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Los Guardianes

Los Guardianes

27-05-2021

Ciencia ficción/fantástica novela

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LOS GUARDIANES. Frente a todo sin rendirse.

¿Quieres conocer el secreto que puede cambiar el futuro del mundo?

Un mundo destruido por la guerra y un grupo de jóvenes que se convertirán en héroes.

Primero fue Europa, después África, Asia y Oceanía, respectivamente; América fue el último en caer. Todos los países del mundo desaparecieron después de que la Tercera Guerra Mundial devastara cada rincón del planeta Tierra, dejando una Era de Cenizas en la que la sociedad no existe y aparentemente ningún ser humano.

Doce chicos tuvieron la oportunidad de sobrevivir al desastre al que el mundo se sometió, enfrentándose a una vida desolada, sacrificada y parcialmente primitiva, en la cual la caza les provee el alimento y su hogar es una antigua bodega que por nombre lleva «la Guarida».

Después de que los más jóvenes del grupo consiguen una caja con un símbolo extraño, el secreto más grande de la naturaleza de los doce chicos, es revelado. Lo que no conocen es que podría estar relacionado con la destrucción del pasado.

Los Guardianes es una historia de valentía, de compañerismo y de cómo un grupo de jóvenes tiene la oportunidad de conocer un gran secreto que puede devolver la esperanza a una sociedad destruida por la guerra.

¿Conseguirán sobrevivir a la destrucción? Descúbrelo mientras vives fascinantes aventuras con unos personajes que te enamorarán.

Para lectores apasionados de la novela fantástica y de aventuras distópicas.

Es una fantástica historia de la autora Geraldine Falconette que te sorprenderá por el realismo de los problemas, sentimientos y esperanzas que viven los protagonistas. Te verás reflejado en ellos y en sus deseos de vivir una vida de aventuras y sacrificios.

Leer primer capítulo

 

Primer capítulo

1: El Comienzo

Cenizas, cenizas. El resultado del comienzo de un final. Una guerra que se llevó mucho consigo y dejó poco, incluyendo a docejóvenes supervivientes, lo que resulta extraño. Solos, sin nada, sin esperanza; donde los años han sido capaces de hacer que nada se vea tan vacío como parece. El sacrificio los define, pero la valentía los ha hecho sobrevivir.

***

Cuatro jóvenes se encontraban en medio de un bosque muy desolado, portando armas de caza y con la guardia en alto, sin intenciones de hacer el papel de tontos, distraídos o desobedientes. Conformaban el grupo dos hombres y dos mujeres que aparentaban haber pasado los diecinueve años, pero que no alcanzaban aún los treinta. Sus rostros se veían tan cansados, que podrían haber caído de manera violenta al suelo limitándose tan solo a reposar.

Actuaban con sigilo, cuidando cada paso que daban en aquel verdoso, plano y evidentemente ruidoso suelo, lleno de plantas y enredaderas que a medida que avanzaban aparecían.

—¡Nada! —Uno de los chicos del grupo se atrevió a alzar la voz. Estaba harto, y su paciencia siempre había sido mínima— ¡Preferiría comer tierra!

—Eso te haremos comer si no te calmas —repuso una de las chicas que había decido bajar la guardia, reposando en una gran roca que había encontrado.

—Es mejor optar por la paciencia —dijo la otra muchacha que comenzaba a relajarse con respecto a la caza que esperaban conseguir, mientras abandonaba la postura atenta que había mantenido anteriormente, acercándose a su compañera.

El cuarto chico les lanzó una mirada fulminante llena de desacuerdo por las acciones que estos realizaban, las cuales no eran convenientes debido al lugar y la circunstancia en la que se encontraban.

—Monique tiene razón, Yerick —replicó la chica sobre la roca, decidida a seguir descansando aunque fuera por unos segundos—. Tal vez algunos animales no se hayan extinguido.

—Eso espero. Ya no soporto los guisantes de Saoul —repuso el chico.

El grupo de jóvenes optó finalmente por relajarse, pues la suerte no los había acompañado en aquella oportunidad, como en muchas otras ocasiones.

El bosque se encontraba en completa tranquilidad. El aire, aquella brisa que pasaba con intención de refrescarlos, provocaba que la ilusión de una vida más sencilla llegara a sus mentes. Una existencia deseada, donde la facilidad de adquirir alimento y vivir estuviera con ellos, pero eso solo era una pequeña realidad en sus imaginaciones. Habitaban entre escombros, y la comida escaseaba de tal manera que debía ser reducida cada cierto tiempo.

El viento continuaba con su tranquilizante ruido, moviendo los árboles en una danza admirable. Los chicos se veían exhaustos, no por lo que debían encontrar, sino por la forma en la que vivían. Al principio, todo se trataba de una aventura; pero después de ciertos sucesos, se había convertido en una pesadilla permanente.

—Ojalá.

—¡Sssh! —interrumpió la chica que estaba sobre la roca, completamente alerta—. He escuchado algo.

—¿Acaso ha sido el viento, Kathe? —preguntó de forma sarcástica el muchacho que antes había alzado la voz, cuando la regla era mantener el silencio. Él era alto, de tez morena, con ciertas características asiáticas en su rostro.

—¡Hablo en serio, Yerick! —replicó Kathe, alarmada y en forma de protesta—. He escuchado pasos.

Todos guardaron silencio para intentar captar lo que ella había escuchado antes, aunque en el caso de Yerick, se tratase más de inercia.

El sonido de un viento tranquilo parecía indicarles que no había ningún peligro, que todo había sido una falsa alarma, pero no fue así. Se escuchó un pequeño golpe a lo lejos y el suelo se movió levemente, lo cual Monique logró captar, a diferencia de sus compañeros. Solo los más atentos se hubiesen dado cuenta; los distraídos, como Yerick, quien se concentraba más en los pensamientos propios, lo dejarían pasar.

—Ella tiene razón —murmuró la chica morena, cuyos ojos de color marrón, parecidos al color de su piel, hacían juego con su cabello rizado. Sus puntas apenas alcanzaban a traspasar sus hombros.

—Es hora de que preparen sus armas —ordenó Raoul, el cuarto y último joven, después de aceptar por completo las suposiciones de Monique.

Todos llevaban consigo un cinturón especial, el cual era completado por una lanza y un cuchillo. Prontamente abandonaron la posición de descanso en que se encontraban, tomando una de las armas que portaban. Estaban completamente listos para lo que fuera que ocurriera.

—Muy bien, acertaste de nuevo “erudita” —comentó Yerick en un murmullo, con aquel tono que irritaba mucho a Kathe.

Abandonando por un momento la nueva posición, ella lo miró de manera desafiante, fulminante; pues la boca de Yerick, en ocasiones, colmaba la paciencia de la joven.

—¿Qué? —preguntó rápidamente él, demostrando ahora seriedad—.

Saben que la mayoría del tiempo mienten.

—¡Sssshh! ¡Calla ya, Yerick! —dijo Raoul, interviniendo en la pequeña charla, evidentemente harto de tanto parloteo.

Sin más, todos guardaron silencio absoluto, dándole a la naturaleza el permiso total para hacer cualquier ruido posible. Solo se escuchaban el viento y sus respiraciones, pues las ansias de que aquellas posibles pisadas fueran de un animal los envolvían más que el cansancio, que la hambruna y que cualquier otra cosa.

Pero aquel ruido dejó de escucharse. Por más que lo tuvieran que aceptar, la resignación no era una opción; nunca lo había sido.

Permanecieron un momento prestando atención, preparados para lo que se presentase, a excepción de Kathe. Aquella chica de cabellos largos y negros, casi de un tono azabache, con tez blanca y ojos hipnóticos color verde, decidió mirar hacia el cielo. Notó que el tiempo se les acababa, que debían regresar —en aquel momento— a donde fuese.

—Está oscureciendo —murmuró, concentrada en el color rosado y anaranjado, que comenzaba a pintar el cielo como si fuera un gran lienzo para admirar.

