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26-02-2013

Juvenil/Infantil novela

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Cuando Emilia Nolán vuelve a ser arrastrada por daño a la propiedad privada lo último que imaginó fue que su padre tuviese el coraje de enviarle lejos de todo lo que siempre había conocido, arrojándole a la suntuosidad y elegancia de la ciudad de Manhattan donde debe cumplir su penitencia.

Rodeada de lujos, extravagancias y un régimen rígido por parte de su tía, no descarta el hecho de continuar con lo que empezaba a ser un dulce pero confuso amor juvenil con su mejor amigo de toda la vida, Brand James. Obligándole a emprender un viaje hasta la suntuosa Manhattan, bajo la promesa de encontrarse.

¿Podrá Emilia abstenerse a las tentaciones que su nueva posición y círculo de amistades le ofrecen?

¿Podrá Brand cumplir su promesa y encontrarla en New York?

¿Podrán ellos lograr un final feliz para su historia anti cuento de hadas?

Leer primer capítulo

 

Primer capítulo

Capítulo I

Emilia caminó hasta el mugroso catre en el fondo de la celda dónde podía mirar a través  de la ventana.

   Se escuchaba la habladuría del comisario que la había traído desde la escuela.  Miró por la ventana los automóviles estacionándose en la acera contigua. Cerrando los ojos, sintiendo un poco la angustia al imaginar el rostro encolerizado de su padre cuando le llamasen a avisarle que su hija estaba en prisión nuevamente.

   Suspiró recostándose sobre la sucia banca recubierta con una percha sucia y maloliente, vieja y desgastada.

   « ¿Cuántos criminales habrán puestos su sus traseros aquí?» pensó riendo en silencio al imaginarse aquella escena grotesca.

      No era una delincuente juvenil. Pero, si continuaba así…

   Estaba en camino de serlo.

 —¿Eh? ¡Guapa!—el oficial golpeó los barrotes de la celda con su bolillo de control para juergas en espacios públicos—. Te buscan, por cierto, tienes el  beneficio de la llamada que no has usado.

   Se levantó ya resignada en busca del rostro enfadado de su padre

          —¡Emilia! —gritó Brand, caminando desde el umbral hasta los barrotes donde se apoyaba para intentar alcanzarle.

         —¡Brand! —exclamó sorprendida y al tiempo aliviada había esperado encontrarse con el rostro encolerizado de su padre.

    Aunque fuera por unos momentos, tenía el tiempo suficiente para preparar sus oídos a los gritos y refunfuños que sabía, él proferiría al verla en esa situación.

         —¿Estás bien? —Brand se acercó rápidamente entre las rejas dejando su rostro cerca al suyo, tanto, que casi podía sentir el latir desbocado de su corazón.

  Conocía a su amiga, sabía de  la templanza de su espíritu. Pero, nunca imaginó que podía llegar tan lejos.

           —Sí.

    Suavemente tomó su rostro contrariado, acariciándole entre las rejas que los separaban.

           —Fue algo muy loco, ¿En qué estabas pensando?

    Ella rió bajito retirando las manos con suavidad. La temperatura en las manos de Brand le hizo estremecer, ¡Cuán frio estaba!

         —Estaré bien —musitó. Quería creer que en verdad lo estaría.

    Aunque siempre había sido una rebelde, sabía que esta vez había sobrepasado los límites de la cordura. Aceptaba que no había tomado la mejor actitud, había cedido ante la ira y no razonó en ningún momento.

    Él esbozó una leve sonrisa haciendo notar el tierno hoyuelo en su mejilla izquierda. Preocupado por ella, como siempre lo había hecho.

    Como los mejores amigos lo hacen.

        —Supongo que no haz llamado a tu padre.

  Emilia se mordió el labio inferior tensionada. Él adivinó de inmediato su respuesta. Relajó la postura soltando su mano para caminar hasta el teléfono público que tenían en la estación al servicio de los reos.

        —Le llamaré.

   Ella observó el caminar desenfadado y ágil, los jeans desgarbados y llenos de huecos en la parte baja de la rodilla. Las converses sucias y desgastadas.

     Su Genie.

      Se dio vuelta recostándose sobre los barrotes para deslizarse hasta el suelo. No estaba orgullosa de lo que había ocurrido. Pero, tampoco se arrepentía.

     —¡Admítelo! — Gritó Hannah lanzando el proyecto de ciencias en el que Emilia había estado trabajando como propuesta para la beca universitaria que pretendía alcanzar —. Solo eres una puta Esnob queriendo tirárselas de rebelde.

         Emilia se agachó con paciencia al recoger el millar de hojas que habían salidos disparadas en el aire tomando toda dirección.

