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INADAPTADA

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30-12-2013

Contemporánea novela

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La vida de Rebeca nunca fue fácil. Tras la muerte de su mejor amiga por los constantes maltratos de su padre, la joven tiene que hacer frente a una vida llena de frustraciones y humillaciones. Su padre es un hombre tremendamente machista cuyo concepto de la mujer es pésimo. Rebeca pasará por diferentes situaciones en la vida que la harán ver que realmente se puede luchar por los derechos de todas aquellas mujeres que se encuentran bajo el yugo del maltrato. En su juventud conocerá a Jesús, un chico que se convertirá en el primer amor de la joven y del que se tendrá que separar cuando Rebeca decida irse a estudiar fuera de la ciudad.
Durante su etapa en el extranjero, Rebeca comenzará a trabajar para intentar ayudar a las mujeres que sufren algún tipo de abuso. Conocerá a numerosas personas que la ayudarán en su andadura y poco a poco irá ascendiendo en nuevos proyectos. Tras muchas idas y venidas amorosas, Rebeca se da cuenta de que sigue queriendo a Jesús y decide apostar por su relación, pero un terrible episodio hará que la pareja vuelva a separarse.

¿Qué sucederá con la pareja? ¿Conseguirá Rebeca luchar por los derechos de las mujeres?

¿Conseguirá su propósito de ser una mujer fuerte y segura de si misma?

 

Leer primer capítulo

 

Primer capítulo

1. REBECA
Nunca supe bien por qué, pero ese día estaba más sensible de lo que se considera normal.
Todavía resonaban en mi mente aquellas palabras. Los días pasaban pero yo, no lograba olvidarla.
Tal vez si pudiera hacer algo me sentiría mejor, pero me encuentro atada, con dieciséis años, en plena
adolescencia, es muy difícil saber lo que realmente siento y casi imposible intentar
comunicárselo a alguien. Aunque, si soy sincera, en lo más profundo del corazón, todo me da igual
porque ya no tengo a nadie con quien hablar.
Desperté temprano, y enseguida se oyó el ruido de su casa, mi familia despertaba, o mejor
dicho, lo que quedaba de ella.
- ¡Vamos Rebeca, que llegarás tarde a clase! –dijo mi madre desde la cocina.
Su voz era suave y cariñosa. No tuvo una infancia fácil, pero era el alma de la familia.
Hacía que mi padre y yo nos sintiéramos bien: con la casa limpia, los desayunos preparados, la ropa
siempre a punto... Ella pensaba que para eso precisamente estaba aquí, y lo hacía con cariño y
muchas veces, con resignación.
Mi nombre es Rebeca. Soy una chica corriente, como cualquiera de mi edad, pero dentro de
mí la soledad y la desilusión acampaban a sus anchas. Por las mañanas cuando escuchaba la voz de
mi madre y veía su sonrisa, por un momento, me sentía a salvo.
El verano había terminado, y comenzaban las clases. Ojala mi vida fuera una rutina, y
volviera de nuevo a mi instituto, con mis antiguos compañeros, en mi misma casa, en la misma
ciudad…, pero mi realidad era bien diferente.
Aquella mañana me tomé mi tazón de leche y salí corriendo a clase. Nuevas calles en una nueva
ciudad, nuevo centro de estudios, nuevos compañeros, nuevos profesores, todo era nuevo, menos yo
que parecía una vieja metida en un cuerpo mutante. Una vieja, sola y enfadada con el mundo.
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La ciudad parecía muy tranquila, y según iba caminando, no dejaba de sorprenderme, no sabía muy
bien si era porque despertaba a la madurez, o porque realmente era un sitio especial, como tanto me
insistió mi madre. A pesar de haber pasado el verano allí, no tenía muchas amigas todavía.
Bueno, en realidad sólo había tenido una amiga en toda mi vida. Eso sí, la recordaba como la mejor
amiga que alguien podría tener. Se llamaba Laura. Y digo se llamaba porque ya nunca volveré a
verla. Laura era alta, un poco más alta que yo cuando nos conocimos y lo que nunca podré olvidar
será su sonrisa. Siempre estaba sonriendo. Eso a mí me encantaba. Parecía tan feliz. En cambio,
Laura sufría mucho en su casa. Su madre murió de cáncer cuando teníamos ocho años. Desde
entonces, su padre se volvió arisco, raro y la gritaba como si ella fuera la culpable. Laura se sentía tan
sola cuando nos conocimos; y yo acababa de perder a mis hermanos mayores porque se fueron de
casa, me sentía tan sola que algo nos unió para siempre.
A mí siempre me sorprendió las ganas que ponía en vivir, a pesar de echar en falta a su madre y tener
que soportar el mal genio de su padre.
Yo caminaba pensativa aquella mañana recordando a Laura. No podía creer lo que había
pasado. Recordaba su sonrisa y los ojos se me nublaban. Era tan alegre. Si hubiese estado allí, con
ella. Pero que más da, no podría haber hecho nada. El dolor me nublaba el pensamiento y
comenzaba a despotricar contra todo cuanto me rodeaba. Estaba harta de este mundo, cuando apenas
empezaba a vivir. Desde muy niña, nunca he entendido cuál es el papel de la mujer en este
mundo. Este nuevo curso que comenzaba veía que algo estaba cambiando en mí. La muerte de
Laura me había impresionado tanto que ya nada sería igual. La Rebeca que era ahora no tenía
mucho que ver con la niña callada y asustadiza de antes. La fuerza de mis sentimientos era más
intensa e intentaba dar razón a cosas que no pareciera que la tuvieran. Pero la realidad era que
odiaba la asquerosa violencia que se ejerce continuamente sobre las mujeres, y en especial sobre
mi amiga Laura. Odiaba la sensación de haber perdido a mi amiga. Además me hacía sentir
desprotegida, como si mi vida estuviera en manos de alguien y yo no podría controlarla nunca. No
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me gustaba ser una marioneta dirigida por unos hilos que aunque invisibles no me dejaban movilidad.
En mi cabeza se repetía una y otra vez la misma frase, como una letanía eterna. Ya no hay marcha
Atrás en lo que siento, y aunque parece que no se puede hacer nada, creo que algo tiene que cambiar.
“No se pudo hacer nada por la joven que murió en el lugar del accidente” -eso dijeron los periódicos
cuando salió publicado en una esquinita, junto con otros sucesos tráficos, la muerte de Laura. Frase
maldita y mentirosa, no creo que no pudiera hacer nada. Además no fue un accidente, se ocultaba la
realidad…yo sabía que no fue un accidente, que ella soportaba los malos tratos de su padre hasta que
ese día se le fue la mano, y “nada se pudo hacer por la joven.” Nadie conocía como yo la verdadera
historia, y me pesaba mucho cargar con aquella injusticia. Para mí era muy difícil hacer como si nada
pasara. Desde su muerte también me enfrenté con mis padres y con los vecinos, todos lo sabían, pero
nadie dijo nada. Por eso, mis padres decidieron que lo mejor era mudarnos a otra cuidad.
Esa frase seguía rondando y revoloteando en mi cabeza: “nada se puedo hacer por la joven”.
Mi mente se resistía a pensar que ya no se podía hacer nada. Estaba claro que por Laura no. Pero,
¿por todas las demás?...tantas mujeres que siguen sufriendo malos tratos y muriendo cada día ante un
sociedad que parece impasible, que las llora el día de la tragedia, pero que a la mañana siguiente,
todo sigue igual como si nada hubiera pasado.
Me acercaba al nuevo instituto. No era muy viejo, pero tampoco era una construcción nueva.
Poco importaba eso, tendría que pasar allí unos años para acabar y encontrar mi camino... eso me
decía siempre mi madre: “Acaba esto y luego coges tu camino”. - ¿Mi camino? ¿Y cuál sería mi
camino? Siempre imaginaba que era un ave, una gran rapaz que alzaba el vuelo alto, muy alto y
dejaba aquí en tierra toda esa basura del maltrato y la violencia. Pensando y soñando con ser libre
me acercaba a un grupo de chicas que charlaban en la puerta...pasé de largo. Pero, una de ellas me
dijo:
- ¡Oye! ¿Tú eres nueva verdad?
- Sí, -dije tímida y confusa. No sabía si era amable conmigo o lo decía por decir.
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- Te vi entregando la matrícula el otro día. –continuó la muchacha, intentando entablar
conversación.
- Bueno. –respondí de forma seca mientras me marchaba sin mirar.
Aceleré el paso para entrar y no miré hacia atrás. No parecían malas chicas... tal vez,
debería hacerme acercado y hablar con ellas, pero ya era tarde para eso.
Las clases pasaron rápidas, mejor de lo que esperaba con tanta novedad: profesores, aulas,
compañeros,... Fueron pasando las horas, los días y poco a poco, la chica que la hablé aquel día se fue
haciendo mi amiga.
Quedamos un par de veces para algún trabajo de clase, otro día incluso fuimos al cine y
Conocí alguna compañera más de clase. Empezaba a crear un mundo nuevo, y también comencé,
para mi sorpresa, a sentirme bien allí.
Una tarde al volver del instituto, escuché a mi madre en el salón y al entrar me di cuenta que
estaba llorando. Me acerqué con cuidado y un poco confusa le pregunté:
- Mamá, ¿qué pasa? ¿por qué lloras?
- Nada. –contestó mientras se secaba las lágrimas con las manos.
- ¿Ha pasado algo?
- No, no pasa nada. Hija ¡Sólo que deseo y espero que tú puedas cumplir tus sueños! Por eso
quiero que estudies. Y después hagas lo que quieras. Yo conocí a tu padre y ya me até para
siempre. No hagas tu eso, cariño. Se libre, -sonó sus mocos y continuó con la voz temblorosalibre,
todo lo libre que puedas, porque este mundo parece que no se hizo para las mujeres.
- Pero mamá, tu siempre sonríes y haces todo...con resignación.
