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El portal de la luna negra

El portal de la luna negra

24-09-2014

Ciencia ficción/fantástica novela

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    Un grupo de jóvenes canarios, acampados en el valle de Ucanaca (Tenerife),

descubren al anochecer, unas extrañas luces. Después de algunas discrepancias,

deciden investigarlas, y su curiosidad los lleva más allá de lo que hubieran de-

seado. Son transportados (primero uno de ellos y luego el resto) a un mundo

alternativo. Otra realidad donde los mamíferos no son la especie dominante y

la evolución ha tomado un camino diferente al conocido.

   El primero en ser transportado- Tanausú-, a causa de diferencias temporales,

pasa un largo tiempo en ese mundo antes de que el resto de sus amigos se reúnan

con él.

   Los demás pronto descubren que se encuentran en una tierra peligrosa y salvaje,

donde se está librando una cruenta batalla entre dos especies que no tienen nada

que ver con la humana, y que Tanausú está totalmente involucrado con una de ellas. 

 

Leer primer capítulo

 

Primer capítulo

 

Las Cañadas del Teide

Tenerife

Islas Canarias

                                                                            Prólogo 

        A más de dos mil metros de altitud, y después de cinco horas de camino ascendiendo por sinuosas veredas de monte forestado, los seis jóvenes excursionistas, en plena forma física y acostumbrados al montañismo, comenzaban a notar la falta de oxígeno. La animada caminata se iba ralentizando. Parecía que llevaran plomo en las botas y los pulmones exigían cada vez más bocanadas de aire.

Con los primeros brotes de claridad habían comenzado la marcha, partiendo de la villa de La Orotava, municipio del norte de la isla tumbado sobre un inmenso valle del que recoge su nombre.

       La ruta escogida esta vez era el camino de Chasna. Ruta histórica y complicada que ya utilizaban los güanches, antiguos pobladores de las islas, en sus andanzas y pastoreo. En principio, dos de las tres chicas del grupo discreparon por la dificultad del recorrido. La finalidad era subir al Teide, y había rutas más sencillas, pero el reto y las ganas de aventura finalmente prevalecieron.

Los seis amigos canarios, acompañados de pinares y retamas, en buena parte del camino, después de dejar atrás la zona del Portillo, y metidos ya de lleno en el árido terreno de las Cañadas, tomaron una bifurcación abandonando el sendero que continuaba rumbo al sur.

Siempre, por muchas veces que lo vieran, les impresionaba la majestuosa visión del Teide: un viejo dragón dormido que se eleva hasta los 3.718 metros de altura, siendo el punto más alto de España. Abruptas laderas, desgarradas formaciones rocosas, cañadas y cerros, preceden y rodean al gran pico, haciendo del espectacular paisaje creado por la lava, un entorno único.

Cerca del mirador de Boca de Tauce, se encontraron plantados al borde de las complicadas laderas que descienden hasta el Llano de Ucanca. Una enorme cañada de arenas blancas resaltando entre las rocas oscuras de sus bordes. Salpicada de retamas y peñascos, la extensa llanura concluye en uno de sus extremos con los Roques de García.

                                                                     

 

 

 

                                                                   1

 

 

–¡Venga, vamos a bajar! –animó Sandra.

–Pero… ¿no íbamos a subir al pico? –preguntó Tanausú.

–No sé, podemos subir mañana temprano, disponemos de tiempo –contestó Sandra.

–Sí, pero no era esto lo que habíamos planeado…

Yeray, que contemplaba absorto el panorama que tenía ante sus ojos, interrumpió a Tanausú, sin mover la cabeza, sin tan siquiera parpadear:

–Tanausú, ¿Cuántos años tienes…? ¿Dieciocho?

–Sí, ¿y qué tiene eso que ver?

–Tiene que ver que yo tengo veinticuatro, y soy el mayor de los que estamos aquí... ¿no?

–¿Y…? –preguntó Yaiza mirando sorprendida a Yeray.

Quien a su vez se vuelve hacia ella, y en un tono solemne responde:

–Pues, que con el poder que me otorga mi mayoría de edad he decidido que vamos a bajar al Llano de Ucanca.

Y sin más, comenzó el descenso.

Tanausú, Yaiza, y Sandra, después de mirarse desconcertados y hacer gestos de resignación, siguieron a Yeray en la bajada.

–Tú le metiste esa idea en cabeza –le reprochaba Yaiza a Sandra.

–¿Yo? Yo sólo di una opinión, pero no era un decreto.