—Es cierto —asintió Monique de inmediato, llevando sus ojos hacia el cielo, ahora admirándolo también—. Debemos volver.

Raoul se volvió hacia ellas. Se veía perturbado, harto de que hablaran tanto y desecharan la seriedad que podría tener el asunto.

Ellas, que conocían las reglas dictadas para la supervivencia desde años atrás, lo miraron con cierto aire de sensatez. Él detestaba sus miradas, pues sabía que tenían razón.

—Conozco las reglas, pero si se trata de un animal... —comenzó, seguro de cada palabra, como si no las pensara—. No puedo. Regresen si les place.

—Bromeas, ¿no? —El tono serio de Kathe se tornó en irónico apenas abrió la boca. Era algo que podría esperarse de él, pero solo en una fantasía—. Que seas el líder no implica que sigamos esa orden, si es que lo es, y que vayamos a abandonarte por una regla o un animal tonto.

La voz de la verdad y la sabiduría de aquel grupo de jóvenes había hablado. «Ahora somos una familia, hermanos. Debemos protegernos unos a otros. Por RC». Ese había sido su juramento en el pasado, y como promesa, no debía ser rota.

No hubo otra palabra, puesto que aquel sonido retomaba su lugar en aquel bosque y en el par de oídos de cada visitante. Era fuerte, pero a la vez, algo sutil, como si tratara de no despertar a alguien que estuviese durmiendo. También tomaba una o dos pausas entre cada pisada.

Comenzó a notarse el sol que finalmente se escondía, y la conciencia de cada uno siguiéndolo. No podían permanecer ahí, aún cuando la ley entre ellos fuese quebrada. Aquellas pisadas continuaban escuchándose, ahora muy lejos. No parecían de algún animal que ellos conocieran, era como si un ser vivo tuviera intención de parar en intervalos de varios segundos.

—No son pisadas normales —comentó Yerick, cuyos ojos marrones trataban de seguir el sonido, sin recurrir al sentido adecuado para ello.

—¡Bien! —bufó el líder, completamente cansado de las palabras de su compañero—. Dramáticos. ¡Miren el cielo! Ni siquiera da señales de ser tan tarde.

El líder, presuntamente, comenzó su regreso por un camino aleatorio de aquel bosque. Si no conociera aquel lugar, posiblemente se habría perdido; pues los grandes árboles crecían hasta una altura realmente admirable, lo cual provocaba que la luz del sol, ahora escasa, no entrara por completo, y diera la impresión de tener más humedad. Entonces, seguramente se habría equivocado de dirección, o lo habría olvidado.

Sus compañeros comenzaron a seguirle el paso, más relajados en lo que respectaba al cumplimiento de las reglas. Era algo fundamental para ellos.

El silencio tomó el lugar, no tenían nada más que decir, ya que Raoul odiaba por completo cualquier palabra que estuviera en el aire cuando sus molestias salían a flote. Ellos lo conocían, y sabían perfectamente que las llamas de rabia crecían en su interior; no querían formar un problema en pleno regreso hacia su hogar.

En algunas ocasiones se les ocurrió romper el silencio con cualquier cosa que se les viniera a la mente. Pero prefirieron disfrutar del sereno y tranquilo sonido del bosque, y de las pequeñas avecillas que de pronto aparecían y desaparecían al siguiente minuto. También les gustaba sentir el notable viento que ululaba como si de ninfas amistosas se tratase. Sin embargo, como se les había inculcado en el pasado, aquello era lo último en lo que pensarían. Ya no creían en esos viejos cuentos de hadas.

Pero disfrutaban mucho viendo el paisaje natural: árboles por doquier, la humedad de la zona, y aquel sentimiento de aventura que sentían cada vez que se adentraban en el corazón del bosque.

Esta vez no se distrajeron al no dejarse llevar por el ambiente, pues debían apresurar el paso.

Prontamente, luego de cierto tiempo de haber caminado sin reducir la velocidad, notaron que el bosque comenzaba a llegar a su fin. Su espesura y natural tenuidad se disipaban rápidamente. El sol comenzó a resplandecer en sus rostros, lo que provocó que llevaran sus manos y brazos cerca de su cara para apartarlo un poco. Su aviso perfecto dictaba: «Bienvenidos nuevamente».

Un peculiar camino de rocas se abría paso enfrente de ellos, una vez que encontraron un lugar en el que el sol, ya no exigía la obligatoria protección del rostro.

Lo más curioso de todo el asunto es que se trataba de un camino donde las rocas, de grandes tamaños y distintas formas, se encontraban adornadas a los lados de cada sendero. Como si las mismas dieran una apropiada bienvenida a cualquiera que quisiera entrar o salir del bosque.

No tardaron en atravesar el camino de grandes rocas como lo hacían de costumbre, sin dudarlo dos veces. No era largo, por lo que les tomó cinco segundos, posteriormente, vieron lo que realmente era la primera atracción de impresión.

La ciudad; un gran espacio lleno de estructuras completamente caídas y autos destrozados, una esperanza perdida. Aquel lugar era su día a día, y ellos lo comprendían perfectamente. Vivían con ello, aunque muchas veces sentían ciertas curiosidades que no podían ser saciadas.

Pisaron el pavimento desgastado y completamente gris en el momento en el que terminaron el recorrido, notando que el atardecer ya comenzaba a tornarse en clara oscuridad. Apresuraron más el paso, aunque los escombros de la ciudad provocaban que se retrasaran más de lo debido.

—Desearía que el bosque no estuviera tan lejos de la Guarida —comentó Kathe con cierto aire cansado, aunque no por la caminata, sino por la circunstancia.

La Guarida era el lugar que había sido su hogar desde hacía ya algún tiempo, y al que debían volver antes de que el cielo se encontrara negro y las estrellas adornaran con su brillante luz.

—Yo también —replicó Monique en un murmullo muy convincente, con el mismo sentimiento.

Raoul evitó mirarlas por alguna razón, pero no tardó en intervenir:

—Si no fuera el único lugar más seguro de toda esta mierda, que alguna vez fue una ciudad, les aseguro que ya nos hubiésemos ido de aquí hace un siglo —escupió las palabras como si no quedaran más esperanzas ni opciones, aún con la mirada puesta en lo que pisaba o apartaba.

—Nombras un siglo y apenas has vivido dos décadas —repuso Kathe, que sería capaz de replicarle al líder con el peor genio de todos sin pensarlo—. No te alteres, esta paz restante disminuye cada vez más.

Él decidió guardar silencio, pues lo que más quería era que desapareciera aquel blablablá que en ocasiones alteraba sus nervios. Y más ahora que debían ser habilidosos para cruzar una gran ciudad llena de escombros.

Subían, pues había restos de metal que impedían la circulación al caminar, y bajaban, ya que habían estructuras como edificios y algunos locales altos que estaban a punto de tocar el suelo, aunque por alguna razón permanecían en un estado donde la gravedad no existía. En algunas ocasiones debían arrastrarse, ya que cualquier otra opción para atravesar los escombros era imposible. El líder echó un vistazo, se hacía más tarde. Y la gran tanda de camino que quedaba por recorrer le comenzaba a poner los pelos de punta.

Pensó en varias posibilidades, y la única yacía a su lado derecho, cerca de ellos.

Los demás se preguntaban qué pensaría él, y de repente, cuando miró hacia la única salida, ellos no captaron por completo su idea. Raoul no tardó en movilizarse hacia aquel lugar con seguridad, aunque sabía perfectamente que tomar ese camino sería un suicidio automático.

El resto de los chicos observó el lugar al que se acercaba. Curiosos, comenzaron a seguirle, y tuvieron una idea de lo que su compañero estaba pensando.

Al concluir la travesía hacia el punto antes pensado, Raoul tocó una columna que examinó de arriba abajo. Era gruesa, con una buena base para sostener algo muy pesado. Parecía fuerte y estable, y contaba con unas escaleras.