        —Hannah—dijo con suavidad y una calma intrépida—. Cállate antes que se me suba el Nolán a la cabeza y te reviente la nariz de un puñetazo.

        Hannah soltó una carcajada sarcástica y grotesca mirando a todos para sentir el apoyo que comenzaba a faltarle al igual que la valentía que empezaba a desvanecerse. Un loco impulso la había llevado a enfrentarse con Emilia, alimentado por los rumores de que ella y su perfecto novio Joseph habían estado engañándole.

        —Por favor —dijo tomando la compostura de niña fresa que siempre la había caracterizado—. Jamás te atreverías.

Ahora era Emilia quien esbozaba una sonrisa malévola e irónica.

         —¿Cómo? —preguntó acercándose al tiempo que abandonaba la tarea de recoger los papeles en el piso. —¿No me crees capaz?

  Hannah tomó un respiro, sabía de las peleas callejeras en las que su contrincante se había visto envuelta. Su fama de revoltosa y busca pleitos, sin duda le acabaría en el primer round.

La castaña enarcó una ceja cruzándose de brazos.

        —Te pregunté que si no me creías capaz, ¿No me escuchaste?

  Todos los estudiantes de la North High School se habían reunido alrededor de las dos jóvenes en esperas de que se iniciase la función.

       —Porque puedo arrancarte las extensiones, antes de que siquiera me toques.

      —¿No pensarás hacer un escándalo aquí? —la voz de la pelinegra temblaba al igual que ella, cuya mascara de frivolidad había desaparecido.

      —No.—Emilia soltó los brazos llevándoselos hasta la cintura —Pienso darte una paliza. Eso es distinto.

     Los abucheos de los estudiantes no se hicieron esperar, una pelea donde estuviera envuelta Emilia Nolán era una pelea con diversión asegurada.

      —¿Qué pasa con tu registro de disciplina? —Hannah ya había retrocedido varios pasos.

      —Has arruinado mi única oportunidad de ir a la universidad —Emilia entonaba suavemente como preparándola para lo que se venía. Fría y malévola. Soltó una risita al ver a la pelinegra que hace un momento la llamó Zorra y Esnob temblar ante la inminente amenaza de una paliza —¿Tienes miedo?

     —Emilia…

    —¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea! —instigaban los espectadores.

    —Hay que darle al público lo que piden —musitó acercándose más a Hannah quien al ver la peligrosa proximidad de Emilia soltó inconscientemente un manotazo en el aire alcanzando a la castaña justo en la mejilla.

   Los gritos de los estudiantes no se hicieron esperar. Había iniciado otra batalla épica de la problemática y casi leyenda de la escuela: Emilia.

     —lo-si-en-to—tartamudeó, al ver como Emilia se acariciaba la mejilla con rostro inexpresivo y mirada petrificante.

      Ni siquiera notó el momento en que su contrincante se guindó de su cabello arrastrándola por el pasillo, solo sentía la punzada ocasionada por el tirón de las extensiones maltratando su cuero cabelludo, los gritos de los estudiantes que hasta apuestas hacían en honor a la visible ganadora.

       —¡Suéltame! —gritó Hannah tomando con fuerza la mano de Emilia para así poder soltarse.

      Las uñas se enterraron en la piel de la chica quien se detuvo en el instante ante la mancha roja que comenzaba a emanar de su brazo. Hannah aprovechó su momento de descuido para lanzarse a su cabellera castaña y lisa tomando la ventaja de inmediato. Era un poco más alta que Emilia, lo que le daba un poco más de ventaja. Aunque Emilia poseía una contextura gruesa y curvas fornidas se le hizo fácil tumbarle al piso animándose por los gritos de los estudiantes azuzando la batalla. Sabía que al ser pilladas por un maestro quedaría automáticamente vetada para la beca de honor. No escuchaba los quejidos de Emilia, temió haberla hecho desmayar o causarle una contusión en el cráneo, se detuvo a observar si esta aún seguía consciente.

        Emilia soltó una risita dando vuelta a Hannah y dejándola presa entre su cuerpo y el piso. La mano no le tembló para propinarle una cachetada de inmediato observando como la mejilla de piel mate y poros perfectos enrojecía.

     —¡Eres una zorra, roba novios! —chilló Hannah estallando en llantos.

     —¿Yo? —inquirió Emilia, levantándola por los cabellos —pregúntale a tú maldito noviecito quien persigue a quien —la soltó bruscamente dejándola desvanecerse dramáticamente sobre el piso —. Pregúntale —le retó —, verás que él es un estúpido al igual que tú, creen que el mundo gira a su alrededor —Em rió de forma despiadada —. Te tengo noticias princesita: ¡No es así! —Sentía como la sangre manaba de su labio inferior, la maldita de Hannah la había hecho sangrar —Son tal para cual, pero ¿sabes qué? Es muy poco hombre para mí —volvió a reírse —. Tal vez lo suficiente para ti. Pero, para mí no es nada —los alumnos guardaron silencio. Eso era un mal presagio — ¡Te lo regalo!