Mi madre se echó de nuevo a llorar.
- ¡Déjame sola, déjame!-me pidió mientras se tapaba la cara con las manos.
Me sentía realmente confusa. El dolor de mi madre me dañaba como si fuera mío propio y
además era tan profundo, que se concentraba en mi pecho y apenas me dejaba respirar. Seguía
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creyendo que algo tenía que haber pasado, aunque en el fondo sabía que no era necesario siquiera que
sucediera cualquier circunstancia concreta, sino que ya la situación era tan insoportable que mi
madre explotaba sin poderlo controlar. Siempre me impresionó ver llorar a su madre, pero cada vez
era más sensible a esa situación. Algo cambiaba dentro de mí, y no comprendía bien qué me estaba
sucediendo.
Desde que perdí a mi amiga Laura mi corazón notaba más de cerca la injusticia contra las
mujeres, era una situación irreversible. Sentía un dolor profundo, y empecé a pensar en lo injusto de
vivir así, sin poder hacer lo que uno quiere. Intenté ordenar mis ideas. Estaba tan confusa, sentía rabia
porque mi madre tenía razón: ¡este mundo no esta hecho para las mujeres!
Pensando en todo esto pasé de la rabia a la esperanza. No puede ser, -pensaba- ya que estoy aquí,
algo podré hacer con mi vida. Tengo que superar los obstáculos y poder hacer lo que quiero
realmente. Pero ¿qué quiero realmente? Me gustaría que las mujeres no sufrieran. Que mi madre no
llorara como lo hacía hoy. Su mirada de insatisfacción me dolía en el alma. Tendríamos que crear
una plataforma de sueños. Pero que todos se pudieran hacer realidad. ¿Cómo haría eso? Lo primero
tengo que hacer mi propia plataforma, y saber cual son mis sueños, sino cómo explicar mi idea a
las demás.
- ¡Rebeca! -se oyó la voz de mi padre- ¿Dónde estás y qué haces?
- ¡Aquí papá, en mi habitación! –contesté.
- ¡Ya estás en las babias! Ven, que tienes que hacer la comida; a tu madre no sé que la pasa, que
no ha hecho nada.
Salí de mi habitación, y le dije:
- ¿Tu no sabes qué la pasa?
- ¡Yo que sé, cosas de mujeres, no hay quien os entienda, la verdad! Lo tiene todo y todavía
quiere... ¡qué sé yo lo que quiere!
- Tal vez sólo quiere un poco de comprensión y que se reconozca lo que hace.-contesté con voz
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protestona y reivindicativa.
- ¿Y qué hace? ¿Ocuparse de la casa? ¡Pues vaya cosa! Para eso esta, ¿no? ¿Qué más quiere?
- Bueno papá, mamá tendrá sueños.
- ¿Sueños? Eso es cosa de hombres, hacer proyectos y cosas importantes de verdad.
Pero tú que dices, hazme la comida y calla que tengo que volver al trabajo. Serás mocosa, me estás
haciendo perder el tiempo.
Yo sentía tanta rabia que pensé decir: ¡no quiero! Y marcharme a mi habitación. Pero mi
Padre no tenía buenas pulgas, enseguida se enfadaba y temía que la situación se le fuera de las
manos. Muchas veces me hizo daño lo que me decía. Y también muchas veces me callaba. Pero de
pronto pensé que ya no era tan pequeña, ni tenía tanto miedo. Además, se sumó otro sentimiento y es
que notaba una imperiosa necesidad de hacerlo por mi madre, porque él siempre la trata como una
criada, como si ella no sintiera su desprecio, como si él tuviera la exclusiva para derrotarla y
hundirla cada día, quitando importancia a todo lo que decía y hacía. Así que me volví hacia mi
padre, con la mirada fija en sus ojos me dije a mí misma: ya sé cuál es mi primer sueño:
“decir lo que pienso”
- Sabes papá, tú puedes hacerte la comida que ya eres mayorcito ¿no?
- ¿Qué has dicho? –protestó su padre enfadado, descubriendo una profundidad en su mirada que
nunca antes había visto.
Por primera vez, contesté a mi padre, había sentido ganas de hacerlo muchas veces, pero no
había tenido las fuerzas necesarias para hacerlo. Hoy en cambio, algo había cambiado. Este año
estaba creciendo, me sentía más fuerte, más segura de mí misma. Pronto cumpliría los diecisiete y
ya era hora de empezar a hacer mi vida, y poder expresar lo que pensaba. Aquello no sentó muy bien
a mi padre que decidió acercarse y levantarme la mano. Como yo imaginaba que sucedería algo así,
me aparté para librarme del guantazo y salí corriendo de la cocina. Mi boca no cayó ni en esos
momentos de tensión:
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- ¡Ahora entiendo qué le pasa a mamá! Eres un bruto que no valora nada de lo que ella hace, ni
dice. –le grité bien fuerte para que pudiera escucharlo.
- ¡Vete mejor, si no quieres que te de un buen bofetón! –vociferó mi padre.
Mi pulso estaba acelerado, sin embargo, me sentía como nunca de bien. Algo nuevo dentro de
mí crecía y decidí llamar a esa sensación: LIBERTAD. Sí, esto que noto dentro deber de ser la
libertad. No sabía hasta qué punto sentía amor por mi padre, apenas le conocía aunque vivíamos bajo
el mismo techo. La vida en mi casa era relativamente tranquila, pero muchas veces tan callada que no
aportaba nada...la indiferencia y la falta de diálogo colapsaban cualquier sentimiento, cualquier deseo
de compartir. Hay algo que tenía muy claro y es que simplemente no quería llevar la vida de mi
madre, eso sí lo sabía bien. Pero, ¿cómo despegar? ¿Cómo formar esa plataforma de sueños? Ahí
estaba ahora mi gran duda. A veces no sabía si era buena idea ser libre porque sentía que una gran
dificultad para ser coherente. En cambio, después pensaba que si me callaba, tal vez las cosas serían
más sencillas; era sólo cuestión de hacer todo lo que me digan, y la paz reinaba. Pero a costa de vivir
sumisa. Esa palabra siempre me impresionó mucho, la asociaba a países donde la mujer no tenía
libertad ni para salir a la calle, o conducir, o estudiar, o qué se yo cuántas cosas más. Sin embargo,
sumisa era mi madre, con su sonrisa rota por la indiferencia y con las alas tan destrozadas y
doloridas, que ya le hacían imposible levantar el vuelo. Ciertamente no quiero acabar así, nadie me
cortará las alas, nadie influenciará tanto en mi vida como para someterme a hacer cosas que no
siento, que no sean valoradas, y que mueran en la frialdad de una relación apática.
Las dudas volvían a mi cabeza porque me asustaban mis pensamientos, eran más fuertes que
yo y ejercían un poder sobre mi forma de sentir y de pensar que apenas podía dominar. Recordaba
aquella sensación de libertad como el aire que necesitaba para respirar. ¿Por qué no había sentido
eso antes? -me preguntaba. Ahora comprendo porqué es tan difícil crecer y hacerme adulta. Esa
debía de ser la diferencia. En mis pensamientos todavía resonaban las palabras de mi padre
minusvalorando a la mujer como si fuéramos nulas de sueños, y vacías de proyectos. Pero hay algo
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de lo que no tengo ninguna posible duda, y es que yo tengo ganas de hacer cosas importantes en mi
vida, y por mí misma, cosas que merezcan la pena. Además mi madre siempre me dio mucho más
que aquello que hacía, me dio algo que no se puede expresar con palabras, algo misterioso que me
cuesta mucho explicar, pero sé que lo llaman amor, cariño. A mi padre también le dio todo eso,
pero con aquella coraza de indiferencia no le llegaba. Me cuesta mucho aceptar que ellos ya no se
quieren. Si así fuera se tratarían de otra manera, y ella sonreiría feliz, y no lloraría como lo hacía el
el otro día.
- Rebeca, estás creciendo. –me dije a mí misma- Estás creciendo por dentro y parece que algo
diferente se abre paso dentro de mí, son mis ideas. De lejos escuchaba las voces de mi padre,
despotricando sobre mi mala educación:
- ¡Es culpa tuya, la malcrías, la has malcriado y protegido siempre! ¡Si yo hubiese tomado parte,
otro gallo cantaría!
Salí de casa, no soportaba estar allí. No sabía dónde ir, pero aún así me marché rápido y muy
nerviosa. Justo casi en la puerta de mi casa, le vi a él. Mi corazón se aceleró más todavía. Y no
sabía hacia dónde mirar. En un segundo, todo el odio que sentía por mi padre, todas mis ideas, lo
que acababa de pasar, las lágrimas de mi madre: todo se desvaneció. Era el de clase, ese chico me
parecía diferente a los demás. Ya el primer día de instituto me fijé en él, hablaba con sus amigos y
tonteaba con una de las chicas de la entrada. Tenía el pelo moreno, y sus ojos eran muy oscuros,
aunque no sabía si marrones o negros. Había algo en él que me atraía. Disimulé porque parecía que
si me miraba mis sentimientos estaban desnudos, era como su tuviera un cartel en la cara que decía
lo mucho que me gustaba. El pasó sin mirarme siquiera. Lo agradecí pues no habría sabido
disimular, aunque sentí una gran decepción porque parecía invisible a sus ojos. Según se alejaba, yo
sentía por dentro un volcán de sentimientos que chocaban entre sí: odio, amor, deseo, o tal vez, sólo
rabia. Caminé y me senté en un parque cerca de mi casa. Unos niños jugaban a mi alrededor y
parecían tan felices que me daban envidia. Ya no me sentía segura como de niña, la vida se
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complicaba y cada vez era más difícil encontrar paz.
- Debo de ir de nuevo a casa y afrontar lo que pasó. Pediré perdón a mi padre, intentaré estar con
mi madre... y no quiero pensar en él. Ya no me gusta, ni siquiera existo para él. Así que mejor será
decidir que ya no me gusta. –los niños dejaron de jugar y me miraron extrañados, no me daba
cuenta y hablaba en alto yo sola, pensarían que estaba loca.
