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El ombligo de la sirena (y otros iconos)

El ombligo de la sirena (y otros iconos)

21-05-2014

Poesía poesía

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La multiplicidad de sus formas es uno de los alicientes de la poesía. Si se lleva el verso libre e intimista, al que los sucesos exteriores resultan tan indiferentes como el metro, el ritmo y la rima, las tendencias distintas no tienen por qué verse abocadas a una exclusión total. Glosar personajes y acontecimientos públicos –de la historia, la mitología o la novela, pero también, por qué no, del cómic y del cine- puede no resultar cargante del todo, en especial si se desdramatiza e incluso se toma un poco a broma su tratamiento.

Además los aficionados a la poesía suelen ser tener miras amplias y tal vez apreciaron algunas obras de los tiempos en los que regía otro canon. No creo que les ofenda el recurso a las herramientas citadas, si su fin, como se intenta, no es restringir la expresividad sino  favorecerla.

Esta obra se engarza con otras cuatro, con pretensión de unidad. Sus protagonistas respectivos son los perdedores, los incomprendidos, los villanos y ciertos iconos de todos los tiempos. Incluso se ha osado reservar un apartado para las fábulas. Los lectores dirán si con acierto.

                                                                                                                               Joaquín Borrell

Leer primer capítulo

 

Primer capítulo

EL HOLOGRAMA 
 
En los arenales negros de Tatooine, 
desde una galaxia muy, muy, muy lejana 
cayó cierta cápsula 
como un meteoro menudo y fugaz. 
Iba en su pasaje 
un robot chaparro, 
que un tal Luke, granjero por aquel entonces, 
por esos azares que exige una trama 
compró como hierro para reciclar; 
y al tuntún, hurgando sus circuitos rotos, 
activó una imagen, un tanto borrosa, 
en que una princesa con túnica blanca 
y dos grandes roscas por regio tocado 
pedía vehemente: “Sálvame, Obi Wan”. 
“Eres –añadía- mi última esperanza”. 
Dejemos de lado cómo continúa: 
estrellas mortales, batallas de clones, 
los sables de láser que chocan, 
malignos o justos según su color; 
y los rayos gamma surcando la puerta de Tannhauser –temo 
que estoy confundiendo dos fuentes distintas- 
y naves en llamas allá donde acaba la nube de Orión. 
Prefiero quedarme con ese holograma 
donde una princesa le pide socorro a un chico granjero, 
que apenas la entiende, 
mas sabe que el mundo desde ese momento no va a ser igual. 
Cuántos hay que anhelan topar tal mensaje 
un día cualquiera, caído del cielo. 
Tal vez la princesa no vista una túnica ni lleve rodetes; 
puede tener forma de pálpito, idea, 
incluso de fórmula. 
Reconócela. 
Siempre será Leia que llama al rescate 
desde la negrura de una nave insignia 
donde aguarda presa. 
No te desentiendas: si cayó a tu paso, 
tú eres Obi Wan. 
Ponte a la faena, busca un sable láser 
-seguro que hay uno muy cerca-, 
afronta sin miedo la jeta de Vader 
y tal vez la fuerza te acompañará. 
 
Solución para los no cinéfilos: lo de la puerta de Tannhauser y la nebulosa de Orión viene de “Blade runner”, 
aunque queda bien aquí. Podría insertarse algún comentario sobre la línea evidente que enlaza a Leia con otra princesa glosada en este libro, la etíope Andrómeda. Tampoco creo que haga falta. 


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