John Carpenter se encontraba charlando animadamente con su amigo Max sobre el pedido mensual de cerveza y whisky que necesitaría. Max regentaba un gran motel-salón- restaurante en Lubbock. Era el más grande de la zona antes de llegar a Texas. Su prominente calvicie, su gran musculatura y barriga casi por igual, le hacían parecer bastante mayor cuando sólo rondaba los treinta y cinco. Debido a la cercanía al rancho de John, era al único restaurante al que este encargaba su pedido mes tras mes. Era el único que suministraba y, sin tardanza, lo que se le pedía. Además de no ser abusivo en los precios. Y, poco a poco, la relación vendedor-cliente fue dando paso a una estrecha amistad que perduraba en el tiempo y con el paso de los años.
Se escuchó un grito en el pasillo de la planta de arriba. El bullicio alegre y tan característico del salón cesó de repente.
- ¡Por favor, que alguien me ayude!- gritó Marsa, una de las jóvenes contratadas por Max para mantener limpias las habitaciones.
Max y John se miraron rápidamente poniéndose en tensión. Max echó mano a su barra de hierro y su amigo comprobó que llevaba su pistola en el cinto.
- ¡Por favor, la va a matar!- volvió a decir Marsa a la vez que se escuchaba un jarrón del pasillo hacerse añicos contra el suelo.
Los dos amigos tiraron sus sillas al levantarse enérgicamente tras escuchar la súplica de Marsa. John era bastante más ágil y rápido que Max. A pesar de su gran altura, su musculatura se hallaba en forma debido al trabajo diario que exigía su rancho y sus animales. Llegó antes que su amigo para ver a una mujer tirada boca abajo en el suelo. Su gran melena negra le cubría el rostro.
- Déjame ver, Marsa.- le pidió a la joven que se interponía entre la herida y un hombre con evidentes signos de embriaguez que aún tenía la mano alzada sujetando un atizador. Ella se hizo a un lado y John observó detenidamente y con desprecio al agresor. Se arrodilló ante la víctima para comprobar si tenía pulso y si respiraba.
- Es mi mujer.- masculló entre dientes y con agresividad.
- Yo que usted, no lo haría amigo.- dijo Max enseñándole la barra de hierro.
Con todo el aplomo que pudo reunir, John se incorporó lentamente y, con sonrisa tranquilizadora, se dirigió a Marsa:
- Marsa, por favor, ve a buscar al médico. Date prisa, esta mujer necesita ayuda.
La chica, siempre servicial, abandonó sus enseres de limpieza y salió corriendo hacia la clínica.
John apretó los puños por la furia contenida y miró fijamente al hombre que había estado a punto de matar a la mujer. El hombre, algo más bajo que él, soltó el atizador en señal de rendición y, con sonrisa burlona, dijo:
- Vamos, amigo, no irá a decirme ahora que mi mujer le importa. Todos sabemos que las mujeres deben obediencia ciega a sus maridos. Una mujer es menos que el estiércol que pisamos. Y, si conociera a esta pequeña zorra, comprobaría que es de todo menos sumisa.
Para John esa “disculpa” fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. ¿Qué las mujeres son menos que el estiércol? ¿Obediencia ciega? Miró a Max y vio cómo su amigo le pedía con la mirada que no hiciera nada. Rápidamente lanzó un fuerte derechazo al agresor que le hizo caer de espaldas.
- ¡Mi nariz! ¡Me has roto mi nariz!- gritó enfurecido y con las manos llenas de sangre.
- ¿Tu nariz? ¡Maldito hijo de perra! ¡Debería matarte! ¡Levántate, gran hombre, para que pueda hacerlo!- gritó mientras volvía a descargar contra él una patada.
- John.- llamó Max a su amigo tratando de advertirle.
- ¡Ha estado a punto de matarla, Max! ¡Esta mujer está gravemente herida! Ha recibido una brutal paliza y no me extrañaría si no sobreviviera.
- Juro que te mataré, hijo de puta.- susurró.- ¡Es mi mujer y haré con ella lo que quiera!- volvió a levantarse para lanzarse contra él rápidamente. A lo que John respondió cogiéndole por los hombros e hincándole la rodilla en el estómago. El otro cayó de rodillas en el suelo rojo como un tomate, sin respiración.
- ¿Sí?- contestó John encolerizado y desafiante.- ¡Pues quédate muy bien con mi cara! Estaré esperándote tranquilamente en mi rancho de Amarillo. John Carpenter, ese es mi nombre.- le volvió a levantar y lo empujó contra la pared a la vez que lo intimidaba con su altura. Y le susurró: Pero, ahora, escúchame tú a mí, maldito hijo de perra. Cuando nos crucemos por la calle, te cambiarás de acera y bajarás la cabeza. Y si te vuelvo a ver maltratando a esta o a otra mujer, seré yo el que te mate. ¿Entendido?- gruñó.
- Sí.- susurró el otro lleno de sangre, sudor y temblores.
- John, no se trata de que lleves tú otra agresión a cabo en mi bar.- añadió Max sonriente pero tenso mientras alejaba a su amigo del agresor.
