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La mañana es fresca y agradable, del mar mediterráneo viene una brisa que obliga a las petunias rojas a encoger sus hojas para protegerse del salitre que el viento transporta tierra adentro. Permanezco recostado sobre la hamaca de lona verde y blanca, colocada en un extremo del jardín. Desde aquí, puedo divisar el pueblo de Kiopos, situado a noventa metros ladera abajo. Observo sus calles bordeadas de casas pequeñas, con tejados rojos y paredes blancas, llenas de personas que van y vienen. Algunas de ellas se paran y forman pequeños corrillos aquí y allá, donde conversan y cambian impresiones sobre los acontecimientos del momento. Melinda y yo llevamos dos meses viviendo en este maravilloso lugar donde es fácil mirar al futuro y vivir una existencia placentera. Alzo la vista al horizonte, y observo grandes nubes oscuras que se aproximan desde el mar hacia la costa. Parece una amenaza, pero es solo una tormenta de agua y viento, nada que no sea previsible, o este fuera de lugar, porque en esta civilización tan inmadura nos acostumbramos tanto a lo cotidiano que cuando varia un ápice de lo que tenemos preconcebido o aceptado nos ponemos nerviosos y caemos con facilidad en los errores de la precipitación. La quietud y el sosiego son conceptos engañosos y falsos porque todo lo que nos rodea está en constante movimiento, gira en un sentido natural perfectamente definido. Dicho movimiento nos incita a permanecer activos constantemente, aunque para muchas personas la actividad continua es un tanto incomoda. Para este colectivo es más fácil no actuar y dejarse llevar por una inercia estúpida que gira caprichosamente en círculos concéntricos con el único objetivo de permanecer dentro de una burbuja irreal, absurda y aparentemente segura.
Entre mis manos sostengo la Tablet que he decidido usar para relatar mi vida, en un principio puede parecer arrogante, incluso vanidoso el hecho de escribir la historia de uno mismo, como si el relato de la vida de una persona fuera lo suficientemente importante o sirviera de ejemplo para sus semejantes. Si he decidido relatar mi vida se debe únicamente a un acto de egoísmo, o eso mismo es lo que quiero pensar. Laverdad es que no se me da nada bien venderme, tal vez porque durante toda mi vida he desconocido lo suficiente el producto para que sea posible venderlo con las mínimas garantías de realizar un buen negocio, además esa faceta tan personal de venderse a uno mismo es poco frecuente, en mí caso siempre se han encargado de realizar esa tarea personas que han estado pululando en mi entorno con la esperanza de sacar algún beneficio en la transacción.
Disculparme por este comienzo, no quiero empezar poniendo trabas o mintiendo, quiero ser totalmente sincero, al menos esa es mi intención. Posiblemente el verdadero motivo de que utilice el tratamiento de texto de mi dispositivo electrónico para contar mi vida se deba a que necesito saber las razones que me han llevado a obrar como lo he hecho, no quiero con ello la absolución de mis pecados, porque para ese objetivo bastaría simplemente con dejar unos billetes en el cepillo de cualquier iglesia, mostrar arrepentimiento ante el religioso de turno, y que este alimentase su ego con la humillación de mi confesión durante unos minutos. A cambio, me exculparía de todo pecado, incluso hasta del hecho de haber sido tan estúpido por haber confiado en él, cuando con una sincera auto confesión hubiera obtenido mejor resultado sin tener que contar con la mediación de un desconocido.
Estoy convencido de que si todo el mundo tuviera la posibilidad de repasar su vida entendería muchas decisiones y posturas que ha tomado, porque los actos que llevamos a cabo son un reflejo de nosotros mismos, y si es verdad que cuando venimos a este mundo puede parecer en muchos casos que somos unos desconocidos para nosotros mismos, tenemos que procurar ser íntimos amigos cuando lo abandonamos.
Quiero empezar este libro hablando de mamá, su nombre es Dorian Mum, una mujer de mediana estatura, de pelo castaño y ojos marrones. Su piel es lechosa y fría, como esas muñecas con el rostro de porcelana que adornan los escaparates de la tienda de antigüedades Old Fhasioned en la avenida Mancier. Es una mujer temerosa de todo lo desconocido y con una extraña afición a la melancolía como método para justificar sus acciones en la vida.
