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Libros publicados

LUCÍA

LUCÍA

06-02-2017

Romántica novela

  • Estrella vacía
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Carolina es una joven viuda que un día descubre un correo electrónico dirigido a su esposo de una antigua amante. Es entonces cuando, presa de un mar de emociones que amenazará con destruir su serenidad y buen juicio, intentará reconstruir una historia de infidelidad que cambiará su percepción de las cosas para siempre.

Leer primer capítulo

 

Primer capítulo

 

 

 

 

 

“El amor no tiene término medio: o pierde, o salva.”

Victor Hugo, Los Miserables.

 

 

 

I

 

Febrero, 2014.

 

  Polvo somos, y en polvo nos convertiremos. El mercedes salió de la capilla lentamente, y lentamente atravesó el cementerio con ese halo de misterio y de melancolía que parece acompañar a todos los cortejos fúnebres. Todo ser humano, más tarde o más temprano, presencia la muerte cara a cara, con sus propios ojos, y todo ser humano que se precie sabe que no hay nada más solemne y sagrado que la visión de un alma que se va. ¿A dónde se va? Eso depende de las creencias de cada uno, pero el sentimiento es universal: un cuerpo muerto es un cuerpo vacío y, cuando eso ocurre, todas las fuerzas de la naturaleza parecen ponerse de acuerdo para recordarnos la magnitud del momento. Todo el que alguna vez en su vida haya presenciado un entierro o un velatorio necesariamente ha de haber sentido el tiempo discurrir más lento, el sol brillar más suavemente o la lluvia caer más despacio. El que no lo haya sentido así sólo puede ser dos cosas: un psicópata o un necio sin alma.

 

    El coche se detuvo cerca de la honda fosa donde se iba a realizar el enterramiento cuando una ligera brisa balanceó las hojas de los cipreses, que se curvaron suavemente como si estuvieran dando algún tipo de saludo. La comitiva había recorrido a pie detrás del coche el pequeño tramo entre la capilla y el lugar de sepultura, y a la cabeza de ellos una joven y desconsolada viuda, junto con su hijo pequeño de la mano, veía cómo su rubio cabello se agitaba acompañando a los cipreses en su cortesía.

 

    “Polvo somos y en polvo nos convertiremos”, reiteró el cura una vez llegaron todos, añadiendo al oído de la joven mujer ciertas palabras que parecieron consolarla un tanto, a la par que con la mano le daba unas palmaditas en el hombro al niño, que parecía aún no comprender qué ocurría. Se acercaron cuatro hombres al coche fúnebre para sacar el ataúd y proceder a la inhumación, momento justo en que la viuda, intentando hacer acopio de orgullo y dignidad, se secaba las últimas lágrimas con un pañuelo y, en un gesto casi majestuoso, se irguió para decirle a su hijo en tono firme y serio: “Jorge, despide a tu padre”.


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