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¿PERO CÓMO TE LO DIRIA YO?
Pero ¿cómo te lo diría yo...? No es fácil, Jazmín. Escribir la historia que
nos unió, para la misma persona que la vivió...
Primero, es ridículo: es como si un condenado pretendiera leerle la
sentencia al juez que la redactó. Segundo, es un exceso por tu parte
pretender revivir eternamente lo que fue la situación más horrible que has
experimentado en tu corta vida, y seguro nunca más volverás a pasar una
situación similar. Tercero, ¿y yo? ¿Qué pasa conmigo? ¿Es que pretendes
que sea sincero? Eso me pone en una tesitura que solo un santo puede
garantizar. Y cuarto, el ingenio que pueda aportar en este relato está
secuestrado. Se pueden aclarar ciertos sucesos acaecidos, subrayar la
interpretación de algunos hechos, y por supuesto matizar opiniones,
decisiones e incluso rectificar si cabe. Sé que puede aportar luz, pero qué
más da... lo pasado, pasado está. Pretendes conocer, y pienso que es como
intentar explicarle a un borracho que le mordió el perro porque le pisó el
rabo. Estaba borracho, y demasiado sabe él que el mordisco le duele y su ira
está aumentada con la rabia venérea del perro; no vale la pena culpar al
perro.
Reconozco en esta alegación previa que cuando me pediste lo que me
pediste, no fue para dejar constancia, como la foto que nos hicimos a las
puertas del juzgado cuando te liberé de la cárcel. Aquí, en la mesa en la que
escribo, está la foto, enmarcada, como me la regalaste. La contemplo y, la
verdad, me sirve para recordar; la aventura que los dos vivimos no necesita
foto porque nunca podré olvidarla. También sé que no quieres el relato para
su divulgación, por lo que es evidente que solo deseas conocer lo que no
viste, lo que nunca te conté o te conté a medias, lo que pensé; pero sobre
todo lo que soñé.
Bien, Jazmín, lo haré. He tardado, pero ahí va tu caprichoso deseo,
Regalo de Dios.
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