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La soledad de los unicornios (y otras fábulas)

La soledad de los unicornios (y otras fábulas)

21-05-2014

Poesía poesía

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La multiplicidad de sus formas es uno de los alicientes de la poesía. Si se lleva el verso libre e intimista, al que los sucesos exteriores resultan tan indiferentes como el metro, el ritmo y la rima, las tendencias distintas no tienen por qué verse abocadas a una exclusión total. Glosar personajes y acontecimientos públicos –de la historia, la mitología o la novela, pero también, por qué no, del cómic y del cine- puede no resultar cargante del todo, en especial si se desdramatiza e incluso se toma un poco a broma su tratamiento.

Además los aficionados a la poesía suelen ser tener miras amplias y tal vez apreciaron algunas obras de los tiempos en los que regía otro canon. No creo que les ofenda el recurso a las herramientas citadas, si su fin, como se intenta, no es restringir la expresividad sino  favorecerla.

Esta obra se engarza con otras cuatro, con pretensión de unidad. Sus protagonistas respectivos son los perdedores, los incomprendidos, los villanos y ciertos iconos de todos los tiempos. Incluso se ha osado reservar un apartado para las fábulas. Los lectores dirán si con acierto.

                                                                                                             Joaquín Borrell

Leer primer capítulo

 

Primer capítulo

RETRACTACIÓN 
 
-Te fue señalado un plazo para escrutar en conciencia 
tus tesis, que contradicen nuestra común opinión. 
Respóndenos libremente, siguiendo tu convicción, 
y escucha después humilde lo que ordene tu sentencia. 
Sabes que no habrá ocasiones de enmienda después de hoy. 
¿Estás preparado? 
                                       -Estoy. 
-Alguna fuerza invisible por el éter, fatalmente, 
nos lleva mientras hablamos en vertiginoso vuelo. 
En lugar de ser el eje que armoniza todo el cielo, 
giramos como peonzas en torno a una bola ardiente. 
Una ley desconocida gobierna este impulso ciego. 
¿Crees tales cosas? 
                                       -Las niego. 
-El mundo que nos alberga no es el único habitado. 
Otros seres con aspecto semejante, o bien diverso, 
viven también, repartidos por el ignoto universo 
que neciamente estimamos poco más que un decorado. 
Quien crea en nuestro dominio del orbe es un pobre iluso. 
¿Tal afirmas? 
                                       -Lo recuso. 
-Liberar todas las trabas que por ley o tradición 
el razonamiento engrillen es deber del intelecto. 
No ha de compartir doctrinas un espíritu selecto 
sin pasarlas por el filtro de su autónoma razón. 
Para algo la providencia nos concedió este atributo. 
¿Lo piensas? 
                                       -En absoluto. 
-Este tribunal celebra, con regocijo profundo, 
tu abjuración espontánea y te ofrece su indulgencia. 
Sin embargo, nunca pruebes otra vez nuestra paciencia. 
Las mycobacterias vaccae no vinimos a este mundo 
para minar los soportes del orden que lo sustenta. 
En la boñiga vivimos; afuera de la boñiga 
no hay sino caos tenebroso; y a quien lo contrario diga 
el bien común nos impone que le pasemos la cuenta. 
La tuya no será leve 
si reincides. 
                           -Por supuesto. (en voz muy baja:) 
Y sin embargo, se mueve. 
(No sé por qué he dicho esto) 
 
Con perdón de la materia, resulta lógico que, en el mundo de la llamada mycobacteria vaccae –un microorganismo que vive en las deposiciones del ganado vacuno-, cualquier teoría que insinúe que su hábitat no es el centro del universo produzca una conmoción honda, seguramente peligrosa para su propagador. 
Resulta prácticamente imposible que las residentes en un excremento contacten con las de otro, lo que a buen seguro intensifica su coprocentrismo. 
Cabe añadir que en el improbable caso de que cuenten con algún texto antiquísimo integrado en sus creencias, resultaría improbable que unas bacterias tuviesen comprensión suficiente para asignarle un carácter simbólico o alegórico, compatible con la evolución del conocimiento. 

 


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