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Paz, Sangre y Resurrección: Incepción

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09-03-2013

Ciencia ficción/fantástica novela

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Desde las más remotas luces de una ciudad comandada por militares se torna una historia. Un joven es secuestrado luego de presenciar la muerte de su padre a manos de un militar. El tiempo pasa y el joven crece e intenta encontrar al asesino de su padre pero se encuentra con algo más... 

Leer primer capítulo

 

Primer capítulo

¿Qué tan difícil puede ser encontrar a una parte de mí que he extraviado? Puedo observar cada uno de mis pasos y sólo decir que estoy perdido sin resultado alguno. Nadie me puede ayudar, ni siquiera un mapa, una brújula. Sólo yo sé dónde debo ir y que hacer. Ahora sé que todo lo que he aprendido es sólo parte de un mal juego de ego. Cada letra, número, acción y emoción que parecían reales no lo eran, sólo eran imágenes de una película triste y melancólica, con la única misión de hacerme sentir miserable por alguna razón. Aparentemente he hecho algo de lo cual no me acuerdo, pero sí sé que debió ser terrible al tener que pagar tal precio.

Esta es una historia que nadie quiere escuchar, pero solo me queda escribirla, con la esperanza de que alguien, menos cobarde que yo, logre entender lo que yo he hecho con mucho dolor.

Capítulo 1 (Exilio)

Luego de un exhaustivo día, la extracción de oro en la mina por fin había acabado. Me dirigí a mi hogar que se encontraba justo debajo del bar que se estaba al término de la ciudad. Mi hogar era simplemente tan pequeño como lo que se me pagaba en la extracción de oro en la mina, pero a decir verdad no era algo que me mantuviera preocupado. No había nacido en esta ciudad. Mi cuna había sido puesta en la gran capital, lugar del cual fui expulsado con mi padre y mi hermana pequeña hace ya algunos años. A veces es incluso difícil o casi imposible recordar las caras de ellos. Aunque aún los recuerdo en cada momento que paso dentro de la oscura mina.

Caía la noche en la ciudad capital y mi pequeña hermana y yo esperábamos a nuestro padre para cenar. Él era un militar muy bien adiestrado que intentaba resguardar la seguridad de la gran capital de los exiliados por crímenes en contra de la seguridad de las personas de la ciudad central. Los militares, que en esos años comenzaban a manejar cada lugar donde se decía que alguna vez vivió un ser humano, eran atacados constantemente por rebeldes que intentaban romper la paz que existía, o eso decían ellos.

Nuestro padre era muy puntual en llegar a nuestro hogar. Siempre tomaba la manilla de la puerta de la casa a las siete de la tarde, sin demoras ni nada. Mi hermana y yo intentábamos hacer las cosas de la casa y tener la cena lista para papá antes que llegara. Para nosotros esa tarea no era gran cosa. No sentíamos que fuera muy difícil, ya que él nunca decía que la comida no le gustaba. Aunque la carne estuviera quemada o el pollo muy frío, siempre había una sonrisa en su rostro que nos decía: “Bien hecho niños, espero con ansias el plato de mañana”. Lo hacía siempre, incluso sentíamos que se había vuelto algún tipo de pago por nuestro trabajo. Lo hacía para hacernos sentir bien a nosotros que sabíamos que no éramos los mejores chefs del mundo, pero mientras papá estuviera bien no habría ningún inconveniente. Nuestra idea era siempre verlo con una sonrisa en la cara y feliz.

El día aquel, en el cual nos exiliaron, se escuchaban muchos gritos de personas a las fueras de nuestra casa. Todos gritaban que habían llegado los exiliados a la ciudad. Que iban a destruir todo y venían en busca de venganza. Los militares, al oír esto, se movilizaron tan rápido como pidieron. Sus armas estuvieron cargadas, sus botas lustradas y sus trajes perfectos para salir en la búsqueda de esos “rebeldes”. Los militares salieron en grupos muy bien conformados. Todos con un capitán y un vehículo de ataque. Había francotiradores en los techos e incluso personal anti-bomba por si a los rebeldes se les ocurría irrumpir en el terrorismo. Luego de tanta preparación militar no fue muy largo el tiempo que tuvo que pasar para que se escucharan disparos y las calles se mancharan de sangre. La ciudad central era conocida por sus edificios altos y casas pintadas de un blanco invierno. Blanco que quedó manchado con sangre tanto de militares como de ciudadanos rebeldes.