Pasaron los días y todo volvió a la normalidad. Por lo menos desde fuera, todo continuaba
igual, mi madre volvió a ser la de antes, tal vez porque tomaba unas pastillas que la recetó el
médico. Parece que ahora ya no se revelaba contra nada, ni nadie. No sé bien si era la de antes,
porque ya no hablaba casi nada, ni se quejaba: era como un autómata. Yo echaba de menos su
sonrisa por las mañanas.
Mi padre decía de vez en cuando frases hirientes a mi madre, que pasaban desapercibidas,
porque el médico según él, pensaba lo mismo. Mi padre se engrandeció poderosamente. Y mientras
él se hacia más grande en casa, mi madre cada vez parecía más pequeña. Se fue haciendo
insignificante a nuestros ojos, hasta el punto de no decidir sobre nada. Ya no tenía voz ni voto en
nada que no fuera lo que hay que hacer de comida al día siguiente o la compra, o si limpiar o no los
baños.
Pasaron varias semanas y ésta situación se mantenía, por más que intentaba hablar con mi
madre, saber qué pensaba, cómo se sentía, no conseguía llegar a su interior. Sólo me hablaba de cosas
externas a ella, nunca de sentimientos. Aquellas pastillas que tomaba también le producían mucho
sueño y siempre estaba cansada. En lo más profundo de mi ser deseaba recuperar a su madre. Las
semanas se hicieron meses y yo sentía que ya se había olvidado de sí misma por completo, y también
de mí. Funcionábamos como dos autómatas: ella atendía la casa, y yo las clases, los trabajos y
estudiar. El curso avanzaba rápido y comenzaba a calentar el sol de la primavera. Todo renacía fuera
y en mi interior trataban de despertar sentimientos que no reconocía muy bien, pero esa sensación de
renacimiento era como un espejismo porque todo renacía excepto mi madre y yo. Me sentía todavía
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en el olvidado y frío invierno.
Mis amigas, o así comencé a llamar a mis compañeras de clase, aunque la palabra amiga
estaba reservada siempre a Laura, me trataban como la rarita del grupo. Por eso cada vez salía menos
con ellas. No se sentía bien allí y en realidad echaba en falta a Laura y nuestras charlas. Me fui
cerrando a un mundo que parecía que se abría ante mí, pero donde realmente no me sentía nada bien.
Un día inesperado y cotidiano sucedió algo que me sorprendió mucho. Mi amor platónico, que no
sabía de mi existencia, se acercó hacia mí. Aunque lo intentaba con todas mis fuerzas, no conseguí
apartar la mirada de él. Estaba segura de que pasaría de largo mientras miraba que llevaba los
botones de arriba de la camisa desabrochados, dejando ver parte de su pecho. Cuando quise darme
cuenta, levantó la vista y me encontré con su mirada que me pareció muy diferente a la que tantas
veces me había imaginado cuando soñaba despierta en mi habitación; era mucho más profunda y
bonita de lo que había pensado. Me sentí como en una nube y mi corazón comenzó a latir rápido
mientras intentaba prestar atención a lo que él comenzó a decirme:
- ¡Oye, vamos a hacer una fiesta esta noche! ¿Te apetece venir?
Miré tan sorprendida al oír su voz dirigiéndose a mí que desconfiaba de que eso pudiera estar
pasando.
- Sí, Rebeca. Te llamas Rebeca ¿verdad? –volvió a decirme.
- Bueno sí. No sé si podré ir. Tendré que decirlo en casa. No suelo salir. –titubeé como una tonta
y me salió una estúpida sonrisa. Me quedé mirándole con ganas de decir más cosas, pero me corté
al ver que me miraba directamente a los ojos.
- Si puedes te acercas, -contestó él- es en la casa de Marcos ¿le conoces? Toma mi teléfono, si
quieres quedamos para ir.
- ¡Vale, pero no te lo aseguro! Y sino,.. otro día. –respondí para no perder aquella oportunidad.
Por un momento sentí que no estaba en este mundo, que ni siquiera había formado parte de él
alguna vez. Era una sensación que me hacía sentir que sí existía un lugar donde podía sentirse a
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salvo. No entendía muy bien lo que acababa de pasar, pero me había hablado, me había mirado y
tenía la oportunidad de verle de nuevo. Me quedé clavada allí y no lograba calmar los latidos de mi
acelerado corazón. Sólo pensaba que era el chico más guapo y atractivo que nunca había visto. Mis
sentimientos revoloteaban sin saber dónde aparcar.
- ¿Por qué me ha hablado hoy? –me repetía una y otra vez- ¿Una fiesta? ¿Quién ira? ¿Estará
alguna de mis amigas? No sé que hacer, ¿qué voy a decir si apenas los conozco? Además, me
parece raro ir la casa de Marcos cuando no he hablado nunca con él.
Lo cierto es que decidí no pensarlo mucho, por una vez me atraía asistir a esa fiesta porque él
estaría, porque me gustó estar cerca de él y volver a verle era mi primordial objetivo; ya no era
capaz de pensar en otra cosa. Me sentía volar, sentía que sí debía ir y conocerle para saber cómo es
y cómo piensa, y sentir de nuevo su mirada. Tan pronto volaba mi imaginación y me sentía segura
de mí, como me hundía en lo más profundo pensando que no estaba preparada para ir a esa fiesta,
ya que apenas había salido de casa ese curso. Alguna vez que salí fue con alguna de las chicas no
me gustó porque bebían demasiado. Pero verle otra vez me dio la fuerza suficiente para coger el
teléfono y llamarle.
En casa dije que esa noche había quedado con las amigas del instituto porque como acaban las
clases dentro de poco queríamos celebrar una fiesta. Mi madre sólo dijo:
- ¡Bien hija, como quieras! ¡Ya es hora que salgas como las chicas de tu edad!
Aquel día me duché pensando en él. Mientras me preparaba mi pensamiento volaba hacia Laura. Qué
ganas tenía de contárselo todo, seguro que habría sonreído con aquella alegría que le caracterizaba.
Si estuviera aquí con ella, le contaría lo que sentía por dentro, tantas nuevas experiencias y
sentimientos que estaban cambiando mi vida. Imaginaba su dulce voz diciéndole: “Te has pillao
por ese chico, te gusta ¿eh?” Además pondría aquella cara de poseída por un espíritu maligno y me
perseguiría riéndose a carcajadas. Pero en el fondo sentía que la traicionaba. En nuestras charlas,
siempre nos juramos que nunca nos dejaríamos engañar por los hombres. Nuestros padres no eran el
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mejor ejemplo de buenos amantes. Y nosotras no pretendíamos conformarnos con cualquier cosa, y
menos después de la experiencia de Laura. Su muerte me había influido más de lo que imaginaba.
Cada cosa que tenía relación con el otro sexo se veía ensombrecido por aquella experiencia tan
traumática de la que cada vez se me hacía más difícil apartarme y olvidar. Después de mucho
pensarlo siempre llegábamos a la misma y repetitiva conclusión, y es que ningún hombre merecía la
pena, ya que todos estaban cortados por el mismo patrón. Teníamos muy claro que los hombres no
sabían tratar a las mujeres. Por lo menos a mujeres como nosotras. Me miré al espejo y estaba
convencida que había perdido el juicio porque hablaba de Laura como si estuviera allí todavía.
Cuando quise darme cuenta miré la hora y me sobresaltó ver que todavía no le había llamado.
Marqué temblando el número y pensé por un momento que tal vez él sí sabría cómo tratarme.
- Sí, ¿quién es? –se escuché de nuevo su voz.
- ¡Hola Jesús! Soy Rebeca.
- ¡Hola Rebeca! ¿Por fin te has decidido?
- Sí, bueno, ya estoy preparada, ¿cómo quedamos?
- En diez minutos en la puerta del Insti ¿vale?
- ¡Muy bien, allí estaré!
- ¡Chao!
- ¡Adiós!
Bueno está hecho, me sentía como si tuviera un billete para salir al mundo esa tarde y
rompería la monotonía que había durado tantos meses. Ansiaba conocer todo sobre él, cómo sería de
cerca, qué pensaría del mundo, de las chicas de clase, de los profesores, de mí…
Yo estaba espectacular, me puse aquel top que mi madre me había regalado justo un año antes de
estar como una momia, cuando me hablaba con aquella picardía que me hacía sonrojar:
-“¡Te sienta tan bien, póntelo cuando quieras conquistar al hombre de tus sueños!”- Y me miraba
en silencio dejando entrever su profunda tristeza, como alguien a quien le han arrancado la ilusión.
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La verdad es que me quedaba fenomenal, y hoy tal vez, conocía al hombre de mis sueños. Con un
pantalón ajustadito que marcaba mi figura tenía claro que lo quería pasar bien y hasta me había
pintado un poco los ojos, como en aquella revista que compré sobre maquillaje. Preparada estaba por
fuera, pero no sabía muy bien si lo estaba por dentro. Todavía por el camino me acompañaban las
dudas de si debía o no estar allí, si iba a saber qué decir o qué hacer. Y la más gorda de todas: ¿Le
gustaría a Jesús?
Me acercaba al Instituto y allí no había nadie. ¿Sería una broma? Y yo habría caído como una
tonta. En tan solo unos segundos me dio tiempo a dudar de todo, de él, de la fiesta, cuando de pronto
apareció muy arregladito, con vaqueros nuevos y camisa de rayas. Pero no venía solo, le
acompañaba una de las chicas de la otra clase.
- ¡Hola Rebeca! Siento decirte que ya no hay fiesta. –dijo Jesús con cara de tristeza.
- ¿Cómo, se ha suspendido? Y ¿por qué?
- Bueno, Marcos está en el hospital, con su madre.
- ¿Qué le ha pasado? –preguntó Rebeca.
