c a p í t u l o u n o.
El Samurai
El valle parecía un hervidero de hormigas, como si alguien hubiera pisado el hormiguero y éstas hubieran salido a defender su territorio. Sólo que en vez de hormigas eran hombres y en vez de buscar al enemigo común luchaban entre ellos.
Era una batalla feroz y despiadada. Se enfrentaban dos clanes vecinos que llevaban enemistados, de generación en generación, por más de cien años. Ya nadie recordaba el origen del odio que las dos familias se profesaban, y a nadie le importaba. En aquellas tierras los guerreros obedecían sin dudar a sus Daimios o señores feudales, y éstos aprovechaban cualquier entredicho para provocar a su vecino e iniciar un nuevo enfrentamiento.
Los guerreros se manejaban con una destreza asombrosa y dominaban el uso de diferentes armas. Eran valientes y osados y parecían no temerle a la muerte, para ellos el honor de su Daimio era más importante que sus propias vidas y perder en batalla deshonraría a su señor. Por lo tanto debían llevar la victoria a sus tierras.
Todos los guerreros compartían el mismo espíritu en aquellas tierras... En aquel lejano país, todos sus habitantes respetaban los mismos principios. Es por esa razón que las batallas eran tan sangrientas y encarnizadas, nadie estaba dispuesto a dar o recibir tregua, nadie a dar o pedir piedad. Porque pedir piedad era una acto de cobardía que deshonraría al guerrero y a toda su descendencia, y darla significaría un agravio al contrincante que había luchado con valor y respeto, y por lo tanto merecía una muerte digna.
El guerrero caminaba hacia la muchedumbre en combate, con calma y determinación, con paz en su espíritu y firmeza en su actitud. Comenzó a circular dentro del caos de sangre y entrega como quién camina por el mercado en busca de fruta. El resto de los combatientes al verle acercarse se abrían dejándole el paso libre, no estaban a la altura de enfrentar a este guerrero en especial y tampoco les correspondía hacerlo. Sólo algunos pocos valientes se animaban a hacerle frente e intentaban atacarlo. Vencerlo en combate significaba hacerse de su fama, de su historia... Era un premio enorme, como enorme era el riesgo. El guerrero se deshacía de estos valientes sin siquiera desenfundar su magnífico sable, su Katana...
Llevaba en su andar un rumbo claro y nadie iba a interferir en su destino. Venía vestido con su Yoroi, su armadura de combate que era única y reconocida por todos, era como su carta de presentación, y ya estaba manchada de sangre, aunque ninguna de aquellas manchas respondía a la suya. Sólo algunos guerreros vestían armaduras como aquellas, sólo los Samuráis las vestían y aquel guerrero..., era una Samurai.
Llegó al epicentro mismo del combate y allí se detuvo, lentamente todos los guerreros dejaron de combatir y un círculo se formó en torno a él. Con la misma calma y firmeza como había atravesado todo aquel infierno, declaró a viva voz:
¡Miyamoto Musashi mi nombre es!,
de Shinmen Munisai y Osama hijo soy.
A las órdenes de mi Daymio Hosokawa respondo hoy.
A un Samurai de igual rango y estirpe
retando a duelo estoy!
Su reto se propagó entre las tropas como una brisa de verano acariciando las hojas de un cerezo.
Luego se sentó en el suelo y cruzó sus piernas. Desenvainó su katana y la apoyó con delicadeza y respeto sobre sus rodillas, y esperó... El resto de los guerreros se mantuvieron callados y quietos, esperando...
Un tiempo después, unos guerreros se corrieron abriendo una entrada al círculo cerrado que rodeaba al Samurai, dejando entrar a otro guerrero que vestía un Yoroi igualmente importante.
El hombre enfrentó al samurai sentado y dijo:
Mi nombre es Sasaki Kojiro,
de Sasaki Gumbei soy hijo,
a las órdenes de Himeji mi Daymio.
Tu reto ha llegado a mis oídos,
y aquí estoy respondiendo a tu pedido.
Rápidamente he procedido
para llenar de honor a mi señor y a los míos.
¡A enfrentarte en justo combate he venido!
El primer Samurai respondió:
Eres un hombre valiente Kojiro,
a enfrentar tu muerte has venido,
Sin embargo en paz está tu espíritu,
buena y sabia existencia has de haber tenido.
Tu honor y generosidad te mueve,
y no has dudado al recibir mi reto,
de honor y orgullo tu muerte,
llenará a tus descendientes.
No me has hecho esperar más de lo debido
respeto hacia tu igual has tenido,
también mi respeto has ganado,
un honor será pelear contigo.
Hoy evitaremos muchas muertes,
y nuestra sangre derramada,
llevará al guerrero junto a su amada,
y los hijos verán hoy a sus padres.
