Diez días
Llevo 10 días apuntado a tinder, al final me decido a escribir sobre ello, voy a registrar este continuo monólogo que se produce mientras hago swip. Swip, para los no iniciados, es la acción de deslizar displicentemente el dedo sobre la pantalla de un teléfono móvil, hacia la derecha o hacia la izquierda. Ahora que la palabra empowerment -empoderar- está tan de moda, qué mayor poder que en la sutil comodidad del sofá, del coche, o de cualquier otro sitio menos nombrable, decidir si alguien te gusta o no.
Si deslizas el dedo, o cualquier otra parte del cuerpo susceptible de interaccionar con una pantalla de un teléfono -de tú teléfono- hacia la derecha, estás dando un me gusta; si es hacia la izquierda, un no me gusta. Podemos por tanto clasificar a la humanidad entre los que nos gustan, y los que no. Bien, ¿y eso para qué sirve? Pues como otros pueden hacer lo mismo, si damos me gusta a alguien que también nos lo haya dado a nosotros ¡tachán! se produce el llamado match1.
El match es la llave a un nuevo subespacio, el de la comunicación virtual entre dos desconocidos, es decir, permite la interacción, de la que cualquier cosa puede derivar. Quizá sería más preciso definirlo como la comunicación entre dos entes, ya que como ya veremos, nada nos asegura qué es lo que hay al otro lado, ni siquiera y necesariamente, vida inteligente.
De un match, podría salir una cita, claro, es lo que la gente generalmente busca. Sí, una cita, tinder es indudablemente una aplicación para ligar. Todos queremos ligar, no hay que avergonzarse de ello. Estamos ante una barra de bar con acceso -gratuito- al mundo entero. ¡Dios mío!
Y ello aunque algunos y algunas se empeñen en especificar que buscan amistad, ¡no me jodas! para eso hazte del coro de la parroquia.