Toño y Yurena se levantaron apresuradamente, ya que se habían quedado unos metros más atrás descansando sobre unas piedras.

–¡Oye, que se van! –exclamó Yurena.

–¿Pero, a dónde coño van? –preguntó Toño mientras corrían intentando ponerse las mochilas a la espalda.

–¡Eeeeh…! ¡Por lo menos avisen! –gritó Toño al llegar al borde de la difícil bajada.

Tanausú, que tras un resbalón se había quedado sentado en el polvoriento suelo, respondió:

–¡Ya pueden estar bajando. La ruta ha sufrido un cambio por orden de la persona mayor que va delante!

–¡Si no estabas de acuerdo haberte quedado arriba, pelo pincho! –replicó Yeray, sin volverse ni dejar de andar.

–¿Qué le pasa a ese? –preguntó Yurena ayudando a levantar a Tanausú.

–Según parece, como es el mayor, se adjudicó el mando.

–Pero que mando ni que narices, ¡Yeray! –volvió a gritar Toño –¿la altura te está afectando el coco?          –Qué más da –fue la sonriente respuesta de Yeray, mientras paraba y se giraba hacia sus amigos–. Ya estamos a mitad de camino, podemos subir mañana temprano. Hay tiempo.

Luego, reanudó la marcha.

–¡Será posible…! –continuó rezongando Toño.

–Pues teníamos que haber decidido entre todos, si bajábamos ahí –dijo Yurena.

–Sí. Además, si la cadena de mando funciona así, yo que soy el menor, lo tengo claro –bromeó Tanausú.

 

Según pasaba la tarde el cielo se pintaba de un extraño color rojizo, que al mezclarse con los muchos matices que surgieron del Teide, hacía parecer a las seis figuras que caminaban ladera abajo en perfecta fila india, estar penetrando en otro mundo.

 

Encabezando la fila, Yeray, un joven no muy alto, pero de constitución fuerte. Seguro de sí mismo y algo impetuoso. Una flamante gorra Nike cubría parte de una corta melena de color castaño.

Le seguía de cerca Sandra. Una delgada figura que destacaba de los demás por su pelo con rastas y algunos piercing que decoraban su agraciado rostro. Doblada hacia delante por el peso de su enorme mochila, iba siempre cuidadosa y atenta a sus pasos.

Detrás, Yaiza, mucho más decidida y resuelta. Unas largas trenzas rubias y una gorra con la visera hacia atrás, le daban un cierto aire de colegiala. Los enormes ojos verdes que remataban su cara se hallaban injustamente cubiertos con unas gafas de sol.

Toño, simpático y burlón, era el más espigado del grupo. Una franja de pelo surcaba su barbilla y una abundante melena negra recogida en una cola le llegaba a media espalda.

Algo más atrás, Tanausú, que aún no entendía por qué estaban bajando al llano. A pesar de ser el más joven, era quien había organizado la excursión; y el plan era subir al Teide, hacer noche en el refugio y continuar por la mañana hasta el pico. Las cosas se habían torcido un poco, pero al mismo tiempo se iba mentalizando de que al fin, lo importante era estar juntos y pasarlo bien.

Tanausú era un joven inquieto, larguirucho y desenfadado. Amante del montañismo, siempre en compañía de sus amigos; de los cuales algunos hacían alusión a su peinado llamándole, pelo pincho.

Por último, Yurena, que parecía el complemento perfecto de Toño: alta, delgada, de mirada vivaracha y pasos seguros. Una brillante cabellera negra le caía sobre los hombros.

 

Faltando poco para acabar el fatigoso descenso, Toño preguntó:

–Jefe, ¿Vamos a hacer noche en el nuevo destino… o dentro de un rato volvemos a subir?

Yeray se detuvo en seco y se volvió hacia Toño. No se podía saber si su boca intentaba dibujar una sonrisa o una mueca de fastidio.

–Sí, Toño, cuando estemos abajo volvemos a subir y cuando estemos arriba volvemos a bajar. ¿Te parece bien así?

–¡Me parece bien, señor, no esperaba menos, señor!

Yeray continuó caminando, mientras negaba con la cabeza y sacudía una de sus manos, indicándole a Toño que se callara.

Esto hizo que todos llegaran al llano entre risas y bromas.

 

Ya entrada la noche, en una de las esquinas del inmenso cuadrilátero que forma el Llano de Ucanca, se podía ver un tenue punto de luz. Una pequeña hoguera, que con su continuo baile y peculiar música parecía embrujar a los seis jóvenes, que sentados a su alrededor observaban el fuego sin decir nada.

