Y ellos se proyectan interiormente hacia mí y yo me proyecto interiormente Y, sea bueno o malo ser parte de ellos, parte de ellos soy, Y con ellos voy tejiendo el canto de mí mismoWalt Whitman Capítulo 1 | Buenos Aires. Marzo de 1995I have nothing to offer anybody, except my own confusionJack Kerouac No podría sino hasta muchos meses después reproducir la cadena de acontecimientos que su entrada a aquel universo iba a desatar. Desde su banco de fórmica gris, impersonal, incómodo, paseó la vista por el aula y buscó algo que le despertara interés. Miró con atención los nombres de bandas escritas con liquid paper en las mochilas, una señal innegable si es que en aquel lugar había alguien con quien valiera la pena pasar el tiempo. Estaba acostumbrado a ser el nuevo, con su vida de mudanzas frecuentes cada vez que a su padre militar le habían asignado un nuevo destino. Con los años aprendió que podía elegir cómo desarrollar el encuentro con cada entorno a estrenar. Hay circunstancias en las que uno se moldea como quien pinta un cuadro o escribe un poema: los colores y las emociones toman forma en la mano del artista en una inspiración rabiosa e intensa. Cada mudanza le daba la posibilidad de darse la forma que tuviera gana. En la mezcla entre su timidez, su fastidio ante las preguntas de los demás y el esfuerzo por conocer a otros se encontraba cincelando la manera en que se iba a comportar en su nuevo ecosistema. Navegando en su mundo mental, de fondo escuchó a la profesora que pasaba lista. Tenía una cara agria, con profundos surcos al lado de las comisuras de los labios. No parecían ser huellas de una sonrisa frecuente sino todo lo contrario. Pensó que era la persona más triste que había visto en mucho tiempo. Él sabía de personas tristes. Una de las nuevas compañeras, sentada un par de filas delante, giraba la cabeza con frecuencia y lo miraba mientras estiraba una sonrisita sobradora, de perra en celo. Él le clavó la mirada sin sonreír, inerte; ella se incomodó enseguida y miró para otro lado. En general esas, las que mostraban enseguida interés en modo trofeo, eran las minas menos interesantes. Era fija, incluso cuando tenían un par de tetas como esas: puro tiempo perdido y mucha boludez. Unos bancos más delante un pibe de pelo corto y pinta de rugbier lo miraba territorial. Esa tampoco fallaba. Siempre algún siome se creía el dueño de la cuadra. Un pseudo punkito con el acento finito / quiere hacerse el chico malo Ese cheto de Castelar no tenía nada de punk. Era justo la clase de tipo al que un punk amaría cagar bien a trompadas. Pensó en las peleas de las que había sido testigo en Parque Centenario y en lo absurdo de la violencia gratuita. Nunca era otra cosa más que tratar de ocultarle a otros el miedo o la total falta de inteligencia. Pensó en lo punk que había sido Luca y en cómo se tomaría una ginebra ahora mismo para atontarse al menos un poco. Pensó en Ramiro y en esos segundos antes de partirle la cara a trompadas. Pensó en que no tenía autoridad moral para decir nada, justo él que había caído tan fácil en la violencia desmedida. Al lado de su banco, en un estrecho pasillo de por medio entre los pupitres, una chica muy rubia tenía un corte a lo Deborah de Corral que le daba un aire canchero, un broche artesanal con una bandera multicolor y un parche de L7 en la mochila. Nada mal Delante de ella estaban sentados una chica y un chico, uno muy junto al otro, y se dio cuenta que hacía rato no hacían otra cosa más que mirar en silencio hacia un punto indefinido por fuera de las ventanas, abiertas de par en par, y que daban a las copas de unos árboles enormes y entramados. Ausentes como si todo les importara un carajo Ambos parecían estar en otro lado. Ella tenía el pelo oscuro y largo; él estaba despeinado como si recién despegara la cabeza de la almohada, con una mata de pelo alborotada que le caía por encima de la frente. Pensó en que parecían fumandos y los envidió de verdad. Cuando sonó el timbre del recreo salió del aula siguiendo a la masa de gente que caminaba