Raoul pensó un poco, aunque su conclusión final terminó siendo la misma desde que había visto la columna como única salida. Acomodó el cinturón que rodeaba su cintura, el cual contenía armas de caza. Posteriormente, no dudó en colocar un pie en el primer escalón, y con ayuda de sus manos, se impulsó hacia los que se encontraban más arriba.

—¿Están seguros de esto? —preguntó Yerick, que se encontraba tras las chicas.

La mayoría de ellos ignoraba a las alturas como algo con lo que enemistarse, pero en el caso de Yerick, hubo cierto suceso que le obligó a plantearse que las alturas no jugaban a la par con él.

Observó a las chicas nervioso, mientras ellas se preparaban para subir, al igual que Raoul.

—Tal vez sea el camino más peligroso, pero al menos es el que más nos conviene ahora —dijo Raoul, alzando la voz en dirección al chico que odiaba lo que estaban haciendo—. ¡Vamos! No seas un maldito cobarde.

—¡No soy cobarde! —respondió él, completamente orgulloso.

—¡Más te vale apresurar el trasero, no quiero tardar tanto en volver!

Yerick continuó observando durante un momento la escalera. Las chicas y el líder ya estaban ascendiendo por ella.

Dudó totalmente sobre si sería capaz de hacer aquello, por lo que llevó su mirada a la ciudad una vez más. Notó que era completamente imposible cruzar todos aquellos escombros, y más aún cuando la noche comenzaba a caer deprisa.

—¿Por qué no vuelven sin mí? —volvió a hablar él, ahora alzando la voz en dirección hacia Raoul, que se hallaba a gran altura.

—¡Las reglas son las reglas, amigo mío! —concluyó el líder, sabiendo que a él no lo desobedecería.

Debía apresurarse ahora, aun cuando estuviese cohibido por completo.

Decidió hacerlo, pese a que en su interior sentía que algo le decía que todo iría mal. Yerick no tardó en colocar sus manos en uno de los escalones superiores, y luego sus pies en los inferiores, cerca del suelo. Respiró profundamente después de aquello.

—No mires hacia abajo —se repitió un par de veces, asegurándose de que nadie pudiera escucharlo.

Comenzó a subir. Todavía estaba dudoso, pero se concentró en que pronto estaría descansando en la Guarida.

Continuó repitiéndose aquellas palabras de apoyo moral mientras subía, explicando aquella peculiar cualidad del chico más orgulloso. Yerick temía, no a las alturas, sino al terror que recorría su piel con tan solo pensar en caer desde un lugar tan alto.

El líder y las chicas, que momentos atrás habían tomado sin dudar aquel camino alternativo, se encontraban pisando la estructura que daba fin a su escalada. Era una estación de tren, que en alguna ocasión, tuvo la ciudad en las alturas; estaba intacta. Se dieron el lujo de observarla, alimentando la curiosidad que rondaba en ellos. Percibieron, extrañados, que los rieles de las vías estaban en perfecto estado. Sobre ellas había un tren, que al parecer, había sido abandonado y ni siquiera parecía tocado desde el momento en que todo sucedió.

Se sorprendieron por completo, mirándose a la cara unos a otros, permitiendo que varias preguntas entrasen en su cabeza.

—¿Creen que funcione? —preguntó Monique sin apartar su mirada del tren, rompiendo el silencio que había dejado en ellos la impresión de encontrar aquel medio de transporte.

—No lo creo. Quiero decir… La electricidad se extinguió hace mucho —le respondió Raoul al instante.

Kathe, que estaba en medio de sus compañeros, dio unos pasos hacia adelante hasta quedar enfrente a la estructura que antes había transportado a cientos de personas, pero que ahora se hallaba detenida y tan solo con dos vagones.

Sonrió al tener una idea en mente.

—¿Quién ha dicho que funciona solo con electricidad? —habló, manteniendo aquella curva en los labios, demostrando una pronta victoria.

—Echaré un vistazo —se apresuró a replicar Raoul, quien tuvo la misma idea que Kathe, aunque la cuestionaba por completo. Ya que para él, absolutamente todo estaba perdido—. Mientras, esperen al tonto.

No tardó en dirigirse hacia la única entrada que permitía atravesar el tren hacia su interior, dejando atrás a las chicas. Ellas tomaron un lugar en el suelo de la estación, sentándose, más que para descansar, para aguardar a que ambos compañeros regresaran.

Se quedaron contemplando el hermoso atardecer que con esfuerzo lograron notar. Les inspiró aquella tranquilidad y paz que un cielo colorido podía provocar. Esos sentimientos aún no los abandonaban desde su retirada del bosque, los cuales se vieron interrumpidos minutos después por un fuerte sonido de agitación que opacó todo lo tranquilo.

 Yerick, finalmente, apareció frente a ellas completamente sudoroso y con poco aliento. Su cabeza comenzó a visualizarse; después lo hizo su rostro. Sus brazos estaban haciendo un esfuerzo mayor del que normalmente haría para subir una escalera, pero aquella forma de aferrarse provocó que Kathe sonriera. Sabía sobre lo que él temía con mucha certeza.

Terminó pronto de escalar, dejándose caer al suelo sin pensarlo dos veces.

—¿Cansado? —preguntó Kathe irónicamente, demostrándolo con una sonrisa.

—Yo diría que estoy muerto. Pero estoy perfecto —le respondió con cierta arrogancia. Pudo captar la ironía que su compañera, como usualmente lo hacía, había utilizado.

Otros cuantos minutos pasaron mientras ellos aguardaban. El silencio invadió por completo el lugar. El ensordecimiento del mismo era agradable, pues daba ese pequeño espacio de reflexión, que por desgracia, poco poseían.

Raoul apareció un momento después con una expresión que ninguno hubiera esperado: estaba serio, más de lo habitual. Era una seriedad que indicaba lo jodidos que podían estar, según lo asumido por Yerick. Kathe percibió la decepción que escondían los ojos del líder.

El tercio se levantó casi de golpe. Estaban ansiosos por conocer las noticias, aunque tuviesen una idea personal de lo que realmente se había averiguado.

—¿Entonces…? —se apresuró a preguntar Kathe acerca de las novedades que el rostro de Raoul no podía esconder.

—Está muerto —respondió sin más.

—Como todo lo demás —comentó Monique de antemano, dando a entender un poco la pérdida de su esperanza.

Yerick los observó sin reprimir aquella expresión, que de pronto, tomó forma en su rostro: era ironía al ver un tren casi entero.

—¿Saben qué? Yo no me preocuparía por si funciona o no el tren —comenzó, cruzando sus brazos a la altura del pecho y con aquel tono irritante que a veces empleaba—. Me inquietaría, más bien, por un tren que se encuentra en buen estado, al igual que las vías.

En una nueva oportunidad todos cruzaron sus miradas. Sus pensamientos se recreaban en el hecho de que no era momento de un debate de razonamiento, sino que debían llegar a su hogar antes de que el sol cayera.

—Ya nada me sorprende. Aunque debo aclarar que quería intentar encontrar algo que nos fuese útil, y más ahora que vamos retrasados —dijo Raoul sin ninguna intención de discutir con el chico.

—Si tan solo no existieran esas tontas reglas… Solo piénsalo, amigo —le replicó, buscando razones para discutir.

—Las reglas son las reglas. Fueron creadas por una razón, para protegernos, así que deja de insistir cada vez que tienes la oportunidad, y respira lo suficiente.

Con lo último que dijo Raoul, Yerick sintió total curiosidad.

—¿Qué tramas?

—Cruzaremos por las vías del tren.

Todos comenzaron a pensar que el líder había perdido la cabeza. ¿Cruzar las vías del tren? Aquello era como empezar a probar el amargo sabor del suicidio.

—¿Hablas de caminar por esas vías tan estrechas? —preguntó Kathe, abriendo sus ojos como platos, en protesta a la sorpresa que habían provocado las palabras de Raoul—. ¿¡Te has vuelto loco!?

—Alguien alguna vez dijo: «La diversión no es entretenida sin un poco de adrenalina» —repuso él, con una sonrisa que denotaba confianza.