–¿Qué ocurre, se nos acabó la conversación? –preguntó Tanausú, sin apartar la vista de la hoguera.

Como se suele decir… será que ha pasado un ángel –contestó Sandra sin inmutarse.

–Lo que puede haber pasado es un murciélago –se apresuró a responder Toño.

–¡No digas eso ni de broma! –exclamó Yurena al tiempo que le daba un débil golpe en el hombro, rompiendo así el letargo de los últimos minutos.

–Pues, por aquí hay muchos –aseguró Toño–, y son como perros de presa negros y con alas.

Entre la risa de los demás, Toño se incorporaba con los brazos abiertos y la cara desfigurada mirando a Yurena.

–¡Toño, no seas imbécil! –le reprochó Yurena, cogiendo una de las ramas secas que se hallaban cerca, y echando a correr detrás del supuesto murciélago; perdiéndose ambos entre la íntima oscuridad.

Luego, se dejaron de oír los pasos y las risas de Yurena y Toño.

Tanausú jugueteaba con una pequeña navaja multiusos y un trozo de madera.

–¿Esa es la navaja que te enviaron tus padres de Toledo?  –preguntó Yaiza.

–Sí, el mes pasado.

Yaiza estiró la mano y Tanausú se la dejó.

–Está muy bien –dijo Yaiza tras observarla, devolviéndosela luego a su dueño. 

–¿Aún siguen allí? –quiso saber Sandra.

–Sí, unos seis u ocho meses más, hasta que mi padre concluya el trabajo.

–¿Y tú, por que no fuiste…? –inquirió Yeray–. Claro, tus padres y tu hermana en Toledo, y tú aquí a tu bola con la casa para ti solito…

Tanausú miró a Yeray sonriente.

–¡A que suena bien! Pero no es sólo por eso; tampoco quería interrumpir mis estudios de informática, ni perder el trabajo en la imprenta… además, no me gusta cambiar de aires.

–¿No habrá alguien que tampoco quieras perder de vista? –indagó Yaiza con una mirada traviesa.

–Tal vez –respondió Tanausú, y durante un momento no pudo apartar la vista de su amiga.

La hoguera volvió a adueñarse de la atención de los cuatro jóvenes, y volvió a reinar el silencio.

–¿Quedan cervezas? –preguntó luego Tanausú mientras se incorporaba.

–Creo que no… mira en la nevera –respondió Yeray.

        Tanausú con una linterna en la mano, se dirigió hacia donde se encontraban colocadas las mochilas, rebuscó en el bolso nevera hasta dar con dos latas entre el agua que quedaba del hielo.

–Yo tengo una botella de whisky –dijo Sandra.

–¿Whisky…? No, yo por lo menos no quiero –respondió Tanausú–. Pues mira, quedan dos cervezas las podemos compart…–. Al girarse, se detuvo mirando al frente mostrando cara de extrañeza, luego escudriñó el cielo y volvió a fijar la vista en un punto alejado de la cañada.

Tras la reacción de Tanausú, Sandra y Yaiza, que se hallaban de espaldas al llano, se volvieron para observar la oscura planicie.

–¿Qué ocurre Tanausú?  ¿Qué viste? –preguntó Yaiza.

–¡Por Dios, no estén con chorradas! –exclamó Sandra algo nerviosa.

Yeray que se encontraba sentado de frente al llano, se giró hacia Tanausú. Pero éste fue más rápido en preguntar:

–¿ Lo viste Yeray? ¿Vistes eso?

—¿Qué…? ¿Qué es lo que tenía que ver? –respondía Yeray mientras se incorporaba lentamente sin dejar de observar la cañada.

Tanausú se apresuró en llegar junto a sus amigos.

–El rayo… un rayo, en el otro lado del llano, cerca de los Roques de García.

–¿Un rayo? Pero si no hay ni una nube… está totalmente despejado, ¿cómo va a caer un rayo?

–¡No, no salió del cielo… cruzó el llano de un lado a otro, surgió del suelo y volvió a la tierra por el otro lado!

–Vaya susto –dijo Sandra–, pensé que habías visto un OVNI o algo raro.

–Pues si eso no es raro, ya me dirás.

–Ah, ¿pero estás hablando en serio? –preguntó Sandra.

–¿Tanausú, cuantas cervezas te has tomado? –inquirió Yeray, mientras volvían a sentarse en las piedras que habían acondicionado para ello alrededor de la hoguera.