     Emilia se dio vuelta enfurecida. Vio al maestro de gimnasia abrirse paso entre los alumnos.

   Era hora de entregarse.

        —Emilia —dijo el profesor monótonamente.

       —Ya voy—rechinó ella caminando hacia el sector administrativo.

       —Lo mismo para usted señorita Cohen. La fiesta se acabó. ¡Todo el mundo a clases!

      No se arrepentía de ello, aunque le costase horas de servicio comunitario. Aunque le costara una mancha en su expediente o la expulsión, si algo odiaba era la actitud de superioridad de muchos y la predisposición a crear rumores para manchar la reputación de otros. Escuchaba los susurros de Brand explicándole a su padre aristocráticamente su situación actual.

       En esos momentos no comprendía  como a pesar de todo lo ocurrido horas antes, él seguía allí. Paciente y noble, como siempre. Cerró los ojos angustiada, no le temía a la policía o al proceso legal que seguro se le abriría, tampoco al consejo escolar que indudablemente ya la había votado por su expulsión.

       Le temía al rostro decepcionado y airado de su padre cuando la viese tras las rejas. Brand colgó la llamada caminando hasta los barrotes.

      —Ya viene para acá —dijo, sentándose al otro lado de la reja.

     Aprovecha este momento amigo—comentó ella burlonamente —. Serán los últimos que me verás con vida.

Él joven soltó una suave carcajada.

     —No creo que te vaya a matar. Es muy fácil, tu papá quiere un castigo más cruel.

    —Ya lo creo. ¿Dónde anda Jess?

    —Afuera. Está llamando a su primo.

    —¿El abogado? —inquirió Em,  enternecida por el acto de fraternidad de su amiga.

   Muy común en ella.

   Ambos guardaron silencio unos minutos. Allí estaba nuevamente metida en problemas y recibiendo el apoyo de sus dos únicos amigos.

    Él, pasivo amable y tranquilo. Ella cómplice, hostigadora un tanto fresa pero fiel a su amistad.

   Solo saber que Brand estaba allí, al otro lado de la reja le hacía sentir mejor. En parte le había demostrado que en realidad le importaba. Aunque para eso hubiese sido necesario  destrozar un auto a batazos.

    Emilia puso los ojos en blanco esquivando el sentimiento de culpa hacia Joseph y su mirada aterrorizada cuando la vio brincar sobre el capó de su auto con el bate de beisbol, el mismo que había usado en la clase de educación física.

      —¿Crees que salgas de esta? —preguntó Brand, después de un silencio tranquilo.

Ella sonrió mirando los rayos solares que se filtraban entre la ventana y la cortina mugrienta.

     —Viva sí. Lo que no sé es si pueda sobrevivir a mi padre.

    —Lo harás. Es tu padre, están hechos para perdonar.

   —Se acabó la visita joven. —el oficial hizo seña a Brand de que se levantase.

   Emilia se incorporó de inmediato.

   —¿Se va? —preguntó mirando al muchacho llena de un extraño sentimiento de desolación.

   —Solo autoricé veinte minutos —el oficial la miró a través de sus enormes lentes con montura gruesa y totalmente pasada de moda.

   —Estaré afuera —la consoló —. Con Jess —culminó guiñándole un ojo.

    La joven apartó la mirada hasta el fondo de la celda. No se permitía esos momentos de debilidad, menos en frente de Brand. —lo que era extraño, se supone que eran mejores amigos —.

    —Nos vemos —musitó fríamente.

     Podía sentir el compás de sus pasos alejarse, la puerta abrirse provocando un molesto gruñido y cerrarse haciendo lo mismo.

     «Brand, Brand,» musitó en su fuero interno.

    Sentía tantas cosas, tantas que ninguna era clara. Quería decirle lo que sentía. Pero, ¿Qué sentía?

    Era extraño. Habían sido amigos, los amigos no sienten cosas extrañas por sus amigos. Además estaba aquel desliz en el almuerzo.

     Había sido un error hasta el mismo  Brand lo había admitido. Luego estaba todo el lio con el miserable de Joseph Connor. Las dudas de Brand, su rostro herido ante los rumores. ¿Podía él sentir esa extraña sensación? ¿Podía estar sintiendo lo mismo?

Emilia tomó la notificación que el rector sostenía con mirada dura y severa.

