PRÓLOGO
Aunque esta obra integra gráficos y desarrollos científico-técnicos sobre conceptos que me son de un interés casi obsesivo, su lectura puede ser obviada sin que la linea narrativa principal de la novela se vea afectada. La decisión de incluir este tipo de contenidos “inhabituales” tiene su justificación en el anhelo pedagógico y moralizante (incluso provocador) que impregna toda la novela, pero también en brindar la oportunidad para que un determinado lector, si quisiese, pudiera adentrarse en dicho conocimiento en la medida en que su curiosidad le anime (ya que dichos parágrafos están convenientemente aclarados en las notas al pie de página, glosario y notas al final) y así recrearse, por ejemplo, en la belleza y simplicidad de diversas reflexiones sobre matemática o biología; descubriendo, quizá, que la ciencia también puede ser bella y divertida -ese sería uno de los objetivos de este libro- y, por supuesto, útil (sin descuidar su vertiente más lúdica). Incluso, una vez terminada la novela, si la curiosidad del lector no se hubiese visto suficientemente saciada, podría animarse a una indagación mayor en aquellos temas que le hubiesen conmovido más, ayudándose para ello de las nuevas herramientas cognitivas adquiridas durante el proceso de lectura.
Un amig@, que te acompañará durante toda la lectura
La perspectiva
Los progresos suelen venir del bárbaro, y nada más estancado que la filosofía de los filósofos y la teología de los teólogos.
Miguel de Unamuno
¡Por fin!…algo ha cambiado, lo percibo..., intentaré explicarlo: soy consciente y artífice de una revolución global. ¿Será “el despertar”? Y si es así…, ¿qué nos enseñarán nuestros ojos abiertos a una nueva luz?
Todo sucedió, estrictamente, por azar, ya que sin el encuentro de mis abuelos paternos y maternos, sin la emigración de mi padre y posterior encuentro con mi madre, yo no estaría haciendo ahora de cronista oficial ni habría tenido tanto tiempo para aprender y hacer.
¡Ah, me olvidaba! Pido disculpas a cualquier personaje que, por azar, coincida con los aquí perfilados; es pura casualidad y, en todo caso, entiéndanse los supuestamente aludidos primero con su conciencia.
El comienzo
A constancia fai forte ao débil, mesmo a auga termina por furar unha pedra[1]
David Háber
Saludo a todos los que tengáis la curiosidad y paciencia de conocer la auténtica verdad de los acontecimientos, la elucidación de los cambios que sentís, de esa nueva luz que se ha abierto en vuestra mente y que no sabéis cómo explicar, a la revolución que ha vivido este mundo aparentemente loco, ácrata y justo. ¡Sí! … ya veo que eres de los que me entienden, tal y como acredita tu creciente e insaciable espíritu crítico.
Mi hábitat
Los lugares comunes son los tranvías del transporte intelectual.
José Ortega y Gasset
Pues bien, empezaré por mi nombre, me llamo Eva y tengo en la actualidad muchos años para ser considerada una persona joven, soy, lo que daría en llamarse, una anciana. Vine al mundo en una bellísima ciudad del Nordeste de Brasil llamada Salvador de Bahía, el 2 de diciembre de 1944 equivalente al 16 de Kislev[2] del 5705, como le gustaba calcular y decir a mi padre. Era este el día do samba no Pelô[3], donde yo vivía, pero también el día de Oxum, la orishá[4] mujer amarillo-oro de los ríos, de los rayos y truenos, del amor, del sexo y de la fertilidad, de la riqueza, de la belleza y del dengo[5]; por lo tanto no es extraño que todo lo que fui e hice estuviese determinado ya desde mi cuna, pues mi día de la orishá del arte coincidió en shabbath[6], jornada dedicada al descanso para a tradição[7] hebrea. Bueno, en realidad soy demasiado racional para creerme esto que acabo de decir, pero es muy poético justificarlo así: las explicaciones que siguen una cascada lógica, derivada de conclusiones y premisas, son dulces por la tranquilidad y satisfacción que dan a nuestra razón, pero a veces es necesario potenciar nuestra fantasía más irracional, como nutriente fundamental de la dieta que alimenta nuestro espíritu y nuestra alma, en definitiva, de aquello que nos impulsa a vivir.