—¿Quién diría eso? —inquirió Monique, confundida. La idea no tenía sentido en su cabeza, al igual que le ocurría a Kathe.

—Algún loco hace mucho tiempo, supongo —respondió Kathe, razonando completamente sobre aquella idea suicida—. Raoul, no intentes nada peligroso y tampoco pretendas que nosotros lo hagamos.

—Esas son las ventajas de ser el líder —replicó, sonriendo esta vez de manera victoriosa. Los había derrotado—. Además, aunque sea peligroso, es el único camino que está despejado.

—¿Acaso tiene más sentido arriesgar nuestras vidas al caminar en unas vías, que acampar, aunque sea una noche, fuera de la Guarida? —preguntó Yerick, cosa que hizo que su amiga “erudita” aplaudiera.

Eso lo irritó un poco.

—Así es. Cuando el abue… —habló una vez más el líder, pero considerando lo que diría, dejó la oración incompleta.

—¿El abue…? —repitió Kathe, esperando que continuara.

—No importa. Solo entiendan que debemos volver. Sin excepciones.

Todos, a excepción de Raoul, se intercambiaron miradas llenas de desacuerdo con el mandato, porque aunque quisieran, no podrían declinar como si de una oferta se tratase.

—¿De acuerdo? —preguntó finalmente Raoul.

—De acuerdo —respondieron los demás al unísono.

—Iré yo primero —les dijo con tono autoritario—. Aguarden aquí.

Raoul echó un vistazo a cada uno de sus compañeros por última vez, encaminándose enseguida hacia el borde de la estación, donde las vías del tren daban su comienzo en dirección al norte, el cual llevaba a lo más profundo de la ciudad, y a la ubicación de la Guarida.

Colocó su mirada fijamente en las vías como si tratara de analizarlas y saber qué tipo de pasos dar. Su respiración se encontraba algo agitada, tal vez por la ansiedad, o quizás simplemente fuese un reflejo; al final, era un gran riesgo.

Sin considerarlo un momento más, llevó su pierna izquierda hacia delante, colocando con firmeza su pie sobre las vías del tren para comenzar su caminata. Repitió el mismo movimiento con su pierna derecha, pero con cierta confianza, puesto que el apoyo que consiguió fue aceptable. Avanzó un paso más luego de conseguir el mismo sostén, tomando el ritmo después de unos segundos. Lo había conseguido, y eso lo llenó de orgullo. No por sentirse victorioso con respecto a demostrar valentía, sino por hacerles entender que podía ser y era una gran idea.

Aunque su confianza no tardó en comenzar a desvanecerse.

Mientras continuó moviendo sus pies trasladándose de la manera más cuidadosa posible, comenzó a temblar. Por un segundo, sus pensamientos le hicieron perder la concentración, dejando escapar un poco el equilibrio que había conseguido antes, haciéndolo parar.

Se sintió angustiado por ello. Decidió cerrar los ojos e inhalar con concentración.

Los chicos comenzaron a preocuparse por la manera en que se había detenido, preguntándose qué ocurría. Esperaban la orden para comenzar a caminar por las vías.

Pero nada ocurrió. Raoul siguió allí, inmóvil.

Tal acto provocó que el joven de características asiáticas, comenzara a caminar de lado a lado por toda la estación, con aire ansioso y completo desagrado.

—¡Oh, vamos amigo! —gritó Yerick, quien no pudo contenerse más—. ¿Acaso ya te ha dado miedo?

Como en un momento normal, Raoul ignoró totalmente cada una de las palabras de Yerick, pues él era el rey en arruinar los momentos o mejorarlos dependiendo de la situación, el contexto, y claramente, de su gran bocota.

Después de un momento tratando de recobrar la confianza, el líder finalmente sonrió con aquella seguridad de vuelta en su interior. Se dijo a sí mismo que esa era la única manera de conseguirlo, y por ello, dirigió la mirada nuevamente centrada hacia las vías del tren.

—¡Comiencen a caminar antes de que Pie Grande se los lleve! —bromeó, alzando la voz para que lo escucharan.

—Raoul está loco —comentó Monique con un tono lleno de ironía.

—Eso ya lo sabíamos —replicó Yerick con el sarcasmo a tope—. Pero gracias por recordármelo.

Yerick se acercó al borde de la estación después de ver que  —de alguna manera— podía emprender aquel viaje que le daría pesadillas en un futuro. Empezó a caminar con la creencia de que en cuanto más rápido fuese, menos tiempo tardaría el evento desagradable. Tras él, y luego de que se adelantara unos cuantos pasos, Kathe lo siguió; después iba Monique.

Raoul, por otra parte, se encontraba a mitad del camino desde que había comenzado a andar por aquellas vías, con los ojos enfocados en cada paso que sus pies daban. Intentaba no resbalarse o siquiera volver a tambalearse, ya que calculó cerca de unos diez o quince metros de altura.

Su visión periférica pronto le advirtió sobre algo que quiso creer que se trataba solo de una simple ilusión. Subió la vista un poco, notando la verdad de lo que suponía: las vías comenzaban a llegar a su fin. Solo restaban unos pocos metros. Pudo percatarse que una gran parte de las mismas estaba totalmente destruida, y para su suerte, en el suelo.

Él cuestionó una posible solución. Si ese era el final rotundo del recorrido de las vías, debía haber una solución. Y la había. En un momento en que sus pies comenzaban a doler por el peso de su cuerpo, y aquella delgada estructura era lo que lo mantenía en pie, recordó que hacía tan solo unos pocos segundos había pasado por encima de unas de esas escaleras de emergencia. Pero claro, lo más lógico y común en un ser humano era seguir el camino amarillo para descubrir el final.

Decidió retroceder después de la única opción que podía tomar. Tuvo cuidado en cuanto se puso a andar al revés, pues un movimiento en falso y el vacío de la caída sería su nueva compañía. De un momento a otro, se encontró bañado en sudor y con la respiración agitada. Los nervios comenzaban a consumirlo, apoderándose de él. Luego de unos segundos de obligarse a continuar con el mayor cuidado, uno de sus pies chocó con algo duro, lo que provocó que un gran escalofrío recorriera totalmente su cuerpo. Sus ojos se fueron directos hacia lo que había chocado, llenándose de alivio en una fracción de segundo.

Sin pensarlo dos veces y manteniendo el equilibrio, se colocó en cuclillas y sujetó con sus manos el primer escalón. Sus pies fueron derechos al segundo, cuidándose de no resbalar.

Inmediatamente bajó las escaleras de emergencia cuando algo lo detuvo de golpe. Los demás no sabían acerca del final de las vías.

Sosteniéndose con mucha fuerza en los barandales de las escaleras, gritó con la esperanza de que lo escucharan, a pesar de que ellos iban detrás, muy por detrás.

—¡Cuando vean la escalera no duden en bajar! ¡Se acaban las vías!

Debido al pánico que antes había sentido cuando comenzó a retroceder, su respiración lo traicionó un poco. Aguardó tan solo un momento, tratando de recobrarla para continuar. Inhaló y exhaló, llegando al punto de apoyar su rostro en uno de los barandales.

Cuando estuvo listo, acomodó un poco su lanza, comenzando a bajar posteriormente.

El líder, que sentía el poco sol que aún se encontraba en el cielo quemando su piel, tenía un aspecto responsable; eso expresaban sus ojos marrones. Su piel, que era blanca, aunque bronceada por el sol, hacía buena combinación con su cabello, marrón también. Tenía el típico aspecto de confianza para liderar.

Los demás, después de cierto tiempo desplazándose con sumo cuidado por las vías, se encontraron en un punto mucho más cercano a las escaleras antes utilizadas por Raoul. Por desgracia, ninguno logró captar el mensaje que claramente gritó antes su guía. Yerick pasó de largo las escaleras, a punto de llegar al final.

Kathe se percató prontamente de que Raoul ya no se encontraba delante de Yerick, lo que le extrañó. No tuvo sentido en su cabeza que él desapareciera, a menos que cayera, pero aquella idea era improbable, pues cualquier grito de desesperación lo habrían percibido a metros de distancia, incluso desde abajo.