Nuestro padre como siempre llegó a las siete en punto, pero algo andaba mal con él. Al llegar a la casa mantuvo la puerta un par de segundos más abierta. No venía solo. Uno de los llamados exiliados estaba junto a él. Con mi hermana no alcanzamos a preguntar absolutamente nada, sólo nos abrazamos por el miedo que nos produjo eso. Habíamos escuchado por muchos lugares lo despiadados que eran los rebeldes. Los llamados exiliados eran temidos por todos los lugares del país. Su fama era muy negra, tanto como el cielo de aquella noche. Luego de que nuestro padre y ese extraño exiliado entraron a la casa, mi padre nos obligó a mí y a mi hermana a meternos en nuestras habitaciones. Acompañé a mi hermana a la suya pero yo no entré a la mía. No hice caso porque me parecía muy extraño lo que pasaba. Me moví sigilosamente por el pasillo donde estaban nuestras habitaciones. Luego abrí muy despacio la puerta principal y ahí me quedé. Con la puerta entre abierta comencé a observar lo que pasaba y me llevé una sorpresa. Al parecer, y por lo que alcanzaba a escuchar, nuestro padre era un muy buen amigo del extraño exiliado. Parecían conocerse hace mucho por el trato que se daban mutuamente. Mi padre nunca nos contó nada acerca de su relación con los rebeldes, incluso cuando nosotros le preguntábamos algo relacionado con ese tema, él evadía la respuesta y no contestaba. Ahora podía entender el porqué de esa actitud. El extraño exiliado parecía ser el líder de la resistencia, o algo así. Le mostró a mi padre un mapa por el cual pasarían sus tropas y donde él y los demás podían estar a salvo de todo daño colateral del ataque. Parecía que todo estaba muy bien hilado. Mi padre llamó a ese exiliado con el nombre de Alphonse. Antes de irse mencionó algo muy extraño ese hombre. Le dijo a mi padre que se cuidara de sus compañeros militares. Que se hablaba de un extraño complot en contra de mi padre en las guaridas rebeldes. Todo porque algunos se habían enterado de las conexiones de él con los exiliados. Luego de escuchar eso mi padre salió hacia la calle y vio que un pelotón de soldados muy bien armados se acercaba. Se notaba en la mirada de aquellos jóvenes que no iban precisamente a defender los puestos. Podía olerse el aroma a sangre de sus uniformes y como sus ojos aún no saciaban la sed de dolor y sangre, una sed que mientras los minutos pasaban se hacía interminable. Con esa visión aquellos soldados se dirigieron a las afueras de la ciudad sólo con la intención de derramar más sangre. La batalla ya se había cambiado hacia ese lugar y era el preciso instante donde se podía matar sin piedad y sin dar escusas.

Mi padre le pidió a ese hombre llamado Alphonse que si pasaba lo que él creía, que intentara proteger a mi hermana al igual que a mí. El hombre tomó el brazo de mi padre y le prometió que nos protegería tal y como él lo haría y lo había hecho hasta ahora. Luego de eso el hombre salió por la puerta de la casa raudamente. Nuestro padre se acercó a la puerta por la cual yo estaba espiando y la abrió muy fuertemente. Alcancé a huir a mi habitación antes que se diera cuenta que estaba ahí. Nuestro padre nos gritó a mi hermana ya mí para que fuéramos a comer, más bien para que le sirviéramos la cena. Me presenté cayado a mi padre en la mesa. Sólo le pregunté si quería el plato principal primero y una entrada algo más vegetariana. Mi hermana me notó algo extraño pero no le dije nada. No podía alarmarla por algo que quizás era sólo un rumor.