Todo esto que os cuento trata de situaros en la idiosincrasia particular que forjó mi carácter mestizo: mi padre era cristiano a su manera, aunque con aderezos de agnóstico atormentado, de origen no gentil[8] e interesado, gracias a sus amistades, en el judaísmo, que llevó a la práctica al menos en lo que se refiere a la Ley del Talión; y mi madre no tenía más religión que algo de santería y un acusadísimo sentido práctico forzado por una vida brutal. Además estaba el “África más genuina” que se respiraba en mi barrio y en la leche de mi ama de cría.
No es baladí deciros que mi país recibe del Sol toda su energía y la transforma en ganas de vivir, en una sensibilidad que duele ante tanta belleza y, como no, en preciosas melodías; este sol baña todo con una luz absolutamente blanca, realzando los colores. Se podría decir que el policromatismo cobra verdadero sentido en Bahía: tanto en el paisaje urbano como en la costa nos excita un alarde de tonos verdes azulados que rivalizan en belleza con la vegetación más exuberante; por eso, a pesar de la pobreza que campa por doquier, tanta luminosidad se convierte en el antidepresivo natural por excelencia. Obviamente mi ciudad hace honor al país en el que se encuentra por colorido, historia, magia... y un impactante aroma que viene de la mezcla de perfumes y podredumbre.
La casa en donde nací se encuentra en la rúa[9] Misericordia, situada entre la Plaza Tomé de Souza, a la que llega el ascensor Lacerda desde la ciudad baja, y la famosa Plaza da Sé. Esta calle es muy estrecha y estaba pavimentada con piedras en línea recta en el sistema MacAdam. Mi hogar tenía los colores amarillo y blanco –toda mi vida la recuerdo pintada así, con los colores de Oxum- y se accedía por una puerta amplia terminada en arco. En la planta superior había tres grandes ventanales y dos en la inferior, a la izquierda de la entrada, a ras del bordillo que se deslizaba perezosoamente por el Largo do Peló.
Cuando miro al pasado remoto, evocando mi niñez, aparece esta casa, sin desentonar con las demás, resplandeciente al recibir del sol esa luz tan blanca; cierro los ojos y siento que me voy acercando, indolente y feliz... los abro nuevamente y me veo sentada en el descansillo de la entrada, donde consumía horas perdidas esperando a Marisa, contemplando la inagotable riqueza del paisaje humano que desfilaba ante mí; en mi recuerdo distingo, a lo lejos, a mis padres llegando juntos tras finalizar el trabajo; solían venir de la mano, despreocupados, zambullidos en un eterno noviazgo.
Desde mi barrio se domina Bahía de todos los Santos y es aquí donde se entrenaron mis ojos mirando al horizonte. Toda la ciudad vieja está plagada de iglesias y conventos, antiguas oficinas de gobierno y casas de comerciantes y hacendados. Por las cuestas se desparramaban las casas de la gente sencilla. En el puerto, en la ciudad baja, están las lonjas, los sobrados[10] de oficinas y las casas de los pescadores y marineros.
No muy lejos de mi hogar teníamos los negocios familiares: una antigua joyería y una sastrería. La joyería, situada en la rúa de San Francisco, fue evolucionando a tienda de artesanía y de regalos para turistas, con especial énfasis en las valiosas gemas, con las que mi padre se debatía entre la venta o el atesoramiento propio. Al cargo de la sastrería, situada en plena Baixa dos Sapateiros, se encontraba mi madre. Esta tienda funcionó, desde que yo recuerdo, sin apenas especialización, de tal forma que se podría encontrar todo lo que era posible ser vendido: además de ropa tradicional, moderna o funcional, todo tipo de complementos e incluso “souvenirs”, bisutería y perfumes.