- Suele estar por allí varias veces, se cae mucho últimamente, la verdad es que… ¡no hace más
que caerse!
- Y ¿está bien?
- No lo sé, bueno, siempre luego se pone bien. ¡Ah, por cierto! Esta es Marta. Una amiga.
- Hola Marta, sí te conozco del Instituto. –la saludé amablemente.
Los tres nos quedamos en silencio y se creó una situación un tanto rara. Yo me sentí fuera de
lugar toda arreglada, con aquel top. Además él con aquella otra chica...
- Creo que me iré a casa, bueno otro día, ya habrá otra fiesta. –les dije un poco desilusionada.
- ¡No te vayas Rebeca! En realidad ya que estamos aquí podíamos tomar algo. -dijo Jesús.
- ¡Yo me marcho! -dijo Marta- En realidad, sólo venía a acompañar a Jesús.
La cosa pintaba mejor, si por lo menos podía hablar con él a solas. En el fondo me alegré de que no
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hubiera fiesta, tal vez sola con él, sin otra gente que apenas conocía me sentiría más a salvo.
Aquel día hablamos de muchas cosas, a veces sin importancia, otras muy importantes, o por lo
menos a mí me lo parecían.
Jesús me contó que en realidad la madre de Marcos estaba en el hospital de nuevo porque su
marido le había dado la paliza del siglo. O sea que era un maltratador, siempre lo había sido y
siempre lo será. Eso es lo que decía Marcos a Jesús, que era uno de sus mejores amigos. Cuando
escuché aquello un escalofrío me recorrió por todo el cuerpo y sentía de nuevo ese dolor como si
fuera Laura la maltratada., como si a ella misma se lo hubieran hecho, como cuando vi a mi madre
llorar. De nuevo apareció el vacío de la pérdida de Laura. ¿Por qué aquel tema me influía tanto?
Jesús notó que me cambió la cara y me preguntó si me encontraba bien. Me dio tanta confianza que
le conté lo que sucedió con Laura, cómo la recordaba todavía aunque habían pasado casi doce
meses. Mis ojos se llenaron de lágrimas y repetí las absurdas palabras del periódico, aquellas
palabras que parecía que formaban otra parte más de mi cuerpo porque no era capaz de olvidarlas:
¡No se pudo hacer nada!
Jesús me miraba en silencio y acercó su mano para secarme una lágrima que estaba a punto de
rodar por mi mejilla. Noté su tacto y mi cuerpo se estremeció. Después de un rato cuando me calmé
le dije:
- Esta vez ¿tampoco se puede hacer nada? La madre de Marcos esta viva en una situación que
pone los pelos de punta, y ¿no se puede hacer nada?
- Imagino cómo se tiene que sentir una mujer en esa situación, su miedo, su dolor, su impotencia.
Jesús me miraba, y dicho de sus labios aquello no parecía tan grave. Tal vez porque me
gustaba físicamente, y además lo decía con delicadeza como si él también lo sintiera de verdad.
Bueno, al fin y al cabo, Marcos era su amigo, algo tendría que sentir. Pero pronto cambiamos de tema
y me contó algo de su familia. Eran sólo dos hermanos. Uno más mayor que él, que ya no vivía en
casa.
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Se había juntado con su novia en un piso, y sus padres no querían saber nada de él. Cuando se
marchó lo hizo sin su aprobación. Pero su madre a escondidas había seguido a su hermano y pudo
conocer a su novia y dónde vivían.
Al parecer la familia de Jesús era de clase alta, su padre era un abogado muy bien
considerado. Según él era altanero y engreído. Menos mal que no se parecía en nada a su padre. Jesús
nunca se identificó con él, y le molestaban sus comentarios groseros de la gusto que soltaba cuando
hablaba sobre los casos que llevaba entre manos. Jesús me contó que el último cliente a quien
defendía era un violador, pero como era uno de los concejales, el caso duró poco. Enseguida se
buscaron pruebas para culpar a la pobre secretaría que se había atrevido a denunciar el día que el
acoso pasó a violación. Su padre decía con voz burlona: -¡Qué se creía esta buscona, que la iban a
indemnizar, además de lo bien que lo habría pasado!
Sólo se reía él, su madre bajaba la cabeza y callaba. Y él pensaba que nunca sería abogado.
Su madre era según él, una persona sensible y cariñosa. Antes de que naciera él, era economista,
trabajaba para una gran empresa que tuvo algún fraude gordo y así es como conoció a su padre. Se
quedó sin trabajo y su madre dice que era tan galán que la enamoró. Aunque siempre decía al final:
-¡Pero de eso hace ya muchos años!
¿Qué querría decir eso? ¿Hace muchos años que se enamoró? Luego ahora ya no estaba enamorada.
Cuesta creer eso, pero pensando en mis padres, yo también creía que ya no estaban enamorados.
Yo le conté que mi madre también había estudiado una carrera e incluso trabajó allí en el pueblo de
maestra. Después de nacer yo, lo dejó porque decía que no podía trabajar y atender bien a su familia.
-Nosotros somos tres hermanos, -le contaba a Jesús- Mis hermanos mayores ya no viven con
nosotros porque tienen su propia vida. El mayor Sebas, se marchó cuando yo era muy pequeña.
Recuerdo que había muchas discusiones y no se llevaba bien con mi padre. Mi padre quería que
trabajara en su empresa como secretario, llevando la contabilidad en el taller. Pero él tenía otros
planes, le gustaba la naturaleza y se marchó de guardabosques lo más lejos que pudo. Hace años
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que no sabemos nada de él. Mi madre lloró mucho, pero luego se le pasó. Como dice ella: ¡Todo se
pasa!
Mi hermana Carla, -seguí contándole bajo su atenta mirada- estaba de cajera en el supermercado
del pueblo, pero un día se fue con un camionero. Sólo se lo dijo a mi madre, que lloró de nuevo,
porque estaba decidida y nada la iba a cambiar de opinión. Desde entonces mi padre no habla de
ella y si dice algo utiliza palabras como:
-¡Esa puta! ¡Si llego a estar yo en casa!
Cuando sucedió todo aquello, ese mismo año, yo conocí a Laura. Acababa de llegar al pueblo.
Vivía dos casas más allá y las dos teníamos ocho años recién cumplidos. Lo recuerdo como si fuera
hoy: estaba en la puerta de casa, jugando con mis muñecas y pasó ella de la mano de su madre.
Nos miramos y ella me sonrió. Su madre era guapísima, muy alta, y llevaba una ropa elegante. Pero
me sorprendió ver sus ojos tan tristes. Detrás apareció un hombre fuerte, grande, con bigote y con
muy poco pelo. Su cara era sería y me miró con desprecio, como si la calle fuera suya y yo le
molestara.
Luego no volví a verla hasta que un día salió a la calle, llorando y yo estaba allí, con mis muñecas.
Nos miramos y se sentó a mi lado. Yo seguí jugando y como mi madre lloraba también todos los
días parecía que fuera lo más normal. Pero ella rompió el silencio y me dijo:
- ¡Por fin lo ha conseguido!
- ¿Cuál? Pregunté yo asombrada
- Pues eso, morirse.
- ¿Quién?
- Mi madre. Ha estado tan triste siempre, que por fin consigue marcharse a otro sitio. Ella
dice que estaré bien, y que papa cuidará de mí, pero yo tengo mis dudas.
Por un momento pensé en mi madre y me estremeció pensar que pudiera morirse. Ahora que mis
hermanos no estaban, parecía que no quería tampoco vivir.
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Aquel día no hablamos más, enseguida su padre la llamó y entró en casa. A los pocos días su madre
murió. Y todo el pueblo fuimos al entierro.
Aunque hacía poco que los conocíamos, era muy normal cumplir y asistir a la iglesia, al
velatorio, a todo...Yo tampoco me libre y fue lo mejor que hice pues allí sellamos una amistad que
creo que todavía dura, a pesar de la distancia que nos separa.
Laura y yo nos hicimos inseparables. Hablábamos de cosas que oíamos a los mayores y las
interpretábamos a nuestra manera. Con nueve años, la vida se ve de otra manera. Aunque su madre
no estaba Laura pensaba en ella a diario. A mí me decía que hablaba con ella por las noches y
cuando su padre la reñía, que cada vez era más frecuentemente, se lo contaba a ella, imaginaba que
la abrazaba y así la dolía menos. Aquellas riñas se hicieron cada vez más frecuentes. Alguna vez
aparecía con algún moratón, y con la cara triste. Cuando estaba conmigo, ella decía que se olvidaba
de todo. Y siempre sonreía. Yo sufría y alguna vez, pensábamos en marcharnos juntas, como mis
hermanos que se habían marchado y seguro que estaban más felices. Pero con esa edad, nos
asustaba dónde ir. Además, nos encontraban porque el padre de Laura trabajaba de guardaespaldas
y conocía a todos los polis secretas de las cercanías. Otras veces pensaba en su madre y me decía
que como ella, se moriría de cáncer. Me quedé callada y recordé aquella conversación con Laura:
- ¿Qué es el cáncer Laura?
- ¡Pues rabia, rabia contenida! No querer vivir.
- ¿Por qué tu madre tenía rabia contenida?
- Sería porque mi padre ya no la quería.
- ¿Cómo sabes eso? ¿Cómo sabes que alguien no te quiere?
- Es fácil, cuando lo que sientes no le importa a alguien, es que no te quiere.
- Yo siento dolor cuando te veo con esos golpes, a pesar de que me sonrías.
- Es que cuando estoy contigo me duele menos, siento que tú me quieres.
- Siempre estaremos juntas ¿vale?
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- Te lo prometo.”
Jesús intentó llamar mi atención y le dije:
- Aquella promesa Laura no la cumplió.
- ¿Qué promesa? –preguntó Jesús interesado.