–No estoy colocado, Yeray, ni tengo alucinaciones.

–Pues entonces déjate de tonterías, cuando seas mayor podrás asustar a los demás… mientras, calladito.

Dicho esto, Yeray, con una leve sonrisa, guiñaba un ojo a las chicas.

Yaiza le devolvió un severo gesto de reproche.

–¿Pero, es que siempre vas a estar con lo mismo? –replicó Tanausú–. No son tantos los años de diferencia para…

–¡Que te calles! –interrumpió Yeray.

Tanausú se puso en pie como si llevara un resorte y, visiblemente alterado, respondió:

–¡Que no me da la gana…! ¡Entre amigos, Yeray, no hay jefes, ni importan las edades, ni uno ordena y los demás obedecen…! ¡Haber si te entra eso en tu cabezota de una puñetera vez!

Yeray, sorprendido, enmudeció ante la reacción de su amigo. Cuando quiso responder, no pudo hacerlo debido a la intervención de Toño, que llegaba en ese momento de sus correrías nocturnas en compañía de Yurena.

–Así se habla, pelo pincho ¡sí señor!  ¡Qué! ¿No dices nada Yeray?

Yeray, después de dirigirle a Toño una ligera sonrisa, bajó la visera de su gorra, apoyó la espalda en una pequeña loma que se alzaba justo detrás, y sus dos manos entrecruzadas le sirvieron como almohada para quedarse observando el estrellado cielo.

–Bueno… ¿qué pasa? –preguntó Toño.

–Nada, que Tanausú vio un OVNI –respondió Yaiza.

–No jodas, ¿De verdad? ¿Por dónde? –Continuaba preguntando Toño, mientras observaba el cielo.

–No era un OVNI –negó Tanausú resignado.

Yurena también quería saber–: ¿Pues qué era… qué viste? ¿No sería un perro de presa con alas?

–Eso es lo que vi, un perro de presa con alas, y no hablemos más de asunto –instó Tanausú de mala gana entre las sonrisas de los demás.

–¿Y si nos vamos a dormir? Mañana hay que madrugar –propuso Sandra.

–Pues vale –contestó Tanausú, recogiendo unas latas de cerveza y restos de la cena que se   encontraban por el suelo.

En ese momento, Yeray subió la visera de su gorra, al tiempo que se incorporaba bruscamente hacia delante.

–¡Coño, acabo de ver una luz! –exclamó.

Los demás, sorprendidos, volvieron la vista escudriñando el llano. Pasaron unos largos y oscuros segundos… y volvió a suceder. Un luminoso rayo serpenteó saliendo de un extremo del llano hasta llegar al otro, formando un irregular arco. No se escuchó ningún sonido. Se quedó todo igual que estaba, y aunque desde la lejanía, todos lo pudieron ver claramente.

–¿Qué puede ser eso? – preguntó Toño al cabo de un rato, sin apartar la vista de donde había surgido el extraño fenómeno.

No hubo respuesta. Permanecieron los seis allí plantados, como estatuas, mirando al mismo sitio.

Otro arco de energía surgió del suelo, y otro más. Seguidamente, volvía el llano a sumirse en la oscuridad, quedando sólo un reflejo tenue de lo ocurrido.

–Me estoy asustando –se le pudo escuchar débilmente a Yurena.

–Es que además, da la sensación de que cada vez están más cerca de nosotros… ¿no? –dijo Sandra.

–Pues no, yo los veo en el mismo sitio –contestó Toño.

–El móvil, lo tengo en la mochila, podíamos llamar a alguien –propuso Yurena.

–Sí, a los bomberos —respondió Toño en tono burlón.

–Aquí no hay cobertura –afirmó Yeray sin inmutarse.

Yaiza, que parecía estar tranquila, dijo:

–¡Qué güay…! estas cosas no se ven todos los días. Siempre se ha dicho que aquí, en Las Cañadas, hay rollos telúricos, puertas dimensionales, OVNI y todo eso. A mi es un tema que me encanta.

Ahora se encontraban todos mirando a Yaiza. Pero podían notar que continuaban surgiendo los cordones de luz, que luego desaparecían sin emitir el menor sonido.

–¿Me creen ahora? –preguntó Tanausú.

–No Tanausú, seguimos sin creerte –respondió Yeray.

–Vale… ¿Qué hacemos, echamos a correr ya, o esperamos un rato más? –inquirió Toño.

–Sí, nos vamos… ¡pero ya! –apremió Sandra–. A mí esto no me gusta nada.