apurada hacia la escalera, chocándose a propósito, vocifereando puteadas. Fucking rubiers de mierda Abajo, en un costado del patio, luchó por comprar algo en el kiosco, que era una ventana sin ningún tipo de organización. Demasiado pequeña para la pequeña muchedumbre que competía por la atención del kioskero, esgrimiendo billetes en las manos y superponiendo los pedidos entre gritos. Se abrió paso con firmeza a los codazos y rescató un sándwich de queso y salame. El patio era un cuadrado aburrido, con dos escaleras al costado y una galería con techo en todo su perímetro. Todo era blanco, verde y rojo ladrillo, triste, y con cierta reminiscencia militar que le recordaba cosas que ya no quería recordar. Se apoyó contra la pared y observó a la gente que lo rodeaba. Caras desconocidas, desperdigadas en grupos, la mayoría ignorándolo por completo. Apenas un par de ojos se posaban sobre él, pero había sufrido peores escudriños en su vida: aquella curiosidad ajena le daba lo mismo. Se rascó los muslos y se miró las piernas. Iba a pasar un año entero obligado a usar aquella ropa todos los días. Había hecho una concesión enorme al usar uniforme otra vez desde la primaria, y encima uno que era notoriamente feo: el pantalón de sarga, la camisa, el pullover, las medias y la corbata eran de un color marrón horrible. A qué persona retorcida se le ocurre vestir de sorete a sus alumnos Se dio cuenta de que el colegio entero le desagradaba. La arquitectura era impersonal, como un engendro a medio camino entre un hospital y una cárcel, y no ayudaba para nada en su poco entusiasmo por empezar las clases en una nueva escuela. No tenía comparación alguna con los pasillos históricos del Dámaso Centeno. Era de lo poco que extrañaba de su otra vida. Ni siquiera extrañaba a la gente: en un año nadie se transforma en imprescindible en la vida de alguien. Pensó que era mejor pensar en otra cosa. El sandwich no estaba nada mal después de todo. Le divirtió un poco la forma impúdica en la que un grupo de sus nuevas compañeras, hiper bronceadas y de jumpers cortísimos, lo miraban y hablaban entre ellas, descaradas. Le parecieron el estereotipo de las chicas bien de escuela privada, con el jumper intervenido para ponerle un poco de onda y malabares con el cinto de la pollera para que fuera lo más corta posible. Entre ellas estaba la de tetas grandes, que se reía con las demás y le lanzaba miraditas busconas. Tuvo ganas de hacer algo asqueroso como sacarse un moco o escupir un buen gargajo para desagradarles enseguida. Les dio la espalda y se puso a mirar el sol que se asomaba por un rincón de la parte más alta del edificio de tres pisos. Lanzó una pequeña carcajada al sentir una punzada en el centro mismo de las pupilas. -¿No es que te quedás ciego si mirás directo al sol? ¿O es sólo en los eclipses? -No sé. Es más divertido que mirar este patio–respondió aún enceguecido. Trató de enfocar hacia la voz que hablaba y descubrió de pie frente a él al chico de pelo desordenado. Sus ojos eran de un color azul profundo, increíble, y tenían rastros de delineador negro. Era alto y delgado. Masticaba con dedicación un alfajor de chocolate y lo miraba con parsimonia. Apenas una sonrisa le colgaba de la boca entre los bocados. -¿Qué hiciste para caer en esta cárcel? ¡Ja!-Hacés muchas preguntas vos.-Hacer buenas preguntas es un signo de inteligencia. Además me aburro en los recreos. Yo soy Teo. ¿Y vos?-Damián.-Bienvenido a este agujero del infierno-le dijo, y lo inspeccionó como a una novedad inesperada. Lo observó de arriba abajo y le mostró un puño a modo de saludo. Damián le extendió la mano. Teo le respondió con un apretón más fuerte de lo que Damián hubiera esperado y le habló en un tono monocorde -¿Y no te duelen los ojos? -insistió. Hizo un bollo con el papel del alfajor y jugó a encestarlo en un tacho de basura cercano. Damián notó que tenía las uñas pintadas de negro y lo volvió a mirar con sorpresa. Teo se metió las manos en el bolsillo del pantalón apenas yerró su tiro.-No.