A pesar toda de la religiosidad que impregnaba la “ciudad vieja”, mi ambiente particular, por heterodoxo, discurrió bastante alejado de cultos y rituales de fe: inmune a la mística que me envolvía, e incluso a pesar de mis largas estancias ante el chafariz de hierro fundido del Terreiro de Jesús, mi vista podía desviarse de mis interlocutores para perderse en mi interior, escudriñando mis anhelos, mientras aparentaba estar fascinada en la diosa Ceres representada en la fuente, catalizando, en esos instantes, un viaje en el que mi imaginación me llevaba a otros escenarios alejados de procesiones y escenificaciones devotas, soñando despierta mis deseos y mis miedos.
En la rúa da Oraçao teníamos otra casa menos confortable para habitar, pero con una funcionalidad más orientada al ocio y a eventos festivos. Este lugar fue una segunda escuela para mí, pues albergaba de forma itinerante a invitados de lo más variopinto, desde exiliados españoles o amigos que pasaban por un mal momento hasta artistas en horas bajas. Como la casa tenía un hermoso jardín interior, era también el lugar de reunión de los inseparables de mis padres -había muchos bancos para sentarse y degustar la barbacoa de carne de sol[11], cocadas y cerveja[12]-, quienes se reunían para pasar unas estupendas veladas musicales e iniciar tertulias de contenido político o historias forjadoras de romances. En estas fiestas se cantaba y bailaba hasta altas horas de la madrugada, produciéndose una natural alternancia entre lo lúdico y lo trascendente, como sano ejercicio que prevenía contra la hemiplejía cerebral y lo obsesivo, lo sesudo y racional como contrapeso a la danza y el canto.
Mis padres, aunque no eran pobres, tuvieron muchas necesidades mientras buscaban mejorar sus condiciones de vida. Sabían que tener un lugar en donde dormir, compañía o algo de comida, suponía mucho, por eso siempre estuvieron dispuestos a ayudar a quienes lo necesitasen -ambos fueron emigrantes y conocieron las necesidades derivadas del desarraigo-.
No quiero terminar este primera aproximación a mi entorno sin contaros algo más físico y a lo que todos sereis suceptibles, sobre todo si venís con vuestros sentidos abiertos y en estado de alerta; me refiero al olfato, y es que lo notareis brutalmente estimulado como resultado de la humedad, el bochorno y el olor a especies mezclándose con los efluvios procedentes de las fermentaciones que suceden en la red de saneamiento, deficitaria entonces y supongo que siempre; pero, si teneis suerte y seguís receptivos a lo nuevo, en vuestra mente todavía resonarán los ecos de estas impresiones orgánicas, mientras tomais cualquier alimento elaborado con dendé, o saboreais una buena cerveza para luchar contra el calor y la deshidratación; pero ¡por favor!, no veais esto que os cuento como algo negativo, sino como algo complementario e inevitable a la magia de lo antiguo: si os maravilla lo exótico, deberíais aceptar el entorno en el que se cobija; si os fascina África, teneis que aceptar el lugar en el que esta aún es posible; si os gusta el sincretismo, sólo tendreis que ir a la ciudad en que nací y sentir, deberéis, por lo tanto, viajar a la bellísima ciudad de Salvador de Bahía en el Nordeste de Brasil.
[1] La constancia hace fuerte al débil, así también el agua termina por agujerear una piedra
[2] Noveno mes del calendario lunar judío.
[3] Día de la Samba en el Pelourinho.
[4] Divinidades de origen africano, incorporados a una religiosidad colorista y llena de rituales.
[5] Capricho, obstinación, pertinacia, truco, astucia dolorosa, destreza, o incluso según contexto: mala costumbre, forma de hacer las cosas, finura, antipatía o aversión.
[8] Forma de referirse a los que tienen ascendencia judía.
[10] Casas de dos o más pisos, típicas de las ciudades coloniales
[11] Carne de buey macerada en salmuera y que posteriormente se cocina.