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PANELA SIN KIMIKOS

PANELA SIN KIMIKOS

17-01-2017

Contemporánea novela

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    Este libro es un ensayo sobre un nuevo idioma muy sencillo de aprender, similar a un espanglish con sus propias reglas, ideado con el objetivo de facilitar la comunicación entre los hablantes de cualquier lengua. El ensayo, está enmarcado dentro de una novela ecológica salpicada de romance, aventuras, poesía y reflexiones filosóficas, que  narra la vida del inventor y de su pareja durante el proceso de creación del nuevo idioma. En  la segunda parte, en la cual se describe la vida Klara, la hija del protagonista, el libro se convierte en una novela de ficción basada en las consecuencias catastróficas e impactantes, que tuvo la desatención a las predicciones científicas actuales sobre el medio ambiente y a las señales que nos da la naturaleza día a día. La historia, que transcurre entre los años 2015 y 2070,  se desarrolla en su mayoría en el litoral del Pacífico Chocoano, en el occidente de Colombia, con lo cual el autor quiere brindarle un homenaje a esta hermosa y  región selvática de nuestro país y a sus pobladores, quienes viven en un paraíso natural agobiado por la pobreza y el olvido.

Leer primer capítulo

 

Primer capítulo

Antonia

    Nos du bi en eipril de le yiar 2070. Antonio, le papa de yoe gran mama,  (en ele onor yoe mama did neim yo Antonia),  did  inbent le languaz fonetikes.  A le biginik it did kause meni kritikiks, bat after, did  ando expand, i en le yiars de le katastrof,  front  le saise de le trayedi, le “OMUS” (organiseizon universal for le surbaibal) did diklar it komo  languaz ausiliar ofisial de le planet,  per ke  du bi beri isi de lern. 

    Estamos en abril del año 2070. Antonio, el padre de mi abuela (en cuyo honor mi madre me llamó Antonia),  inventó el idioma fonetikes, el cual  en sus inicios causó muchas críticas, pero después se fue expandiendo y en los años de la catástrofe,  frente al tamaño de la tragedia, la OMUS (Organización Mundial para la Supervivencia) lo declaró como idioma auxiliar oficial del planeta, por ser muy fácil de aprender.

   Me gusta escribir, lo debo haber heredado del bisabuelo, acostumbro a hacerlo en la casa del árbol que mi abuelo construyó para mi madre. Ha sido mi refugio desde niña, está en lo alto de un gigante de la selva, un árbol llamado Huina. Su madera es muy codiciada, es una pena que los hayan talado casi todos; este sobrevivió porque mis abuelos nunca dejaron que se cortara ningún árbol en su propiedad. Se accede por una escalera de cuerda que se mueve bastante, aunque está anclada al piso con un soporte que hay en la parte de abajo, pero de todas maneras se mueve. Todavía no sé cómo aprendí a subir desde los 6 años, ni cómo mi madre me lo permitió, ni mi abuelo a ella; tal vez están un poco locos, no estoy segura de dejar subir solos a mis hijos, pues la casa está a unos 15 metros de altura. Al llegar al primer piso, porque además la casa tiene dos pisos, hay un cuarto con una pequeña terraza; ahí es donde jugábamos con mi abuelo cuando yo era niña. Se inventaba historias de la selva, de duendes buenos que cuidaban a los niños que querían conocer los secretos de las plantas o de espíritus  indígenas que protegían al gran jaguar.

    En el segundo piso, el cual es más como una buhardilla sobre la habitación, hay unos cojines con dibujos de pájaros que cosió mi mamá; así que me siento sobre Mieleros Azules de patas rojas,  Tángaras, Trongones y Oropéndolas, a meditar o a escribir. Mi cojín favorito tiene bordado un carpintero del Chocó. Me gusta porque es raro, tiene el cuerpo blanco y negro rayado, como cualquier otro, pero las alas son color nuez sólido y las patas verde oliva.  Mi abuelo me decía que como no se había portado bien, le habían pegado las alas de otro pájaro y sus primos los otros carpinteros, se sentían avergonzados de él.

    De vez en cuando traigo una cobija y me quedo a dormir aquí, acompañada de Kasimig mi duende favorito; tiene grandes orejas puntudas, ojos saltones de mirada tierna y una linda sonrisa. Me empecé a quedar sola por la noche a los 12 años. Una de las primeras noches  hubo una gran  tormenta, estuve un rato en el balcón, hipnotizada por los rayos que iluminaban constantemente el cielo y por los truenos que trepidaban con fuerza en mis oídos. No se oían ruidos de ningún animal. De pronto, empecé a sentir mucho miedo; estaba temblando y a punto de llorar cuando escuché a Kasimig  en mi imaginación, con su dulce y  chillona voz:

    —No temas Princesa, todos los seres de la selva están tan extasiados como nosotros con el espectáculo. ¿Oyes ese zumbido? Son mis hermanos. Los duendes aprovechamos las tormentas para correr entre los árboles, buscando frutillas que guardamos en los troncos huecos donde vivimos. También cultivamos hongos, así como lo hacen algunas hormigas agricultoras que cortan cuidadosamente pedacitos de hojas para alimentar los hongos de sus huertos y luego se los comen cuando empiezan a brotar. Sólo salimos en noches de tormenta para no llamar la atención y bueno… también para que nadie nos coma —dijo en tono de broma—. Pero ahora es mejor que entremos Princesa, ya pronto va a amainar la lluvia y tengo que regresar.

    Revisamos que no hubieran culebras, arañas o cualquier bicho que me pudiera picar en la noche y se quedó conmigo hasta que me dormí.

    A veces se oyen muchos ruidos afuera en la terraza, creo que son micos que llegan al balcón en la madrugada. Le tengo miedo a los micos, afortunadamente cuando se cierran las ventanas todo queda casi hermético pues mi abuelo era muy buen constructor. Ahh….. mis abuelos….Sus maravillosas narraciones me hicieron sufrir y gozar la historia de nuestra familia   —que he escrito durante tantas horas de soledad en esta buhardilla del árbol—, desde los tiempos tranquilos cuando arribó mi bisabuelo Antonio, hasta los turbulentos cuando murió de una forma que todavía me parece, por decir lo menos, impactante.

 

 


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