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Teatro de Sombras

Teatro de Sombras

05-08-2014

Contemporánea novela

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La vida de Jorge, sin ser anodina, no ofrecía sobresaltos. Un acontecimiento extraordinario de su familia, cuyo origen se remontaba veinte años atrás, lo sumerge en la solución de un enigma. Este hecho va a ser una catarsis que va a conmocionar su interior. Las cosas que ocurren en este mundo parecen ser de una manera pero quizá, debajo hay otra realidad, que aunque inquietante, es la principal verdad.

 

Leer primer capítulo

 

Primer capítulo

 

Cuenta la leyenda que el emperador chino Wu-Ti (140-87 a. C.) sentía un dolor inconmensurable por la muerte de su esposa Wang. Nadie podía consolarle, pero un día se presentó en la corte un artista, Sha-Wong, quien afirmaba que podía revivir a la bella Wang. Colocó ante el emperador una tela y le hizo prometer que solo la miraría, pero que nunca la tocaría. El soberano asintió, y entonces el artista hizo aparecer ante él la silueta de una mujer que empezó a hablarle sobre los felices momentos que habían pasado juntos. Durante cada noche se repitió aquel espectáculo, hasta que en una ocasión el emperador rompió su promesa y apartó la tela; así descubrió que todo era un montaje del artista, que agitaba una marioneta de mujer delante de una lámpara mientras impostaba una voz femenina. Según el relato, así fue como nació el teatro de sombras.

 

 

 

 

                                                             CAPÍTULO I

Se hizo un silencio súbito, y el motor se detuvo. Me encontraba tan vacío, que  pensé en aprovechar el momento para lanzarme al agua y nadar hasta agotarme y luego,  dejarme llevar por el  criterio azul de  la corriente. Fue una estupidez que duró  un instante, Carlos subió para soltar el foque, y me sorprendió en el borde del barco cuando pensé que  acabaría con  mis recuerdos, con un golpe certero del mar. En aquel lunes de Septiembre era muy pronto para saber sí  que lo que  me iba a suceder, daría o no sentido a las horas y a los minutos de mí vida, pero  así y todo me contuve, respiré el aroma húmedo del aire, y  me dejé seducir  por su caricia. Ahora el velero subía y bajaba sobre las olas, haciendo  crestas y valles en  el agua y dibujando, con una  estela de espuma, su camino en el mar. Carlos desplegó todas las velas, ante el escaso viento, y el barco respondió aumentando su velocidad. Consulte el GPS, habíamos salido de Cartagena, Murcia, hace algo más de una semana y ahora regresábamos a Gran Canaria. Un matrimonio alemán, con la sesentena recién estrenada, nos había acompañado hasta la península, y allí utilizando una rampa improvisada,  con dos tablones enormes, habían bajado con su moto hasta  el muelle. Iban a recorrer todo el sur de España y Portugal, con el único equipaje de una mochila, dos sacos de dormir y una cámara réflex, en la que iban a convertir en eternos, los instantes más felices de su segunda juventud. Emprenderían  la aventura  subidos a lomos  de una Harley Davidson colosal, que estaba adornada con pegatinas y banderines  multicolores,  y dos bocinas estridentes.

Carlos  me había rescatado de una situación de soledad voluntaria pero ingrata, contestando  a mi llamada con  lealtad incondicional y sin preguntar nada. Lo había conocido  como mi vecino de apartamento  cuando vine a Gran Canaria de vacaciones, hace casi diez años. Vivía en verano, en su velero atracado en el puerto de Mogán y el apartamento lo usaba Elena como estudio, él tenía la cátedra de matemática de un instituto, y había escrito varios libros en los que unía los números, con la navegación y las estrellas, en una teoría, que como una ecuación universal daba una solución pitagórica  al origen del mundo. Elena, su mujer, era pintora, yo creo que desde siempre, y juntos habían formado una familia atípica, culta y beligerante.