Luego notó aquellas escaleras casi bajo sus pies. Supo de inmediato que eso no era coincidencia, considerando que Raoul estaba desaparecido. Era lo más lógico. Recordó las tenues palabras que él había gritado y que ninguno logró entender, comprendiendo lo que su compañero quiso decir. No tardó en colocarse en cuclillas, poniéndose en la posición correcta para comenzar a bajar.

Monique iba tan solo a unos pocos centímetros detrás de Kathe, por lo que cuestionó lo que ella estaba haciendo al verla bajar las escaleras.

—¿Crees que deberíamos bajar por ahí? —preguntó la chica morena con inseguridad.

—Sí, Raoul dijo que bajáramos. Las vías están incompletas.

—¿Estás segura de eso?

—Sí, lo estoy.

—Está bien. Pero comienza a bajar, porque siento que estoy a punto de caer.

Kathe hizo caso a la petición de su amiga y empezó a bajar. Monique le siguió el paso.

Les costó tan solo unos cuantos minutos bajar aquella gran altura en la que habían estado. Raoul las recibió con una expresión un tanto burlona.

—La próxima vez repite dos veces lo que dices —dijo Monique con cierta expresión seria, causada por lo que había sucedido.

—¿Acaso llegaron hasta el final? —les preguntó, esbozando una sonrisa burlona.

—No. Por suerte Kathe entendió a tiempo lo que para nosotros fue un código.

—¿Un código? —replicó, aún con aquella sonrisa en los labios.

—Así es.

—¿Y el tonto?

—Pasó de largo —respondió Kathe, que estaba concentrada arreglando su cinturón de armas.

—No me extraña —se burló nuevamente Raoul, esta vez dejando escapar una estúpida risa.

Debido al demoro que consiguieron por un mensaje mal dado, todos decidieron sentarse en el suelo para esperar a Yerick. Permanecieron en total silencio, ya que prefirieron concentrarse en recobrar el aliento para poder continuar con su viaje de regreso a casa.

Luego de diez minutos, que parecieron casi una eternidad, apareció aquel muchacho que cargaba una expresión parecida a la de un perro rabioso, y una respiración tan cansada que cualquiera pensaría que caería al suelo y se negaría a continuar. Al verlo, todos rieron.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó, haciendo la seriedad aún más notable en su rostro.

—Nada —respondió Kathe entre risas.

—Bien. Al menos ya estamos mucho más cerca —interrumpió Raoul, observando el perímetro que los rodeaba—. Andando.

Los que se encontraban en el suelo se levantaron y comenzaron a caminar nuevamente hacia la dirección en que se ubicaba la Guarida. Se encontraban en el centro de la ciudad, cuyas estructuras atravesadas por doquier dificultaban un poco la forma de franquearla con facilidad, aunque había buenas noticias: ya no estaban tan lejos.

Subían, esquivaban y bajaban cada obstáculo que se les presentaba a medida que penetraban en la ciudad.

Se detuvieron en cuanto el único edificio que daba un bloqueo total se encontró frente a ellos. Raoul se puso de rodillas, se colocó después en posición de gateo, y comenzó a pasar por debajo del edificio. Los demás imitaron lo que él hacía, y pronto, todos se encontraron atravesando aquel gran obstáculo. Cuando el espacio se hacía más estrecho, tenían que arrastrarse, lo que jamás fue un problema para ellos.

Luego de franquearlo, una pared era lo único que los recibía a unos cuantos centímetros de distancia. El líder se apresuró a acercarse a ella, y en cuanto lo hizo, comenzó a tocarla de arriba abajo y de lado a lado con ambas manos. Tardó unos cuantos segundos, que casi se alargaron a un minuto o dos, hasta que una de sus manos dio con algo.

—¡Al fin! —Exclamó complacido después de haber logrado su meta—. No saben cómo odio que esta llave esté tan oculta.

Tomó la llave con firmeza, hundiéndola y provocando que quedara perfectamente encajada en la pared. Comenzó a empujarla hacia el lado izquierdo, y como la puerta era redonda, solo se podía visualizar su forma cuando estaba en movimiento o abierta. Se trataba de un gran camuflaje para posibles peligros.

Era la entrada a la Guarida. Aquel edificio tomó sentido: era un tipo de protección, como si lo hubiesen colocado ahí a propósito. Resguardaba de gran manera la entrada de su hogar.

Una vez estuvo abierta por completo la puerta, ellos comenzaron a entrar. Ésta dio paso a un lugar con paredes de rocas húmedas que provocaban algo de frío. Todos avanzaron mientras Raoul se concentró en colocar la puerta en el estado original en el que la habían encontrado para poder cerrarla.

En el mismo lugar, un gran pasillo era el único camino que había que seguir. Era un tanto oscuro, tan solo iluminado por la poca luz que ofrecían unas ventanillas que se encontraban ubicadas entre el extremo del techo y las paredes de cada lado.

Les tomó tan solo unos segundos cruzar ese pasillo, aunque era un poco largo. Al terminarlo, se encontraron con un gran espacio. Era el corazón de la Guarida, o como lo habían denominado: el centro.

Estaba bien alumbrado por el sol que entraba gracias a las ventanillas que se hallaban a lo largo de las paredes, en el mismo lugar que las del pasillo. En medio de la habitación había un tipo de plataforma, un cuadrilátero sin ningún tipo de cuerdas y con su suelo de color gris. Alrededor de la misma, habían estructuras medianas de metal, al parecer, no más grandes que los chicos. En ellas, estaban bien colocadas variados tipos de armas para que no se cayeran con facilidad. Otra de las cosas que resaltaban del espacio era una pared de espejos que estaba muy cerca del cuadrilátero.

Sobre éste, había un chico y una chica en ambas esquinas laterales. Se miraban fijamente, con expresiones concentradas. Sus cuerpos esperaban alguna señal del contrincante, pero por alguna razón se encontraban en un pequeño estado de análisis mutuo. Ambos, que no abandonaban la posición que habían adoptado, vestían prendas negras deportivas y cómodas, aptas para el tipo de ocasión.

—¡Espero que patees el trasero de mi hermano, Gabrielle! —comentó Raoul, que al parecer, se había dejado llevar por la comodidad de su hogar, dejando escapar una risa.

—¡Tenlo por seguro! —le replicó la chica.

Dio un paso adelante. Sus pies estaban descalzos y tenía el cabello bien recogido en una cola de caballo. Se veía decidida, a diferencia de su compañero, quien tenía un aire tranquilo, aunque su posición de defensa no demostrase eso. Este sonrió de manera irónica luego de escuchar la pequeña conversación.

Gabrielle, como había mencionado Raoul que se llamaba, se acercó todo lo que pudo a su rival y lanzó de inmediato una patada, la cual fue detenida en cuanto él tomó su pie, haciéndola caer.

El suelo del cuadrilátero sonó algo fuerte, aunque no se lastimó, como podría haberse esperado. Permaneció durante un largo momento en la posición en que se había desplomado.

—¿Te rendirás ahora? —inquirió el chico esbozando una sonrisa.

—No, Saoul —le respondió casi sin pensárselo.

Sin borrar la sonrisa de sus labios, el chico extendió su mano hacia ella, que aceptó, ayudándola a levantarse.

—Deberíamos terminar ahora —se apresuró a comentar al estar en pie, con una sonrisa que denotaba algo de complicidad con él—. Escuché que Raoul y Yerick apostaron entre tú y yo, a ver quien resultaba ganador.

—Es una buena idea, señorita Salgomz —asintió. Su idea parecía, por lo demás, mejor que terminar aquella sesión. Le devolvió la sonrisa de la misma manera.

—Excelente, señor Sangarher. —Ella extendió su mano para cerrar finalmente aquel trato.

Saoul estrechó su mano dando cierre a la sesión de entrenamiento, y también, haciendo imposible que apareciera un ganador para aquella apuesta.