-¿Sabés quiénes miran directo al sol también? Los presos. Porque sueñan que están en otro lado.A Damián le divirtió la manera en que le sostenía la mirada, entre curioso y desafiante, como si esperaba que dijera algo más. La chica rubia que ocupaba el asiento al lado suyo y la compañera de banco de Teo se acercaron a ellos hablando en voz alta.-Ey, qué onda. Sos el nuevo vos, ¿no? –le dijo la chica rubia a Damián.-Mika te presento a Damián. Damián esta dama encantadora es Mika -Teo los presentó con formalidad y a Damián le causó gracia el detalle.-Bienvenido. O mis condolencias, no sé–dijo Mika y se rio.-Gracias-le dijo Damián y trató de sonreír en su incomodidad.Mientras respondía al interrogatorio que Teo empezó, Mika lo estudiaba a él, pero no había en sus ojos ese cariz libidinoso de las otras. Pensó que era muy linda, y que incluso en ese jumper marrón horrible lucía distinguida y fina. De dónde saco esas cosas de viejo de mierda -Y ella es Bianca. Bianca, él es Damián.La chica de pelo largo y oscuro lo miró con poco interés detrás de unos ojos verdes, felinos, y le hizo un pequeño movimiento de cabeza a modo de saludo. A esta qué le pasaEnseguida Bianca dijo:-Es mejor que subamos porque si nos pasamos del recreo la forra de Ana María nos boletea como siempre. -La preceptora no nos tiene mucho aprecio -le dijo Teo a Damián, inclinándose hacia él al hablarle. Damián reconoció su perfume, el CK One, uno de sus favoritos. -Desde que te encontró el año pasado fumándote un porro en el baño, bobo -Bianca arremetió con tono de burla y desapareció por las escaleras.-Así que acá fuman porro adentro de la escuela -comentó Damián.Teo saltaba de a dos escalones y casi sin aliento le dijo que no se entusiasmara, que estaban vigilados.-Ahora fumamos en una casa abandonada a la vuelta de la escuela. “La escribanía”, le decimos, porque ahí hacemos nuestros trámites-dijo Mika y en voz más baja- Hoy entramos re locos.-Se notaba un poco- le dijo Damián. Ella le sonrió y le sacó la lengua. -Después del colegio nos quedamos y damos vueltas por ahí. ¿Vos dónde vivís? –le preguntó Teo, y por primera vez en mucho tiempo a Damián no le molestó que le hicieran tantas preguntas. -En una calle que se llama Anatole France. Pero no tengo idea, todavía no me ubico. Me mudé hace poco. Vivía en Palermo antes. ¿Qué se hace por acá? Dice Divididos que en el Oeste está el agite.-Obvio, man. Vamos a los fichines y a un vagón que hay en unos terrenos, al costado de la estación de Castelar. Vamos a bares, a fiestas. Salimos mucho a boliches en Capital… -enumeró Teo.-Con nosotros no te vas a aburrir- le dijo Mika, sonriéndole. A él le pareció que ella debía ser muy divertida para salir de fiesta.Cuando entraron al aula, Bianca estaba sentada en su banco dibujando en un cuaderno. Teo se le acercó despacio y se sentó a su lado sin decir nada. Damián observó la escena desde su banco. Teo le habló al oído, ella murmuró unas palabras por lo bajo y los dos sonrieron. Damián creyó escuchar de fondo la voz de alguien explicando el programa de Biología para ese año. Teo se acercó a Bianca: primero le olió su largo pelo oscuro, le agarró las manos con ternura y le acarició los dedos. Había algo sexy y abrumador en esa escena, y Damián sintió un calor en el estómago. -¡Pontoriero! ¡Rojas! -Damián salió expulsado de sus pensamientos y miró con furia a la profesora que, de pie frente al pizarrón, tenía sus ojos clavados en Teo y Bianca. Ellos no se movieron de sus lugares, con los dedos entrelazados sobre el banco -¿Pero dónde se creen ustedes dos que están? ¡Siéntense bien! -Teo apenas se movió unos centímetros, y no soltó la mano de Bianca. Bianca levantó la cabeza como haciéndole frente a la profesora y ese detalle le gustó a Damián- ¿Vamos a tener las mismas escenas que el año pasado? A ver si se dedican más a estudiar que a hacerse mimos en mi hora.Ellos dos la miraban impasibles y ninguno dijo una sola palabra.