    Lo mismo para Hannah, eso le aliviaba un poco el coraje que sentía. Al menos, se había defendido de los insultos y petulancia de esa tonta malcriada y consentida. Dio un ligero respiro retirando los cuadernos del casillero y poder ir a casa —suspendida por tres días —. Era la tercera notificación escolar del semestre. No había forma de que su padre se hallase contento ante eso. Buscó entre la bolsa el rímel y base, tomando al tiempo el minúsculo espejo que siempre llevaba a todo lado. Revisando meticulosamente su mejilla, sería una pequeña hinchazón.

    «Estúpida» rezongó para sí misma. «Peleando por él imbécil de Joseph, si supiera. ¡Dios mío! Si supiera lo sin vergüenza y mujeriego que es…»

    Sintió los pasos de Brand, cruzó derecho sin pronunciar palabra alguna, sin mirarle. Lo cual era muy extraño. Debía ser  vergüenza por lo que había ocurrido tras las bancas en la cancha de Básquet.

      —¡Hey! —gritó cerrando el casillero de un portazo que la hizo estremecer. El muchacho no se detuvo.  Ella se encaminó tras su paso siguiéndole en silencio mientras él avanzaba casi a zancadas. Ignoró a Frank cuando cruzaron por el pasillo de los laboratorios. Él la sentía tras suyo, en silencio y llena de cautela.

    ¿Qué demonios tenía Brand? Francamente la asustaba la actitud de su amigo, temía que el cambio de humor fuese por el incidente del día anterior en la cancha. Vamos, no había sido nada. Bueno, dependía de la connotación que quisieras darle.

     Finalmente se detuvieron en el estacionamiento. Cuando él no pudo más y se dio vuelta dispuesto a hacerle el reclamo que le había estado envenenando la punta de la lengua desde el momento en que escuchó de boca de uno de los compinches de Joseph el rumor que este se había encargado de difundir.

    —¿Brand, qué pasa? —preguntó ella deteniéndose a pocos centímetros de él.

    —Te peleaste con Hannah. —no fue una pregunta.

    —Sí —sonrió sintiendo como el rubor le quemaba las mejillas.

    —Dicen que te golpeó porque te metiste con su novio

    —¡Eso no es cierto! —Exclamó —. Yo fui quien la…

Guardó silencio tratando de comprender lo que él acaba de decir: “Por qué  te metiste con su novio”

     Ella apretó los puños con furia. Su mirada se endureció, al igual que la de Brand, él, más que furia tenia sentimiento. Por un momento había pensado que podían tener una especie de chance, desde aquel beso bajo las gradas. Cuando ella sonrió pícaramente y se abrazó a su pecho dándole una prueba fehaciente de que tal vez sentía lo mismo hacía él. Luego, se enteró de que solo era un juego. Emilia Nolán vacilaba y salía a escondidas con Joseph. ¿Por qué no creer? La atracción era pública. A Joseph Spencer Connor le fascinaba rayar a Hannah con chicas mucho más interesantes. Que esta última se hiciera la ciega, era un problema personal  y de dignidad.

    Pero, ¿Emilia? O sea ¿Emilia? Ella que siempre se jalaba a puños con cualquiera solo para defender una causa noble. Haciendo eso. ¿Engañando?

    —Un momento —musitó la chica retrocediendo el casete. —¿qué yo, hice qué? —parecía demasiado sorprendida

    Lo que enojó mucho más a Brand, que engañara a Hannah lo aceptaba. Que se hiciera la victima delante de él: le daba asco. La miró entreabrir los labios y hacer ese gesto con la ceja, con el rostro visiblemente contrariado. Sus parpados cayendo y levantándose con una velocidad de vértigo y morderse el labio inferior con tensión. -algo que hacia cuando estaba perdida o demasiado sorprendida-

      —¿Qué? —él levantó la barbilla desafiante. — ¿Negaras que ella te golpeó por meterte con su novio?

    Emilia soltó un bufido irónico y a la vez dolido. Escuchar y ver a Brand hablándole de esa forma la hería. Incluso más, porque era al único hombre de la escuela al cual no se atrevía a golpear.

     —¿De qué estás hablando? —inquirió retomando la postura desafiante que había mantenido en la pelea con Hannah.

Él tomó unas cuantas respiraciones profundas.

     —Hablo de que te dejaste… —se detuvo modulando la voz para usar un tono más formal y no tratarle como a una cualquiera delante los pocos espectadores—… que te acostaste con Joseph —cuchicheó sin quitar de su voz ese tono de fastidio y reclamo —y ahora él anda por allí pregonándolo, como si tú virginidad fuera un premio. ¿Por qué eras virgen, no?

      La mano de Emilia tembló frenéticamente y un segundo más tarde ya había colisionado contra la mejilla de Brand. Lo miró decepcionada y enfurecida. ¿Cómo podía siquiera creer eso de ella? ¡Él! Que la conocía mejor que nadie.

