Marina
Han quedado a las nueve en frente del TNC. El primero en llegar va en moto. Pero justo se está quitando el casco y poniéndose bien las gafas cuando ve aparecer a su amigo, vaqueros rotos y chupa de cuero, saliendo de la boca del metro. Se saludan y se chocan las manos.
“Hoy arde Marina”
“Hoy la quemamos, tío”
Satisfechos empiezan a andar hacia el bar convenido. El que lleva gafas saca un cigarro liado a mano.
“Dijiste que nunca te habías echado un piti como dios manda”
El otro le mira, sonríe, pero tiene reservas.
“Joder, Javi, ¿y si me sienta mal?”
“Pues te llevaré con tu mamá y quemaré yo solito Marina” le contesta, sonriendo de esa manera particular que tiene de sonreír cuando sabe que está haciendo algo malo.
“Eres una mala influencia. Mi madre me lo advirtió cuando te vio” Contesta su amigo, con media sonrisa y cogiendo el cigarro, ya encendido.
“Qué curioso. No me dijo nada anoche, cuando estuve con ella”
Siguen andando y pronto el cigarro hace efecto. El ambiente ya era bueno, pero de repente se ven los dos sentados en un banco riéndose a carcajadas. Y como no se acuerdan de qué se ríen, aún se ríen con más ganas.
Al cabo de un rato de reír hasta las lágrimas, los dos empiezan a tener hambre. El amigo de Javi no puede hablar, se le traban las palabras y eso le comienza a resultar incómodo.
Prosiguen su camino hacia el bar. ¿Cuánto rato han estado en el banco? No lo saben. Viven en una burbuja donde no existe el tiempo, siempre es noche, siempre hay fiesta, siempre está todo por empezar y las expectativas son máximas.
El bar no es un bar cualquiera. Es el Bar, el Lugar de reunión. Una antigua fábrica de ladrillo, acero y algo de cristal, construida con esfuerzo durante la revolución industrial y que ahora acoge las fiestas de la humanidad post-industrial del siglo XXI. Al entrar ven que justo llegan en el mejor momento y se suman a él. Beben cerveza, comen bocadillos y escuchan música. Conversan y la conversación fluye.
Unas chicas pasan por al lado de la mesa y se giran a mirarles. Javi las reconoce y les guiña un ojo. Una de ellas se para y sonríe. Todas se detienen entonces y, tras un breve debate, deciden sentarse con ellos. Los chicos les preguntan si quieren cervezas, pero ellas son más de cubatas.
“Pues se piden unos cubatas” convienen ambos.
Las chicas son cuatro compañeras de carrera. Los seis asisten juntos a la mayoría de las clases. Se han conocido todos este septiembre, menos dos, Sandra y Alejandra, que son primas y vienen del mismo pueblo.
En clase hay muy buen rollo y aquí se afianza esa sensación. De hecho, la conversación rápidamente sube de tono. Se tontea. Se hacen malabares con los significados de las palabras, se juega con dobles sentidos y se dan pie a malentendidos. Se habla mirando a los ojos intensamente, sacando partido al ingenio y a lo mejor del físico y se compensa con muchas risas para quitar importancia a aquello que parece demasiado solemne. Alguien pregunta que si no se saben algún juego de beber. Se comienza por el “jo mai mai” pero, como no se conocen y tampoco hay ganas de compartir muchas intimidades que puedan lastrar el ambiente liviano y frívolo, pronto pierde fuelle.
Ahora Sandra chupa un hielo dejando la mitad fuera y Alejandra se lo quita con la boca. Es un gesto mecánico, lo ha hecho sin pensar. Ellas tienen una intimidad casi de hermanas y no han llegado a tocarse los labios. Pero el movimiento exacerba la imaginación de Javi, que las insta a repetirlo. Ellas ríen y lo vuelven a hacer. El alcohol ha corrido por la mesa, es la tercera ronda de cubatas, más las cervezas que ambos grupos llevaban ya tomadas. Javi pide que le pasen el hielo y se empieza un tonto juego de pasarse el hielo unos a otros sin usar las manos. Todos menos una chica morena, que mira la escena de brazos cruzados, sonriendo distante.
“¿Y tú qué? No juegas?” le pregunta Javi
“No, yo prefiero mirar” contesta ella, desafiante y divertida.
“Ala, tía, va, únete” le animan sus amigas.
“No, no, veo poco compromiso” contesta ella, mirando a ambos chicos “aquí estamos nosotras, para máxima diversión de estos dos hombres, comiéndonos la boca entre nosotras. Exijo igualdad o no juego”.
“Igualdad, ¿eh?” contesta el amigo de Javi. Recoge el hielo de los labios de la chica que está al lado suyo, se levanta y se planta frente a Javi, quien también se levanta y se pasan el hielo. Hielo que aún tenía un tamaño considerable, pero que no deja de ser sugerente. Las chicas aplauden y silban y la morena descruza los brazos, se levanta y le quita el hielo a Javi. Todos aplauden.
