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Un milagro poco acertado

Un milagro poco acertado

20-09-2021

Ciencia ficción/fantástica cuento o relato

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El cine es el gran refugio de Leo, como lo es también la televisión. Leo con tan solo siete años logra hacerse a sí mismo sin interferencias humanas en su propio hogar. La televisión le aporta conocimientos y desarrolla cualidades impropias de su edad. Consigue llegar a los dieciocho años y acude a la universidad donde comienza una nueva vida acompañada de amigos, como Alanis, una chica con quien comparte aficiones y que será su mano derecha a partir de este momento.

Leo desarrolla su inteligencia en el mundo del cine. Posee una mente brillante que logra potenciar el poder del holograma. Es el milagro, el sueño de un joven cinéfilo y que logra que las escenas de sus películas favoritas puedan desarrollarse en el mundo real, intercediendo en este plano con plena libertad e impunidad.  Es un milagro poco acertado, pues lleva intrínseca la carga de la peligrosidad que implican las escenas peligrosas del cine campando a sus anchas. Sin saberlo este nuevo invento y sus consecuencias supondrá un reencuentro inesperado para Leo.

Es un libro minado de frases y oraciones míticas, de clásicos del cine de los años noventa, impregnado de la cultura social o popular. Acompañado de ilustraciones del autor y que suelen estar basados en personajes de sus películas. Con enseñanzas de Forrest Gump, Matilda, Inteligencia Artificial, Matrix, pretende dar frescura a esta breve obra pero con mucha fuerza capaz de hacernos reflexionar sobre las muchas similitudes entre el cine y la propia vida, entre la tediosa realidad y la ficción más contundente.

 

Leer primer capítulo

 

Primer capítulo

Al terminar esa ducha que se me hizo un tanto larga; perdiendo la noción del tiempo, tuve la extraña sensación de que podía haber alguien en mi salón. Así que quise secarme con rapidez para poder percatarme de que así fuera; la lentitud con que me asomé, el cierto temor y mi peculiar casi ya perdida timidez fueron en un solo segundo testigos de mi instantánea reacción. Mis pupilas enfocaron como en esos planos de Stanley Kubrick, con una perspectiva frontal y simétrica, que hacen que una imagen plana tenga ese movimiento de profundidad; y así, una vez ya el zoomestaba en su mayor apertura, pude distinguir que la figura de la que hablo era la de una mujer con un rostro visible de arrepentimiento (como si yo reconociera su expresión), y con lágrimas en sus ojos, que a la vez me decía que mi nombre no era Leo, que verdaderamente me llamaba Francisco y que solo ella me llamaba Kissco. Entonces, un escalofrío decidió recorrer a toda mecha todo mi cuerpo y así pude entender que esa mujer arrepentida sentada en mi salón; era mi madre Isabel.

 

 

Matrix, el largometraje de finales de los noventa y principios del dos mil, dirigida por hoy las hermanas Wachowski, revolucionaron la forma de rodar escenas de acción con sus innovadores e implementados efectos especiales de una gran contundencia y acompañado de unos célebres diálogos. 

 

Por lo que los de mi generación o incluso los de otras generaciones de antes y después, (ya que esas escenas fueron imitadas hasta el extremo en infinidad de películas de todo género), sabrán que si cito una de esas sonadas frases, no será tan descabellado que solo seamos una batería o una pila que haga funcionar a otros seres artificiales, porque si que es verdad que somos pura energía.

 

“¿Crees que es aire lo que estás respirando ahora? No creas que lo eres, sabes que lo eres. Deja de intentar pegarme y pégame. Estoy intentando liberar tu mente, Neo. Pero sólo te puedo mostrar la puerta. Tú tienes que atravesarla.”

 

Y dicho todo esto pienso que solo me faltaría que tener que elegir adecuadamente el color de la pastilla para así poder despertarme de una maldita vez o por lo contrario seguir oculto en esta mentira creada para sobrevivir.