      —Imbécil —resopló —. Eres igualito a ellos —sentía ese incontrolable deseo de llorar manifestándose primeramente con un nudo en la garganta. No pudo evitar que una lágrima rodara por su mejilla, una lágrima oscura que embadurnaba de rímel el  cachete. Brand la observó temblar de indignación y furia.

¿Emilia Nolán llorando?

       —Em —musitó acariciándose la cara. —¿lloras?

       —¡No! —Gritó ella — ¡Eres un idiota! —volvió a gritar llevándose los brazos al rostro para cubrirse las lágrimas, que, ahora corrían incontenibles.

      —Em —volvió a musitar Brand.

      —¡No me llames Em! ¡Solo mis amigos me llaman Em!

    Ver a Emilia de esa forma le confundía. Jamás la vio soltar una risotada de alegría o suspiro de tristeza y ahora estaba allí en frente suyo chillando como un bebé.

       —Oh —se quejó alarmado al tiempo que empezaba a comprenderlo todo.

    Ella dio vuelta para regresar al pasillo del casillero. Que Brand creyera semejante barbaridad le dolía como le dolía cuando su papá mencionaba lo decepcionada que estaría su madre si la viera por allí soltando madrazos como una escoria social.

       —¡Espera! —gritó él, dando grandes pasos para alcanzarle hasta tomar su hombro.

      —¡No me toques! —se quejó ella apartando la mano salvajemente.

      —Em…

       —¡Maldita sea! —Exclamó enfurecida, mientras giraba en sus talones para verle a la cara — ¡No me llames así! ¿No entiendes?

      Brand la miró por un segundo. Había cometido el peor error, había dudado de su mejor amiga, peor aún se había atrevido a juzgarla sin darle chance de explicación.

     —Lo siento—chilló pasándose la mano frenéticamente por los cabellos. Un tic nervioso que tenía desde niño y del que Emilia se burlaba constantemente—. Yo creí que…

    —¿Qué? —inquirió ella desafiante —que me había revolcado como una puta con ese animal. ¡Vaya amigo que me gasto! Eres un idiota Brand, no sabes cuánto te odio —chilló rompiendo en llantos al tiempo que intentaba golpearle el pecho.

    —Lo siento, Em —dijo el muchacho esquivando los golpes que ella propinaba al aire sin éxito alguno —. Es que… —la vio detenerse vencida por el llanto —ése estúpido anda por allí pregonándolo —sacudió la cabeza desesperado —yo no sé…

Ella se detuvo ipso fact. No podía culpar a Brand, todos tenemos la necesidad de dudar incluso de los seres que más queremos. Era algo muy lógico.

      —¿A quién te refieres? —preguntó con una frivolidad repentina que asustó al chico.

      —A Joseph —musitó temeroso por el cambio repentino. Ella asintió mordiéndose los labios llena de indignación.

      —¡Hey! ¡Em! ¡Em! —trató de seguirle el paso, ella corría hasta la sala de implementos perdidos. La vio desaparecer entre la multitud de jóvenes que el instante y para su mala suerte aparecieron de la nada.”

     Ahora estaba detenida por agresión a la propiedad privada. Sí, Emilia había destrozado a batazos el auto de Joseph Connor.

    Emilia rió en silencio, complacida al recordar las suplicas de Joseph entre golpe y golpe a la defensa, capó y ventanillas del auto. Podía decirse que se había vengado. Lo que le provocó una carcajada involuntaria.

     Guarda ese buen humor para cuando estés en casa, preparando las maletas. —aquella voz agria y autoritaria inundó de inmediato el espacio solitario y silencioso de la celda. Su padre.

Observó su rostro apacible y calmado. Respirando con firmeza para recibir los insultos y desmadres que a continuación llegarían como torpedos.

        El muchacho ha levantado cargos —dijo manteniendo la postura serena y pasiva que se obligaba a tener en tal situación.  —. El amigo de Jessica ha logrado sacarte bajo fianza, puesto que tienes una hoja de vida limpia, a excepción de la vez pasada con lo de conducir ebria junto con Brand.

        No es un amigo de Jess —suspiró recostándose sobre los barrotes —, es su primo.

         Lo que sea —espetó su padre caminando hasta el escritorio del oficial.

Ambos guardaron silencio.

         Ya vienen a sacarte —le aviso con desdén.