- Así le daré trabajo al médico.- masculló sin perderlo de vista.
- No será necesario, John.- anunció Tom, el médico. Tras él estaba Marsa con trapos limpios, vendas y un cubo con agua limpia. Tom era un hombre de edad avanzada que aún conservaba su agilidad innata para actuar ante casos urgentes y para diagnosticar. De aspecto afable, el poco pelo que conservaba era ya blanco. Aunque nadie le recordaba con otro aspecto distinto de ese, realmente. También era el único médico de los alrededores antes de llegar a Texas. Tom analizó rápidamente la situación y, ajustándose las gafas, dijo:
- Max, como no queremos más trifulcas, quédate con este… cerca. No parece que lo que tiene le vaya a provocar la muerte. En cuanto le examine, le llevaremos ante el sheriff. Y…, John, ayúdame con la señora. Hay que llevarla de nuevo a su habitación para curar sus heridas y examinar si existen daños más profundos.
John la levantó en brazos ágilmente y con toda la delicadeza que pudo reunir. Se dio cuenta de su delgadez y lo pálida que estaba. Cuando su melena rizada y oscura como la noche cayó por su propio peso, su rostro quedó al descubierto.
- Dios mío… - gimió con horror y pesar.
La crispación en el semblante de la mujer dejaba ver un ojo totalmente amoratado, una herida abierta en el pómulo, diversas magulladuras por los brazos y la cara y sangre entre el pelo. De pronto, ella gimió de dolor y, abriendo los ojos, le susurró a John:
- Por favor… no me pegues… - y volvió a caer en la inconsciencia.
- No podría.- susurró él quedando hipnotizado ante aquellos ojos del color de las esmeraldas. Embelesado por completo ante su bello rostro a pesar de las heridas.
- Señorito John, por favor.- insistió Marsa para que pasaran a la habitación.
Alrededor de una hora más tarde, salía Tom de la habitación donde había revisado y limpiado las heridas de la mujer. Max estaba montando guardia frente a la puerta de la habitación donde había metido a empujones al agresor. John salió enfurecido y con la cara consternada.
- ¿Cómo está?- preguntó a su amigo.
- Está muy magullada, Max. Tiene moratones por todo el cuerpo… Aunque ningún hueso roto, ¡gracias a Dios!- contestó Marsa persignándose.
John sacó un fajo de billetes y, dándole unos cuantos a Marsa, dijo:
- Ve a comprar todos los medicamentos que ha prescrito Tom. Y compra algo de ropa para ella… Por lo visto, en la habitación no tiene nada y le va a hacer falta.
Cuando Marsa desapareció, continuó ante la cara interrogante de su amigo:
- Pretendo llevarla a mi casa si no tiene familia aquí.
- ¿Qué?- dijo Max sin poder borrar su cara de asombro.
- Max, Tom le ha estado examinando más… íntimamente porque también ha encontrado sangre por esa zona. Dice que necesita un especialista… un ginecólogo que le haga un examen más exhaustivo. Pero que lo que ha visto no le ha gustado nada y cree que es posible que no pueda tener hijos.- lágrimas de impotencia surcaban su piel bronceada y curtida por el sol.- ¡Te juro que, como tenga la más mínima oportunidad, mato a esa basura!
Max le puso la mano sobre el hombro. Le horrorizaba tanto o más que a John los malos tratos a todo tipo de ser: mujer, hombre o animal. Pero no le terminaba de encajar por qué su amigo había puesto el dinero para medicinas y ropa. Por qué se lo estaba empezando a tomar como algo personal.
- Tranquilízate amigo. Puede que tenga familia aquí y no sean necesarios tus cuidados.- contestó guiñándole un ojo.
- ¡¿Qué?! ¿Cómo puedes pensar que yo…? Hace mucho tiempo que no estoy con una mujer. Además, el rancho no me deja respirar. ¡Es mi verdadera mujer! ¡Y esa vida no es compatible con otras!
- Por eso mismo lo pienso, porque hace mucho tiempo… Además, eres joven y aún hay tiempo. Y, aunque sea un hombre, puedo decir que eres atractivo… No te has visto mirando sus ojos.
- Me he quedado perplejo ante su súplica, ¿de acuerdo? Y dejemos ya el tema, ¿vale?
- Está bien.- sonrió su amigo.
El médico salió secándose las manos de la otra habitación:
- Bien. Ya he terminado. Christopher, nuestro agresor, ha dicho que su mujer, Sara, no tiene familia. Tan sólo una tía lejana en San Antonio. Por supuesto, no tiene o no quiere facilitar ningún dato para tratar de encontrarla. Eso dependerá de la señora Harris cuando despierte. Pero necesita muchos cuidados en estos momentos.- concluyó mirando a ambos.
- Yo… no quisiera excusarme… Pero no creo que este sea el mejor lugar para que la señora se recupere. No es silencioso ni tranquilo. Y no tengo tiempo ni me sobra personal para atenderla. Pero…, creo que John sí podría hacer un esfuerzo.- concluyó dándole un leve codazo a su amigo.