 

 

 

Mientras tanto; con otro comienzo:

 

El pequeño entusiasta Leo, a la temprana edad de siete años, ya era capaz de valerse por sí mismo. Fácilmente se levantaba al alba con un salto desde su cama, para ir con una valerosa prisa al aseo, después volvía a su habitación para ir eligiendo con determinación los atuendos que se iría a colocar con mucha delicadeza. Después de vestirse, terminaba con un toque de perfume en sus muñecas. Una vez en la cocina y con cierto ritmo haciendo malabares con los cubiertos, se preparaba un buen desayuno. Ya aseado y con el estómago lleno y listo para tener aún más vitalidad, acorde a la salida del sol, sonaba de fondo una voz alzada y de sonido en estéreo, dándole un particular buenos días. Acompañándole a la vez la misma melodía todas las mañanas del adelanto de una emisión televisiva; tratándose de un programa sobre las películas de los años noventa. Cada amanecer, a la misma hora, este momento largo se repetía. 

 

 Y esta vez es Forrest Gump el que está en pantalla. 

 

“Yo no sé si mamá tenía razón o si la tiene el teniente Dan, yo no sé si todos tenemos un destino, o si estamos flotando casualmente como en una brisa. Pero yo creo que pueden ser ambas, puede que ambas estén ocurriendo al mismo tiempo.”

 

Al igual que su querido personaje Forrest, Leo siendo ya adolescente, se encontraba en una terrible soledad al no ser considerado como los demás, quizás por su poca integración en la sociedad, aunque sin inconveniente alguno para ser alguien característico en un mundo para él algo más adverso de lo normal.

Una vez que Leo alcanzó la mayoría de edad, comenzó a estudiar. Ya que por motivos ajenos a su voluntad no pudo asistir al colegio. Con esa injusta y tardía edad se preparó a fondo y en tiempo récord para tener un acceso a la universidad, y a partir de entonces no se imagina un mundo sin la enseñanza, por lo tanto tampoco se atrevería ni por asomo a faltar ni a un día a clase, le fascina el saber, alimentarse de sabiduría, así que evidentemente aprendería algo nuevo cada día. Con veinte y ocho años, ya al fin, estaba próxima su graduación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MAMÁ

 

 

Ya acabada mi peculiar y rutinario ritual de esta mañana, (al igual que todas las demás), me dirijo a la universidad, siempre con mis auriculares, y memorizado el camino; soy capaz de llegar sin tener que levantar la mirada del suelo. Una vez en clase, tocaba algo de historia bélica y como no, explicada con la proyección de una de las grandes obras en cualquier filmografía, que sorprendió por su cruel y realista dirección, “Si Dios está con nosotros... ¿Quién está con ellos?”, la Segunda Guerra Mundial a través de Salvar al soldado Ryan.

A pesar del sentimiento de soledad que me aborda todos los días, siento que ese Dios que no conocemos, y que solo por necesidad queremos sentir su presencia, me acompaña en cada momento, y esa pregunta me hago; ¿Si Dios está conmigo, cómo puede estarlo contigo al mismo tiempo?; sí estará en todos pero ¿Cómo poder atender a cada uno de nosotros, debe él elegir a quién escuchar, o nos deja en nuestras manos decidir hacer el bien, para así llegar a estar en paz con nosotros mismos? Aún así, creo que Dios está tan solo como lo puede estar cualquiera, y también desesperado por ser escuchado, que nos atendería solo por sentirse acompañado. Suponiendo así que haría lo posible para que creamos en los milagros.

Tras este pensamiento, me inundé en imágenes de la adorable e inventiva Amélie con su fantástica fábula, y en una de sus citas como;

 

“La vida no es más que un interminable ensayo, de una obra que jamás se va a estrenar.

 

Incluso llegué a pensar en hacer de esa película mi inspiración en mi forma de vivir, la de ayudar a los demás sin esperar nada a cambio, pero ¿Quién hace eso?, pocos en esta vida son tan desinteresados para ofrecer sin esperar en recibir, al menos en mi entorno. Así que quise olvidar ese maravilloso motivo.