En el pelotón en donde mi padre estaba había un sujeto llamado Oasis. No tenía más rango que él pero había escalado puestos muy rápido y nadie sabía cómo. Era un lame botas. Alguien que haría cualquier cosa por subir de rango, incluso perder alguna de sus extremidades si fuera necesario. La codicia en él era tan fuerte que algunas historias contaban que había vendido a su sobrino a unos vagos sólo para obtener algo de oro y alojamiento para él. La noche ya estaba moviendo todo a su paso. La sangre manchaba las calles que dejaban que la lluvia se moviera por los agujeros de las balas en los cuerpos que yacían en las frías calles de la ciudad central. Mientras la noche de la trifulca entre los exiliados y los soldados se hacía cada vez más violente y la gran capital se convertía en trinchera, Oasis siguió a mi padre hasta su casa cuando iba con el extraño exiliado. Lo vio entrando con Alphonse a la casa, como si le diera acogida. Inmediatamente y con mucha prisa volvió a la base. Atravesó por las calles muy rápido sin percatarse que las balas le pasaban entre los ojos. Él sólo quería llegar a la base a reportar que mi padre estaba atentando contra el estado militar. Fue impresionante como tantas personas le creyeron a Oasis. Parecía como si estuvieran esperando que eso pasara. Como si ya todo estuviese planeado, tal y como lo dijo Alphonse. Las tropas se alinearon y luego de oír que los rebeldes estaban controlados y que sólo algunos habían logrado escapar salieron en búsqueda de mi padre. Oír la palabra traición desde Oasis para referirse a mi padre movilizó a las tropas cada vez más rápido hasta nuestro hogar, las mismas tropas que estaban hambrientas de sangre, las mismas que vio mi padre al abrir la puerta no se dirigían hacía las afueras de la ciudad, sino a nuestra casa para darle muerte a él.

Luego de todo lo que pasó con Alphonse en la casa, mi padre finalmente pudo recibir su comida. Cuando con mi hermana logramos servir todo a nuestro padre sobre la mesa ya era tarde. Lamentablemente la comida ya estaba fría luego de tanto revuelto. Mi padre comió su comida igual aunque estuviera fría. Le habíamos hecho sopa, el día estaba frío y eso era bueno para que él entrara en calor, pero con el paso del tiempo con la conversación con Alphonse se había enfriado la sopa, perdiendo su finalidad. Mi padre luego de comer se levantó. No dijo una palabra acerca de la sopa, incluso dejó su plato en el lavadero, cosa que no era muy habitual en él. Después de eso se sentó al lado de la chimenea a mirar el fuego de manera detenida.

Se escuchan gritos afuera mientras mi padre intentaba concentrarse en como el fuego era apagado por la falta de leña en la chimenea. En ese momento se sintieron pasos de botas militares que se acercaban con ritmo y olor de muerte hacia la puerta. Tres golpes resonaron por todas la casa. Alguien estaba al otro lado de la puerta. Yo intenté abrir pero mi padre tomó mi brazo y con la cabeza me señaló que no lo hiciera. Luego de decirnos a mi hermana y a mí que nos alejáramos de la puerta, él se acerca a ella. Toma la manilla y parece muy nervioso. Yo lo espío desde la puerta. La abre con mucha vehemencia, tanta que el aire frío del exterior apaga la pequeña llama que aún permanecía en la chimenea. Luego de que una ventisca entrara a la casa, mi padre centró su vista en quienes tocaban la puerta. Eran los militares. Antes de que mi padre se pusiera en posición de saludo fue reducido de manera muy violenta en el suelo. El azote de su cuerpo contra el suelo de madera hizo temblar mi corazón.

La sangre de su cara derramó sobre los pies de un militar. Luego fue levantado y azotado de nuevo. Cuando su cara tocó el suelo nuevamente fue acusado de traición, a lo cual mi padre no se refirió. Lo único que salió de su boca fue un diente ensangrentado. El silencio era lo único que reinaba en mi padre. En eso uno de los militares que estaba torturando a mi padre contra el suelo se percató de que yo estaba atrás de la puerta. Intenté correr hacia mi habitación y lo logré junto a mi hermana. Pero no contábamos con que los militares destruyeran las ventanas desde afuera para atraparnos. Nosotros fuimos atrapados por otros soldados que entraron por las ventanas de las habitaciones. Era literalmente otro pelotón que pasaba y escucharon que había  que atrapar a alguien. Mala suerte nuestra que hayan estado cerca.

