Prefacio
Tomado de la: Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España De Bernal Díaz del Castillo :En su obra Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España Bernal Díaz del Castillo menciona acerca del origen del nombre de esta ciudad de Matanzas.:
"Antes que más pase adelante, y aunque vaya fuera de nuestra historia quiero decir por qué causa llamaban aquel puerto Matanzas, y esto traigo aquí a la memoria porque me lo han preguntado un cronista que habla su crónica cosas acaecidas en Castilla. Aquel nombre se le puso por esto que diré: Que antes que aquella isla de Cuba se conquistase, dio al través un navío en aquella costa, cerca del puerto y del río que he dicho que se dice Matanzas, y venían en el navío sobre treinta personas españoles y dos mujeres, y para pasarlos de la otra parte del río, porque es muy grande y caudaloso, vinieron muchos indios de la Habana y de otros pueblos con intención de matarlos y de que no se atrevieron a darles guerra en tierra, con buenas palabras y halagos les dijeron que los querían pasar en canoas y llevarlos a sus pueblos para darles de comer. Ya que iban con ellos a medio del río en las canoas, las trastornaron y mataron que no quedaron más de tres hombres y una mujer que era hermosa, y la llevó un cacique de los que hicieron aquella traición y los tres españoles repartieron entre sí. Y a esta causa se puso aquel nombre puerto de Matanzas. Yo conocí a la mujer, que después de ganada la isla de Cuba se quitó al cacique de poder quien estaba, y la vi casada en la misma isla de Cuba, en una villa que se dice la Trinidad, con un vecino de ella que se decía Pedro Sánchez Farfán. Y también conocí a los tres españoles, que se decían el uno Gonzalo Mejía y era hombre anciano, natural de Jerez, y el otro se llamaba Juan de Santiesteban, y era mancebo, natural de Madrigal, y el otro se decía Cascorro, hombre de la mar, natural de Moguer".
En algún momento del relato…………
Cayó desde una altura de 14 metros golpeándose brutalmente contra el suelo. Con el cuerpo roto y la mente aturdida comprendió que las cosas no iban como se las pintaba.—!Que se jodan!— dijo apretando los dientes igual que un mastín en su presa. !No lograrían apartarle un ápice de su objetivo¡ Pero la duda empezaba a calarle. Ya se preguntaba si lo conseguiría, y eso le dolía igual que una estaca en el corazón. La incertidumbre avanzaba por su mente como un parásito, una ameba Naegleria, que le roía horadando espacios cada vez más amplios de su cerebro.
Capítulo I: Lo que aconteció aquel día.
Todo comenzó un 13 de Agosto. Aquel día en que Gabriel se sentía tan aburrido como cualquier otro, con el calor aplastante sofocando su ánimo al igual que los días anteriores y que todos los que vendrían después, cada minuto de ese mes que odiaba de manera especial desde niño, cuando pasaba sus vacaciones varado en aquel pueblo, casi perdido, de La Rioja.
Él y sus dos hermanas sumaban la mitad de la juventud local, o al menos de la que se veía por las calles y las campas. Si había más, se las imaginaba perdidas o encadenadas en bodegas-mazmorra y por tanto fuera de juego. Sólo tres críos, Braulio, Anita y Genaro, encarnando el espíritu nativo completaban el 50 por ciento restante.
Gabriel añoraba el mar. Sufría su ausencia tanto como si le robasen la luna, o si el cielo se tornase súbitamente de azul a negro. El agua representaba el elemento por excelencia. Su elemento.
Por contra, sus padres llevaban el periodo estival de forma más vibrante. A diario los dejaban al cuidado de su abuela paterna, la abuela Marta, mientras ellos iban y venían de pueblos como Haro, La Guardia y otros cercanos, que si bien no rebosaban de vida, sí acogían la suficiente como para que Gabriel aventurase allí un veraneo potencialmente excitante. Esto hacía que en la noche desfilaran por su florida imaginación incipientes princesas, con cuyos encuentros fantaseaba y que luego transformaba en recuerdos almacenados igual que reliquias. Pilas de plutonio que cederían su energía, irradiando el calor que tanto necesitaría a lo largo del invierno.
Le gustaba recordarlo así, como una infancia con luces y sombras, más o menos como la de todos. Tal vez porque le resultaba demasiado duro seguir el relato, mirar hacia dentro, recordar y vivir el dolor. Pero un día, ese, aquel maldito día tuvo pleno conocimiento de que las minucias cotidianas que le parecían un mundo de desgracias, eran en realidad menos que nada. Y bien que lo supo, pues fue entonces cuando ocurrió “aquello terrible”. Un imprevisto con mayúsculas. Eso que todavía no sabes, pero que como un mazazo cambiará tu vida para siempre.
Aquel día, real o soñado, aún no era capaz de discernirlo, él se quedó en casa con su padre, mientras su madre y sus dos hermanas fueron, como era habitual, a "la plaza de la fuente". Esta se encontraba en el mismo centro del pueblo, justo en la trasera de la Iglesia. Era sábado y tras el oficio la gente se sentaba en los bancos de madera despintada y charlaban animados o jugaban entregados al Dominó sobre unos barriles de base inestable, cedidos por una cantina de Nájera propiedad del cuñado del Alcalde.