Ambos bajaron del cuadrilátero, y se dirigieron hacia los recién llegados para reencontrarse con ellos.

—¿Cómo ha ido todo? —Preguntó Gabrielle ansiosa, sin esperar a que alguno parpadeara—. ¿Pudieron hallar algo?

—Uh, uh —negó Yerick, respondiendo a su cuestión.

—Nada más que un bosque solitario, como de costumbre —repuso Kathe de inmediato.

Hubo un pequeño silencio, el más breve de todos. Los presentes se concentraron en reflexionar acerca de lo que eso significaba. Sus rostros expresaban incertidumbre.

—¿Creen que seamos los únicos? —inquirió Saoul de una manera que indicaba que estaba pensando en voz alta.  Aquellas fueron palabras inesperadas para sus compañeros.

Monique y Kathe se miraron por escasos segundos, teniendo la misma pregunta en mente, la cual expresaron en sus respectivas miradas. Meditaron acerca de lo que habían escuchado.

Yerick pudo captarlo, lo que hizo que sus labios se curvaran en una sonrisa algo irónica. Se cruzó de brazos alejándose un par de centímetros, casi sigilosamente.

—No sabemos —respondió finalmente Monique, imitando la misma pose de su compañero que se había alejado—. Pero escuchamos algo. Pisadas.

La respuesta que recibieron Saoul y Gabrielle, provocó cierta intriga automática entre ambos. Obviamente, no tardaron en cruzar miradas algo serias. Lo dicho sonaba como algo de gran importancia, y también lo era para ellos.

—¿Pisadas? —preguntó la joven, permaneciendo con la misma expresión.

—Pero no averiguamos de qué se trataba —le respondió Kathe, casi con arrepentimiento.

—En ese caso, al menos, tenemos aún guisantes —replicó Saoul, sonriendo de la manera más segura del mundo, como si se tratara de algo sencillo.

—Asqueroso —comentó Yerick, fingiendo toser y colocando una expresión de disgusto.

Entonces, el muchacho que había comentado orgullosamente lo de sus guisantes frunció el ceño. Comenzó a acercarse a Yerick, no para golpearlo, sino para tratar de hacerle algo que le desagradaba más que cualquier cosa. Raoul, quien estaba a muy pocos pasos de ellos, detuvo a su hermano colocando una de sus manos en el pecho.

—No cenaremos guisantes, Saoul —dijo Raoul cuando detuvo al chico—. Aún sobran codornices de la última caza.

—Pero...

Raoul, sin decir ninguna palabra, lo miró de una forma dándole a entender que, sin excepción, debía aceptar la decisión. Y aunque era su hermano, él era el líder también.

Lo comprendió, por lo que se resignó de inmediato.

—Solo sobran cinco, hermano —repuso luego, separándose de la mano que lo detenía. Adoptó una posición erguida, manteniendo sus brazos cruzados sobre su pecho—. No alcanzarían para todos.

—A menos que en esta ocasión la ración disminuya —dijo Kathe, tomándolo muy en serio al sugerirlo.

Apenas recibió aquella respuesta, el líder observó a la chica. No tomaría una decisión tan pronto. Echó un vistazo a su alrededor, observando casi como si los escaneara de pies a cabeza a los que se encontraban presentes. Comenzó a dirigirse hacia la única puerta que se encontraba en el lugar, puesto que el pasillo de la entrada era el único camino, la cual se encontraba al sur del centro.

—Lo resolveremos en un rato —anunció y tomó la perilla de la puerta. Los contempló por última vez—. Mantengan la calma y descansen por ahora. Tendremos una reunión sobre esto más tarde.

Antes de irse, Raoul notó que aún cargaba consigo el cinturón de armas. Caminó unos pocos pasos hacia uno de los estantes de metal, acomodó la lanza encima de ella, dejó el cinturón colgado a un lado y caminó hacia la puerta, yéndose.

Sus compañeros, con algo de incertidumbre con respecto a aquel tema, lo vieron atravesar la habitación. Luego, se miraron entre ellos.

—¿Y los demás? —rompió el silencio Monique con la pregunta, para que el ambiente cambiara un poco debido a la pequeña preocupación.

—Louis aún sigue durmiendo, Vick y Jessie están acompañando a Angelika para preparar las medicinas. Marie… Bueno, no he sabido de ella —le respondió Gabrielle, cruzando sus brazos y dirigiéndole una mirada—. Y Rick no ha salido de la habitación de los chicos.

—Hum. Pensé que Louis estaría más activo —comentó Kathe de forma irónica.

—Ya lo conoces.

— Incluso Angelika dice que aún está enfermo —repuso Saoul.

—Tu hermano puede ser un idiota —intervino Yerick casi de golpe, después de las palabras de Saoul—. Digo… Supongo que lo dice solo para no ayudarnos, y Angelika le cree.

—Pienso lo mismo —aseguró Kathe, enarcando una ceja de manera seria, aunque el asunto no fuese nuevo—. Aunque ya lo conocen: es muy introvertido y está lleno de sorpresas.

—Tal vez esté deprimido —opinó Gabrielle.

—No lo creo —dijo Saoul—. Pero déjenlo. Raoul verá qué hacer con él, si esque en realidad está mintiendo —concluyó con una sonrisa, ya que suponía que aquello sería lo más probable.

—Veremos —suspiró Kathe, mirando a todos sus compañeros, quienes a excepción de Yerick, estaban muy cerca de ella, rodeándola.

Entonces, llevó su mirada a la puerta, dando una idea de las intenciones que la habían invadido después de la pequeña charla.

—Supongo que iré a descansar. Fue un día bastante interesante y agotador —concluyó finalmente la chica de cabellos negros sin apartar la vista de la puerta.

—Yo también —dijo Monique, mientras comenzaba a dirigirse hacia la puerta que estaba en el otro extremo del centro.

—Descansen, señoritas —se despidió Saoul, haciendo una pequeña reverencia y un ademán con su mano.

Sin perder tiempo, ambas se encaminaron hacia la única conexión del centro, que daba hacia lo más profundo de la Guarida. Kathe fue detrás de su compañera.

Atravesaron la puerta, encontrándose con un gran espacio tras ella. Era una especie de sala de estar muy espaciosa. Poseía las mismas ventanillas del pasillo anterior y el centro, por lo que el lugar estaba bien alumbrado. Había una chimenea justamente en medio de la habitación, unos sofás viejos frente a la misma y una mesa, que cómodamente, estaba pegada a la pared derecha.

Por alguna razón observaron durante un momento la habitación. Era la misma de siempre: monótona, antigua, y de alguna manera, acogedora para ambas.

Siguieron su camino después de unos segundos de contemplación. Se dirigieron a la puerta de la pared que cubría el lado derecho de la estancia, la cual era de madera ya desgastada. Al entrar, se encontraron con una larga habitación que poseía cinco camas bien acomodadas. Dos a la derecha, tres a la izquierda. Frente a frente. Además de un armario bastante viejo, que era igual de desgastado a la puerta que separaba su espacio privado, con la sala de estar.

Sobre una de las camas se hallaba una chica sentada, con la mirada perdida en el aburrido techo que cubría su cabeza. Abrazaba sus piernas contraídas en su pecho, como si se aferrara a ellas.

—¿Cómo les fue? —preguntó la muchacha.

Sin detener su camino, tomaron lugar prontamente en sus respecti-

vas camas. Kathe se dejó caer en la cama próxima a la de la chica que se encontraba ya en la habitación. En el caso de Monique, tomó asiento en una cama frente a la de Kathe, dejando escapar un largo suspiro que revelaba el cansancio que sentía. Un día largo según su criterio.

—Pues… —Kathe decidió hablar.

—No encontraron nada.

—¿Para qué negarlo? —Suspiró. Sabía que no era un secreto.

—No es de extrañar —replicó una vez más la joven.

Ante aquella respuesta tan vacía, optaron por el silencio. Ambas observaron a la chica que se concentraba en el techo con ciertos cuestionamientos fugaces, rechazando la simple idea de preguntar.