-¡Váyanse a un telo! -gritó el de pinta de rugby. Todos en el aula estallaron en carcajadas y hubo gritos y aullidos. Damián sintió la furia subiéndole por el estómago. Cómo era posible que hubieran interrumpido una escena de semejante ternura. Se imaginó insultando a la profesora sin parar, y dandole un par de trompadas al cheto de pelo con gel. Trató de contener la carcajada que le nació en la boca del estómago y empezó a toser y a reírse al mismo tiempo.-¿Y a usted qué le pasa? Ah, usted es el alumno nuevo... ¿su nombre?-Damián le clavó su mirada ambarina impasible -¿No me va a contestar?-Damián. Ruiz. Díaz. –respondió, separando cada palabra con un silencio cortante.-Me gustaría saber qué es lo que le causa tanta gracia, Ruiz Díaz.Damián recorrió con la vista primero los rostros de sus compañeros, todos mirándolo, expectantes. Se detuvo un segundo en Teo y Bianca: ella movió los labios pero él no entendió lo que decía. Teo le hizo una mueca con la boca. Damián miró de nuevo a la profesora y no le respondió. A ver la disciplina en este lugar de mierda Ella también lo miró un instante, movió la cabeza de un lado a otro, y volvió a la carga.-Los voy a tener cortitos a ustedes. Los voy a enderezar este año.Por qué no me enderezás ésta Damián miró de nuevo a Teo y Bianca que, todavía sentados muy juntos, parecían estar tarareando una canción entre dientes, balanceándose un poco, como ajenos al mundo. Aunque era bien entrado marzo, el calor acuciaba todavía. Ese día visitaron la escribanía y Damián recordaría por siempre la impresión que le causó esa primera vez: era un local cuadrado, desprovisto de cualquier otra cosa que las paredes y el techo, lleno de latas de pintura y graftties, a donde entraban después de trepar una pequeña reja. Tenía una ventana que daba a la calle, semitapada dentrás de un enorme cartel de venta. Había un escritorio destartalado y un par de sillas avejentadas, que formaban un círculo junto a los asientos intactos de un auto. Mientras fumaban un porro casi desfallecieron de calor por el ambiente húmedo y pesado del día y Damián dijo de pronto que los invitaba a la pileta al día siguiente. “No nos vamos a quedar dando vueltas con estos uniformes de mierda con el calor que hace” les dijo. Al otro día todos fueron al colegio con un traje de baño en la mochila. Bianca, Teo y Mika recorrieron la casa de Damián con admiración: no había nada en esa casa que se pareciera a las suyas. Libros, fotos, CD, películas en VHS que nunca habían visto y otras conocidas llenaban los estantes de la casa. Había fotos en blanco y negro y posters de comerciales en las paredes. Damián le dio su habitación a Bianca y Mika para que se cambiaran; ellas tardaron más en revisar todo lo que pudieron que en ponerse las bikinis. Lo que más se repetía en ese cuarto eran los libros y las revistas de música desparramadas por el piso y la cantidad de cuadros en las paredes; en el escritorio había una foto de una mujer a la que Damián se parecía mucho. A Bianca le daba pavor andar en malla delante del nuevo, pero nunca hubiera dicho nada: Mika la habría cargado por varios días. Damián guio a Teo a la habitación de tu tío Cornado. Teo miró a su alrededor con curiosidad: no parecía la habitación de alguien mayor. Tenía posters de películas, muchas fotos y una guitarra eléctrica en un rincón, enchufada a un equipo, lista para usar. Contuvo sus ganas de hacerla sonar mientras pasaba la mano por las cuerdas. Después se reunieron todos alrededor de la pileta, en donde había unas reposeras blancas “muy coquetas” como dijo Mika, un par de sombrillas enormes y varias mesas pequeñas. Mientras Damián iba y venía en su papel de anfitrión, pidiendo pizza por teléfono y acercando cerveza y vasos, Teo se tiró a la pileta dando una vuelta en el aire pero antes, a los gritos, insistió a los otros que lo miraran. Bianca aplaudió cuando Teo asomó la cabeza a través del agua y le dijo que lo hiciera de nuevo. Él salió de la pileta y repitió una y otra vez la pirueta. Llamó a Bianca, insistente para que se uniera a él. Mika flotaba en una colchoneta inflable, a la deriva, y rebotaba con los pies contra los bordes de la pileta con un