Ella se dio vuelta ligeramente para mirarle boquiabierta a estas alturas debía estar regañándola e incluso amenazando con dejarla allí toda la noche o semana, si era necesario. Un joven policía que mientras abría la reja le guiñaba un ojo se encargó de escoltarla hasta el escritorio para firmar los papeles que la comprometían a seguir con el caso hasta poder llegar a una justa conciliación. Antes de dejarla en el pasillo volvió a guiñarle un ojo de forma seductora, acto que provocó en ella una ira incongruente. Necesitaba liberar una frustración interna y ver a aquel muchacho intentando seducirle le daba ganas de romperle la cara a golpes. Pero, ya tenía demasiados problemas y estaba segura de que en casa con su padre le esperaban muchos más.

Caminaron en silencio hasta el pasillo de salida donde Jess y Brand aguardaban pacientemente.

¡Una vez más! —exclamó Jess, acercándose rápidamente hasta Emilia.

Gregor Nolán siguió de largo su camino.

     —¿Una vez más, qué? —inquirió la chica con la vista fija en la espalda de su padre quien se detuvo momentáneamente para agradecerle a la rubia la libertad de su hija.

     —Gracias Jess, te debemos una.

     —De nada, señor Nolán.

Brand se acercó lentamente con una sonrisa mucho más amena.

    —Una vez más que Emilia Nolán se sale con la suya —respondió a la pregunta que hace un momento se había hecho la joven.

    —No cantes victoria —musitó ella tranqueándose los dedos nerviosamente. Brand sonrió una vez más, y allí estaba ese tierno hoyuelo en la mejilla que tanto le agradaba. —. Aún no ha pasado lo peor. —señaló a su padre que ya estaba en frente del auto.

     Los chicos soltaron una risotada socarrona, contagiándole un poco de su humor, ya un poco más calmados.

     —Muchachos yo…

     —Tienes que ir a lidiar un tigre en casa —le interrumpió Jess —. Lo sabemos. —sonrió guiñándole un pícaramente.

     —Gracias por todo. —susurró  apretando los dientes para mostrarles un mohín de terror.

    Ellos la siguieron en silencio hasta el aparcamiento.

     —Nos vemos —se despidió cerrando la puerta del auto con mesura.

     —¡Si sobrevives! —gritó Brand colocando las manos alrededor de su boca para ser escuchado a la distancia.

       Em sonrió colocando el cinturón de seguridad sin mirar a su padre. Colocó su atención sobre los papeles que hacia un momento le habían entregado. Su padre encendía el auto sacando el embrague y metiendo el primer cambio.

«Escándalo público, daño a la propiedad privada.»

     ¿Cuánto habría costado su fianza? Se preguntó releyendo los hechos que había protagonizado y que allí escritos parecían completamente ajenos a lo que ella había experimentado.

     Gregor Nolán conducía en silencio observando la delgada línea amarilla y manteniendo el embrague y volante del vehículo en completo equilibrio. Miró a través de la ventana las casas y jardines y como estos iban cambiando de lujos hasta llegar al vecindario donde había vivido los años más felices con su adorada Alisa. La misma casa hacía donde llevaba a su hija recién liberada por daños a la propiedad ajena, sabía que no podía quejarse: Emilia era la viva imagen de Alisa. ¿A quién más pudo heredarle la valentía de irse a puños con cualquiera que le faltase al respeto? Estaba orgulloso de ello, pero no podía patrocinarle todas las barrabasadas y dejarla por allí suelta al garete rompiéndose todos los huesos y guindándose a trompadas hasta con hombres.

      Ahora había rebasado el límite. Estaba fuera de control, y solo había una forma de hacerla dócil y obediente. No poseían mucho, solo lo suficiente para sobrevivir. Con un empleo de visitador médico. Lo que ganaba a duras penas le alcanzaba para los servicios y lo estrictamente necesario.

      Si Emilia quería algo tendría que conseguirlo por si sola. Y así era, la veía trabajar en cafeterías después de la escuela, atender niños y hacer la tarea de compañeros cuya capacidad intelectual podía decirse que era inferior a la de ella. No podía estar más orgulloso de ello. Vivir con ella era fácil, otro padre estaría asustado por tener a una hija promiscua e ignorante de los peligros a los que se enfrenta el género femenino cuando les hace falta la dirección de una madre o algo así. Pero la facilidad y felicidad terminaban cuando le llamaban informando de una pelea callejera donde Emilia era la protagonista, otra vez.

       Como ese día. Estaba dispuesto castigarle, a darle la lección que jamás olvidaría. La crió como a su única niña, no como la consentida.  Y ese desde ése momento ella aprendería  respetar las promesas que le hacía después de cada riña.

      Emilia le observaba conducir meditabundo sin pronunciar palabra alguna. Cuando su madre falleció él se había convertido en padre y madre. Siempre tuvieron una buena relación hasta que la pubertad cambió sus días de niña y ahora le veía como un viudo gruñón que sufría una trasformación al más grandioso estilo de Hulk.  Cada que la veía golpeada y con una citación ante el director de grupo. Sí, ella se daba el lujo de verlo enrojecer, con gritos, caras desencajadas y amenazas de extradición a los aposentos de la tía Clara en New York. Esa era la amenaza más fuerte que su padre podía gritar. Y nunca la cumplía.