- Está bien, Max. Capto tu indirecta.- dijo Tom.- Pero, ¿seguro que tú, John, vas a poder hacerte cargo de ella? No me malinterpretes, pero un rancho…
- Bueno, yo seguiré con mis tareas diarias pero seguro que Hanna y Emma están encantadas de salir un poco del tedio y de reclutar una mujer más que se una a ellas.- sonrió pensativo.
- De acuerdo. Si me aseguras que tu hermana y tu prima se harán cargo…, lo dejo en tus manos. Aún así, os visitaré periódicamente para controlar su evolución. Es muy seguro que esas heridas le den fiebre. Y que le duela bastante y durante un tiempo la cabeza, debido al chichón que tiene por el fuerte golpe que se dio contra el suelo. Tú sigue mis consejos: paños fríos, desinfectar heridas, antitérmicos y antiinflamatorios, reposo, tranquilidad, buena comida de la que hace tu hermana y que salga a que le dé el sol y el aire de estas tierras.
- Lo que tú digas, doc.
- Y, ahora, si os parece bien, me gustaría que me ayudarais a acompañar a Christopher para que el sheriff lo impute y esté encerrado mucho tiempo. Yo presentaré el informe médico y vosotros seréis los testigos de la agresión.
Unos minutos más tarde salían del motel escoltando a Christopher Harris y Tom.
Pasaron unas dos horas cuando Marsa los vio aparecer de nuevo.
- Acaba de quedarse dormida. Ha tenido ratos en los que no sabía dónde estaba y he tenido que tranquilizarla para que no escapara.
- Esperemos que su ex marido sea condenado y pase años entre rejas.- dijo Max.
- ¿Ex marido?- repitió Marsa sin entender.
- El muy cabrón dice que ha perdido el control al enseñarle ella los papeles del divorcio. Sólo faltaba su firma y asegura que nunca dará su consentimiento, que ella le pertenece. Aunque el sheriff dice que, tratándose de un divorcio por malos tratos, el papeleo seguirá adelante aún sin su firma.- añadió John.
- ¡Pobre mujer!- susurró Marsa.
- Es hora de que te marches, John. Aún tienes unas horas de regreso y no creo que sea bueno que te entretengas con ella así.- dijo Max.
- Llevas razón. ¿Tienes alguna puerta trasera? No me gustaría que fuera el centro de atención.
- Sí, por supuesto. Marsa, llama a casa de John y dile a Hanna lo que ha ocurrido y que se preparen para recibirlos.
Mientras, Max ayudó a John a transportar a Sara hasta la camioneta lo mejor posible para ella. Sara protestó ante el movimiento pero descansó una vez que la acomodaron lo mejor posible en los asientos traseros. Marsa le acercó los medicamentos y la ropa que compró con su dinero y, despidiéndose de sus amigos, se puso en marcha. No podía evitar viajar con el corazón encogido. Esa pobre mujer había recibido una brutal paliza y, peor aún, su ex marido no mostraba signos de arrepentimiento. Tenía la corazonada de que volverían a verse. John le había calado pronto y sabía que era uno de esos tipos machistas que quieren tener doblegadas a las mujeres por placer. Por eso se le revolvieron las entrañas y la sangre ardió en sus venas. Por eso tuvo que darle un poco de su medicina partiéndole la nariz. Esos ojos tan verdes a pesar del dolor, ese rostro tan dulce y delicado a pesar de las heridas y cortes, su olor a limón que le invadió los sentidos cuando la levantó con toda la delicadeza que fue capaz… bailaban ante sus ojos constantemente. Pero estas imágenes simplemente se debían al impacto que él había sufrido al verla tan magullada… ¿o no? A medio camino ella comenzó a susurrar algo ininteligible. Sus ojos seguían cerrados. John paró el coche en mitad de la carretera seguro de que no se cruzaría con ningún coche ni de que estorbaría. Esas carreteras eran bastante desiertas debido a las grandes extensiones de los ranchos. Abrió una de las puertas traseras y se acercó a ella para ver qué decía:
- Agua… Agua…
Él cogió una botella de agua que Marsa le había metido entre las cosas para el camino y, abriéndola, derramó el líquido lentamente entre sus labios agrietados. Algo sonó de pronto en su interior. Una sólida fortaleza cayó derrumbada en su interior. El muro y la oscuridad que él tanto había alimentado para no sufrir ni perder la concentración sobre sus propósitos, se comenzó a ver seriamente amenazada. Se fijó en sus labios. Perfectos a pesar de todo. El inferior más carnoso que el superior. Rosados. Llenos. Y se preguntó cómo sabrían, si le sonreirían al verle. Si le recibirían con ardor. Y, sin pensar en lo que hacía, los probó delicadamente. Y supo que, tarde o temprano, le pertenecerían. Acarició casi como una pluma su rostro y dijo:
- Sara, vive por mí. Si tú quieres, tendrás una nueva vida. Si tú quieres, yo te la daré.
Y creyendo que estaba loco por lo que acababa de hacer y decir, se bajó de la parte de atrás y, arrancando nuevamente, puso rumbo a su casa lo más rápido que pudo. Rumbo a su nueva vida.