 Regresábamos ahora únicamente él  y yo, y aunque la travesía para solo dos tripulantes iba a ser  dura, las previsiones meteorológicas no parecían ser malas, así que partimos sin mayor problema. A los pocos días  nos dimos cuenta de que probablemente,  no íbamos a tener  viento hacia Canarias,  así que Carlos decidió que ante la distancia y el combustible que nos quedaba  lo más inteligente era entrar en Safí, ciudad costera de Marruecos, en cuyo   puerto pesquero cargaríamos gasoil. Este tipo de barcos no suele atracar en este  puerto, así que nos dieron una zona de atraque para buques de carga, que al bajar la marea, dejó el velero a tres metros por debajo del muelle; teníamos entonces  que ayudarnos de un bote auxiliar, para hacer las gestiones de aduanas y compra de combustible. Una vez ultimado todo, zarpamos hacia Lanzarote, primero a motor y luego, cuando ya lo permitió el viento, a vela.

 Desde que Carmen y yo rompimos hablé con Carlos para hacer un viaje así, solamente con la intención de alejarme, aunque sea físicamente, de mi vida sin ella. Pensaba que mi relación con Carmen me asfixiaba, sin embargo sentía ahora un dolor, que no sabía si era un vestigio del amor, o era la costumbre de amanecer al lado de una mujer más de nueve años .En el ecuador de la travesía, habíamos decidido aprovechar una noche de calma chicha, para conversar algo que no fueran los temas propios del barco, Carlos sacó una botella de ron, que me sorprendió, porque ni yo lo bebía ni lo había visto a él beberlo nunca.

-Compré esta botella de  Zacapa 23 para esta ocasión-dijo Carlos

-Sé que en  nuestras reuniones  nunca bebemos ron, pero me parecía que podía ser como un homenaje para una amistad de marineros ¿te apetece?- me preguntó.

-Ahora mismo te acepto prácticamente cualquier cosa que tenga alcohol-le dije.

-Necesito un amigo, no solo  como apoyo moral sino también, porque me apetece  hablar hasta que el ron  me lo permita…-añadí

Carlos sirvió dos copas, sin otra cosa en ellas que el ron, sin hielo, sin coca cola, sin prisas. Lentamente, a medida que hablamos de cosas, al principio, más superficiales, se iba fraguando un ambiente muy agradable, un reloj de pared, con su ritmo exacto de minutos retenidos, compartía el espacio con  cuadros pintados por Elena. Había uno de un barco sometido a la fuerza de una galerna de dimensiones imposibles, que  parecía reflejar más fielmente, un estado de ánimo del artista, que la fuerza del mar.

-Jorge….-Carlos hizo una pausa.

-¿Sabes el dicho de que en un barco la única cuerda es la del reloj del capitán, que todos las amarras son cabos? Pues mira nunca, pero nunca, dejo que ese reloj se pare, no hay nada más triste que un reloj parado...- me dijo.

Mi amigo se levantó y le dio cuerda delicadamente, mientras seguía hablando:

-Quiero vender el barco…, después de dos infartos, y de la muerte de Elena, ya no me apetece sacar el velero del muelle, ni oír el mar, ni el sonido  de las velas con el viento,  ya no me gustan  las cosas que antes me gustaban.-dijo con una expresión amarga e hizo otra  breve pausa para beber.

-Es que pasa una cosa-se mojó los labios y miró el vaso.

- A  pesar de que  mi matrimonio no era perfecto, que discutíamos prácticamente por todo, me di cuenta,  casi al final de su enfermedad, que nuestras personalidades se devoraban y se reconstruían, en un círculo perfecto, dentro del cual Elena, el barco  y yo formábamos un fascinante triángulo de lados  cambiantes. No sé, el día que lancé sus cenizas al mar me fijé en un detalle…cuando cayeron al agua , el mar las lanzaba hacia el casco del barco una y otra vez en  un abrazo final…como una despedida,... sin  ella  no hay barco, ya no  siento la necesidad de surcar ningún océano...-

A Carlos se le humedecieron los ojos y su voz siempre firme y académica de profesor perpetuo, ahora vibraba por la emoción del recuerdo. 