–Deberíamos intentar averiguar que son esos rayos –propuso Tanausú.

–Sinceramente, me importa un carajo lo que puedan ser esos rayos ¡Yo quiero salir de aquí! –gritó Sandra nerviosa.

–Estoy de acuerdo, nos vamos –dijo Yurena, apoyando las palabras de Sandra.

–Pues yo estoy de acuerdo con Tanausú –contestó Yeray –. ¿Qué nos puede suceder? Podríamos acercarnos un poco para ver de dónde salen. Además, no tengo muchas ganas subir toda esa ladera de noche.

–Por aquel lado no hay ladera –señaló Yurena.

–Sí, pero tendríamos que caminar mucho, y nos acercaríamos más a los rayos…o sea, que da lo mismo… ¿no?

Dicho esto, Yeray se dirigió hacia la mochila de Sandra, revolvió un poco, y al final sacó una botella de whisky.

–Y si nos tomamos esto, seguro que hasta nos subimos encima de uno.

La cuestión no hizo mucha gracia.

–¡Me parece que nos estamos tomando esto a bacilón… y eso que está sucediendo ahí no es normal! –vociferó Sandra con la voz chillona de cuando estaba alterada.

–Y aunque fuera un fenómeno meteorológico que desconocemos… ¿cómo se pueden formar rayos así por las buenas y además no emitir ningún tipo de sonido? –cuestionó Yurena, haciendo esfuerzos por mantener la serenidad.

–De los que estamos aquí –contestó Toño muy serio–, reconocerán que el único que está capacitado para responder a eso soy yo; porque tras largos años de estudios he adquirido los suficientes conocimientos para saber que se trata de una variedad autóctona del Tedie, el rayo silencioso se llama.

Yurena y Sandra le enviaron una mirada criminal y fulminante a Toño. Mientras, los demás hacían sonidos con sus gargantas al reírse con la boca cerrada.

–Vale, vale, ya me callo –dijo Toño.

Tanausú, que se había sentado y continuaba observando las extrañas formas de luz que cruzaban el llano, dijo:

–Pues, por eso mismo… por ser un fenómeno raro deberíamos ver de qué se trata. Tal vez tengamos la oportunidad, la única oportunidad de poder descubrir algo anormal.

Sandra, esta vez con una picara sonrisa, miró a Toño.

–Yo creo que ya lo hemos descubierto –dijo.

Eso provocó que todos volvieran a reír, y casi sin querer se fueran relajando.

 

La noche transcurría lenta, muy lenta, y los rayos que se habían convertido en un autentico espectáculo, eran cada vez más frecuentes. Las seis figuras sentadas en línea parecían espectadores de una obra totalmente orquestada por la naturaleza.

–Bueno… ¿que hacemos? –insistió Tanausú.

–Tanausú, vete tú, así le das uso a tus botas nuevas –dijo Yurena.

Inmediatamente, con un gesto inconsciente, todos fijaron la vista en las flamantes botas de montaña que calzaba Tanausú; el cual, se había tomado la molestia de personalizarlas con una original «T» metálica a cada lado exterior.

–Lo que faltaba es que ahora lo extraño fueran mis botas… Y no, Yurena, si vamos, vamos todos.

–Pues conmigo no cuenten… Ni conmigo –se apresuraron en contestar Yurena y Sandra.

–Una cosa es bajar hasta aquí y hacer noche, y otra es ir a ver de cerca esos fuegos, rayos o lo que sean –puntualizó Sandra.

–No sean gallinas, ¡vamos a ver que pasa! –exclamó Yaiza.

–Además, Sandra ¿tú no estás estudiando periodismo? –observó Yeray con picardía–. ¿Esto no es una buena noticia?

–Yeray, ¡déjame en paz!

–Vale, Tanausú y yo queremos ir, Yaiza creo que también… Toño, ¿tú qué dices?

Toño, indeciso se rascaba la cabeza y miraba a un lado y a otro… hasta que por fin:

–Vale, yo también voy y que Dios nos coja confesados.

Tanausú se dirigió hasta donde se hallaban sentadas Sandra y Yurena, se acuclilló delante de ellas y con una voz apacible y convincente dijo:

–Podemos ir todos, y cuando estemos cerca se quedan y nos esperan un poco más atrás; la cuestión es no separarnos mucho… eh, ¿qué les parece?

–¡Que no! –contestó Sandra con rotundidad –conmigo no cuenten. Yo me voy.