vaso de cerveza en una mano. En los parlantes sonaba Teen Age Riot de los Sonic Youth. Cubierta con una bikini negra con cierto aire retro, Bianca se tiró de cabeza al agua y con Teo jugaron un rato a hundirse uno al otro. Mika se les unió, y arremetió contra ellos con su colchoneta. Era la primera vez en mucho tiempo que Damián estaba con un grupo de personas de su edad sin sentirse descolocado y fuera de norma, con la necesidad de decir algo. La música sonaba espléndida y una leve brisa agitaba el aire sofocante. No había nada para decir. Apenas se movió un poco en su lugar y dejó volar las cenizas del porro al viento. Uno de esos momentos de felicidad que son etéreos y contundentes, que se despliegan sin mucha anticipación.-Qué linda es tu casa… tiene mucha onda -dijo Teo, sacudiéndose el pelo con una mano.-Me encantaaaaaaaa esta pileta-dijo Mika.-Yo casi no la uso.-Qué desperdicio ah ah-le respondió Bianca mientras se acomodaba el pelo. Damián la miró, intrigado. Desde que se habían conocido Bianca lo ignoraba; mantenía una distancia y un desinterés hacia él que no hacía sino incrementar la curiosidad que le causaba. Pocas veces le hablaba, en general monocorde, como si su presencia la fastidiara en algún lugar remoto e inconfesable. Damián pensaba que debía ser esa clase de personas heridas que alejaban a los demás para no decepcionarse. Había algo de sabiduría aprendida a los golpes en eso. Algo en ella lo reflejaba a él, y eso le parecía desconcertante y maravilloso. Se sentía compelido a acortar esa distancia.-Vengan cuando quieran, estoy mucho tiempo solo acá. Mi tío Conrado viaja mucho por trabajo.-Qué suerte que tenés ¡ja!-acotó Teo, que se secaba con fuerza con un toallón. Y aclaró: -Por lo de estar solo, digo. No veo la hora de irme de casa. ¿No estaría bueno recorrer Latinoamérica como mochileros, Bianca?-Sería genial. Y lo vamos a hacer. Almas de proa, eso somos. -Yo estoy ahorrando para ir a Europa a visitar a mi tía. Sin mamá, por supuesto. No soy como a otras a las que le regalan eso para sus quinceeeeeeeee -le dijo Mika a Damián con voz aguda -A esta- señaló a Bianca con la cabeza -sus papás la mandaron sola a París para los quince, ¿entendés? Yo fui a Europa con mi vieja, pero no es lo mismo. La tendrías que haber visto cuando volvió, toda afrancesada, con trenzas en la cabeza y con ropa canchera…-No seas forra, Mika-dijo Bianca avergonzada.-Qué buena onda. París está buenísimo, me gustó mucho -le dijo Damián a Bianca, pero ella no agregó nada más.-Damián te quiero hacer una pregunta-dijo Mika y todos la miraron -¿Vos pensás que una chica se le puede tirar a un chico?-Ahí empieza de nuevo Mika-dijo Teo.Damián sonrió.-Seguro que vos tenés tu propia opinión-le dijo él y Mika se rio.-Yo digo que debe, no que puede-dijo ella enfática.-Yo digo que pasa menos de lo que me gustaría-dijo Damián.-Yo predico con el ejemplo-le respondió ella.Bianca los miraba haciendo que no con la cabeza.-Yo digo que no importa quién empiece- dijo Bianca.-Yo digo que si no se me tiran, me voy a morir virgen-dijo Teo y los demás se rieron-¿Saben qué estaría buensísimo para el bajón? ¡Que vaya a comprar facturas!. -Voy con vos, siempre elegís unas facturas de mierda, todas de pastelera –le dijo Mika mientras se vestía.Bianca y Damián los siguieron con la mirada y cuando los perdieron de vista por la reja se miraron. Ella lo observó un instante y cuando Damián iba a preguntar algo Bianca lo interrumpió, brusca:-Si me vas a preguntar si Teo y somos novios, desde ahora te digo que eso no es asunto tuyo. Damián se removió divertido en la reposera, iluminado por el sol abrasador de esa tarde de jueves, el último estertor del verano justo antes de desaparecer. -¿Y por qué pensás que me interesa?-Porque todo el mundo cuando nos conoce nos hace la misma pregunta de mierda.-No es asunto mío, entendés. Bianca le sostuvo la mirada un instante.-Pronto vas a saber qué es lo que opina todo el mundo de mí, y vas a entender por qué estoy a la defensiva. Es así.