-Por cierto-le dije- ¿Por qué no quisiste que nadie te acompañara ese día?  Ni siquiera  tus hijos o  tus nietos, quizá ahí no actuaste  correctamente, ella  también les pertenecía...

-Sí, cierto, Elena se desvivía por ellos, en una dimensión que yo nunca entendí, yo siempre tuve la certeza de que mis hijos no eran sino un escollo para estar con ella,  y en un alarde de egoísmo, decidí que sería sólo mía en ese momento. Fíjate, un día en el que habíamos discutido, no me acuerdo de que, le dije…o mejor dicho murmuré, cuando se alejaba... que la quería, se volvió a hacia mí y me dijo: “¿qué dijiste?”-nada –le contesté- en ese momento pensé que se había quedado todo  ahí, y un  día gris en el hospital, cerca del final, después de una brutal sesión de quimio, me dijo que aquella  tarde  me había oído perfectamente, pero que reprimió un “yo también” para conservar su dignidad de mujer, que en ese momento era la de un animal herido... -Carlos siguió hablando:

-Solíamos siempre estar rodeados de amigos o  de los hijos y  cuando me apetecía decirle cosas, que yo creía importantes, o lo que sentía, aparecía algún nieto por allí revoloteando  o estábamos en medio de algún debate intelectual con  amigos, tan mediocres, que muchas veces usaban argumentos prestados de algún intelectual y los lanzaban al vacío desperdiciándolos-.

 Carlos dejó de hablar por un momento y como hacía una noche tan clara, decidimos subir a cubierta para continuar liquidando la botella, se me antojaba todo como  irreal. Sus palabras, significaban la desnudez más atrevida de sus sentimientos  que le había visto hacer nunca,  y  estaban  envueltas por una niebla espesa de pena infinita...

-Con el dinero que obtenga  quiero recomprar la parte de su obra   que anda por ahí, porque sé que eso me ayudaría  a recuperar un poco un espacio del pasado, territorios de su mente y del mundo, que ella visitó cuando pintaba ¿Sabes lo que he pensado? que por qué no lo compras tú, Jorge, sé que tu secreto deseo siempre ha sido navegar...-

-Tienes razón me ha gustado siempre, por eso te pedí el velero para ir con Carmen el fin de semana, ella nunca quiso que nos compráramos uno, siempre me decía que para eso compraba una casa en vez de vivir alquilados, que además mareaba, así que compré pastillas para el mareo y todo parecía salir bien,   incluso   tuvimos el mejor sexo de hacía mucho tiempo, nos bañamos desnudos en una noche con  una luna enorme,  a lo lejos solo se veía  un pesquero iluminando con sus luces la superficie del agua y de repente ,en el camarote,  se desmoronó todo aquel paisaje idílico y me empezó a hablar de las ventajas del matrimonio, de hipotecas, de ser padres etc…un tema  que tantas veces nos había provocado discusiones estériles... sin contestarle salí de allí, subí el ancla, desplegué la spinaker y entramos en el muelle, despacio y en absoluto silencio, sin hablar más del asunto; al día siguiente ,ya en el apartamento, tomé la decisión que pensé  que era la más coherente  y que sin embargo ahora tampoco me hace feliz, hice las maletas y me marché, dejando tras de mi  más cosas de las que creía-.

Se hizo el  silencio, Carlos estaba como asimilando lo que le había contado, parecía que todo era  demasiado sencillo para su pensamiento metafísico y  no decía nada, no hacía nada, se levantó, se acercó a mí, me puso la mano en el hombro y me dijo:

-Bueno tú te lo piensas, ahora vamos a tener que dejar la conversación, es ya muy tarde.-

Nos dirigimos a los camarotes para descansar, pero a mi no me sirvió de nada, porque entre las brumas del alcohol y el insomnio,  no dejaba de revivir la cara de  Carlos cuando me hablaba de su mujer, como le brillaban los  ojos a punto del llanto  cuando hablaba de ella . Una y   otra vez el  vaivén del barco me devolvía el sonido de sus  palabras  con el ritmo de las olas,  la  expresión de Carmen cuando me fui y la imagen de  sus mejillas llenas de  lágrimas cristalinas y saladas, como el mar.