–Pero, ¿se han vuelto locos…? ¿Qué necesidad hay de ir a ver esas cosas? No lo entiendo –replicó Yurena.

–La curiosidad, el poder contarlo, la aventura –contestó Tanausú tranquilamente–. Creo que hay más razones para ir a ver que ocurre, que para dar la vuelta y marcharnos sin saber nunca qué era lo que un día vimos en el Llano de Ucanca.

Las dos jóvenes se miraban como esperando respuesta una de la otra. Paso un largo rato de indecisión hasta que por fin, Sandra contestó:

–De acuerdo, vamos, pero nos quedamos atrás y a la mínima salimos corriendo y no paramos hasta llegar a Santa Cruz.

–Bien, cojamos las linternas y en marcha –dijo Tanausú mientras se incorporaba.

Sin muchas prisas, fueron cada uno en busca de su linterna.

Toño permanecía sentado contemplando los rayos. El fuego inquieto de la hoguera le iluminaba la espalda cuando Yeray se le acercó.

–¿Que ocurre Toño? –preguntó, sentándose a su lado.

–No lo sé… no me gustan esas luces…me da mala espina.

Antes de que Yeray pudiera responder algo, Toño se incorporó enérgicamente.

–Pero si hay que ir, se va –murmuró. Llegó junto al resto de sus amigos y exclamó:

–¿Que hacen aquí? ¡Vamos ya!

–¿No coges la linterna? –preguntó Yaiza.

–¿Para qué? ¿No habrá suficiente con cinco?

 

Las seis figuras se fueron alejando de la natural luz de la hoguera y penetrando en la noche con el haz de focos, intentaban quitarle hierro al asunto. Algunos hablaban, otros canturreaban y algunas no decían nada.

Según se iban acercando a los ya familiares rayos, por fin, comenzaban a escucharse. Eran como fuertes latigazos, pero casi inaudibles. Pensaron en cómo se podía explicar ese sonido. Tenía fuerza, pero carecía de volumen. Era un zumbido intenso que penetraba en los oídos.

–Hemos andado mucho, parecía que estuvieran más cerca –admitió Yeray.

–Ya casi están ahí –dijo Tanausú–. Pero, ¿no se han percatado de una cosa…?

–Sí –se apresuró en contestar Yeray–, el zumbido no aumenta.

–¿Y eso que quiere decir? –preguntó Sandra.

–Por lo menos yo, no tengo ni la más remota idea, pero ese sonido que generan los rayos es como si estuviera por todas partes. Desde que empezamos a escucharlos ha sido siempre lo mismo.

–Cierto, pero seguro que nos fríen igual –se le pudo escuchar a Toño entre dientes.

Yaiza, mientras continuaba caminando, se volvió y escudriñó con su linterna, hasta donde llegaba la luz. La hoguera se había convertido en un débil reflejo. Un luminoso punto lejano.

–¡Joder, estamos rodeados! –exclamó.

–¿Rodeados? ¿De qué? –gritaron casi al unísono Sandra y Yurena.

–De oscuridad –respondió burlona.

–No importa, tenemos a nuestros amigos ¡los rayos cósmicos! –dijo Toño.

En ese momento, Tanausú elevó la vista. La luna no se dejaba ver; tenia que estar por ahí, pero al ser luna nueva se ocultaba indiferente. De todos modos el limpio y estrellado cielo sí estaba, y Tanausú parecía conformarse.

 

Se detuvieron a unos cuarenta metros del fenómeno. Los tenían ahí, muy cerca, y eran mucho más impresionantes. Se miraron unos a otros y reanudaron la marcha.

–Nosotras no pasamos de aquí –advirtió Yurena.

–Vale, pero por lo menos dirijan las linternas hacia nosotros –respondió Yeray.

–Me da no sé qué dejarlas ahí solas – dijo Toño al comenzar a andar.

–No te preocupes, que no vamos a alejarnos mucho –indicó Tanausú–. No es cuestión de meternos en la misma boca del lobo.

Yaiza se giraba continuamente; haciendo gestos intentaba tranquilizar a sus amigas.

Con la mitad del trecho andado, los cuatro jóvenes se detuvieron. Eran incapaces de dar un solo paso más. Comenzaban a notar como les aumentaba la adrenalina, y aunque no quisieran, los nervios afloraban. Sobre todo al comprobar que los rayos surgían de la tierra sin dejar huella, ni marcas visibles.

–Albergaba la esperanza de que fuera algún tipo de tendido eléctrico roto o caído –dijo Yeray desalentado.

