Inspector Eusebio Flórez
Sus pasos resonaban en el suelo del claustro. No pudo evitar fijarse en que una de las baldosas estaba suelta y que otra, mostraba un color terracota más desvaído…Caminaba veloz, pensando.
Pensando en todas las muertes, en los numeritos…
Pensando que ya casi tenía a aquel cabrón. Era una cuestión de minutos.
Llegó a la zona de la Facultad dónde se encontraba el Departamento de Literatura Experimental.
Puto Íncipit (*).¿Íncipit? Nunca antes de ese caso, había oído esa palabra. Parecía el nombre de un medicamento…Ahora, era la palabra de moda en la ciudad. Íncipit por aquí, íncipit por allá. Estaba de los íncipits hasta los huevos.
Mientras avanzaba por aquellos pasillos atestados de filólogos y lingüistas , pensaba en cómo se habían desarrollado los hechos.
Ese profesor adjunto, enorme, con un gran sobrepeso. Ese profesor al que le habían bloqueado todas las posibilidades de ascenso en el Departamento de Literatura Experimental.
Meses de trabajo sin descanso y dos muertes. Dos asesinatos que atormentarían su alma toda la vida…No habían sabido pararlo antes.
Sonó su teléfono móvil. Se paró unos metros antes de llegar a la puerta del despacho del profesor adjunto. Escuchó durante unos segundos y colgó. Tres. Ya eran tres. Metió la mano en el bolsillo y se aseguró que tenía la nota. Era un excípit (*), por sus cojones Su mano se alzó para llamar a la puerta. En el mismo instante que dio el primer toque, se oyó el disparo.
Entró rápidamente, con el arma en la mano, dispuesto a todo. Se encontró al profesor adjunto, desplomado contra su mesa. Al lado de su mano inerte, una humeante Beretta 92 FS. Buen arma. ¡Qué cabrón!
Bloqueó la entrada para que nadie viera al profesor. Era un cadáver grotesco. Sus sesos estaban hechos papilla , desparramados por las paredes del despacho.
Primero , sacó el pañuelo que llevaba perfectamente doblado en el bolsillo trasero de su pantalón. Pudo contener las náuseas. Nunca se acostumbraría a eso…
Después, llamó a la Comisaría. Por fin, todo había acabado.
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Tres meses antes…
El primer asesinato se produjo en los jardines del Palacio de Pedralbes. La víctima, una mujer. Parecía mayor pero estaba maquillada. Debía tener unos 23 años. Ataviada con un vestido medieval y una corona… Una Reina…
La encontraron tendida en un banco de piedra. Lívida y tiesa como la mojama. El Rigor Mortis ya había aparecido…. Las manos estaban contraídas y en la derecha, sujetaba un papel con unos dedos fríos, en forma de garra.
Le costó desprender el papel de la mano marmórea y cuando lo consiguió, sudoroso y angustiado, al desdoblar la hoja, apareció un número escrito en ella.
“Nº 1.”
Número Uno. Estaba escrito con un rotulador negro, en letras prominentes y marcadas. De caligrafía perfecta. Debajo, impreso en una letra Courier de lo más vulgar, leyó:
Acto I
Escena I
Explanada delante del Palacio Real de Elsingor. Noche Oscura.
BERNARDO.- ¿Quién está ahí?
FRANCISCO.- No, respóndame él a mí. Deténgase y diga quién es.
BERNARDO.- Viva el Rey.
FRANCISCO.- ¿Es Bernardo?
BERNARDO.- El mismo
Aún recordaba ese primer momento de estupor.
Hay que joderse.
¿En los últimos tiempos de su carrera policial, se iba a encontrar con un asesino en serie de los que deja mensajitos y pistas? ¿A esas alturas de la película?
Se secó el sudor. No había olvidado ponerse los guantes de látex (aunque no le costaba admitir que siempre se olvidaba) y el plástico se enganchaba a su frente perlada. En la nota había escrito algo más.
Una dirección.
Carrer de l'Hospital, 56, 08001 Barcelona
Inspiró con fuerza. Rebuscó en los bolsillos de su americana. Un chicle. Un caramelo. Algo. Un cigarrillo, no. Cualquier otra cosa, por favor. Encontró una pastilla juanola que inmediatamente metió en su boca y chupó con fervor. Volvió al lugar en el que se encontraba la víctima y, mucho más calmado, inició una concienzuda inspección visual.
La mujer llevaba un vestido de corte medieval. Se parecía mucho al vestuario de “ Los Pilares de la Tierra”, serie a la que estaba enganchado. Le habían puesto una corona . No un tocado simple. Aquello era una corona regia e importante. No parecía estar en una posición concreta. Daba la sensación que había estado sentada y por el efecto del Rigor Mortis, el cuerpo se había desplazado hacia uno de los lados.
Las manos estaban encogidas pero no podían sostener un papel y menos provocar aquella resistencia que le había hecho sudar frío para sacarlo de su mano. Eso le dio una idea y olisqueó el papel. Pegamento.
La nota había sido pegada a la mano de la víctima. El asesino quería que estuviera allí, que no se desprendiera, que fuera encontrada…Tenía a una mujer muerta en un jardín con una nota y una dirección.
Y el número uno.
Eso, como anunciando el principio de algo, es lo que le asustó más.
Ese puto Nº 1…