 

Terminando la jornada, al salir de clase siempre veía a esa chica, que me cautivaba nada más imaginarme el tener una conversación relajada con ella. Por un segundo me decidí a acercarme, pero ese instante pasó haciéndome dar media vuelta y comenzar ir camino a casa.

 

En casa se respira un ambiente muy frío, mamá no para de hablar sin sentido, empieza dando un discurso filosófico terminando con lo que parece una noticia terrible del telediario. Me limito solo a escucharla, como si se tratase de una de mis bandas sonoras preferidas y a las que escucho a diario, aun así le estoy totalmente agradecido por atiborrarme de cultura social, acabo tan saturado de información que a veces me quedo dormido y cuando despierto sigue dándome alguna revelación. Es como un episodio sin fin, un detalle lleva a otro hasta que concluyes el porqué y las consecuencias cuando termina de contar la historia.

 

Esta noche dormiré viendo algo que me entusiasma sólo por su belleza visual y que me entristece (sobre todo) sin consuelo, entrando en un trance profundo, como si se tratase de un verdadero trauma. A.I. Inteligencia Artificial es tan hermosa como aterradora (en el más honesto de los sentidos), y siempre me estremezco al escuchar este dialogo:

 

“- ¿Mami? ¿Te vas a morir?

 - Pues, un día, sí, me voy a morir.

 - Voy a estar solo.

 - No te preocupes mucho.

 - ¿Cuánto vas a vivir?

 - Siglos. Cincuenta años.

 - Te amo, mami. Ojalá nunca te mueras. Nunca.

 - Sí.”

 

Sin dormir del todo, no podía dejar de pensar en aquella chica, con la que compartía la misma carrera universitaria, pensando constantemente en un primer encuentro.

 

En realidad soy un romántico empedernido, aunque solo muestre frialdad robótica con mis sentimientos. Lo cierto es que me gustaría hasta poder decirle; “Si tu saltas yo salto“. Titanic; una de las historias de amor mejor contadas y el mega éxito de James Cameron, significó tanto para mi corazón vacío, que también fui roto en dos pedazos y hundido a lo más profundo del océano.

 

 

A la mañana siguiente presentí que cruzaría diálogo con ella, durante un cambio de clase en los pasillos por casualidad o más bien por estadística, tuvimos un contacto de miradas; y le dije tímidamente:

 

 Hola.

 

Y su respuesta por simple educación, o debiendo dar las gracias por que contestó un:

 

 Hola.

 

Bueno fue un cruce de palabra más bien.

 

A la próxima intentaré de algún modo que se encuentre en una terrible situación donde casualmente corra un peligro de vida, para así yo de repente aparecer y salvarla, sacrificándome y diciéndole, (como en la escena de los enamorados del mayor barco de pasajeros del mundo de 1912):

 

“Si tu saltas yo salto ¿Recuerdas? No me alejaré de tu vida sin saber que estarás bien. Es todo cuanto quiero.”

 

Lo cierto es que no se porqué hago esto, pasar el día imaginándome ser el protagonista de una supuesta gran producción, mi vida está tan llena de personajes cinematográficos que me evado en una imaginación que solo me entretiene, pero al menos la ilusión pues; casi nunca la llego a perder. Algún día esa chica será mi esposa. Me presentaré debajo de su balcón sobre un jardín de margaritas plantadas a conciencia para ese momento; imitando a Ewan McGregor, pidiéndole matrimonio, y ella abrumada diciéndome:

 

“Ni siquiera me conoces.

 

Tengo el resto de mi vida para conocerte.”

 

La idea de una pedida de mano perfecta, esta vez me la dio la película Big Fish, ese cuento precioso de Tim Burton,dónde aquí ella sería mi gran pez. Alanis es su precioso nombre, al igual que su delicado rostro como de porcelana, con esos ojos sacados de un personaje manga; enormes y expresivos. Y por alguna razón, supongo que por sus llamativas pupilas y mirada penetrante, me llevó a pensar en Terminator 2 El Día del Juicio Final.