-Piensan que son raros. Les dicen “los freaks”. De Mika me dijeron pelotudeces los rugbiers que tenemos por compañeros. Esa gente no debería reproducirse. -Freaks… qué hambre-Bianca se rio entre dientes- Ni para romper los huevos tienen imaginación.-La gente habla aunque no preguntes. Como acabás de hacer vos -Bianca miró para otro lado pero sonrió –Me chupa un huevo lo que piensen los demás, igual. -Seguramente nuestras compañeras se mueren por advertirte sobre nosotras. Dicen que somos mala junta. ¿Sabés lo que más me jode? Que esas mismas estupidas después se encaran a los pibes en los boliches y hacen petes por un shot de tequila o una birra -Bianca miró para otro lado -Yo prefiero hacerlo por gusto, la verdad. Damián parpadeó unos segundos antes de responderle, torpe. -Todos tenemos un precio, entendés.Un grito se escuchó desde la calle y vieron entrar a Teo, apoyado en Mika, rengueando con el pie derecho. Teo gritaba que se había cortado el pie con algo y dejó un reguero de sangre detrás suyo. Bianca le examinó el pie mientras lo agarraba fuerte de una mano y trataba de calmarlo. Estaba un poco más pálida cuando dijo que Teo tenía un pedazo de vidrio clavado y que no se animaba a sacárselo. Damián se puso las zapatillas con asombrosa tranquilidad, les dijo que había que llevarlo a un hospital y que podían usar el auto de su tío para ir. -¿Me van a coser? ¿Me van a coser?- Teo estaba pálido y se notaba que hacía un esfuerzo para no llorar. Tenía los nudillos blancos mientras se agarraba del borde de la reposera.-No, no te van a hacer nada, vas a ver- le dijo Bianca, e improvisó un torniquete con una remera.Mika los vio irse desde la vereda. Teo y Bianca iban en el asiento de atrás; ella lo sostenía medio recostado encima suyo, y le acariciaba la cabeza. Le hablaba al oído muy despacio, y Teo sonreía en medio de su dolor. Damián los miraba por el espejo retrovisor. Se sintió tan perturbado por la visión que no sacó los ojos de la calle por el resto del camino. A Teo le dieron cuatro puntos en la planta del pie, y mientras un enfermero le suturaba la herida, él tenía la cabeza escondida en los brazos de Bianca, que se quedó a su lado durante todo el proceso. Pálidos y con pocas fuerzas Damián los vió salir del consultorio de la guardia. Bianca le dijo:-Tenemos que esperar que llegue alguno de sus viejos para que se lo lleven a su casa. Creo que ya llamaron a su mamá. Apenas un rato después, una mujer alta y vestida con un elegante traje gris apareció por el ascensor. Teo se puso tenso, y se enderezó con un gesto de dolor. La saludó con voz seca: -Hola Adela.-¿Qué tomaste esta vez? –le preguntó, severa, mirándolo de pie muy derecha, mientras ellos tres estaban sentados con la ropa aún empapada por la pileta y tiritando un poco por el aire acondicionado. Adela inspeccionó a Teo con fastidio. Él miró para otro lado.Bianca habló, y a Damián le pareció que estaba haciendo un esfuerzo por sonar más antipática que nunca.-Salió a comprar descalzo y se clavó un vidrio en el pie. Va a tener que usar una muleta.-¿Y vos quién sos? - Adela examinó Damián con el ceño fruncido. Él la miró serio. Odiaba con todo su ser el tono de voz de ella, autoritario, seco. Esa mujer no le habla a la gente: le daba órdenes. A Damián le chocó la forma en que parecía despreocuparla si Teo estaba bien o necesitaba algo. Pensó en que Aida nunca se hubiera comportado así con él. Hacía rato que no pensaba en su mamá.-Damián-respondió, brusco. Adela lo miró fijo sin responderle -Te acompañamos al auto, Teo.-No es necesario. Ustedes ocúpense de volver a sus casas. Vamos Teo.Teo hizo equilibrio para ponerse de pie con la muleta, y no logró coordinar. Frustrado, se volvió a sentar. Cuando Damián y Bianca hicieron además de ayudarlo, Adela sólo levantó una mano en silencio.-Aprendé a usarla así te acordás por qué no tenés que hacerte el hippie y andar descalzo por la calle.Teo miró el piso avergonzado y apenas hizo un movimiento de cabeza como despedida. Se dio vuelta y empezó a caminar tratando de mantener el paso de su madre, que iba adelante sin esperarlo. Damián miró a Bianca y ella se alzó de hombros.