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Diario de una mujer

Diario de una mujer

26-08-2014

Romántica novela

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Laura, una mujer que ve como su príncipe se convierte en ogro, y marca su futuro no solo con cicatrices físicas, decide poner fin a esa relación y vivir su futuro junto a su hija, intentando olvidar lo que su exmarido le hizo.

El paso de los años, un trabajo en un restaurante, y un encuentro fortuito, haran que la mujer que se esconde en su interior, resurja cual ave fenix.

Su diario, aquel que día a día escribe. Sera el confidente fiel que nos mostrará el cambio.

 

Leer primer capítulo

 

Primer capítulo

Diario de una mujer.

Por: Eva María Boyero Mayo

 

Día 1.

El encuentro.

La mañana se dibujaba lluviosa a través de la ventana de mi habitación. El sonido del despertador, hizo que  una parte de mi intentara despertar de su letargo, pero parecía imposible. En el segundo intento, deslice mi cuerpo fuere de la cama, descalza me acerque a la ventana y contemplé como la suave lluvia mojaba las flores del jardín. Abrí la ventana de par en par, ¡me encanta el olor a fresco de la lluvia!, quería  que ese olor impregnara la habitación.

Después de aspirar el aroma, me dirigí  al baño.

Me despojé del pijama y metí mi cuerpo bajo el chorro de agua fría, necesitaba despertar. Mientras sentía sobre mi piel la helada caricia, podía ver como el vapor del agua salía de mi cuerpo, haciendo que mis músculos se tonificaran.

Dejé que el agua se deslizara desde mi nuca mientras me apoyada en la pared, mi mente me decía que el día de  hoy sería igual que el de ayer ; una sonrisa se dibujó en mi rostro, o por qué no, quizás sería el día perfecto.

Salí de la ducha, envolví mi cuerpo en una gran toalla y cepille mi pelo. Me dirigí de nuevo al dormitorio, donde deje caer la toalla sobre la alfombra, y a si desnuda me paré frente al armario, intentando decidir que ponerme. El ligero fresco de la mañana, envolvió mi cuerpo, haciendo que un escalofrío lo recorriera, mmm...que sensación más agradable.

Al final lo de siempre, privó la comodidad, con  mis vaqueros, esos que te resistes a tirar de lo bien que te ves con ellos, y aquel  jersey  al que le pasa lo mismo.

¿Por qué será,  que cuando no hay mariposas revoloteando en  tu estómago, te es indiferente lo que te pones? vaquero o traje, te da igual, por lo menos a mí me pasa.

 

Miré el reloj, como siempre la ducha fue demasiado larga. Acelerada tomé un café y salí volando a coger el autobús.

Como siempre, por las prisas, olvide el paraguas. Aunque en definitiva, me gusta cuando la lluvia, la suave lluvia, moja mi cuerpo.

Llegué  a la parada del autobús, y las tres personas que allí estaban, con asombro, me miraron, ¿sería porque a lo tonto estaba empapada?

Llego el autobús, lleno de gente, lo clásico a esta hora. Como pude me acomode sujetándome  a la barra, y allí entre una señora bañada en un perfume algo mareante, y el señor que no dejaba de mirarme raro, llegue a mi destino. Uf, respiré aliviada. Y como no, seguía lloviendo.

Un día más, me dije frente al restaurante, donde trabajo. Respire profundo y traspase las puertas. Allí estaban mis compañeros, pero no es que yo llegara tarde, es que ellos llegan demasiado temprano.

Dirigí mis pasos a cambiar mis empapadas ropas, por el uniforme de trabajo. En aquel pequeño cuarto, intente quitarme los vaqueros, pero se resistían, lógico, estaban empapados. En un último esfuerzo lo conseguí, ¡bien! , sequé mi cuerpo con una toalla, diminuta toalla, por cierto, siempre se me olvida traerme otra más aparente. No es que sea demasiado olvidadiza, si no, que lo que no es realmente importante, se me pierde en el camino.

Ya disfrazada de chica buena, con corbatita y todo, salí a la sala para tomar otro rico, pero más tranquilo café con la mejor compañía.

Aquellos quince minutos antes de empezar el jaleo matutino, eran los más relajantes. Mientras uno contaba la historia acontecida el día antes, otro intentaba contar aquel romance fallido del amigo de su vecino. Y yo en las nubes, saboreando el delicioso café. Al final, como siempre, risas en el último segundo, porque Carlos, que es el risas del grupo, contó la metedura de pata del día antes. Pero bueno eso es parte de su diario, no del mío.

Perezosamente me incorporé de la silla y dirigí mis pasos a la barra, para colocar todo antes del ir y venir de la clientela.