 

Añoro o pensándolo mejor; no sé lo que es una figura paterna. No conocí a mi padre, lo más parecido que tuve fue el famoso actor Arnold Alois Schwarzenegger, me imagino chocándome los cinco con tanta fuerza, disimulando el golpe de manos (como hizo el director) con un efecto de cámara para no ser malinterpretado, para protegerme ante cualquier daño sin rendirse como una auténtica máquina, diciéndome:

 

“El futuro no está establecido. No hay destino. Solo existe el que nosotros hacemos.”

 

 

O a veces también tengo la horrible pesadilla de que este Terminator con un aspecto que si que realmente me da miedo, me persigue para eliminarme por ser yo un supuesto líder de una guerra mundial en el futuro.

 

 

 

Imagino cuál sería la razón por la que desapareció. Mi sensibilidad sufrió con la pérdida de Mufasa, sentí que fue mi desconocido padre quien perdió la vida por intentar salvarme de una encrucijada, la verdad es que mi pasado me persigue y me define y hay una explicación lógica a tanta ficción, a eso de agarrarme a cualquier explicación humilde o enternecedora, que pueda llenar el hueco de mi interior. Como dijo ese mono de cara como pintada; nunca mejor dicho, de El rey león:

 

“El pasado puede doler, pero dependiendo de la forma en el que lo veamos, puedes huir de él o aprender de él.”

 

Más no puedo hacer, intento aprender de todo lo que me rodea, incluso de mi pasado del que no hay mucho que aprender. Mi padre puede ser cualquiera que me preste su tiempo, que me dedique una preocupación por si estaré bien, o que me consuele con un abrazo cuando sufra por mis sentimientos. Busco desesperadamente esa figura y lo mas parecido hoy en día, en la realidad, es mi profesor de fotografía, al que llamo cariñosamente Indiana, cómo el profesor Indiana Jones y así diciéndome algo como;

 

“Hoy has perdido, chico, pero no tiene por qué gustarte.”

 

Resulta que mi compañera de clase; Emilie, compartíamos más que trabajos de asignatura, o el bolígrafo y el permanente; estábamos perdidamente enamorados de la misma chica. En el descanso entre clase vi a Emilie hablando por casualidad con Alanis, y eso me hizo sentir en ese momento como a la teniente Ripley, cuando se arma de valor, cogiendo fuerzas para incorporarse a ese esqueleto mecánico militar, con el fin de la legendaria batalla con la Reina Alíen, y mi interior dijo; incluso en voz alta; como Sigourney Weaver (en su mejor interpretación nominada merecidamente a los premios Oscar por este papel): 

 

 

“¡Aléjate de ella puerca!”

 

 

Pero bien sabía que debía mantener cerca a mi imaginativa y enemiga Emilie, aparentando yo que era mi leal y buena amiga. Estaba obsesionado con calcular cuál iba a ser su próximo movimiento, como se suele decir, en el amor y en la guerra todo está justificado, y éramos auténticos rivales por conseguir el amor de nuestra vida, ya que al parecer a Alanis no le importaba experimentar o simplemente tenia una crisis de personalidad. Lo que a mi ver le hacía más adorable.

 

Entonces era el momento de adelantar un peón, y por primera vez me atreví a acercarme y a iniciar una conversación, o algo parecido:

 

Hola de nuevo ¿te llamas Alanis no? Dijo Leo con rodillas temblorosas.

 

Hola Leo. Dijo Alanis viéndolo venir. Sí, por cierto noto a las salidas que te quedas mirándome, pero no te preocupes, me alagas y lo cierto es que me atrae esos chicos raros y solitarios.

 

En primer lugar no pude creer que supiera mi nombre, y tal fue mi conmoción que no pude decir nada más que abrir la boca y que se quedara así como pez ahogado en aire. Y ella dijo:

 

Vivo cerca ¿Me acompañas a casa?