Vivíamos en la Colonia Bresden, en el número 23 de la calle Manzana, una barriada de casas prefabricadas de dos plantas situada en el barrio de San Pío, entre la urbanización de Badon Creek y el vertedero de Amfilossy. La Colonia fue promovida por los astilleros Warrion Deep, para albergar a sus trabajadores especializados. Su construcción se retrasó varias veces, y a los pocos meses de la inauguración los astilleros quebraron y el banco industrial de Moncreintall (BIM) se hizo cargo de la barriada, permutándola al ayuntamiento de Moncreintall por una jugosa parcela en el ensanche del puerto varios meses después.
Lo cierto es que las casas no eran muy habitables, te helabas de frío en invierno, y te asabas de calor en verano, sin olvidar las oleadas de hedor procedentes de la montaña de basura que llegaba con regularidad cada vez que el viento soplaba de poniente, lugar donde se encontraba el vertedero de Amfilossys. Caroll Mum, mi abuela, adquirió la casa en un sorteo público de vivienda social celebrado en el pabellón de deportes del barrio de San Pío, su condición de viuda le proporcionó los puntos necesarios para acceder al sorteo de una casa en propiedad. Fue el único redito valioso que sacó de los dos años y cuatro meses que duró su matrimonio con Perdil Plop. Un veintitrés de diciembre, cuando Perdil regresaba a casa después de celebrar las fiestas navideñas con sus compañeros de trabajo, el utilitario verde botella que conducía se estrelló contra una farola de la autovía del sudeste, transformado el vehículo en un amasijo de hierros, sucio y humeante. Para la abuela Caroll fue todo un alivio; una especie de suerte del destino; un capricho oportuno que apareció de repente para obrar el milagro; o tal vez fue el resultado de que las peticiones y rezos que Caroll Mum realizaba todas las noches suplicando que Perdil Plop desapareciera de su vida en el menor tiempo posible fueron escuchadas por un ente poderoso y justo.
Los hechos se sucedieron con rapidez, un funeral sencillo en el cementerio La Gratitud de Moncreintall, una pensión mínima para la viuda, y el cartel vitalicio de víctima de primera clase asociado a su nombre.
En las largas tardes de otoño cuando perdía mi mirada en los aburridos libros de texto, escuchaba los lamentos que la abuela Caroll lanzaba entre susurros desde la mecedora del salón: ¨Al menos ese cabrón de Perdil tuvo la decencia de morir antes de que naciera mi Dorian¨. Más que un lamento, era un mantra que recordaba a la abuela que bajo su criterio aún poseía un superávit de suerte o fortuna, Caroll estaba convencida de que todavía tenía un crédito en la recamara para un capricho, una reserva de buenaventura para cualquier emergencia que se presentase en el número 23 de la calle Manzana. Yo levantaba la cabeza y observaba por el rabillo del ojo el vaivén de la mecedora moverse de atrás hacia adelante, sumiendo a la abuela en una vigilia constante, y tal vez placentera.
Caroll Mum era una mujer sencilla y práctica, no deseaba nada de lo que no pudiera obtener por sus propios medios, despreciaba los sueños y las ilusiones intangibles, no fuera ser que la providencia le enviara otro Perdil Plop para amargarle la existencia, pero como mujer temerosa de su condición y tremendamente práctica creía en la ley de la compensación como factor determinante en la existencia terrenal. Esa creencia contribuyo de forma decisiva para que la serenidad dominase el ambiente cuando el doctor Pitt Falow anunció a la abuela que su hija Dorian de 19 años estaba embarazada.
¡Señora Mum, Dorian está embarazada!
¿De cuánto tiempo doctor?
Entre cuatro y seis semanas
¡Bien! ¿Dónde está mi hija?
Sentada en la camilla, puede verla si quiere
La abuela caminó despacio hasta la sala contigua al despacho médico, separó con las manos la cortina azul cobalto que cubría la cabina y se quedó mirando fijamente a su hija sentada sobre la camilla
¡Dorian, vístete, nos vamos a casa!