-Es una hermosa persona Adela, realmente adorable. Cada encuentro con ella es así, una fiesta -dijo- Verás el aprecio que le tiene a Teo. Siempre candidata a madre del año.Damián estiró una sonrisa resignada y sintió pena por Teo.-Veo. Te llevo a tu casa.-Me tomo el colectivo.-No. Yo te llevo –insistió Damián.Se alejaron del hospital en silencio. Bianca se recostó en el asiento con los ojos cerrados, respirando agitada. Cuando Damián le habló ella tardó en contestarle: -Decíme dónde es tu casa –Y un poco avergonzado agregó: -No conozco por acá todavía. -Qué porteño de mierda que sos-le dijo ella sonriendo y sin mirarlo le dio instrucciones, monocorde. Se detuvieron en un semáforo en rojo. En la radio sonaba Perfect day, de Lou Reed, y una fina llovizna dibujaba figuras en el parabrisas. Bianca tenía la mirada clavada en la calle y pasaron una gran parte del trayecto en silencio.-¿Te asustaste? -Damián desconocía ese tono dulce con el que le hablaba. Ella negó con la cabeza -Vos sos así como esa gente que no se asusta con nada, ¿no? -No pasó nada. Un poco de sangre no más, y Teo que no paraba de gritar porque estaba re fumado. Los hospitales me dan asco, los odio. Mi casa es ahí en la esquina-dijo ella, y le señaló un chalet de rejas negras.Damián estacionó el auto y la miró.Oh it’s such a perfect dayI’m glad I spent it with youOh such a perfect dayYou just keep me hanging onAntes de bajarse del auto Bianca giró hacia él y le acarició la cara con mano, desde la frente hasta la pera. Una extraña, torpe caricia. -Gracias. Hasta mañana.Damián la vio entrar en la casa sin mirar atrás. Se quedó sentado con las manos sobre el volante, el corazón sacudido, como desempolvándose. Se quedó así un rato antes de poner el auto en marcha y arrancar con suavidad. Bianca... Bianca... el orgasmo explotó en su mano, en su mismísima mano de uñas descuidadas, de palmas amplias, unas manos que bien preferirían acariciar las tetas magras de ella antes que su propio cuerpo. Se refregó las manos en la sábana, se limpió bien hasta el último resto de la urgente descarga. Estiró los brazos con morosidad, bostezó un par de veces, se puso de pie de un salto. Se recostó sobre la ventana desde la que veía el patio con la pileta y aspiró fuerte la primera pitada a su Camel. Dejó volar la ceniza al viento fresco de la noche. Pensó en que con los chicos la escuela era más pasable y que no se sentía tan ansioso como las semanas antes de empezar las clases. La soledad no sacaba nada bueno en él, y había temido no encajar otra vez. Vivía haciendo equilibrio para controlar aquella fuerza oscura que tantas veces brotaba sin que pudiera hacer nada para detenerla. Las imágenes de sangre que lo atormentaban desde el asunto con sus padres aparecieron en su cabeza como en un flash. Damián pensó en que hacía mucho que no tenía uno y trató de poner la cabeza en blanco. Bianca y su boca que apenas sonreía y esas manos que lo estremecieron como no recordaba que podía sentir. Algo distinto de la furia, del odio, de la nada más absoluta y terminante se abrió paso en él por ese instante efímero pero imborrable. Deseaba estar anclado al piso como con una estaca que lo atravesara desde la cabeza hasta los pies, que lo uniera a la Tierra, a esa casa, a la escuela y al mundo exterior. No ser más como un aerosol expandido en el aire sin forma, sin comienzo y sin sentido. Ser un todo o, al menos, una insignificante parte de algo en alguna parte. Por favor, no otra noche sin dormir Se acostó de nuevo, se tapó a medias hasta la cintura y respiró profundo. Recordó el mar turquesa de Punta Cana, la arena blanca de Tampa y las montañas rusas de Disney. Trató de llenar la cabeza de las postales de lo mejor de su vida pasada, de imágenes y colores, y alejar así los otros pensamientos, las imágenes del mal. Ahora todo lo verde del universo se transformaba en los ojos de Bianca, y todo lo rojo en el pie y en la boca de Teo. Se le cerraron los párpados. Afortunadamente, dormía.