     Gregor estacionó el auto dándose cuenta nuevamente de lo asqueroso y descuidado que estaba su jardín. Era el más feo del sector. Era obvio que ni él ni su hija tenían las dotes hogareñas de su fallecida esposa.

     Emilia odiaba las flores.

     Las odiaba, porque le hacían recordar a la Alisa saludable y llena de vida que siempre andaba con los overoles recortando y plantando camelias. Abonándolas con paciencia y esmero. Ahora las flores no eran su cosa preferida. Y él, no era un amo de casa ejemplar. La joven desabrocho rápidamente el cinturón de seguridad bajando del auto de inmediato para entrar a la casa primero que su padre. ¡Su mochila! Había quedado en el casillero, ni siquiera tuvo tiempo de ir por ella. Si la habían expulsado tendría que pedirle a Jess que se la trajera a casa. Mientras tanto tendría que esperar a que su padre abriese, lo observó bajar del auto con calma, esa tranquilidad habitual que solía tener antes de la gran explosión. La misma que se siente antes de una gran tormenta.

      Corrió rápidamente hasta el interior de la sala, rogando en su interior que el show iniciase. Y así poder lavar los trastos de hace tres días que reposaban en el fregadero y limpiar a fondo cada habitación de la casa para amortiguar un poco las culpas.

     Gregor se sentó en el sofá de la sala evitando magistralmente los resortes que comenzaban a sobresalir de este. Notó cuando su hija se deslizó suavemente hasta la cocina para lavar los trastes. La sentía dudosa e incómoda, sabía que ella sabía, que ambos sabían lo que se vendría.

      Emilia organizaba los platos sacando los restos hasta el bote de basura. Al menos tendría donde colocar la vista cuando su padre iniciara con los gritos. Rió pícaramente abriendo el grifo para lavar el bol de cereal que había dejado en la mañana antes de partir para la escuela.

     —Deja eso —le pidió su padre toscamente. Ella obedeció de inmediato dejando caer la taza sobre el fregadero. Su padre miraba fijamente la pantalla del televisor sin encender.

      —Sube y haz tus maletas.

     Em rió nerviosamente apoyando su peso en la mesa de dreibol que contaba como división sala—cocina.

      —Ya papá—siguió riendo—. Puedes empezar a regañarme, no hace falta este elemento dramático.

   —¿Elemento dramático? —por primera vez en el día podía percibir una emoción en su voz y rostro. Y no era nada bueno.

  La joven se estremeció al escuchar la indignación ante su comentario.

   —De acuerdo —asintió. Incapaz de sonreír irónicamente como solía hacerlo cada que aceptaba de malagana una orden que terminaría incumpliendo.

   Él inspiró a profundidad. Emilia tomó una de las panolas de limpieza para secarse antes de subir y empezar la labor ordenada.

    —He llamado a tu tía, estará aquí en menos de una hora —comentó Gregor con tono indiferente cuando la sintió subir por las escaleras. —. Date prisa.

    Ella solo respiró profundamente guardándose para sí misma los gritos y alegaciones que en el interior explotaba como torpedos. No es que tuviese mucha ropa que empacar por lo que en menos de quince minutos ya tenía listo casi todo el equipaje. Teniendo en cuenta que solo la acuñaba sin detenerse a doblar o hacer escuadras en las blusas. Lo hacía para obedecer, porque en el fondo sabía que su padre no tenía el valor de enviarla lejos. Siempre hacia la misma amenaza. Pero, de allí a que fuese capaz de cumplirla, había mucho tramo que recorrer. No podía desprenderla de toda su vida allí. Sus amigos, la escuela, todo…

     Seguía acuñando los zapatos en la esquina de la maleta. Buscó entre su armario la caja con los libros, CD, y figurines de origami. Sintió cuando su padre colocó suavemente sobre la cama la calceta donde guardaba los ahorros acumulados de las labores extracurriculares. Siguió organizando los enseres de aseo personal observando de reojo las arrugas en la frente de Gregor que ahora se hacían más notorias, al menos mantenía el rostro inexpresivo y gélido.

     Podía recurrir a la súplica. —Con el dolor de su alma— y conseguir compasión, pero luego pensaba en que si tenía que irse lo haría. No transcurriría mucho tiempo antes de que él se diera cuenta la falta que la hija le hacía. Sería cuestión de espera y dignidad.

     —Llévate esto —musitó.

    —Graciasasintió Em y ni siquiera le miró a la cara.