¡Enseguida madre!
¡Te espero en los bancos de la sala de espera, no tardes!
¡Espera mamá! (..)
Dorian, se levantó de la cama y abrazó a la abuela con fuerza, Caroll permaneció firme y distante, hasta que su hija aflojó los brazos y la miró a los ojos
Lo siento mamá, yo no quería que (..)
¡Vamos a casa, allí hablaremos, este no es lugar!
No sé si fue en ese momento, o por el contrario era un pensamiento madurado en silencio a lo largo de los años pero lo primero que se le vino a la mente a la abuela Caroll nada más conocer el embarazo de mamá fue considerar que el boomerang de sus deseos había dibujado una eclipse en la órbita de su vida asestando un golpe fuerte y seco a la línea de flotación de su pragmatismo.
Todo se puede justificar siempre que se pueda manipular a conveniencia la balanza de la conformidad, para ello contamos con la resignación como elemento trasversal, es la manera ideal de mantener con facilidad un perfecto equilibrio con cualquier sentimiento, o emoción que pongamos dentro de los platillos de la balanza, porque la ley de la compensación solo justifica lo que previamente hayamos aceptado como válido.
Durante el trayecto a casa en autobús, Dorian intentó varias veces buscar los ojos de Caroll para llamar la atención y hablar sobre el tema, los numerosos intentos fueron infructuosos, como si la abuela guardase la reacción y los comentarios para el ámbito privado.
Una vez en casa, al cerrar la puerta del número 23 de la calle Manzana la abuela Caroll buscó con la mirada a su hija Dorian antes de que tomara asiento, o se escondiera en su habitación.
¡Hija, he procurado por todos los medios mantenerte al margen de mis pecados, pero está claro que he fallado en algo!
¡Mamá, no es culpa tuya, yo me he equivocado y lo siento, solo te pido que no me abandones! ¡Eres lo único que tengo!
¡No te preocupes Dorian, estamos condenadas a vivir juntas toda la vida, no te abandonaré jamás!
Un silencio intenso y agotador acabó con la conversación, hubo varios intentos para reanudar el diálogo, pero una vez que el compromiso de fidelidad se había sellado sin fisuras no tenía sentido alguno seguir hablando, al menos en ese momento. Solo se pudieron escuchar algunos monosílabos repetidos hasta agotar el aire de los pulmones antes de inspirar otra bocanada de oxígeno, y que los brazos permaneciesen apretando el torso contrario como señal de complicidad, calificando la escena como emotiva cada vez que el recuerdo quisiera buscar esa escena para visionarla una vez más.
Horas más tarde cuando la noche envolvía todo con un manto de oscuridad, la abuela permanecía tumbada boca arriba en el centro de su cama de cuerpo y medio, con los ojos abiertos y la cabeza clavada sobre la almohada de espuma sintética comprada en las rebajas del otoño anterior: ¡Sí no hubiera cambiado el número de esa mujer de su mano, poniendo en su lugar el mío, tal vez el embarazo de mi pequeña Dorian no se hubiera producido! - Pensó Caroll - Sí, es verdad que yo tenía el mismo derecho a tener una vivienda digna y dejar la habitación alquilada en la pensión Bon Assom en el barrio de Pelisares, pero cambiar el boleto del sorteo solamente porque la mujer anciana no distinguía los números premiados reflejados en la pantalla azul del pabellón deportivo no fue una buena acción. Pero tampoco lo era enamorarse de un hombre bebedor y violento con problemas de erección, y sin embargo tuve que soportarlo durante más de dos años por miedo a que la providencia me enviase algo peor, o más bien por la cobardía de tener que admitir ante la familia que me había equivocado al no querer escuchar sus advertencias de que Perdil Plop me traería desgracias desde el minuto cero de la relación.
La cualidad más valorada del ser humano es su capacidad de sacrificio y sufrimiento, una virtud sin límites que hace al hombre el ser más recurrido del planeta para transformarse en esclavo convencido y convincente. Basta con unas consignas bien aprendidas y un puñado de normas básicas para que la explotación forme parte de su cotidianeidad, como una cualidad más de su naturaleza manipulada y artificial.