Era norma de aquellos sangrientos combates, que si el samurai que comandaba uno de los ejércitos, lograba dar muerte en combate al samurai del otro bando, se daba por vencedor al ejército comandado por el samurai victorioso y la batalla terminaba inmediatamente, sin más derramamiento de sangre.
El recién llegado desenvainó su katana con la misma delicadeza con la que su par lo había hecho, y presentándosela con ambas manos, habló:
Me honra hoy enfrentar
a un guerrero de tu talla.
Combate que grabado ha de quedar,
en los anales que mi familia no calla.
El destino ha sido generoso conmigo
al ponerte en mi camino.
Matarte, será para mi un honor,
lo será para mi familia y para mi señor.
El guerrero Samurai se incorporó y saludó con respeto a su ocasional adversario. Luego los dos hombres tomaron sus Katanas con ambas manos y la elevaron hacia atrás y sobre sus cabezas. Comenzaron a caminar en círculos, estudiándose. Se movían con lentitud, como estudiando cada movimiento en un rito de valor, destreza y sangre.
De pronto Musashi atacó. Le correspondía por haber sido quién lanzara el reto. Lo hizo con una velocidad sorprendente, que contrastó con la “calma aparente” que apenas unos segundos antes dominara las acciones, lanzando una incontable andanada de golpes.
Kojiro se defendió deteniendo algunos golpes y esquivando otros. Se movía como una pantera, con suavidad y elegancia, y enseguida contraatacó con igual velocidad que su contrincante. La variedad de los golpes que practicaban superaba los conocimientos al respecto de los ocasionales espectadores, y la velocidad de los mismos los hacía imposibles de seguir y por lo tanto de apreciar la belleza que esos movimientos encerraban.
Musashi se defendió deteniendo la primer andanada de golpes y esquivando la segunda con saltos hacia atrás, demostrando una agilidad asombrosa a pesar de la incómoda armadura. Sin embargo al caer del último giro, un hilo se sangre corría por su mejilla, proveniente de un corte a la altura de la ceja izquierda. Aunque nadie había logrado ver el momento en que la herida era infligida, Kojiro había logrado herir a su enemigo, y si bien sus correligionarios jamás se atreverían a vitorearlo, sí logró arrancarles unas exclamaciones de asombro.
Sin perder el más mínimo tiempo y sin darle ninguna importancia al corte de su cara Musashi atacó. Los hizo como si hubiera sido la primera vez, sin demostrar cansancio ni vacilación y ésta vez sí logró provocarle una herida en el hombro a su contrincante, a través de la armadura.
El combate duró muchas horas y el sol estaba ya ocultándose, la destreza y técnica de ambos contendientes, si bien pertenecían a estilos diferentes, era perfecta y a cada uno de ellos les resultaba muy difícil encontrar el punto débil del otro. Estaban sudados y sus armaduras sucias de polvo y sangre, más sus miradas continuaban en estado de control y concentración.
Kojiro volvió a atacar y Musashi a defender. Mientras esquivaba algunos golpes agachándose y paraba otros, tropezó con una piedra y cayó apoyando una de sus rodillas y la mano que portaba la Katana, en el polvoriento suelo. Kojiro vió su oportunidad, era la primera en toda la tarde y no podía desperdiciarla. Los presentes contuvieron la respiración y el Samurai descargó su golpe.
Entonces Musashi desenvainó su Wakizashi y paró el golpe mortal. Nadie pudo ver siquiera el momento en que tomaba su cuchillo, como si lo hubiera tenido siempre en la mano. El flanco de Kojiro quedó entonces descubierto, allí, a la altura de la axila una pequeña abertura se ofrecía en el Yoroi del guerrero y fue allí donde Musashi clavó su Katana.
El golpe había sido preciso, perfecto y la herida mortal... Retiró su arma y un chorro de sangre lo empapó.
El samurai herido trastabilló por un momento pero no cayó. No iba a caer, podía desangrarse parado pero no iba a caer...
Musashi se incorporó lentamente, y sin decir una palabra se acercó, con un respeto infinito, a su contrincante y se inclinó levemente ante él en un saludo marcial.
Kojiro se quitó el Kabuto, el casco de su armadura, y se preparó para el final del combate. Se había preparado para este momento, toda su vida, y ahora enfrentaría la muerte como un verdadero Samurai.
Musashi hubiera querido quizás sentir piedad y perdonar la vida de ese fabuloso guerrero que el destino había querido ponerle enfrente, pero hacerlo hubiera significado una afrenta y una humillación para éste y su familia, y no lo merecían. Había luchado bien, con honor y valentía y merecía una muerte digna. Levantó la Katana y describió con ella un amplio arco decapitando a Kojiro de un solo golpe, un golpe limpio y preciso. La cabeza voló por los aires dando varios giros y calló en los brazos de un joven guerrero...