—¿Cómo les fue a ustedes aquí, Marie? —inquirió Kathe, reparando un poco tarde en que había sido tonto de su parte preguntarle tal cosa.

—Igual que siempre.

—¿No has salido de la habitación?

Era costumbre de Kathe adornar el ambiente con muchas preguntas, siendo Marie la persona que menos las toleraba, y debido a su cualidad de reservarse la mayoría del tiempo sus palabras y opiniones; no respondió, volviendo a concentrarse enteramente en sus asuntos.

Raoul se encontraba caminando de lado a lado. La preocupación se notaba a primera vista, aunque no en su expresión, sino en aquellos ojos de color marrón claro que lo caracterizaban. La habitación, que ya había sido recorrida más de diez veces por su poco espacio, poseía escasa luz. Había una mesa larga con diez asientos: cuatro en cada lado y dos en cada extremo.

La inquietud que cargaba consigo hacía que su ansiedad creciera cada vez más, provocando una respiración agitada que intentaba reprimir para poder controlarse. Sin embargo, aquello no sucedió hasta que un rechinido retumbó en la habitación, llegando por un segundo, a perturbarlo en todos los sentidos.

Su mirada se dirigió a la única puerta de la habitación. Estaba gastada como la mayoría en la Guarida. Entre ella apareció un chico muy curioso, de piel blanca y cabellos de color rubio ceniza. Sus ojos verdes demandaban algo que Raoul logró captar sin mucha dificultad.

—Eh, Sangarher —empezó a hablar firme y lleno de seriedad, una vez que tomó lugar dentro de la habitación—. Pensé que romperías las reglas esta vez.

—¿Qué deseas, Rick? —Respondió este, demostrando su evidente cansancio.

—¿Que qué deseo? —Su voz se volvió irónica al replicarle—. Que me cedas tu puesto, amigo.

—No sucederá. Pierdes el tiempo.

—No porque seas el mayor siempre estarás a cargo.

—Si no lo hubiese prometido, no estaría aún a cargo, eso te lo aseguro.

Rick frunció el ceño, mirando de pies a cabeza a su compañero.

—Parece que no cederás tan rápido.

—A menos que muera. Y no trates de planear mi muerte, Rick.

—No soy un psicópata.

—Todos esperamos eso, Rick —dijo una voz que provenía de la misma puerta por la que había aparecido el chico rubio—. ¿A qué viene tanta discusión por aquí?

Sin pensarlo, ambos volvieron la mirada hacia el origen de la interrupción; era una chica. No se trataba de Monique o Kathe. Ésta era rubia.

—Aún insiste en el puesto —respondió Raoul.

—¿¡De nuevo!? —exclamó, permitiendo que sus ojos se abrieran de par en par y cruzándose de brazos—. ¿No te cansas, Rick?

—Para conseguir lo que deseas, no debes dejar de intentar obtenerlo —comentó éste.

—Qué poético.

Raoul sacudió su cabeza en negación, resoplando un poco al dirigir su mirada a los presentes. Entonces, decidió tomar asiento en una de las sillas de los extremos de la mesa.

—¿Todo bien con las medicinas, Angelika? —preguntó el líder, tomando una postura firme en el asiento.

—Digamos que bien —contestó la chica rubia, observándolo—. Necesito más tiempo.

—Lo que requieras.

—¿Y ustedes con la caza?

—Digamos que bien.

—¿Digamos?

La chica de ojos azules y piel blanca dio unos cuantos pasos hacia su compañero. Frunció el ceño, esperando malas noticias.

—No encontraron nada —intervino Rick, esbozando una sonrisa burlona.

Raoul, luego de escuchar las palabras de su compañero, restregó sus manos contra su cara. Después, colocó su codo derecho sobre el brazo de la silla, apoyando su cabeza sobre su mano. No quería decepcionar a la rubia, pero las intenciones del contrario fueron automáticas.

—Déjalo. Él intenta hacer todo lo que puede —le replicó después, dedicándole una expresión muy seria a Rick.

—Como diga la señorita —repuso, haciendo patente la ironía en su tono de voz.

Unas risas comenzaron a escucharse a lo lejos, en el centro, donde se encontraban algunos de los chicos. Las mismas crecían, según la opinión de Yerick, conforme se acercaban las personas particulares con aquel tipo de característica: risas divertidas, pues eran más jóvenes que ellos.

De repente, la puerta fue abierta de manera imprudente. Y debido a la fuerza que se le había aplicado, ésta se fue directamente hacia la pared, provocando un estruendo que se adueñó de todo el centro de la Guarida. Todos se dirigieron rápidamente al lugar donde se originó aquel tormentoso pero rápido ruido, llegando a recibir risas por parte de Gabrielle y Saoul. Yerick tan solo se limitó a negar con su cabeza.

—¡Encontramos un paquete en la sala de reuniones! —exclamaron al unísono dos voces casi sin aliento, acercándose hacia los presentes.

Dos niños. Una niña rubia y un niño de cabellos castaños, eran los protagonistas de aquellas risas que adornaban la monotonía del lugar en el que vivían. Ambos tenían la piel blanca, y se notaba la diferencia de edad entre ellos.

Entonces, mostraron aquel paquete que habían mencionado al llegar. Estaba cubierto con un papel amarillento, casi marrón. Para ellos, a excepción de los niños, fue objeto de curiosidad desde el primer momento en que lo vieron.

—¿Qué es? —preguntó Gabrielle finalmente.

—No lo sabemos —respondió el niño, mostrando ansiedad ante el misterioso paquete—. Solo entramos a la sala y…

—Devuélvanlo antes de que Raoul los atrape —interrumpió la misma con seriedad.

—Oh, vamos, Gabrielle. No seas amargada —repuso la niña con cierta decepción en su rostro.

—Ella tiene razón, chicos —intervino Saoul.

—¿No lo crees irónico, Vick? —habló de nuevo la niña. Alzó sus cejas y se cruzó de brazos. Sonrió de manera sarcástica—. Tenemos a los tres mejores bromistas de la Guarida enfrente de nuestras narices, y se comportan como unos amargados.

—Muy irónico, Jessie —asintió el pequeño niño, imitando la sonrisa de su compañera.

Saoul, al escuchar el atrevimiento de los niños, sacudió su cabeza y sonrió divertido, demostrando en su expresión la aceptación del reto de aquellas palabras.

—Ustedes dos, niños, estarán muertos —dijo finalmente, riendo y levantándose del suelo.

Ambos sabían claramente lo que ocurriría. Sin pensarlo, Jessie lanzó el paquete hacia Gabrielle, quien inesperadamente, pudo tomarlo. Ambos niños comenzaron a correr sin dudarlo, debido a que Saoul no pensó dos veces al perseguirlos.

Por otra parte, la que había recibido el paquete en sus manos comenzó a inspeccionarlo detenidamente. Había un extraño símbolo en medio y estaba sellado con dos cintas en forma de cruz, las cuales no cubrían la figura.

—¿Sabes qué es? —le preguntó a Yerick, dirigiéndole una mirada intrigada.

—La verdad es que no. Nunca lo había visto.

La curiosidad no tardó en crecer dentro de la chica, impulsándola a encontrar un punto específico para abrir el paquete. Le dio vueltas, decidida a desenvolverlo.

—¡No lo hagas! —la interrumpió Yerick de manera rápida.

Ella lo miró, indignada por sus palabras.

—Ellos tienen razón. Es irónico.

—Sea o no irónico, no lo hagas.

—¿Qué mal podría tener?

—Primero, es de Raoul. Segundo, ¿quieres meterte en problemas?

—Odio que tengas razón —suspiró ella, dirigiendo la mirada hacia el paquete en una nueva oportunidad.

—Lo sé. Mejor vayamos ya a la sala de reuniones. No queremos que su majestad se moleste, ¿o sí?

—No —negó, aún concentrada en lo que tenía entre sus manos—. Creo que ya ha tenido muchos problemas con un tonto que está en esta habitación.

—¡Gabrielle!

—Somos bromistas, ¿no? —rió sin poder evitarlo.