- Me dijo que siempre estaríamos juntas. Estuvimos unidas siete años, yo disfrutando de su
amistad y alegría, y ella soportando esas palizas de su padre. Algo dentro de mí se revelaba a esa
situación pero por otro lado, todo parecía normal. Nadie hacía nada por evitarlo. Se comentaba en
el pueblo...entre los vecinos. Pero no se hacía nada más. Mi padre decía:
- ¡Él sabrá lo que hace! Seguro que se lo merece.
Mi madre callaba y suspiraba. Me miraba y yo le devolvía la mirada. Parecía que sentía mi dolor.
Aquel día, el que Laura murió, habíamos estado juntas haciendo un trabajo sobre los Derechos
Humanos. Cuando terminamos nos miramos y ella dijo en voz baja:
- ¿Tú crees que esto se cumple en algún sitio? En mi vida no, porque si así fuera, se respetaría lo
que soy.
- ¿Y qué eres Laura?
- Lo mismo que tú: una mujer en un mundo de hombres. Sabes, no puedo pensar muy bien de
ellos. El que más debía de quererme, mi padre, no tiene ni idea de eso. No sabe nada sobre mí.
Cuando llega a casa empiezo a temblar, aunque no quiera. Le oigo y según cómo hable ya sé si
esa noche me pegará o no.
El silencio me atormentaba, ella callaba muchas cosas que yo no podía ni imaginar. En mi
casa no es que hubiera mucha comprensión y cariño, pero no podía imaginar su miedo. Miedo era
una palabra que cuando ella le decía su mirada se volvía profunda y triste. Yo nunca la podré olvidar.
Con ella aprendí a querer realmente, a sentir sufrimiento, a definir sentimientos dormidos en mí que
ella despertaba. Indignación, impotencia, situaciones límite que hacían que tomara partido hacia lo
que realmente no quería. Y lo que deseaba realmente era no verla sufrir. Quería reír con ella, ser
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como cualquier otra chica de esa edad, hablar de chicos, pero no de padres que pegaban y que no
comprendían nada. Mi idea de los hombres no era muy positiva. De hecho los chicos del pueblo
parecían “patanes” que se preparaban para maltratar a las mujeres. Aquel día llegamos tarde a casa,
nos entretuvimos en la biblioteca, acabando nuestro trabajo, y sobre todo hablando de todos estos
temas. Nos despedimos en la puerta de mi casa. Se notaba preocupada pues su padre ya habría
llegado, y además era un poco más tarde de lo normal.
Nos miramos, y me dijo:
- ¡Hasta mañana! -Con una sonrisa que nunca olvidaré.
Cuantas veces me acordé de esa frase y esa sonrisa cuando la despertar el día siguiente, mi vida
cambió. Mi madre me despertó, y me dijo:
- Cariño, hoy ha sucedido una desgracia.
- ¿Qué pasa mamá?
- Tú amiga Laura.
- ¿Qué?
- Se ha dado un mal golpe, y cuando llegó la ambulancia ya estaba... ¡pobrecita!...
- ¿Qué mamá, habla? Estaba...
- ¡Muerta!.
- ¿Muerta? Pero, si ayer estuve con ella y...
- ¡Ese bruto!
No quise escuchar más. No podía escuchar nada. Quería aferrarme al día anterior, a su sonrisa
cuando me dijo: ¡Hasta mañana!
Pero no había otro mañana. En mi cabeza se agolpaban las ideas, las frases, su cara, y una profunda
rabia que no podía soportar. Él la había matado. La había pegado como siempre, pero esa vez acabó
con ella. Rompió la promesa, ya no estaríamos juntas, ya nunca más volvería a verla.
Mamá estaba preocupada por mí, apenas comía y estaba muy callada y triste. Ella era mi
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única amiga. Sin hermanos, y el ambiente triste en casa desde que ellos se fueron, con aquellas frases
inoportunas de mi padre, yo parecía no querer vivir. Por eso mis padres decidieron venir aquí, una
ciudad más grande donde pudiera relacionarme con otros jóvenes y superar la muerte de Laura.
La verdad me sorprendió que mi padre accediera, y así nos mudamos a esta cuidad. “Nueva vida,”
decía mi madre y hasta ella comenzó a sonreír, cantaba de vez en cuando mientras limpiaba y
algunos días parecíamos hasta una familia.
Yo le escribí una carta a Laura antes de irme, le dije que siempre me acordaría de ella y le
juré que no aceptaba que nadie me diría la frase: ¡No se pudo hacer nada! No pensaba conformarme y
callar.
Seguía pensando que no se pudo hacer nada por ella, pero estoy segura de que se podría hacer
algo para que eso no pasara más. Por eso me cuesta tanto hacer nuevas amigas. No congenio bien con
las chicas de mi edad que no se preocupan más que de su ropa, o de un chico, de su pelo, de ir aquí o
allí y tener fama por ser la más guay de la clase. Sus problemas no se concuerdan con mis
pensamientos y experiencias pasadas. No me siento bien con ellas. Además para ellas soy rara, seria
y algo desconfiada. Les sorprende que no hable de chicos, y que no me guste ninguno. La verdad,
alguno me podía atraerme, pero cuando escucho lo que dicen y cómo tratan a las chicas en general,
no me parece más que otro bruto más, preparándose para herir alguna mujer.
- ¿Dónde aprendéis a ser así, Jesús? –le pregunté intrigada.
-No todos somos así, yo nunca te haría daño.
Su mirada era tan sincera que me sentí aliviada, no había parado de hablar y él me escuchaba
atentamente. Todos esos sentimientos dolorosos parecían apagarse. Estaba dura como una piedra y
así pretendía seguir. Pero su mirada cálida había conseguido mover algo dentro de mí. Años
pensando y alimentando una creencia que en unos minutos ese día, había cambiado. Había un chico
que parecía delicado, y además guapo. Y estaba allí conmigo, hablando de temas muy duros, que
junto a él no lo parecían tanto. Nos despedimos y cada uno tomó camino para su casa.
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¿Qué me estaba sucediendo? ¿Acaso me estaba enamorando? Luchaban las ideas y los
sentimientos dentro de mí. Y por un momento, pensaba que le había sido infiel a mi mejor amiga.
Nos habíamos prometido no confiar en los hombres, pero ella tampoco cumplió la promesa de estar
siempre juntas.
Transcurrieron los días y no había vuelto a hablar con Jesús. Muchas veces intenté
llamarle, pero me sentía todavía un poco desconfiada. Lo que había sucedido entre nosotros, aquella
conexión tan fuerte, parecía un sueño. Pensé que como nos veríamos en una semana para recoger las
notas en el instituto, y dejé pasar lo días.
Estaba en mi habitación, soñando despierta, cuando llamaron a la puerta. Escuché un grito
fuerte de mi madre, que no sabía bien si era de alegría o de tristeza. Me hizo salir corriendo a ver qué
pasaba. Era mi hermano Sebas ¡no lo podía creer! No le recordaba tan gordo, ni tan grande, sólo le
había visto en fotos de hace años. Y venía con un bebé en los brazos. Mi madre lloraba, y supuse que
era de alegría. Le acompañaba una señora rubia, con la cara redonda y algo rellenita, que sería su
novia, aquella mujer que hizo que Sebas se marchara de casa. Yo me quedé a una distancia
prudencial y mientras mi madre saludaba a la señora rubia y cogía en brazos al bebé, Sebas me miró.
- ¿Tú eres Rebeca? –dijo con voz cariñosa.
Yo asentí con la cabeza, sorprendida de que se diera cuenta de mi presencia. En realidad, no le
conocía de nada. Y no tenía por qué quererle, ni sentir nada hacia él, sino un poco de rabia porque
lo único que había hecho era hacer sufrir a mi madre.
- ¡Estás hecha una mujer muy guapa! ¡Has crecido mucho estos años! –dijo Sebas.
- Sí, supongo. –contesté fría y distante.
Se acercó a darme un beso y yo le correspondí también, con un impulso que no entendía bien,
pero me gustó que me besara y sonriera así, tan amablemente. Además ver tan feliz a mi madre ya
me había relajado un poco. El nombre de la señora rubia era María, así la llamo él cuando me
presentó.
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- ¡Eres tan guapa como me habían dicho! –dijo María.
- ¡Hola! –Contesté sin más.
- ¡Mira Rebeca! ¡Has sido tía! Se llama Mario y tiene apenas un mes.
Mi hermano me puso a ese ser pequeñito en los brazos y no me atrevía ni a respirar fuerte por si se
rompía o se caía. Pesaba tan poco y olía tan raro, como a colonia. Respiraba dormido y no sabía
muy bien qué sentía, tal vez sólo ternura, era un sentimiento nuevo para mí, nunca había visto un
bebe tan pequeño. Mi madre sonreía y le miraba de una manera increíble. Era tan pequeño y en
cambio producía sentimientos tan grandes en todos los que allí estábamos.
Mi madre cogió en brazos de nuevo a su nieto, porque creo que temía que yo no pudiera
mantenerlo por más tiempo en mis brazos. Mientras, mi hermano miró a María y la besó. Después
me miraron a mí y me sonrojé.
Hace mucho que en casa no había visto un beso. Parece que en este mundo hay personas que sí
muestran su amor y se les ve felices. Pero la felicidad duró poco porque cuando mi padre entró por
la puerta casi sin saludar, empezó a discutir con mi hermano, y les echó literalmente de casa. Mi
madre lloraba de nuevo, parecía que su cara de felicidad de hace sólo dos minutos antes, no hubiera
existido nunca. De nuevo, una vez más se volvía negro y oscuro el ambiente de casa. Parece que
por un momento, como si fuera un sueño, ella se sentía feliz. En ese momento comprendí cuál
sería la plataforma de sueños de mi madre.
- Si yo pudiera conseguir que esos felices momentos duraran lo suficiente para vencer el dolor, la
soledad y la indiferencia sería como recuperar a mi madre. Mi hermano cerró la puerta tras de sí
abrazando y protegiendo a su hermosa familia. Y ahí nos quedamos las dos de siempre, aguantando
al bruto de mi padre. ¿Acaso no vio la cara de felicidad de mi madre? ¿Acaso Sebas no es también
su hijo? ¿Y no vio a Mario, ese ser pequeñito capaz de llenar una habitación de ternura y cambiar la
faz y el semblante de mi pobre madre?