Los hielos se funden y los labios se rozan. Las horas pasan y llega la hora de cambiar de escenario. Las chicas quieren ir a la sala de moda, pero el amigo de Javi no tiene ganas de encerrarse en una discoteca. Javi no tiene pasta para gastársela en una entrada y, de todas formas, pasa de ir a ningún lado y dejar a su colega colgado. En el camino se acaban separando los dos grupos y los dos chicos continúan el camino hacia un garito de entrada libre que ambos conocen.
Marina no esconde su pasado industrial en sus calles frías y desoladas. Hay muchos locales, pero muchos no han perdido la estética de ladrillo y metal. La geografía urbana presenta continuas heridas causadas por carreteras elevadas, vías de tren excavadas, túneles para peatones y puentes de hormigón. El aire frío de diciembre se cuela entre los huecos de las chaquetas. Tienen que caminar en fila india por un paso subterráneo y a ambos se les está pasando el efecto de la euforia. A Javi una idea no deja de rondarle la cabeza, pero no sabe cómo expresarla.
“Yo creo que a la Meritxell le ha dado morbo”
“¿El qué?”
“Lo de antes… en el bar”.
“¿El qué?” repite su amigo, escondiendo la boca en el cuello levantado de la chupa y sin girarse.
“Nada, lo del hielo.”
“Ah. Puede ser” responde, encogiéndose de hombros. Al hablar el vaho se condensa y deja una nube blanca que tarda en desaparecer. Javi la atraviesa, pensativo.
“Que yo… bueno… que yo sé que tú… y que me sabría mal que… en fin… que pensaras algo que no es”.
“Tranqui, tío. No me voy a volver hetero por jugar con un hielo y unas amigas. Así que supongo que tú tampoco te vas a volver gay. No es un virus, no se contagia”
Javi le mira, pero sólo puede verle la coronilla por encima del cuello de la chupa. No sabe si le ha sentado mal y decide que quiere quitar hierro al asunto.
“La verdad es que a mí me ha dado morbo” dice, haciendo caso al diablillo que le aconseja que justamente ahora y en este tema sea sincero.
“¿Sí?”
“Sí”
“Hmmm” contesta su amigo, que sigue sin girarse. El paso estrecho se acaba, y en la siguiente bocacalle se ven ya las luces de garito. La música se deja intuir, rock y heavy metal.
La conversación vuelve a animarse y no se hace más referencia al hielo. Corean las canciones que se saben, agitan la cabeza y beben más cubatas. La alegría vuelve, las ganas de fiesta, la gente se divierte y lo demuestra a grito pelado. Vuelven a meterse en esa burbuja atemporal y en dos minutos han pasado tres horas. Sudan, no se escuchan al hablar, sólo pueden reírse. Javi pide salir a tomar el aire. Su amigo se lleva el vaso con la bebida. Pero en la puerta le dicen que un vaso de cristal no se puede sacar, así que se bebe lo que le queda – un tercio – de un trago y sonríe al portero. Antes de dejar el vaso, mira a Javi y vuelve a beber de él, esta vez para coger uno de los hielos con la boca.
Javi le mira y sonríe. Vuelve a estar achispado. Comienzan a andar, uno al lado del otro, por la amplia acera.
“Estás muy mal, tío”
“Shi she t’cae, me quedo thu moto” dice su amigo con bastante dificultad, sonriendo con malicia.
“¿Y si se te cae a ti, qué me quedo? ¿Tu puto bonometro?” pero aún así accede al juego y lo recoge con los dientes. Sin tocar nada.
“No. Mi chupa molona de cuero” contesta su amigo, y lo vuelve a coger.
“Tu chupa es muy hortera” replica Javi y coge el hielo. Cada vez es más difícil no rozarse.
“Tu sí que eres hortera. Mi chupa mola más que tu moto.” Replica. Y coge el hielo.
“Esto es muy gay Héctor, tío, sin ánimo de ofender” contesta Javi. Y no recoge el hielo.
Héctor se encoge de hombros. Ya es suficientemente pequeño como para poder hablar. “Al que le daba morbo era a ti. Yo sólo lo hago por vicio”
Javi se ríe y lanza al aire un comentario banal. Héctor lo recoge y contesta. Parece que ha desaparecido un cierta tensión entre ambos y se inicia una conversación estúpida y divertida. Sin embargo, en un momento dado, Héctor se gira, coge la cara de Javi con las manos y le pasa el hielo, que apenas es una lámina fría de agua que se deshace al contacto con la piel caliente de los labios de Javi.
El movimiento es perfecto, como si lo hubiesen ensayado.
Los labios se acoplan y se besan brevemente pero de forma intensa y magistral, un beso de manual.
El beso acaba, pero se queda en el aire.
Javi ha cerrado lo ojos.
Héctor se gira y echa a andar hacia delante, sin esperar consecuencias.
“Héctor” dice Javi.
“No.” Pero se gira y ve en los ojos del otro deseo y no rechazo.
“Ven.”
“No.” Sacude la cabeza y sigue andando de espaldas. “No” se aleja aún más. “A ti no te va este rollo”.
“Mañana ya veremos el rollo que me va. Pero ahora ven, por favor”.
Héctor sonríe y vuelve. Javi le empuja hacia un portal, donde vuelven a besarse magistralmente, pero ahora sin dudas ni miedos.
Amanece en la ciudad, entre solares y restos de fábricas que ya no lo son.