CAPÍTULO 1
“MALESTAR”
Era medio día, Luis había acabado de presentar una documentación en la Oficina de Empleo de Castuera, referente a la última acción sanitaria-formativa que habían desarrollado en el hospital. Cobró, recogió un cheque y se dirigió al bar, donde todos los viernes tomaban la cerveza. Pedro, camarero y dueño, se extrañó de que pidiera una coca-cola y no, la consabida cerveza.
Se marchó pronto, no esperó a sus compañeros para despedir el fin de semana. El trayecto que separaba su domicilio, de su lugar de trabajo no llegaba a 40 km. No fumó, no estaba, ni iba, a gusto.
Malcomió en el mesón de la esquina, durmió la siesta. Al despertarse, no se encontraba bien, tenía tremendos ardores desde hacía tiempo y esa tarde, se habían puesto todos de acuerdo. Salió a distraerse y se sentó en un velador, en compañía de su hermana mayor y de unos amigos, de la que ahora era mi novia y conmigo. Nos explicó su malestar. No quiso que le lleváramos al hospital. No aceptó. En esos momentos no pensó que es un signo de inteligencia y no de debilidad, el dejarse ayudar. Ignorante, aunque en ese momento ignorado. No pensaba lo importante que es saber escucharse. Autárticamente, es muy difícil solucionar los problemas. Sin duda, debía haber pedido ayuda a las personas correctas; no lo hizo.
Lo reconoció mucho más tarde. Se marchó a casa y pasó una noche, que no fue la buena. Sudó mucho, se levantó y se duchó. Notó que tenía fiebre. Amaneció y telefoneó a sus padres. Estos, llegaron a su domicilio, les explicó que se encontraba bastante bien aunque con cierta acidez en el estómago.
Quizás una simple acidez no fuera motivo de preocupación, visitar al médico podría ser suficiente; sin embargo, sus padres, sanitarios de profesión, mirando a su cara, decidieron acompañarlo al hospital.
¡Acertaron!
En fechas anteriores a estas, se había celebrado un cordial matrimonio no se sabe dónde entre un masculino Virus y una temible y terrible Bacteria. Desafortunadamente, ellos dos, gozan de total impunidad.
Desgraciadamente la cópula obtuvo éxito. Ella penetró y caló e inundo un cuerpo, limpio, deseoso de vivir y disfrutar con sus hijos. Un organismo vulgar, cotidiano, vital e inoportuno, comenzaba a convivir con un monstruo que habitaba en su interior.
Nadie se imaginaba cómo pudo llegar ese germen, nadie se lo explicaba resultaba de lo más ilógico. Lo cierto es que se cebó en su organismo y en todas las partes del mismo. En muy poco tiempo, la situación se mostraba y tornaba realmente fastidiosa. El terrible, el temido coma apareció, casi sin avisar. Duró aproximadamente dos meses y medio, tiempo suficiente para que este cuerpo muriera y desapareciera en múltiples y numerosas ocasiones. El organismo permanecía enchufado a una máquina gracias a la cual vivía y se debatía.
El día once del fatídico mes de marzo ingresó en determinado hospital, ingreso que se efectuó de manera cotidiana.
Burocracia de rigor, papeleo incorporativo. En urgencias, le mandaron desvestirse y así lo hizo, no antes de haber enviado a su hijo mayor un mensaje corto, claro, escueto: “Estoy en el hospital, -decía”.
La enfermera que le atendió resultaba ser una chica bajita, rubia y agradable, que al comprobar el estado febril y alteraciones en el electrocardiograma que realizó, se alarmó y decidió llamar al médico de urgencias, que dispuso su traslado inmediato a la UVI. Le inyectaron un no sabemos qué, se durmió instantáneamente.
La distancia que separa estas dos dependencias, urgencias y UVI, es larga y prolongada aunque el celador voló, para entregar la delicada mercancía. Todo estaba preparado para el inmediato ingreso. Distintos profesionales, de distinta graduación esperaban y aguardaban impacientes; ya habían sido avisados.
El grado de preocupación era sumo, se trataba de frenar un proceso, que resultaba realmente comprometido. Sus brazos y su zona inguinal eran agujereados de manera permanente. Su cuerpo …, su cuerpo perdía la categoría de llamarse cuerpo. Poco a poco, iba apareciéndose a cualquier otra cosa.
Todo resultaba extraño, los estudios más avezados, conocidos por los intensivistas, buscaban y no encontraban posibles soluciones rápidas, que no acababan de llegar, a pesar de las intensas averiguaciones.
El desaliento era sumo y los ánimos de los tremendos profesionales iban decreciendo aún cuando se utilizaban tipos de tratamientos completamente agresivos. Medicamentos excepcionales como “Sigris”, que únicamente se utilizan en enfermos de extrema gravedad, eran aplicados, sin indulgencia.
La inmensa profesionalidad de aquel grupo, su compromiso ante el enfermo, las ganas de hacer y de vencer, superaban al nunca aparecido desaliento. Querían pintar de blanco, lo negro. Se turnaban en el compromiso, decoraban al enfermo aún a sabiendas de que lo más lógico fuera, que todo su trabajo, resultara en vano. Y volvían a intentarlo, y rompían el pecho de un enfermo; casi, casi inerte, que soportaba todo lo que había que soportar.
No gemía, no lloraba, no reía….solo esperaba. Y esperaba y confiaba, porque la confianza le reportaba paz., porque sin ella no podría vivir y convivir, porque para poder sobrevivir; era obligatorio confiar.
Y en estas condiciones se hizo fuerte y se encontró libre.