Nos llevaron al cuartel general con la peor violencia vista. Mi hermana fue separada de mí y nuestro padre. Estaba en una habitación donde un hombre muy raro se acercó a mí a preguntarme acerca de los exiliados, que si sabía dónde estaban escondidos. Yo no tenía esa respuesta. Podía oír los gritos de mi hermana al otro lado del muro. Parecía que la torturaban y eso a mí me dañaba cada segundo más. No podía resistir tal dolor. Podían torturarme a mí, y lo hacían con un metal caliente sobre mi espalda, pero no podía aguantar oír a mi hermana gritar de dolor, pero no eran los únicos gritos en ese lugar. También lograba distinguir los gritos de mi padre.

Luego que nos separaran a nosotros con mi hermana, mi padre fue separado he interrogado en un lugar externo. Fue en el patio frente a una estatua algo extraña. Nadie sabe que pasó ahí realmente. Después de torturarnos nos reunieron en una sala. Mi padre me contó que por sus años de trabajo a la milicia no sería asesinado, sólo sería expulsado de la Gran Capital para siempre.  Y que si lo fueran a ver nuevamente merodeando, sería asesinado en la plaza como un traidor. Luego de tal espectáculo mi padre y nosotros fuimos dejados a las afueras de la ciudad por dos soldados, uno de ellos era Oasis. Nos metieron en un camión y nos trasladaron.

El camino se sintió algo largo. Me dolía mucho la marca en mi espalda hecha con ese metal ardiente. Al llegar a nuestro destino a mi padre le fueron retiradas las esposas. Nos bajaron del camión a empujones. Luego de eso Oasis le dijo algo al oído a nuestro padre. Nadie sabe que fue, pero mi padre tomó el arma de Oasis de su cintura y disparó hacía el pecho de éste. Antes de que le fuera propinado otro disparo, el otro soldado tomó a nuestro padre y lo redujo en el suelo, cayendo el arma al lado de Oasis, quien la tomó, apuntó a la cabeza de nuestro padre y jaló el gatillo. El estruendo de la bala saliendo de la pistola de Oasis ha recorrido mi mente millones de veces y aún no lo he olvidado. Luego de eso Oasis volvió a la base, mientras el otro soldado intentaba reanimar a mi padre sin tener éxito.

Alphonse había escapado a los militares, él era muy hábil en lo que a subir y saltar edificios se trataba, parecía como si fluyera por el aire entre cada rascacielos. Cuando se detuvo a descansar sintió un disparo cerca de su ubicación, por lo cual fue a investigar. Se encontró con nuestro padre ya muerto, mi hermana junto a él y yo a un lado llorando desconsoladamente junto al soldado. Mientras eso pasaba a lo lejos se sentía como avanzaban las tropas hacía nuestra locación. Buscaban a Alphonse y el ruido del disparo los alertó y pensaron que él estaría cerca. Dándose cuenta de eso el soldado tomó a mi hermana mientras Alphonse tomó mi brazo y corrió hacía el bosque mientras veía a mi hermana alejarse de mi vista con cada paso que Alphonse daba. Eso fue lo último que supe de mi hermana. Fue la última vez que la vi.

Los disparos de las tropas que intentaban darle a Alphonse se habían disipado. Todo era muy oscuro y yo estaba muy confundido y preocupado a la vez por mi hermana. Terminando la noche seguíamos caminando con Alphonse, sin que éste me dijera una palabra, sólo avanzaba rápido por el esclarecido bosque a esas alturas de la mañana. Cuando menos lo pensaba llegamos a un pueblo pequeño. La gente era toda de tez morena, muy distintos a mí. Alphonse me dejó en la última casa atrás de un bar, donde él pasaba la mayor parte del día. Pasaron algunos días y Alphonse me dejó una carta con el cantinero  diciendo que en ese pueblo estaría a salvo de los militares. También que el cantinero tenía un trabajo para mí y que me podía quedar con la casa. Le pregunté al cantinero si Alphonse había dicho donde iría, pero el cantinero dijo que no lo sabía, que Alphonse solo había déjalo la carta con la instrucción de entregármela y se había ido. De eso hacen 2 años, los militares ya han atrapado casi todo el país y yo he trabajo todo este tiempo en la mina del pueblo...


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