No se medió palabra esa noche. Hacía calor, ya estaba entrada la primavera y yo leía con la ventana
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abierta. No sé muy bien si leía o más bien mi cabeza seguía maquinando y pensando sobre el amor
y la vida. Yo crecía y ver a mi hermano con su mujer, María, me hizo pensar en él, en Jesús. Cómo
sería él como amante. Era algo que me intrigaba y me excitaba. Sería cariñoso, pero también
enérgico,...mi mente voló y así me dormí.
Los días transcurrían apáticos, mi madre era como un fantasma sin vida, como un robot que
programan para ciertas tareas y apenas hablaba. Eso sí, de vez en cuando se escuchaba su llanto en
la habitación. Mi padre iba y venía, comía y gruñía, sólo aportaba tensión y malestar a las dos
mujeres que habitábamos esa casa.
Por fin llegó el momento de recoger las notas en el Instituto. Para mí, era un gran día porque
iba a ver a Jesús. ¿Tendría ganas él de verme a mí?
- Rebeca ¿dónde vas?
- Papa, hoy recojo las notas del instituto.
- Ya está bien de comer la sopa boba. ¿Cuándo vas a traer dinero a casa?
- Bueno papa, cuando acabe el curso intentaré trabajar en algo durante el verano.
- ¡En qué vas a trabajar tú, más vale que limpies casas o sino te pongo a servir en un bar!
- Voy a crear mi propia empresa, pero para ello tengo que tener formación y hacer una carrera.
- ¿Has oído eso? –miraba a mi madre que seguía perdida sin escuchar- Bueno, me marcho.
Dio un portazo y se marchó. ¡Uf qué alivio! Si la conversación se alarga se alarga un poco más, no
habría sabido por donde escapar. La verdad es que no pensaba buscar trabajo, ni tampoco crear mi
empresa, pero pensándolo bien puede ser una buena forma de pasar el verano. Antes de marcharme
me acerqué a mi madre y le dije mirándola a los ojos, y susurrando suavemente:
- Mamá, no te preocupes por nada, yo cuidaré de ti. Además, vamos a ir a ver a Sebas y al
pequeño una vez a la semana. Te lo prometo. Pero a cambio te voy a pedir algo muy importante: el
día que vayamos no tienes que tomar esa medicación que te atonta, para que puedas disfrutarlo al
máximo. No contestó, pero asintió con la mirada y parecía que un nuevo brillo quería asomarse en
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su cara. Yo me sentía feliz. Hoy estaba haciendo cosas que decía sin pensar mucho, pero que hacían
que mi vida tomara un buen rumbo. Ayudar a mi madre era bueno. Cumpliría su sueño, mientras
me aclaraba con los míos.
Ya en clase todos nos callamos cuando la tutora se acercó a su mesa, se quitó las gafas y dijo:
- Este curso ha sido en general muy bueno. La mayoría no solo habéis pasado sino además con
buenas notas. Incluso Rebeca, que llegó nueva este curso, se adaptó perfectamente y lo ha
superado todo con altas calificaciones. ¡Te felicito, Rebeca! Podrás conseguir lo que quieras en
tu vida.
Casi se me sale el corazón del pecho cuando la tutora habla sobre mí en clase y me dedica esas
palabras. Era la frase más bonita que me han dicho nunca. Intenté memorizarla para que no se me
olvidara. La tutora se llamaba Marisa. Era una mujer mayor, pero de joven habría sido muy guapa,
porque todavía resultaba atractiva y sensual. Olía siempre a colonia y su mirada era profunda y
siempre directa porque cuando nos hablaba no apartaba sus ojos de los nuestros. Me alegro que
fuera mi tutora este año, porque no sólo me enseñó su asignatura: ciencias, sino también cómo
comportarme para persuadir cuando hablamos. Era elegante y a veces me quedaba con ganas de
preguntarle sobre su vida. Me parecía tan interesante.
Apenas regulé mi respiración, apareció Jesús por la puerta del aula. Venía nervioso y entró deprisa.
Busqué su mirada, pero no se paró a buscarme. Se acercó a Marisa, la tutora, y parece que se
disculpó por entrar cuando ya estábamos todos allí. Lo hizo con elegancia, o así me lo pareció a mí.
En ese mismo momento supe que ya estaba enamorada de él. Mi corazón se aceleró y se sentó a mi
lado. Se volvió hacia mí y rozando mi pelo con su boca me dijo muy bajito:
- ¡Tenía ganas de verte!
Sólo sonreí y disimulé las ganas que tenía de sentirle cerca.
Uno de mis sueños se cumplía. El que más deseaba ahora y era ser alguien importante para él. El
mundo se paró ese día y en ese momento, y comenzaba mi plataforma de sueños. Por fin, y por
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primera vez podía significar algo para alguien, que además me importaba. Tantas veces en el pueblo
me desengañó conocer a otros chicos. Él si había logrado conquistarme. No me veía rara, ni estrecha,
como otros porque no quería tener relaciones con ellos. La verdad es que a partir de ese momento
todo lo que dijo Marisa ya pasó desapercibido, oía una leve voz que hablaba, pero mi cabeza
pensaba a mil por hora. Sentí unas ganas imparables de mirarle y gire la cabeza hacia donde estaba
él. Noté el calor de su cuerpo y su respiración. Me miró y mis ojos se pegaron en los suyos. Mis
dudas de gustarle o no se desvanecían porque pude ver el deseo y la ternura en su ojos. Por un
momento empecé a pensar si tendría novia, o ya habría estado con otras chicas, y si yo estaría a la
altura. No tenía ni idea del amor. Lo que veía en el mundo no me gustaba, yo sentía que tenía una
sensibilidad especial para eso. No me gustaba ser objeto sexual de nada, ni de nadie. Si alguien
quería estar conmigo debía ser por ser yo, Rebeca, con este cuerpo y estos sentimientos.
Me tranquilicé y procuré bajar la rapidez de mis pensamientos. La verdad no iba a acostarme ahora
con él. Pero sólo porque estábamos en clase no porque no sintiera ganas. El morbo se apoderaba de
mí. Me consideraba una chica juiciosa y más bien retraída, pero hoy es como si fuera otra persona.
-¡Que paséis un buen verano, que disfrutéis del descanso y de vuestros amigos, espero veros al año
que viene, ya vuestro último año en este centro. -comentó Marisa, muy amablemente.
- ¿A ver tus notas? -me quitó la hoja Jesús, sin que pudiera reaccionar siquiera.
- Bueno, ¿y tú? –repliqué yo.
- Hay una asignatura que tengo pendiente. Y creo que sólo tú puedes ayudarme. No sé si te
gustaría ser mi tutora. Es la asignatura de... ¡hacer el amor!
Me salió una risa nerviosa imparable y le dije que tal vez no era la mejor tutora por experiencia,
pero que con un poco de práctica, tal vez, podría mejorar. De todas formas, con un buen alumno
siempre será más fácil.
Cuando terminó el día pude sentir cómo había cambiado mi vida. Por primera vez había
conocido el amor, la ternura, y el placer juntos. Pude confirmar que estar con Jesús sí era como lo
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había imaginado. Me confesó haber estado con otra chica, cuando era muy joven. Apenas significó
nada, pero la verdad no me importaba porque en ese momento estaba conmigo. No pensé las
consecuencias que esto podría traer, porque flotaba en el aire. Me sentía querida, y entraba en una
espiral donde el centro era mi persona, y mi cuerpo tomaba su real importancia, aportando tantas
nuevas sensaciones que no podía ni explicarme a mí misma. El se fue haciendo tan importante en
mi vida y tan necesario que todo mi mundo giraba en torno suyo. Hablamos de tantas cosas. Conocí
sus sentimientos más sinceros sobre las mujeres en general y sobre mí en particular. Se abrían las
puertas de mis sentimientos de par en par, nos hicimos inseparables y aquel verano le recuerdo
como uno de los más felices de mi vida.
Me olvidé por completo de la enfermedad de mi madre, del mal carácter de mi padre, de que mis
hermanos fueran unos desconocidos, y sólo pensaba en mí. Era mi momento dulce, tenía que
disfrutarlo a tope. Me sentía segura y tranquila porque el curso comenzaba dentro de poco y Jesús y
yo estaríamos juntos de nuevo todos los días, clase tras clase…
Era una tarde de final de verano y yo leía un libro en mi habitación cuando Jesús llegó a mi casa,
sudando, y muy nervioso.
- ¿Qué pasa Jesús? ¿Estás bien? –le pregunté intrigada.
- No, no estoy bien, ha ocurrido algo predecible: la madre de Marcos.
- ¿Qué?
- ¡Está en el hospital de nuevo, pero esta vez muy grave!
- ¿Otra vez?
- ¡Su marido se ha pasado!
- ¿Y Marcos?
- Allí está llorando, quiere que le acompañemos y he pensado que te gustaría venir conmigo.
Marcos y tú, os habéis hecho buenos amigos ¿no? –dijo Jesús.
- Sí, la verdad sufro mucho el maltrato de su madre y de él, porque él también lo recibe.
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- ¡Vamos te acompaño! –dije temiéndome lo peor.
Caminamos deprisa comentando el dolor que producía todo esto a nuestro amigo y a su madre. Era
algo tan escabroso e injusto que nos desbordaba. Jesús y Marcos habían sido amigos desde la
Primaria y se conocían bien. Jesús desde siempre recuerda que Marcos era un niño apocado, tímido
y alguna vez faltaba a clase porque se había caído. Más tarde entendió lo que sucedía, su padre
pegaba a su madre, y cuando estaba él por allí, también de rebote le caía algo.