 

No pude contestar, solo seguir con esa ridícula expresión.

 

Lo tomaré como un sí, gracias Leo.

 

Durante todo el pequeño camino a su casa no pronuncié palabra. Entonces ella citó un famoso y pequeño diálogo:

 

“¿No los odias?

 

 ¿El qué? Contesté.

 

 Estos incómodos silencios. ¿Por qué creemos que es necesario decir

jilipolleces para estar cómodos?

 

 No lo sé, es una buena pregunta. Contesté sabiendo a cuál película estaba citando.

 

 Entonces sabes que has dado con una persona especial. Puedes

estar callado durante un puto minuto y compartir el silencio.”

 

Y Alanis dijo:

 

¿La has visto?

 

 Claro, como no ver una obra de culto de los 90 cómo Pulp Fiction.

 

 

 

Entonces me estremecí al saber que podríamos compartir esa extraña afición o esa especie de sabiduría o cultura social a la que tanto me aferraba.

 

Al día siguiente, en el momento largo que se repetía todos los días, antes de la emisión televisiva de las películas de los noventa, mamá reveló una información que me llamó la atención, una sobre cogedora noticia que impactó a una población, la confesión incógnita de una madre que abandonó a su hijo pequeño solo en casa, mamá continuó hablando, como de costumbre, en voz alta, sobre el tiempo que iba hacer durante la semana. Quise preguntarle sobre ese suceso, pero seria casi imposible hacerla retroceder, (para que al menos me contestase), es como un hilo musical de este hogar. Siempre va hacia delante y sin descanso.

 

Esta mañana me sentía diferente, tenía una ilusión aún más aparente al ir camino de la universidad. Me recordaba a mi mismo a Matilda, esa increíble e inteligente niña en la adaptación de Danny DeVito, que le ilusionaba ir a clase solo por el hecho de aprender, dándole él verdadero valor a los libros. Y diciendo algo como:

 

“El que no cree en la magia nunca la encontrará”.

 

Una parte de mi emocionado por Alanis, y otra por ser el día de mi graduación. Mamá no sé si podrá asistir, (en este día especial), pero no sé lo tendré para nada en cuenta, (gracias a ella he llegado hasta aquí). Así que de todas formas se lo dedicaré. Gracias a mi proyecto de “UN MILAGRO ACERTADO”, recibiré la subvención por parte del estado, ya así nada más salir de la universidad tendría mi puesto de trabajo garantizado, en una empresa que se dedica a los avances tecnológicos en el mundo del cine y de la televisión. En resumen la idea es que cambiaría el concepto de ver una película en un anfiteatro o de también crear una televisión tridimensional, James Cameron trabajó con el 3D filmando con varias cámaras a la vez y con unas gafas adecuadas para apreciar el detalle en tres dimensiones. En lo que estamos trabajando es, en primer lugar; el escenario sin pantalla, estaría en el centro de las gradas, como si fuera una plaza de toros, y la proyección sería desde arriba hacia el centro, siendo así un holograma tan definido como nunca antes visto. Así seriamos testigos de una nueva era de espectáculo haciéndonos cómplices en la historia que fuéramos ir a ver. Y este sería mi proyecto de futuro, sin certeza claro de que fuera a ser real. Pero con la esperanza de poder decir algo como diría Doc de Regreso al Futuro:

 

“¡Al fin inventé algo que funciona!”

 

Al terminar la entrega de diplomas. Alanis fue la última en recibir el suyo. Leo mirando desde el fondo y esperando a que pasara para darle su enhorabuena. Ya se acercaba:

 

¡Alanis! ¡felicidades! Dijo Leo aparentemente seguro de si mismo, y continuó: oye, ya sé que sonará precipitado pero resulta que me es necesario una asistente en mi proyecto, ¿Te gustaría trabajar conmigo?

 

Ya me lo decían, eso de que tiene salida esta carrera de audiovisuales, pero no me imaginaba que fuera así. Dijo Alanis encantada. He oído hablar de tu proyecto. Si claro, no veo porque no.