    —Cielo, sabes que es lo mejor para ti. —dijo él, con voz insegura.

    —Sí, claro —consintió irónicamente, con la voz agudizada por la rabia.

    —Le he contado todo a tu tía y ha acordado colocar al mejor abogado en tu defensa, recuerda que es un proceso que recién empieza.

Emilia detuvo su labor tomando un respiro antes de girar sobre sus talones y gritar todo lo que tenía atravesado en la garganta. Pero no fue así.

     —Sí, claro, eso me hace sentir menos enojada porque me quieres alejar de casa, de mis amigos, de todo lo que tengo aquí. Sé que cometí un error…

     —¿Un error? Has acumulado desastres tras desastre—le miró frívolamente —a ver ¿Qué tienes aquí? Un proceso por daño a la propiedad privada y la expulsión de la escuela. ¿Eso? —rió sarcásticamente. —pues, ¡lo siento! Siento alejarte de todos los malditos problemas que te has ganado. Siento intentar arreglarte la vida.

    —¡Gracias! —Le interrumpió casi gritando —¡Gracias por sacarme de aquí! —su tono satírico era casi insultante.

    —Estoy tratando de enderezarte —alegó Gregor, bajando un poco la voz. Lo último que necesitaban era otro escándalo.

     —¡No lo hagas! —le pidió Emilia arrojando al piso todas las figuras de origami que un momento atrás había intentado empacar. —No lo hagas—volvió a exigirle suavemente.

      Las facciones de Gregor se contrajeron tomando un matiz de resentimiento y dolor que nunca había demostrado ante su hija. Ella solo le miraba perpleja por su repentino y atónito silencio. Él sonrió, asintiendo con amargura.

      —Bien —sacudía la cabeza como queriendo reorganizar el despliegue de emociones que habían surgido en medio de la disputa. — ¡Ódiame! Vamos ¡Ódiame, por querer lo mejor para ti!

     Emilia resopló colocando las manos alrededor de su cintura.

     —No te hagas la víctima —siseó con voz más calmada —. No es tu papel.

    —Siempre me has visto como el padre déspota. No has querido entender  que solo quiero lo mejor para ti. Se lo prometí a tu madre, y yo no puedo darte el futuro que ella soñó, el que te mereces.

La chica se cruzó de brazos exasperada.

      —No metas a mamá en esto.

     —Bueno —contestó él resignado—. Espero tus llamadas.

     Se alejó callado  y descompuesto, le dolía saber el concepto de villano en que lo tenía su única y adorada hija. Mientras ella lo veía salir del cuarto a pasos titubeantes y débiles. ¿Era en serio? ¿No había marcha atrás? Em corrió tras él logrando alcanzarle mientras bajaban las escaleras.

—¡¿En serio harás esto?! —gritó dejándose invadir por la angustia.

Él detuvo su andar dándose vuelta con rostro contrariado, la luz de los ventanales hacían brillar con más ímpetu sus canas y entrever los parpados caídos y marchitos por la madurez.

—¿Creías que era solo una amenaza? —Greg torció el gesto plantándose en mitad de la sala.

Ella bajó las escaleras velozmente.

        —Sí —admitió sin vergüenza —. Eres mi padre, no puedes sacarme de aquí así, estas hecho para perdonarme.

        —Es la única forma de evitar que arruines tu vida —dio un respingo súbitamente entristecido.

Emilia caminó hasta él, respirando acompasadamente para mantener todo bajo control.

         —Me juzgas por que no ando esperando a que otros vengan a defenderme —espetó agriamente —. Crees que soy una criminal porque no me dejo pisotear, como tú lo haces.

Observó cómo los ojos de su padre ardieron igual que los brasas ardientes en un incendio.

         —¿Qué?—inquirió él con voz metálica.

         —Es eso—continuó. Tomando la valentía que un momento atrás le había faltado. — ¡Porque no seré una perdedora como tú, relegada a lo que los demás dicen! —Gregor entreabrió los labios y una expresión de ira surcó sus facciones. — ¡Que eres un fracasado que aun supera la ausencia de mamá! —Su labio inferior tembló dramáticamente.—No te preocupes papá —abrió los brazos extendiéndolos de forma dramática — ¡No seré como tú!

     Todo ocurrió tan rápido. Segundos después solo sentía su mejilla ardiendo y todo dar vueltas haciéndola caer desmadejada sobre el suelo de la estancia.

      Su padre la había golpeado.

    Apretó los labios, indignada, más que eso… ¡Decepcionada! Jamás le creyó capaz de algo así.

       —¡Fantástico, Gregor Nolán! —Exclamó, levantándose como si nada hubiese ocurrido—¿Querías que me fuera de casa? ¡Felicitaciones! Me has dado motivos para hacerlo.


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