La mujer de la cola del súper ha vuelto a casa deprisa porque su hijo está a punto de llegar y aún no le ha preparado la cena. Le cocinará un gran plato de espaguetis. Quizás le haga las croquetas que guarda en el congelador. A ella, piensa que le bastará un yogurt desnatado o una fruta como le repiten a diario las amigas. También comerá de forma intermitente pequeños bocados que irá robando de la nevera a escondidas de sí misma. Sabe engañarse de muchas formas. La radio suena y se mueve feliz. A su hijo le da una poco de vergüenza cuando ve a su madre bailando en la cocina. Ella sabe que cuando abra la puerta le dirá: ¡Que haces, mamá! Y sonreirá porque le parece gracioso que ese adolescente se escandalice por tan poco y le recrimine a sus caderas de madre que sean sexuales.
Más tarde, volverá a oír ¡Que haces! Cuando esconda la cabeza bajo las sábanas y, a oscuras, palpe el pene flácido de su marido. Ella espera excitarlo con caricias porque tiene ganas de hacer el amor. Él le remueve el cabello y la deja hacer. La mujer de la cola del súper empieza a mojarse cuando pasa, de los suaves besos y de los paseos de su lengua por la cabeza redondeada de su muñeco preferido, a metérselo entero en la boca y darse cuenta que ya no le cabe dentro. Él le sigue acariciando la cabeza y de vez en cuando con una mano algo distraída, el pecho que se le eriza debajo del algodón del pijama. Ella se gira y le mira sonriendo. Intuye que él no está pensando en meterse en su otra boca que ahora está más húmeda. Será buena chica y le sigue mirando mientras aprieta los labios y la mano que acariciaba dulcemente el agujero más oscuro se acerca a los testículos y los sostiene sin gravedad. Las piernas de su hombre se abren. Las de ella están cerradas mientras gotitas invisibles van impregnando las paredes de su vagina que se ha vuelto resbaladiza. Ella seguirá apretando los labios y moviendo su boca dejando que el sexo regrese, como una ola que se ha vuelto loca, una y otra vez desde el fondo de su garganta a sus labios; carnosos a fuerza de excitarse por el esfuerzo de amar. Él gime y se corre. Su lengua y su paladar saborean el triunfo del éxtasis provocado. Sin tiempo de musitar nada más que: Que bien, cielo, él se duerme plácidamente. Ella recompone las sábanas y se prepara para dormir contra los deseos de todas y cada una de las células de su ser. Cierra los ojos y lleva su mano hacia los labios de su vagina, mojados. Empieza a acariciarse pero está disgustada y no puede relajarse. Ha vivido ese momento demasiadas veces. Ese dolor sordo en sus entrañas, le duele hoy más que nunca. Se levanta de la cama y se dirige al baño. Deja que su vejiga se vacíe. El agua fría se lleva lo que queda de esas flores suaves y mojadas que habían decorado su cuarto más oscuro. La mujer de la cola del súper sale a tomar el aire de la noche al balcón. Mira la calle estrecha dónde pasa sus días y recuerda cuando era descarada y algo cruel y pensaba que ya lo sabía todo. Allí, de pie, en el balcón, toma su primera decisión libre después de treinta años.