–¿Tendido eléctrico? ¿Qué tendido eléctrico? Por aquí no pasa ningún tendido –murmuró Tanausú.

–Ya… pero las cosas raras a veces tienen explicación –contestó Yeray.

De improviso, las tres linternas dejaron de dar luz. Como si se hallaran conectadas a un solo interruptor, se apagaron al mismo tiempo.

–¿Y ahora qué pasa? –preguntó inquieto Yeray mientras sacudía y le daba golpes a la linterna.

Yurena y Sandra continuaban teniendo luz, y seguían enfocando a sus amigos; aunque la energía que desprendían los rayos, era suficiente para alumbrar todo el contorno. Igual que una gran bombilla, el fenómeno encendía la noche con un brillo inquieto, jugando con las sombras de los cuatro jóvenes.

–A esta distancia, ¿no deberíamos sentir el calor, la energía o algo? –preguntó Tanausú.

–Yo que sé –respondió Yeray sin apartar la vista.

–¿Y ahora qué, a esperar que pase algo…? Yo, sinceramente me estoy acojonando –dijo Toño muy tenue.

–Yo hace un rato que lo estoy –confesó Tanausú en un susurro.

Yaiza no se atrevía a decir palabra, sus enormes ojos no podían estar más abiertos, ni más fijos en lo que tenía ante sí.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Tanausú, al mismo tiempo que movía los ojos en todas las direcciones.

–¿Por qué la luz se está volviendo… verde?

Los cuatro comenzaron a mover la cabeza y a girar a su alrededor; advirtiendo algo que los estremeció. Estaban rodeados de una sutil niebla verde, casi inapreciable.

Yurena y Sandra, también se encontraban cubiertas, aunque no parecía que se hubieran percatado de ello.

–¿Qué ocurre? –gritó Sandra.

No hubo respuesta.

–¡Joder! ¿Qué coño es esto? –Exclamó Toño.

–No sé lo que es, pero tampoco quiero averiguarlo. ¡Tenemos que salir de aquí, pero ya! –apremió Yeray visiblemente excitado.

Los rayos danzaban muy cerca de ellos, se ramificaban y se mostraban más activos.

–Creo que es hora de ¡correr! –gritó Yeray.

Los cuatro jóvenes se lanzaron a toda velocidad en dirección contraria al fenómeno, pero casi de inmediato se detuvieron. Detrás de Yurena y Sandra, que no paraban de gritar sin saber bien lo qué sucedía, habían rayos, y en ese momento sus linternas se apagaron.

Ahora se hallaban entre dos paredes de centelleantes luces que se erguían y desplazaban cada vez más. Los extremos, aún libres, se les antojaron como la única puerta de escapatoria. Desesperados, emprendieron la huida rumbo a una de las salidas, al tiempo que gesticulaban y vociferaban a las dos chicas para que hicieran lo mismo. Tanausú, pendiente de sus amigas, no logró ver la roca negra que se alzaba ante él. No pudo evitarla, quiso saltar, pero ya era tarde. El choque fue violento. La mayor parte del impacto lo recibió su rodilla derecha que, sin demora, comenzó a manar sangre. Tanausú cayó pesadamente al suelo. Pasaron unos segundos hasta que alzó la cabeza. Un claro gesto de dolor se dibujaba en su rostro, mientras escuchaba los gritos de sus amigos.

–¡Vamos Tanausú, están ahí mismo! ¡Date prisa, no te quedes ahí…!

Tanausú no se movió, continuó en el mismo lugar con los dientes apretados sujetándose la rodilla con ambas manos; aguardando que amainara un poco el resultado de su encuentro con la roca. Durante un breve momento el dolor le evadió de lo que estaba sucediendo. Pero, volvió la realidad, casi los tenía encima. Pudo escuchar los latigazos de la energía, que eran como susurros. Se movían y ramificaban demasiado cerca de él.

«Tengo que salir de aquí, me están rodeando», pensó. Buscó a sus amigos con la vista mientras lograba ponerse en pie.

Toño y Yeray se habían acercado a prestarle ayuda, pero a mitad de camino se detuvieron y boquiabiertos observaban el frenético espectáculo de luces que se estaba formado alrededor de su amigo.

El fuerte dolor en la rodilla no permitía a Tanausú correr como él hubiera querido, así que dentro de sus posibilidades, trató de buscar una salida y aligerar el paso. En ese mismo instante, como atraídos por un imán, los rayos comenzaron a desviarse hacia él. Toda la actividad que se había formado a su alrededor, todas las ramificaciones, toda la energía se fusionaba ahora con Tanausú.