Nunca entendí porqué un hombre, que además se supone que es la pareja, la persona que más te
quiere en el mundo, te pega porque sienta rabia o insatisfacción en la vida. De todas formas, era algo
tan habitual que casi nos podíamos llegar incluso a acostumbrar, porque cada día oímos en las
noticias una nueva mujer que muere aquí o allí en manos de su pareja o su ex-marido. Los políticos
hablan de soluciones que en realidad no llegan dónde tienen que llegar.
De camino al hospital Jesús me contó que la madre de Marcos hace unos dos años se fue a
denunciar a su marido a la policía. Después de pensarlo mucho, intentó superar su miedo y se armó
de valor. Todavía tenía los moretones de la última paliza. El agente de policía se le quedó mirando
y le dijo con una sonrisa burlona: ¡Algo habrás hecho tú para enfadarlo tanto! ¿No crees?
No podía creerlo, aunque sólo tenía que hacer un poco memoria para saber que Laura no tuvo
ayuda de nadie. Todo el pueblo sabía lo que pasaba, mis padres, los vecinos,…en cambio, nadie
hizo nada. Era menor de edad y la sociedad no se preocupó de ayudarla. No entiendo por qué esas
cosas se callan. Recuerdo que tuve problemas porque cuando vi a su padre en el entierro le grité
que él la había matado, y mi madre me sacó corriendo de allí. Por eso pensaron mis padres que lo
mejor era venirnos a vivir a otra ciudad.
¿Qué puede pasar para que alguien que te quiere, te haga daño? Mi cabeza intentaba buscar
una solución a algo que no parecía tenerla. Me sentía mal por dentro, como si de nuevo traicionase
a Laura. Ella murió en manos del bruto de su padre, y para ella ya no había solución, pero la madre
de Marcos está viva, o por lo menos, por ahora. Tiene que haber alguna solución. ¡Me niego a
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pensar que no se puede solucionar! Lo que está claro es que es ella quien debe tomar la decisión.
Yo no soy nadie en su vida, y su hijo ya ha intentado todo. Qué sucederá en la cabeza de una mujer
maltratada para minusvalorarse tanto a sí misma hasta ser como una marioneta a quien no le
importe vivir o morir. Creo que sí se siente el dolor y el miedo, la indiferencia y el desprecio.
Pensé en mi madre. Yo no vi que mi padre la maltratara físicamente. Pero creo que eso no le
dolería más que las palabras que dice, el asco con que la habla, o peor que eso, cuando hace como
si fuese invisible y no existiese. Estoy segura que no hay nada de amor entre ellos. Mi madre, mi
pobre madre, se refugia en los antidepresivos que la están matando el cerebro. Ya no puede pensar,
siempre está cansada. Me siento mal por no cumplir la promesa que la hice: llevarla a ver a su
nieto. Había sido muy egoísta y sólo había pensado en mí misma.
Camino del hospital, Jesús agarró mi mano y me preguntó que por qué estaba tan callada. Le
comenté que algo teníamos que hacer porque Marcos es nuestro amigo.
- ¿Qué podemos hacer en una sociedad así tú y yo? –contestó Jesús clavándome sus ojos con tal
intensidad que me sentí a salvo de todos mis pensamientos.
- ¡Algo se podrá hacer! O eso necesito pensar.
- Sí, curarle las heridas a Marcos. Pero hay otras heridas que no se curan tan fácil.
Miraba a Jesús y me parecía imposible que él pudiera hacerme daño. Un día mis padres también
habrían estado así: enamorados. Para hacer la vida juntos se necesita algo más que estar bien con la
otra persona. En cambio, ahora están en un callejón sin salida, por lo menos para mi madre.
¿Dónde empezó el desamor? ¿Cuándo y por qué? Pensar estas cosas hacía que me entrara pánico de
que un día nuestra relación se agotara. Apenas caminaba por la senda del amor recién estrenada en
mi vida y ya sentía vértigo de que aquello era demasiado bueno para ser cierto. La realidad no era
como yo había vivido este verano, la realidad es, que es mejor no depender de ningún hombre, ser
totalmente independiente.
Esa misma noche después de acercarme al horror de la madre de Marcos, no pude dormir. Me
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impresionó mucho ver a una mujer tan guapa y tan alta tumbada y derrotada en aquella cama
blanca con tubos en la boca y con la cara destrozada. Mientras en silencio acompañábamos a
Marcos vino una tía suya que era hermana de su padre. Abrazó a Marcos, y le dijo:
- ¡Hoy te vienes a mi casa! ¿Has puesto la denuncia?
- Sí –contestó Marcos más con la cabeza que con la voz.
- ¿Son tus amigos? – le preguntó mientras nos miraba y cogía de las manos- Sí, -dijo de nuevo
sin esperar respuesta- quién sino estaría aquí contigo, sólo los amigos de verdad pueden soportar
esto.
Menos mal que su tía le llevó a su casa, él pensaba que sería un tiempo hasta que pasara todo.
Pero lo que pasó es que su madre quedó inválida de cintura para abajo y muchos días apenas conocía
a su hijo, ni recordaba nada de su vida. Yo creo que era un mecanismo de defensa porque era mejor
no recordar tanto dolor. La ingresaron en un asilo para ancianos, porque la tía de Marcos conocía al
dueño y allí podrían atenderla bien. El bruto de su padre huyó, aunque lo cogieron intentando pasar la
frontera. Su juicio todavía esta por salir. Marcos vive con su tía y la casa la han puesto a la venta,
para ayudar a pagar todos los gastos que ocasiona el cuidado de su madre.
Aquel curso comenzó de pena, con aquella historia tan triste y además tan cerca de nosotros.
Apenas nos divertíamos y se nos hacía difícil olvidar todo lo que había sucedido.
Me separé de Jesús porque a veces le veía como un hombre de esta sociedad que no sabía valorar a
la mujer por ella misma. Le metía injustamente en el mismo saco de aquellos que no saben amar.
Él pensaba que me había unido tanto a Marcos que me gustaba y ya no me importaba él. Pero no
era así, Marcos sólo era un buen amigo, por lo que me unía a él en su sufrimiento pero nada más.
En cambio, Jesús seguía siendo lo más importante para mí. Aunque ahora no se lo hacía saber
como antes, y apenas teníamos relaciones.
Pensaba cada noche cómo reforzar mi independencia y sin ser consciente de ello me iba
separando más y más de Jesús. Nunca pensé que algo tan hermoso se fuera hundiendo dentro de mí
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hasta quedar en un lugar olvidado de mi corazón. Repetía una y otra vez la frase que me hacía sentir
fuerte frente a los hombres: “me respetaré tanto a mí misma que no consentiré que nada ni nadie me
falte al respeto.” Pero surgió en mí una gran duda: ¿cómo podría hacerme respetar en un mundo que
no conoce el respeto a la mujer? Cuando nacemos sí parece que somos iguales. Incluso ahora,
estudiamos y tenemos derecho a buscar un trabajo. Pero, hay aspectos de nuestra sociedad que
todavía no respetan a la mujer, como en cualquier espectáculo, que falta tiempo para poner a la mujer
como un adorno, y enseñar mujeres casi desnudas, y da igual que sea magia, bailes o circo; en las
discotecas y en los clubes, muchas mujeres se exhiben y se ofrecen como carne fresca en venta.
¿Dónde queda ahí nuestra dignidad? ¿Sólo somos objetos de placer para satisfacer a unos machos
hambrientos de sexo? Esto se complica cada vez más en mi cabeza. Además parece que es algo que
normal y yo, en cambio, veo la causa principal de falta de respeto a la mujer y si falta esto es cuando
se la puede pegar, violar, gritar, maltratar, insultar, e incluso, matar.
Era un contraste tan grande, lo que yo había vivido con Jesús, ese amor puro, entero, que me
aportaba tanto amor, tanta confianza y respeto....y lo que realmente veía a mi alrededor. Estaba
claro que me encontraba entre dos mundos muy diferentes. Uno ideal, donde la mujer puede llegar
a ser ella misma y sentirse amada, y otro cruel y asesino donde la mujer es un trapo con el que se
puede hacer lo que a uno le de la gana.
Con todas estas ideas revoloteando en mi cabeza, pensé que era momento de pasar a la acción.
Lo primero debía valorar mi relación con Jesús, y centrarme en ella porque eso me complementaba
como persona, me sentía realmente mujer y equilibraba la balanza para poder enfrentarme al otro
mundo cruel. Decidí lo primero hablar con Jesús de todo esto y que él me diera su punto de vista, y
sobre todo aclaré que le quería en mi vida y que él formaba parte de mi mundo. Y así quería yo que
siguiese siendo, si él también lo sentía y deseaba. Nuestra relación se fortaleció y parecía que
fuéramos una persona en dos cuerpos.
Después me comprometí a aportar algo en mi casa. La mejor ayuda era buscar a mi hermano y
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que mi madre volviera a ver a su nieto Mario, tal como la prometí hace meses. Cuando fuimos a
verles, encontramos al pequeño mucho más guapo y espabilado que el día que le conocimos y mi
madre brilló con luz propia, como una estrella que volvía a su cielo.
A partir de esos pequeños encuentros con la familia de mi hermano, todo parecía mejor. Había
Más vida en su mirada y mi padre seguía su ritmo sin sospechar nada.
Mi madre se arreglaba más, decía que no quería que su nieto la viera fea. Y se ponía guapa y
sonreía como antes. Yo pensaba lo grande que es el sentimiento del amor. Puede cambiar a las
personas y elevarlas por encima de todo. Pero, también rebajarlas a lo más profundo del dolor y el
sufrimiento.
Mi madre seguía suspirando mientras miraba a escondidas la foto de mi hermana.
¿Qué sería de ella? En ese tema no podía hacer nada pues no teníamos por donde empezar. Yo
hablé un día con mi hermano Sebas y él se comprometió a buscar algún indicio. Además, María su
mujer, conocía a un detective que nos podía ayudar.