 

Vaya, yo sabía que si vas con una actitud positiva ante la vida sin importar las dificultades, ésta te sonreirá. Este camino a casa me lleva lleno de energía positiva. Estoy deseando llegar, y aunque tengo la certeza de que mamá no me escuchará, (pero yo si a ella), para encontrarla desprevenida y así darle un gran abrazo.

 

Y pasaron unos años tan rápido como la velocidad que necesita el DeLorean (el vehículo de Regreso al futuro) para viajar en el tiempo y hasta que en un buen día, llegó el momento. Alanis y Leo fueron más que buenos compañeros de trabajo, en esta empresa que revolucionaría el concepto de ver una película en el cine.

 

Alanis y yo empezamos a salir juntos como pareja. Todo iba como un camino de rosas, y cabía de esperar, que llegaría el día en que ella me preguntase; (y así hizo):

 

Me gustaría algún día conocer a tu madre. Dijo Alanís con firmeza.

 

Solo la idea me ponía nervioso porque, ¿Cómo presentarle a alguien que por mucho que lo intente, no te va a corresponder ni siquiera en una respuesta?

 

De todas formas al día siguiente me decidí, y al acabar la jornada de trabajo, fuimos por primera vez juntos a mi casa. Ya que nunca antes me atreví a invitarla, así que antes de este día tuve que inventar infinidad de excusas para no traerla a casa. Ya estando cerca: 

 

¿Cuál es tu casa? Dijo Alanís algo nerviosa, por dar una buena primera impresión.

 

Esa de ahí, la 111. Dijo leo con voz temblona.

 

Ya en la puerta dispuestos a entrar, los nervios me comían por dentro, como un lago atestado de pirañas muy hambrientas. Entonces siendo algo torpe, golpeándose con el mobiliario; dijo:

 

Pasa, voy a ver donde está mamá.

 

De fondo, como siempre, se escuchaba de forma muy alta, un sonido a través de un home cinema. Lo que sería las noticias del mediodía. Ya una vez los dos en el salón frente a una enorme pantalla de televisión. Leo dijo:

 

Bueno, mírame a los ojos y no huyas. Alanis te presento a mamá. Dijo Leo Temeroso.

 

Vale, ¿Donde está? Dijo un poco extrañada.

 

La tienes enfrente de ti.

 

¿Es una broma? Dijo Alanís despreocupada. Lo siento pero no la veo. Ahí está la televisión.

 

Es ella, es mamá. Dijo Leo mostrando una pequeña y lógica preocupación.

 

El rostro de mi querida Alanis cambió de tono como de una imagen a color pasara a ser en blanco y negro. Ella no sabía si reír o llorar, o salir corriendo. Se quedó inmóvil girando con lentitud hasta alcanzar mirar a los ojos de Leo, y dijo:

 

Tu eres ese chico. Afirmó con asombro.

 

¿Qué chico?

 

El que fue abandonado por su madre en casa. Dijo preocupada.

 

No estoy del todo seguro. Resentido.

 

Entonces la silueta de sus sombras frente al televisor, emitiendo un reportaje sobre la confesión incógnita de una madre que abandonó a su hijo en casa, reflejaba una tierna y supuesta intencionada escena cuando Leo se acercó con mucha delicadeza para cogerla de la mano, se miraron el uno al otro, y le dijo:

 

“Me has conocido en un momento extraño de mi vida”.

 

Acto seguido apagó la televisión; como obligando al tiempo a que pasara deprisa y así pudiera ella olvidar lo que acababa de pasar.

 

Alanis difícil de ser sorprendida, quitándole importancia al momento, (también para que Leo no se sintiera mal de ningún modo), y encendiéndose un cigarrillo, le dijo:

 

Esa cita es de El club de la lucha; y también es mi preferida. Con una pequeña sonrisa se acercó dándole un bonito beso y diciéndole:

 

Se me ha ocurrido una idea.

 

 

 

 

 

 


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