Por allí correteaban sus dos hermanas, ajenas como todos los niños a cualquier cosa que estuviera más allá de su campo visual o de donde alcanzaba a oírse el jolgorio general. En este bullicio se fundían risas y gritos, algún lloro aislado, ladridos de perros "enlobeciendo" al atardecer, y las inevitables llamadas al orden de los padres en aquel caos dirigido como desde una torre de control de un viejo aeropuerto de mercancías.
No habían pasado ni cinco minutos desde la marcha de aquellas cuando unos hombres extraños se presentaron en la casa irrumpiendo como sombras arrogantes. En cuanto Gabriel escuchó el primer timbre algo activó su refinado mecanismo de alerta. Lo había desarrollado desde siempre. No sabía porqué pero lo sentía como una necesidad imperiosa, algo que su mente gestionaba previniéndole de “eso que podría ocurrir”. Nunca llegaba a imaginar el qué, pero lo percibía como una descarga eléctrica que recorría entero su cuerpo, deteniéndose más acusadamente a la altura del estómago.
Su padre acudió confiado a abrir la puerta, pero una vez entornada, esta pareció cobrar vida batiendo explosiva contra él y arrojándolo al suelo, donde quedó tendido a tres metros sobre la alfombra del salón. Gabriel miraba la escena como si no fuera real. Se sentía dentro de un sueño que ponía distancia con el espanto que veía y del que paradójicamente deseaba despertar.
Igual que un toro embravecido, un hombre corpulento se lanzó directo hacía su padre, lo agarró por la camisa, lo levantó como a una marioneta desarmada y lo arrojó bruscamente sobre una de las sillas dispuestas en torno a la mesa de la cocina.
Entonces comenzaron las preguntas. O mejor dicho, el interrogatorio. El tiempo se hizo infinito y al igual que en las pesadillas, de la nada prendió el horror. Podía ver a su padre desde donde estaba escondido. Su cuerpo parecía abatido, entre sentado y medio tumbado, sin embargo no percibía ni rastro de miedo en su mirada. Sólo una despedida sostenida en un ligerísimo destello de sus ojos mientras bajaba lentamente los párpados. Fue algo casi imperceptible, destinado seguramente a transmitir todo lo que él desease imaginar después, y por supuesto a protegerle.
Era poco más que un niño y no podía hacer nada por evitarlo, tan solo permanecer escondido y contener todo lo que empujaba por escapar de su boca. Gritos de pánico y socorro, llantos desgarrados, el jadeo de su respiración acelerada como un ciclón, batiendo su pecho arriba y abajo como en una maniobra de resucitación. Y por encima de todo la rabia de la inacción, de la impotencia, la maldita culpa de no ser capaz de hacer algo que protegiera a su padre. No tenía idea de lo que ocurría, pero el pánico le entraba directo a la sangre paralizándole como un dardo de Curare. Gabriel, escondido en la alacena y enroscado como una cría de gato solo escuchó aterrorizado poco más que un breve trozo de la conversación, pero esta quedó enquistada en su memoria para siempre. Podría repetir aquel fragmento hoy mismo, palabra por palabra, incluyendo las entonaciones, los gritos y las pausas, igual que si pulsara al "play" de una maldita grabadora.
«Reconoces esta foto.»
«Sí claro, son mi mujer y mis 3 hijos.»
«¿Y el mapa?»
«¿Qué mapa..?»
«!No te hagas el idiota...qué mapa va a ser!»
«Yo no se nada de ningún mapa, pueden creerme, ¡no sé de qué me hablan..por Dios!»
«A ver, tú pareces listo. ¿Ves un cuadro colgado en la pared tras las cabezas de tus hijos?»
«Sí.... Pero no tengo ni idea que es.......ni que representa.»
«!Dónde hiciste la instantánea! ¿Era un lugar público?..Una casa..¿Dónde la tomaste?»
«La foto es de unas vacaciones..en Cuba.....creo que en La Habana...o quizá en Varadero..no lo recuerdo bien. Pero en la foto no se aprecia si es un cuadro, un dibujo o un mapa……….como dicen Uds. No entiendo que......»
«!Ya...ahora es la vista la que te está fallando! ¿No.»
«Les juro que no se lo qué quieren. Déjenme tranquilo..se lo ruego……»
Entonces hubo un silencio, un ruido de pasos y seguido un sonido como de desplegar un plano o de alguien trasegando las páginas apergaminadas de un documento antiguo.....un tintineo de monedas...Y de nuevo aquella voz tan seca como el documento que le mostraban.
«ahora sí lo reconoces...¿Verdad?....¡Verdaad..!—Y de ahí salió el ultimo silencio. Quince segundos de "nada", ningún ruido, solo un vacío que ocupaba todos sus sentidos, hasta que irrumpió como estampida el ultimo.»
Y entre ambos, silencio y ruido, pasó una vida. Ese sonido fue muy claro, y sin embargo era el que más le costaba precisar.
!Pamm!..... Una simple detonación. Así de breve y así de definitiva.
Desde entonces el Play y el Rewind, reproducir-rebobinar los había pulsado en su mente miles de veces. Y como siempre le pareció algo no vívido, algo incomprensible y cruel.