzgar a esas personas al igual que a mí. La diferencia es que en esta historia no se me ha dado opción a explicaciones, no se me ha dejado contar la versión de los hechos desde mi punto de vista, porque si llegara a convencerles y a ponerles de mi parte para llegar a opinar que ese hombre realmente está mejor bajo tierra, se sentirían igual de asesinos que yo y eso es algo que les aterroriza, no les interesa sentirse culpables en absoluto.
Aquel que todavía le interese mi historia y siga leyendo mi carta se preguntará cuales son las pretensiones de la misma. No pretendo que se involucre en mi vida, no pretendo que se compadezca de lo que he terminado siendo. Simplemente no pretendo nada escribiéndola. En definitiva, lo único de lo que quiero que sean conscientes cuando conozcan mi historia, si es que llegan a conocerla, es que yo tengo una manera de verlo muy distinta de la que ha ustedes les han ofrecido los periódicos y los comunicados de prensa, y de eso no puedo acusarles, sé que no tienen culpa de ello. Supongo que al fin y al cabo cada uno ve las cosas dependiendo del modo en la que las mira, o del que se les enseña en este caso.
De todos modos, respetaré la condena que en el juicio se me imponga. Me declararé único culpable de lo ocurrido y no rechistaré ante la pena que el fiscal pida contra mí. Estaré de acuerdo con la condena que se me impugne y sé que ese será mi fin, porque ahí acabarán del todo las pocas ilusiones que me quedaban por vivir. En un momento dado podría haberme hecho pasar por un loco, o haber alegado cualquier cosa que me rebajara la pena por asesinato, pero no pienso intentarlo. He llegado a ser capaz de hacer lo que he hecho y asumiré todos mis actos. Que hagan conmigo lo que quieran, no tengo nada por lo que luchar a estas alturas de la vida, y si les soy sincero ya tengo bastante con la tortura interna que me está suponiendo todo lo ocurrido. Cuando esté en la cárcel, encerrado entre cuatro paredes, sólo, lejos de mi libertad, mis pensamientos lograrán que día tras día se pudra lo poco que pueda quedarme de vida, hasta que un día me encuentren muerto como muchos querrían verme ahora.
Mañana es el gran día, el día del juicio, y lo que ocurra conmigo es algo que está ya bastante claro. Yo lo he asumido, y ustedes se han encargado de juzgarlo sin molestarse en conocerme mejor, ni a mí ni a las causas que tal vez pudieran haberme impulsado a cometer ese crimen tan atroz que he cometido. No se preocupen de hacer más que el juicio público que ya han hecho. Mañana todo acabará, ustedes habrán ganado y se irán a sus casas victoriosos de haber logrado meter en la cárcel a otro loco que ya no hará mas daño a la sociedad. Pasado mañana todos se habrán olvidado del asunto, nadie se acordará de quién era Antonio Pérez ni de qué ocurrió realmente con él. Que ilusos son. Cometen errores al igual que yo, la única diferencia es que los suyos los abala la sociedad. Se atreven a juzgarme sin haberme cuestionado antes y no saben absolutamente nada de mí, al igual que realmente no lo saben sobre el vecino de al lado. Pero aún así creen ser conocedores de todo, de lo que ustedes mismos consideran verdad absoluta. Escúchenme, no me conocen, ni se han molestado en hacerlo, pero no les ha faltado tiempo para destrozarme la vida. Pues bien, para aquellos a los que le interese saberlo, para aquellos que de aquí a dos días no se les haya olvidado mi cara y por un momento se hayan cuestionado los motivos por los que un hombre podría matar a otro. Es a todos aquellos a los que he de decirles que yo soy un buen hombre, siempre lo he sido, un buen marido, un buen padre, una buena persona en general, no el ogro al que pintan. No estoy loco, sé perfectamente lo que he hecho al igual que conozco lo que ahora ocurrirá conmigo. Pero a pesar de eso no me cansaré de repetirle a aquel que me quiera conocer de verdad, que haya mostrado un pequeño interés por como soy por dentro que aquí me tiene, que como se diría en la calle soy buena gente, el único fallo que he cometido en mi vida ha sido intentar proteger lo que es mío.
Los años pasarán, y lo único por lo que podría luchar o tener un mínimo de ilusión ya se habrá desvanecido. Mi hijo. Que ya se habrá olvidado de mí y que no estará ahí fuera el día que todo esto acabe esperándome. Cuando crezca seguramente no sabrá quién fue su padre, si fue una buena persona o un criminal; incluso me atrevería a decir que tal vez nadie le cuente nunca quién fue su padre en realidad y no tendrá un solo recuerdo de lo mucho que le quería a pesar de haberle destrozado la vida. Aún y todo, no volveré a cometer más errores de los que ya he cometido, después de tantos años no seré yo el que vuelva para acabar con ella en ese momento. Él no se lo merece, no tiene ninguna culpa de todo esto que ahora está ocurriendo. Tendré que olvidarme de la idea de volver a verlo algún día y eso será lo mejor para él a pesar de que a mí tal vez me cueste la vida.
Sin más que decirles me despido de ustedes, de aquellos que me intentarán apedrear mañana a la puerta de mi propio juicio. No voy a culparles por nada de lo que intenten hacerme, están en su derecho, ustedes lo consideran así y yo lo respeto. Espero que ganen la batalla que se han propuesto porque yo ya me he rendido, y lo único que me queda por ofrecerles es el consuelo de meter a un asesino en la cárcel y un pequeño consejo al que seguramente nadie hará caso: piensen en las cosas un par de veces, no juzguen a la ligera a las personas que no conocen, tengan en cuenta que cada uno puede tener diferente perspectiva sobre una misma cosa, porque tal vez algún día todo de la vuelta y sean ustedes los que se encuentren en el mismo lugar que yo ahora, en ese punto de mira donde los demás los acusen con el dedo.
De todos modos, les deseo de corazón que disfruten con su victoria, y con todo lo que la vida pueda ofrecerles. Es una sensación agradable que no se valora hasta que se pierde. Eso es algo que puedo asegurarles.
Atentamente, Antonio Pérez.