—Eres de mi bando —le replicó Yerick, rodando sus ojos.

—Lo sé. Andando.

Los dos decidieron dejar sus posiciones de descanso y levantarse del suelo. Se dirigieron al único camino que los llevaría a su destino.

Luego de atravesar la primera puerta, Gabrielle, que cargaba todavía en sus manos el paquete, se detuvo un momento para observarlo. Yerick reparó en la forma repentina en que su compañera se detuvo, dirigiéndole una mirada.

—Si aparezco con él en su presencia, nos hará muchas preguntas —le dijo sin vacilar.

—Deshazte de él hasta que la reunión acabe.

—Eso haré.

Yerick retomó su camino hacia las escaleras que conducían a la sala de reuniones.

Gabrielle miró a todos lados, sin tener ni idea de un posible escondite pasajero. Pensó en lo increible que era que en su hogar no existiera, por lo menos, una pequeña mesita o un estante, ya que el armario de su habitación lo utilizaban todas las chicas.

Fijó por un momento la mirada en el sofá, teniendo una idea. Rápidamente, se acercó a él y levantó el asiento. Acomodándolo para que no se notara, puso allí el paquete. Finalmente, arregló el sofá sin ninguna dificultad y retomó su camino. Antes de desaparecer, se cuestionó un poco el lugar, pero entonces reparó en que era poco probable que alguien, por casualidad, revisara a fondo el sofá.

Subió las escaleras de una vez por todas, ya sin mirar hacia atrás.

Al llegar a la sala de reuniones, buscó su lugar que yacía a un costado de la larga mesa. En la habitación estaban casi todos presentes, a excepción de alguien, cuya silla vacía hacía ruido para el único que requería la presencia de todos.

—¿Alguien podría decirme dónde está Louis? —La voz del líder se escuchó, además de cansada, disgustada por sus palabras.

—No ha despertado —respondió Angelika.

Raoul suspiró.

—Muy bien. ¡Jessie!

Lo último que pronunció atrajo la atención de la niña, quien se presentó en una fracción de segundos en la sala, acercándose al origen de su llamado.

—¿Podrías decirle a Louis que venga? No importa si está durmiendo —le ordenó de manera serena.

Jessie asintió, yéndose pronto de la sala de reuniones.

Raoul dirigió una mirada firme en general, decidido a comenzar con su cometido.

—He pensado en reunirnos hoy para tocar ciertos temas específicos: la comida, que comienza a escasear, y la caza, que ya no está funcionando.

—¿Qué tienes en mente, genio? —intervino Rick, sin siquiera analizar sus palabras.

—No mucho, por eso están aquí. Quiero sus opiniones.

—Sé que una de las cosas que tienes en mente es reducir la cantidad de cada comida —intervino Kathe.

—Así es.

—Y estoy de acuerdo —continuó, incorporándose un poco hacia la mesa sin perder la postura—. A excepción de los niños.

—¿Dejar la misma cantidad para los niños?, ¿quién está de acuerdo?

—Kathe tiene razón —opinó Angelika, mientras levantaba su mano derecha en señal de acuerdo.

El resto estuvo conforme también; todos levantaron una de sus manos.

—Perfecto. Un pequeño sacrificio por ellos —continuó Raoul—. Y con respecto a la caza…

Antes de que continuara hablando, el sonido particular de la puerta de la sala de reuniones se hizo rápidamente presente. Detrás de ella apareció un chico, que era al que Raoul esperaba: de piel blanca, ojos azules y cabello negro. Su rostro expresaba desánimo por completo. Se notaba el desacuerdo que sentía al tener que reunirse con todos ellos. —¿Dónde estabas? —preguntó Raoul, sin permitirle que respirara.

—No creo que te importe —respondió fríamente, sin dirigirle la mirada.

—La verdad es que no me importa, pero considero que es un abuso la forma vaga en que duermes todo el día. Ya casi es de noche y… —le replicó el líder con calma y firmeza.

—¿Cómo estás tan seguro de eso?

—Como sea. Toma asiento, Louis.

Louis, poniendo también final a la innecesaria discusión, se encaminó hacia la única silla vacía de la habitación, sentándose junto a Kathe.

—Eres hombre muerto —le susurró Kathe, desconcertada.

—Desde hace un siglo.

Suspirando en una nueva oportunidad, Raoul se decidió a dar ini-

cio nuevamente a la importante charla.

—Hablando de la caza, ya casi no hay animales, si es que no se extinguieron. Lo segundo es lo que estoy suponiendo últimamente.

—No estoy segura —dijo Monique, seria—. Hace unos días vimos varios de ellos, y por suerte pudimos traerlos a casa.

—Lo sé. Pero la cantidad que hemos encontrado ahora a diferencia con la de meses atrás, me hacen pensar que pudieron haber muerto de hambre o deshidratación. O tal vez, se han ido matando entre ellos.

—Tal vez, pero no pierdo mis esperanzas —comentó Angelika.

—Yo tampoco —añadió Monique.

—¿A qué quieres llegar, Raoul? —preguntó Gabrielle—. ¿Quieres que dejemos la caza?

—No podemos tomar esa decisión. No estamos seguros de las suposiciones. Quiero decir que tendremos que cazar más seguido.

—¿Tres veces a la semana? —preguntó Yerick.

—Toda la semana.

La rápida respuesta de Raoul dejó una impresión automática en ellos. No una mala, pero tampoco buena. Era algo forzado intentar cazar sin descanso.

—Estás loco, ¿cierto? —intervino una vez más Monique.

—No. No hay más alternativa, ¿de acuerdo?

Todos lograron ver lo que él veía. No la desesperación, tampoco la desesperanza, sino la realidad que comenzaba a atropellarlos sin piedad alguna.

—De acuerdo —respondieron al unísono.

—Perfecto —dijo Raoul, levantándose de su silla—. Dejaremos esto aquí. Buenas noches a todos —concluyó, llevando la mirada hasta una de las ventanillas de la habitación, percatándose de que comenzaba a anochecer.

Sin más, todos los presentes se levantaron de la mesa, y unos tras otros comenzaron a retirarse de la sala de reuniones. Raoul observó a los últimos presentes y se irguió.

—Louis —afirmó con rapidez—. No te irás aún.

El joven sabía perfectamente la razón de la detención, al igual que Kathe, quien había parado de andar por un momento. Ésta le lanzó una mirada de consuelo y continuó su camino posteriormente. No era momento de ser testigo.

Louis volvió su cabeza hacia el origen de la voz, sin ninguna expresión específica. Quería terminar e irse.

—¿Qué quieres?

—Que cambies —replicó Raoul con tono calmado—. No porque seas mi hermano harás lo que te plazca. Todos tenemos un trabajo que hacer.

De alguna manera, la tranquilidad con la que su presunto hermano le hablaba provocaba cierto asco en Louis. Lo demostró al ponerse más serio y dirigir la mirada hacia otro lugar.

—No tengo nada que cambiar.

—Entiendo que te moleste todo esto. Pero si tan solo entendieras que estamos a punto de morir por falta de comida, no estarías negándote de la peor forma. Agradece que fuimos los más afortunados al no morir en todo ese caos que hubo.

—Supongo que estaríamos mejor muertos.

—Creo que no hay caso contigo —suspiró Raoul, manteniendo su firmeza—. Pero tú lo decidiste. No cooperas, te quedas sin cenar. Ya te puedes ir.

—Todavía creo que fue un error que ese viejo loco te haya confiado el puesto a ti —le respondió arrogante, en un intento de sacarlo de sus casillas—. La violencia no te hace mejor.

La expresión de Raoul cambió en una fracción de segundos por las últimas palabras de su hermano. Se puso serio, cruzando sus brazos sobre el pecho.

Al ver que nada más restaba en la habitación y en aquella tensa conversación, Louis se dio la vuelta hacia la puerta de la sala de reuniones, la abrió, y cuando comenzaba a retirarse, tiró de golpe de la misma, dejando atrás a su hermano y toda aquella tensión.


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