Entre todas estas cuestiones el curso se pasaba volando y alguna temporada volvían todas
aquellas dudas sobre si era mejor esta sola o acompañada. Intenté no pensar tanto, pero parecía que
mis pensamientos podían más que el amor que sentía por Jesús. A diferencia de mi madre, parece que
el amor no hacía esa mella beneficiosa en mí, sino más bien creaba más dudas. Por eso, muchas veces
me sentía de nuevo sin salida en un mundo que no estaba hecho a medida de las mujeres, y que no
parecía importarle a nadie más que a mí. Me daba cuenta que no había vuelto a tener una amiga. En
todo este tiempo de cambios tan importantes la relación con mi propio sexo seguía siendo muy
distante. Las pocas chicas que conocía del instituto no me hacían sentir con ganas de entablar una
relación de amistad, cuando ni siquiera sus temas de conversación eran afines a los míos. Ellas
pensaban casi siempre en estar guapas, gustarle a este o al otro, salir a la discoteca, y pillar sexo
con ese o aquel, o sea: “follar.” Reconozco que estaba en otra dimensión. Para mí la relación con
Jesús no era follar, era mucho más. Incluía mi cuerpo, mi alma, mis sentimientos.
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También es verdad que no todas las chicas eran así. Había un grupo que sentían cierta envidia por
las anteriores, por sus relaciones sexuales y su gran vida social, cuando ellas eran mejores personas,
más profundas y más sinceras, pero con miedo a romper barreras con los chicos. Y para ello, ponían
pretextos como sus estudios, sus padres, etc.
Tanto para un grupo de chicas como para el otro yo, definitivamente era distinta, rara, con ideas
extrañas y muy independiente. Algo había en mí que todavía no controlaba. Me sentía fuera de un
mundo en el que tenía que reconocer que existían un montón de cosas hermosas, por las cuáles
merecía la pena estar viva, pero por otro lado, necesitaba más acción, llevar a cabo soluciones más
claras y contundentes a una situación de la mujer actual que nadie defendía. Era como llevar a cabo
sola una cruzada, donde se buscaba la salvación de la mujer en este mundo. Pero yo era el único
miembro, por tanto, muy poco se podía hacer. Dando vueltas a este tema se me ocurrió una gran
idea. Ya no quería sentirme sola en esta cruzada, así que comencé a chatear por Internet. Un único
tema y muchas preguntas y respuestas de muchas mujeres y hombres que fortuitamente entraban.
Aquello resultó una idea colosal. Formamos una piña todas aquellas personas que opinábamos que
la mujer no estaba reconocida como se merecía en este mundo. Y así cada uno aportaba lo que
podía. Un día hablamos con un famoso abogado, su mujer le había dejado hace poco porque no le
prestaba atención suficiente. Trabajaba tanto que no tenía tiempo para ella, ni para su hija de tres
años. Estaba destrozado, pero cuando se unió al grupo decidió conquistarla de nuevo, con todo lo
que le habíamos aconsejado entre todos y según nuestra propia experiencia, qué necesita una mujer
para sentirse bien. Parece increíble pero estaba tan agradecido que se dedicó a solucionar casos de
mujeres maltratadas que no podían pagarse un abogado. La mujer de éste estaba tan orgullosa de él,
que le ayudaba y se unieron más todavía.
Conocimos también el caso de una empresaria que contrató varias mujeres de un club de alterne
porque necesitaba azafatas para su negocio que consistía en preparar ferias y congresos a otras
grandes empresas. ¡Cuatro de aquellas chicas cambiaron sus vidas! Ya no se ponían tacones para
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venderse como objeto sexual, sino para lucir guapas un uniforme que las hacía más sexys si
cabe, porque las hacía libres. Ahora decidían con quien salían y con quien no. Tenían un sueldo,
pero lo mejor de todo es que habían recuperado su dignidad y su autoestima.
Gracias a esta empresaria, generosa y arriesgada, cambiaron su camino. Ella nos confesó que no fue
fácil sacarlas de allí porque en la prostitución el dinero entraba rápido y lo que más costó fue
convencerlas de que sabían hacer algo mejor porque no tenían ningún aprecio por ellas mismas.
Cuando conocía a una de ellas me confesaba que cuando permites que te traten como un trapo, te
convences a tí misma y te crees a ciencia cierta que eso es lo único que te mereces, es como una
rueda que gira y gira cada vez a más velocidad. Eso es muy difícil de parar.
¿Y cómo consiguió esta empresaria tan valiente, convencerlas? Pues confiando en ellas, siendo
capaz de transmitirles lo que ella veía: su gran valor. Eso es algo que ni ellas mismas eran capaces
de ver.
Muchos casos como estos se fueron sucediendo y el grupo de salvación de la mujer se fue
ampliando y cada vez tenía más bonitas historias. Algunas no acabaron bien, por supuesto, pero
sólo el haberlo intentado nos hacía a todos sentir mucho mejor.
Así fue como poco a poco, se fue mejorando la vida de muchas personas. Yo me sentía realmente
feliz. Cada caso de ayuda y apoyo que dábamos, bien sea con información, poniendo en contacto
con personas que podían ayudar, o simplemente el hablar y desahogar una situación insostenible,
hacía que se creara como una energía positiva que nos envolvía a todos.
El detective amigo de María, la mujer de mi hermano, encontró indicios de mi hermana.
Aunque habían pasado tantos años, todavía vivía con aquel camionero con el que se fugó. No tenía
hijos y ella trabajaba como secretaría en la compañía que proporcionaba el trabajo a su marido. Se
casaron al poco de fugarse, y según nos contó, parecían una pareja feliz. ¡Qué alegría cuando se lo
dijéramos a mi madre!. Ella que suspiraba por su hija, por fin podría respirar tranquila porque
estaba bien y además se suponía que era feliz. Aun así, supongo que para una madre, la distancia es
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dolorosa.
El detective nos proporcionó su teléfono y dirección del trabajo. Así que un día decidimos ir a
verla Sebas y yo. El lugar parecía tranquilo, no estaba a más de tres horas de nuestra ciudad. Cuando
nos acercábamos yo pensaba en cómo sería mi hermana, cómo me vería a mí después de tanto
tiempo. Y si realmente querría que la visitáramos. En este cúmulo de dudas, Sebas me dijo:
- ¡Todo irá bien! Ya lo verás.
Abrimos la puerta y allí en un despacho lleno de papeles y un polvo que se veía flotar entre rayos
del sol que entraban desde la ventana. Al final en una mesa con un ordenador y con el teléfono en la
oreja estaba ella. No estaba como yo la recordaba: había engordado, su pelo estaba muy corto y
tenía cara de resignación. Detrás de ella había un gran cartel con una mujer desnuda entre unas
ruedas de camión. Pensé que cómo se iba a encontrar bien en un despacho con semejante cartel.
Poco menos la dejaba a ella a la altura del barro. Cómo se va a sentir bien una mujer viendo que
otra mujer es tratada así: como un adorno expuesto para una panda de bestias. Allí todos eran
camioneros y el marido de mi hermana también ¿Tendría esos carteles también en su camión? ¿Qué
se supone que pensaba de las mujeres? ¿Y a la suya cómo la trataría, como un objeto sexual?
Todas estas preguntas surgieron en un instante, cuando ella levantó la vista y nos miró, se despidió
educadamente de quien hablaba por teléfono y masticando chicle se quedó callada, observándonos.
- ¿Nos conoces? Dijo Sebas, con voz delicada.
- No ¿tendría que hacerlo? Además si no les importa, tengo mucho que hacer y si me dicen qué
quieren....
- ¡Yo soy Rebeca! -Dije sin poder aguantar más la emoción.
- Entonces tú eres, Sebas. –se levantó sin demostrar mucha alegría y preguntó:
- ¿Qué hacéis aquí? ¿Os envía él? No pienso volver a ningún sitio.
- ¡Mamá te echa de menos! - Dije yo con la voz triste- ¡Y yo también!
- Lo siento, ha pasado tanto tiempo, yo también os eché de menos cuando perdí mi pequeño.
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- ¿Tenías un hijo?
- Si, se murió sin cumplir el año, y lloré tanto. Me acordé mucho de mamá. En un momento así
supongo que la familia ayuda. Y tú, Sebas, ¿tienes hijos?
- Sí, tiene ahora nueve meses. Se llama Mario.
- Bueno la familia reunida, los tres hermanitos juntos. Rebeca cómo has crecido, ya eres una
mujer, y por cierto, muy guapa. Apuesto que ya tienes novio ¿eh?
- Sí, se llama Jesús, esta en clase conmigo, este año acabo el bachillerato.
- Lo siento, -nos cortó bruscamente- debéis marcharos, tengo mucho trabajo y si viene el jefe, se
pondrá como una fiera.
- ¿Vendrás a ver a mamá? –le dije intentando provocar y asegurar otro encuentro con ella.
- No lo sé. No estoy preparada.-contestó sintiéndose muy confundida.
- Ella lo está desde el día que te marchaste. –le dije yo para que comprendiera cómo había hecho
sufrir a mamá.
- Adiós, Carla, cuídate y esperamos tú visita ¡Llámame! –se despidió Sebas dejando su número
de teléfono sobre su mesa llena de papeles.
En el viaje de vuelta apenas hablamos, era tan triste tener una hermana y no saber nada de ella
más que cuatro cosas en un minuto rápido. Había un agujero negro entre nosotras. Aunque pensé que
a Sebas, apenas le conocía y tampoco es que estuviéramos muy unidos. Por amenizar el viaje le
conté lo que estaba haciendo por Internet y le pareció una buena idea. Le sorprendió que su
hermana pequeña pudiera hacer algo que transcendiera más allá de la casa triste donde vivía. Pero
en realidad, no me importaba mucho su opinión. Por una vez, tenía el apoyo de tanta gente que
pensaba como yo y además llevaba a cabo una labor tan gratificante...que parecía que nada podría
derrumbarme.
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