Se abrieron las puertas y a la hora de siempre, empezaron a venir , la chica que trabaja en el periódico y siempre va con prisas, el señor que con gran educación, viene cada mañana a esperar a su compañero de caminata, en definitiva, los de siempre.

La mañana transcurrió sin ningún incidente memorable. Llego la hora de mi descanso y volví al cuartito para cambiarme.

¡Menos mal que la ropa estaba seca! , me gustaba disfrutar de mi descanso en la biblioteca de la vuelta de la esquina. Tranquilo lugar a esas horas. Donde a escondidas, tomaba mi bocadillo, mientras leía ese libro que tanto me gusta, y no sé porque no acabo de comprar.

La hora pasaba volando, cerré el libro y lo coloque en la estantería, lo intenté, pues al  levantar el brazo, como si de una pastilla de jabón se tratara, resbaló de mi mano. En el silencio de la biblioteca sonó un gran estruendo, yo sonreí y miré  en todas direcciones, y al mirar hacia abajo para recogerlo, mi mirada tropezó con unos ojos  color miel intenso.

Lo mejor de todo es que  aquellos ojos, estaban en un rostro, uf, uf, realmente hermoso.

Como congelada no sabía si agacharme o esperar a que él se levantara.

¡Dios! es el clásico momento en que dices, tierra trágame.

Yo me dispuse a bajar y como no, el a subir, y entre tanto el libro volvió  a caer. Tomamos el libro entre los dos y  nos encontramos en la mirada. Sonreímos  y así permanecimos unos instantes. Hasta que el sonido de su teléfono nos despertó de aquel momento. El soltó el libro y cogió la llamada alejándose con la sonrisa en los labios, yo coloqué el libro y al mirar el reloj, salí a la carrera. Que no llego, me dije a mi misma. Y el chico encargado de la biblioteca, me mando a ir despacio. En verdad  deseaba que la tierra me tragase.

Llegué a mi trabajo, y como loca, vuelta a cambiarme. Las horas de la comida me las pase recordando ese color de ojos, realmente eran hermosos.

Acabó la jornada  de trabajo, y a la carrera, como siempre, me dispuse a coger el autobús de vuelta.

 En verdad han de pensar que estoy loca, todo el día me lo paso corriendo de aquí para ya.

 

Menos mal que la lluvia había cesado, ya en la parada, respiré.

Llegó mi carruaje, jeje, se abrieron las puertas y  sorpresa, había sitio donde sentarme. El camino a casa parecía que iba a ser de lo más normal, pero me equivoqué, casi en la última parada, aparecieron los ojos de miel.

Yo no sabía dónde mirar, y más aún cuando sus pasos lo guiaron a pararse a mi lado. En ese instante sentí el corazón en mi garganta, lástima que el asiento de mi lado estaba ocupado. Como algo instintivo nuestras miradas volvieron a cruzarse, y así hasta la siguiente parada, en la cual el señor que estaba a mi lado se levantó, ¡oh!, ¡y mi trayecto casi termina! , como temiendo que le quitaran el asiento, quizás no fue así, pero me gusta imaginarlo de ese modo, se sentó a mi lado. Ahora sí, seguro se da cuenta del sonido de mi corazón, ¿pero porque va tan rápido? ya ni recuerdo cuando fue la última vez que me paso, y como si el pudiese oír mis pensamientos, me llamo la atención.

¿En la biblioteca?, pregunto. Una risilla salió de mis labios, respondí  con  la cabeza pues las palabras no querían salir de mi boca.

Y por desgracia, llegue a mi destino. Me dispuse a levantarme pero el sostuvo mi muñeca.

Si te pregunto tu nombre, ¿me lo dirías? esas fueron sus palabras. Yo mire sus ojos, mire la puerta del autobús, y mientras me soltaba despacio de su mano, le dije mi nombre, y salí, ya sabéis, corriendo, antes de que se cerraran las puertas.

Quede parada frente al autobús, sin reacción, no podía creer  lo que me acababa de pasar. Aun en las nubes, caminé a mi casa. Tras abrir la puerta, al cerrarla, me apoye sobre ella y suspire. En unos segundos volví a la realidad, y me dispuse a quitarme la ropa y darme ahora, una cálida ducha para relajar mi cuerpo. No sé el tiempo que estuve bajo el agua, pero salí como nueva, relajada. Después de adecentar el baño, fui a la cocina para tomar un jugo. La noche estaba asomando a través de los cristales y mis deseos de recostarme en la cama también aparecieron. Me puse mi adorado pijama, sí, creo que todos tenemos uno también, como los vaqueros, y me introduje en la cama, un dulce sueño se apodero de mí.

Fin del día.... Hasta mañana querido diario.


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