Toño y Yeray, aterrorizados, eran incapaces de moverse ni de emitir sonido alguno, sólo se escucho el golpe de una linterna al caer al suelo. Su amigo, delante de ellos, se estaba electrocutando. Pero no hacia gestos de dolor, permanecía de pie con los brazos caídos y la vista perdida. Los finos rayos le recorrían el cuerpo, entraban, salían e iban al suelo en una gran locura centelleante. Tanausú, irradiaba tanta luz que cegaba, y sólo se podía adivinar su silueta envuelta en un aura muy brillante.

Yeray, desesperado y empujado por puro instinto, reaccionó y corrió hacia su amigo sin saber cómo podría ayudarlo. Estando a escasos metros de él, uno de los rayos, como una serpiente muy veloz se desvió hacia su nueva presa. Yeray se lanzó al suelo y rodó logrando evitar el rayo, que desapareció al llegar a la tierra del llano. Frenético, se incorporó e intentó alejarse lo más rápido que le permitieran sus piernas… pero, se detuvo.

Quedó inmóvil unos segundos con la vista perdida en el cielo. Luego, buscó a Toño con la mirada. Seguía allí, unos metros más alejado, quieto, desencajado. La luz al llegar a su cuerpo indicaba claramente lo que continuaba sucediendo detrás.

–Esto no puede estar pasando –balbuceó Yeray.

Pudo ver a Yurena y a Sandra, que al parecer habían vencido el pánico que las paralizaba, y después de haber soltado las linternas corrían hacia donde se encontraba Yaiza.

Luego, comenzó a volverse muy lentamente y un escalofrío se apoderó de él.

Tanausú estaba desapareciendo. El contorno de luz que era su amigo se disipaba cada vez más. Se acercó a Toño, pero sin perder de vista la figura ya difuminada de Tanausú.

–Se está desintegrando –dijo al llegar a su lado, con el corazón a punto de surgirle del pecho.

–Sí –contestó Toño, haciendo esfuerzos para articular esa sencilla afirmación.

Yeray observó a su alrededor y en ese momento tuvo la certeza de que ellos tampoco iban a poder salir del llano.

Los rayos ya no cruzaban de un lado a otro. Ahora formaban un círculo y se unían en alto a un punto central, ofreciendo la sensación de una gigantesca cúpula de rejas luminosas. Incluso parecían dividirse. En los Roques de García se podía ver un frenético baile de luces fluyendo del suelo y entre la roca.

Las tres chicas se unieron a sus amigos y abrazadas, entre sollozos, fueron testigos de cómo Tanausú se disipaba. Ya no lo podían ver; se había ido, sólo quedaban partículas; pequeños puntos luminosos flotando en el espacio que antes ocupaba su amigo. Los llantos de las chicas se volvieron histéricos.

Yeray y Toño no lloraban, no parpadeaban, no se movían, sólo permanecían con la vista fija en el lugar donde segundos antes se hallaba Tanausú.

–Jo... der –pudo al fin articular Toño entre dientes y de una manera muy pausada.

Esa chispa hizo reaccionar a Yeray.

–¡Tenemos que salir de aquí! –gritó mientras giraba la cabeza en todas las direcciones. Comenzó a moverse sin saber bien lo que hacer. Aferró su mano al brazo de Toño e hizo lo mismo con Yaiza, que seguía apiñada a sus dos amigas. Quiso tirar de ellos pero no pudo, perdió fuerzas cuando tomó conciencia de que no había salida posible. Se hallaban acorralados y la celda de luz se cerraba cada vez más en torno a ellos.

Yeray sintió que algo le recorría el cuerpo, una corriente eléctrica, un hormigueo intenso.

No podía moverse, no podía soltar a sus amigos. Los gritos de las chicas ya no se escuchaban. No había dolor. No había sonidos. Sólo vacío, y la sensación de que su cuerpo se evaporaba lentamente. Sus ojos comenzaron a recibir miles de puntos luminosos a una velocidad de vértigo y fogonazos de imágenes imposibles de definir.

La cúpula iluminaba parte del llano y sus frenéticos rayos, fusionados ya con los cinco jóvenes, parecían perder energía. Como el depredador después de conseguir a su presa, se estaba relajando, y poco a poco, dejando sitio a la total oscuridad. No quedó nada, ni rastro de lo que allí había acontecido. Sólo, silencio oscuro.

 


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