Al día siguiente amaneció un día soleado y tranquilo que nos permitió parar el motor y disfrutar de un baño en alta mar y de una especie de desayuno-comida; a  quinientos metros una manada de ballenas nos acompañaba, inmóviles como tomando el sol, poco a poco  el viento empezó a soplar y lo aprovechamos para continuar la navegación rumbo a las islas. Ayudados por los alisios llegamos al norte de Lanzarote y  al rato divisamos Alegranza , cayendo a estribor para dejar estas islas a nuestra izquierda, descendimos hacia el sur y dejamos atrás Fuerteventura, luego pasamos  por Playa del Inglés para  acercamos al sur de Gran Canaria  y atracar en el puerto de Mogán, que era nuestro  destino.

Durante la mañana busqué un apartamento para alquilar, en  el puerto  los hay edificados entre  canales artificiales ,que hacen llamar a este lugar la Venecia del sur de Gran Canaria ,pintados de blanco con plantas y flores entre restaurantes y tiendas de souvenir ,  tienen  un aspecto diferente a lo construido en otros emplazamientos turísticos . La distancia en moto desde el ayuntamiento, donde trabajaba, hasta donde alquilé, no era demasiado grande y desde la terraza podía contemplar el punto de atraque del “Aquarela”, el velero de  Carlos, que si me decidía y encontraba como pagarlo,  podría ser mío.

No sé de donde me vino ese interés por el mar, lo que tenía más  cerca, en mi juventud, eran las aguas del Manzanares o el lago del parque del Retiro y buscando, como un aventurero antiguo, la salida al mar,   la encontré de repente en  el Atlántico, cuando conocí a Carmen  aquel  verano. Con el ímpetu  del  primer amor  y mi deseo de vivir en otro lugar, en poco tiempo me preparé unas oposiciones, me matriculé en la escuela de idiomas con ella, para aprender francés, y   saqué  el título de patrón de embarcaciones de recreo, el de yate y me establecí aquí ,con la  seguridad infundada, de que ese era  mi destino. Ahora ya no sé que pensar de casi nada de lo que antes daba por sentado, ni siquiera  sé si existe un destino para cada uno, sí por una decisión que tomas  tu vida da un giro total, o sí por ella, la historia de otra persona, a la que atas al  tuyo, se escribe también en el mismo papel, robándole la oportunidad de vivir en otra historia otro destino distinto.

Era ya mediodía cuando me senté en una cafetería del paseo marítimo, pedí un cortado, encendí el móvil y al rato sonó el tono de  un mensaje de mi hermano ,  en el me decía que teníamos que vernos en Madrid el miércoles, como todavía me quedaban por disfrutar casi todas las  vacaciones, no tendría ningún  problema, aprovecharía para ver a mi madre y de paso le pediría consejo a Miguel sobre lo del barco; no nos veríamos en su despacho, me iría a buscar al aeropuerto para ir, directamente, al bufete de su abogado. Rápidamente apagué el teléfono, tenía miedo de  que saltara algún mensaje de Carmen, alguna  llamada perdida, porque  no sabía si podía evitar el impulso de verla, de correr a buscarla. Cogí la moto y me alejé de allí, haciendo todo el ruido que podía, todo lo que la máquina daba de si, el aire me daba en la cara, agitaba mi ropa y me secaba las lágrimas y sentía, en mi interior, un vacío inmenso…

 

 

 

 

              Para Mercedes, Por ser la dueña de mis sueños imposibles

     Y de mis noches de amor

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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