CAPITULO 1
LA AUSENCIA DEL QUERER
Me encuentro en el silencio de la madrugada en mi sala de estar sentada en la posición de loto, disfrutando de la armonía que me brinda mi interior, junto a la luz de las velas con un cálido aroma a incienso y una bella melodía de piano de fondo que inunda en mis sentidos. Siento que nada malo puede pasar y si sucede sabré como caminar sin la necesidad del miedo a la incertidumbre o el fracaso. Me llamo Luna y no siempre viví en el reino de la paz, para llegar hasta él tuve que enfrentarme a grandes batallas, las cuáles, dejaron en mí cientos de cicatrices algunas totalmente curadas otras en proceso de curación, pero mi destino así quiso que fuera… una heredera del pasado.
Cuando hablamos de herencia pensamos en cosas materiales o sentimentales de seres allegados a nosotros pero…¿porqué no somos capaces de percibir que todos somos herederos de un pasado?
Mi primera batalla comenzó hace veintidós años atrás cuando me convertí en víctima de una venganza que determinaría la vida de mi familia. Amanda es mi madre su pura belleza no deja que pase desapercibida por donde vaya, su larga melena de grandes bucles color rubio ceniza, su redondita cara con el brillo de unos ojos azul grisáceos que invitan a navegar el océano, con una sonrisa dibujada que muestra la separación de sus paletas que la hace seductora junto con sus perfilados labios… es una heredera mas del pasado. Mi padre se llama Mario a simple vista es todo un señor, alto, erguido, piel morena, cabellera negra, ojos grandes y prominentes con largas pestañas y ojos marrones. Un serio bigote le caracteriza junto con sus elegantes trajes de chaqueta, que le hacen sentir ser un macho alfa. Luego se encuentra Alexandra mi única hermana y la mayor, ella es pura locura atrayente, su detallado cuerpo esbelto con piel morena, melena negra ondulada y ojos color miel la hacen ser la viva estampa de mi padre, pero con la misma seducción que mi madre en su agraciada sonrisa. Apenas nos parecemos y es impensable asociarnos como hermanas, porque yo soy el reflejo de mi madre, melena rubia dorada con rizos muy marcados, cara redonda con una mirada marrón verdosa tras el reflejo de la luz, largas pestañas como mi padre, sonrisa perfilada por mis labios en el que destaca un pequeño lunar.
Mis padres se casaron muy jóvenes, porque mi padre al conocer a mi madre sintió la increíble necesidad de casarse cuanto antes para compartir su vida con ella y por la época, era algo elocuente con lo cuál, contrajeron matrimonio. Pasaron los años y mi madre pensaba si fue acertado casarse o no, ella sentía que vivía una realidad a la que no quería afrontar ni dar la credibilidad que otros le daban. Sus días solo eran compartidos con nosotras porque mi padre nunca estaba presente, él llegaba siempre a largas horas de la madrugada alegando que el bar donde era cocinero no había cerrado hasta entonces. Como recuerdo aquel lugar, frente al mar en el paseo marítimo... grande, algo diáfano de dos plantas. Donde cuando íbamos pasábamos las horas subiendo y bajando escaleras o jugando con los taburetes de la barra y comiendo turroncitos de azúcar. Mi mamá era una persona muy confiable y creía siempre en lo que mi padre le contaba, tanto que un día llegó con la novedad de que dejaba de trabajar en el bar, para desarrollar su verdadera vocación “la videncia", ella se sorprendió enormemente pero a pesar de que estaba en juego la estabilidad de su familia aceptó sin más.
Aunque pasaban los días, los años y los meses mi madre seguía sintiendo que algo no iba bien, curiosamente mi padre desde que comenzó la andadura de ser vidente se empecinaba en algo descabellado para ella pero para él normal, la locura de que ella se fijara en otra persona que la quisiera y la amara porque él no podía respondedle por su fe y nueva religión. Totalmente inaudito... pero real como la vida misma. Mi madre no podía creer lo que sus odios estaban escuchando, pero era así, lo que mas incoherente resultaba era que él le expresaba que no tuviera miedo que no pasaba nada pero que sus vidas tenían que seguir unidas porque la sociedad en la que se manejaba no podía saber ni entender una separación.
Nosotros vivíamos en una vecindad pequeña pero familiar, donde todos sabían de todos y en donde hay personas de todo tipo. Dispone de diez plantas, la nuestra es la segunda, en la planta baja se encuentran los vecinos mas queridos por nosotros, Ángela y su tierna familia, Nohemi la inseparable amiga de mi hermana y Eduardo el galán del vecindario y su familia. Ángela era como una tía para mí, destacaba su dulzura con la que me trataba. Su marido me adoraba y sus hijas me idolatraban a pesar de ser tan pequeña. Sus hijas me ayudaban con los estudios y siempre estaban pendientes de que yo estuviera sonriendo y feliz. Se nos pasaban las horas divirtiéndonos jugando pero sobre todo, disfrutaban en grande con mis extrañas expresiones como... “saquetines”, “fifirifico”, “setulador”…. al recordar estos momentos no puedo evitar se me dibuje una sonrisa de nostalgia en mi rostro. Los hijos de Eduardo casi siempre estaban en nuestra casa con sus respectivas parejas, entre ellas se encontraba la dulce y tierna María, todo un ejemplo de lucha. Ellos eran amigos de mi madre porque encontraban en ella el apoyo psicológico de confianza que tanto nos gusta tener a todos, si hay algo que caracteriza a mi madre es su abrumadora bondad y comprensión que invita a desvelar los secretos mejor guardados por su acertada discreción. Eduardo admiraba a mi madre y por ello siempre estuvo cerca de nosotros, cuando enfermábamos o necesitábamos atenciones y mi madre se encontraba sola como de costumbre, ahí estaba él, siempre en el momento adecuado y en el lugar preciso. Todos en la vecindad eran conocedores de la falta de atención de mi padre hacia mi madre y sus hijas, pero mi madre no le gustaba dar importancia a los comentarios de la gente.
Una mañana mi madre se levanta desconcertada y bloqueada, no entiende el porqué hoy amaneció con ganas de soñar, de sentir ilusión, alegría, cuando su vida era verdaderamente un caos. Sintió culpabilidad, pudor, pero esas emociones la atraían a una fuerza sobrenatural sobre ella y es que… “el corazón nos dicta cosas que a veces ni la razón entiende”.