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Primer capítulo

                                                            La Cajera

Rosaura y José subían la empinada cuesta que lleva hasta la plaza con la lentitud y la pesadumbre que da el haber llegado a los ochenta.

-Mujer, ¿estás segura de lo que vamos a hacer?. Si no puedo con mi alma; ¿cómo nos metemos en semejante locura?

- Confía en mí José, no hay más salida, sabes que lo hemos intentado y no ha podido ser…

- Se nos va a caer el pelo Rosaura, somos gente honrada y a la gente honrada no le salen bien estas cosas, te lo tengo dicho; que a cabra que sale del camino, perro que le muerde el culo.

- No te preocupes, sé lo que me traigo entre manos, por favor confía en mí y mantén la calma. Acabaremos enseguida.

En un costado de la plaza está la única oficina bancaria de la pequeña localidad tinerfeña, unos metros antes de la entrada Rosaura miró a la torre de la iglesia y comprobó que faltaban escasos minutos para las dos de la tarde.

- Arréglate un poco marido, tienes una mancha en la camisa, siempre vas manchado, parece grasa, ¿con qué diablos te has hecho esto?

-Para manchas estoy yo, deja la camisa como está, ¿cómo puedes estar pendiente a semejante machangada con lo que se nos viene encima? Anda, demos media vuelta y vamos a ver las noticias de la tele…

- Si sales corriendo y no me apoyas en esto te pongo las maletas en la puerta de la calle…

-Mujer…

-Y dejo los calzoncillos que tengo para lavar por fuera para que los vecinos vean como derrapa tu bicicleta.

- Joder Rosaura- maldijo sumido en la más amarga de las derrotas.

-Buenas tardes- saludó la afable anciana de blanca melena- ¿se puede?

La empleada echó un vistazo a su reloj de muñeca y miró tímidamente a su jefe.

-Vamos a cerrar Rosaura. ¿No puedes venir mañana?

-Es importante Mateo -respondió- si todo sale bien acabaremos enseguida. Falta un minuto.

-Está bien, pasen. Cierra la puerta Sofía, así evitamos que se nos meta más gente. Todos tenemos derecho al descanso- dijo con evidente incomodidad.

La cajera obedeció al ejecutivo y bloqueó la entrada.

-A esta muchacha no la conozco -dijo la mujer refiriéndose a la oficinista- ¿es nueva?

-Es su primer día.

-¿Y de dónde vienes hija?- preguntó José.

-¡No la llames hija!- le regañó su esposa -¿qué confianzas son esas?- le dijo propinándole un codazo.

-No importa- dijo Sofía algo nerviosa- hasta el día de ayer trabajaba en departamentos centrales, pero la empresa está reubicando al personal. La crisis.

-La crisis mi niña, esa es la causa de nuestra visita…

-¿Puedo sentarme? -preguntó José-  estoy un poco cansado.

- Claro…y tómate unas tostadas -masculló Mateo por lo bajini -Tú dirás- dijo de mala gana.

-Pues bien, no perdamos el tiempo, no es que sea de nuestro gusto -divagó la anciana.

-Rosaura -interrumpió el de la entidad metiéndole prisa.

-Hemos venido a robar el banco.


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