Quienes sólo vuelan con sus alas nunca podrán alcanzar el cielo (dicho popular LauKlar).
Enciclopedia Galáctica: las primeras especies de la Galaxia.
… Las investigaciones sobre el origen de la vida, y de la conciencia, es tan antigua como la aparición de las primeras civilizaciones tecnológicamente inteligentes. Se calcula que la Galaxia se creó cuando el universo contaba solamente unos novecientos millones de años desde la Última Reiteración. Las primeras estrellas de tipo I, básicamente de hidrógeno y helio, eran en general gigantescas, y ello provocaba que la cantidad de supernovas fuera muy superior a épocas posteriores, con estrellas menos masivas conocidas como tipo II.
Esto produjo en su interior una gran cantidad de elementos pesados que permitieron la creación de estrellas con menor masa y mayor concentración de dichos elementos pesados, así como planetas formados en muchos casos por estos elementos, los llamados “planetas rocosos”. Gracias a la mayor duración de estas estrellas de tipo II, y de planetas de tipo rocoso (cuyas capas exteriores están formadas especialmente por silicatos, agua, hierro, carbono), se pudieron generar los primeros seres vivos, y las primeras especies inteligentes.
Los datos arqueológicos presentados por distintas especies han demostrado signos de vida al poco de comenzar esta fase II estelar, y vida inteligente no mucho después. Puede de ello concluirse que los primeros mundos con vida inteligente aparecieron en la Galaxia cuando ésta contaba con aproximadamente mil millones de años. Desde entonces, muchas especies inteligentes han nacido, crecido, y perecido en la Galaxia, hasta la actualidad. Actualmente, la Galaxia se encuentra conviviendo con miles de especies tecnológicamente avanzadas. De todas ellas, destacan los LauKlars …
Arena y viento.
- ¡Es muy grande! ¡Mucho más que en las fotos!
- Sí que lo es. Y aún crecerá mucho más, puedes estar seguro.
- ¿Hasta dónde?
- Hasta que ocupe todo el cielo.
- ¿Podré verlo cuando sea mayor? – Kirak levantó las alas ondeándolas, un gesto que mostraba simpatía y diversión.
- No lo creo Nahr, al menos no mucho más grande de lo que es ahora. Tienen que pasar varios cientos más de años todavía. Pero en tiempo universal es un momento. – Nahr pareció entristecerse. – Vaya – dijo al fin. – Yo quería verlo explotar como un globo.
- ¿Cómo un globo? – se rió - Cuando llegue a su punto final volverá a empequeñecerse, y dejará un precioso y maravilloso halo de luz a su alrededor. Es el ciclo habitual en las estrellas de la llamada Secuencia Principal. Como la foto que te mostré el otro día ¿te acuerdas de la foto antigua, la de la nebulosa?
- ¡Ya lo creo! – exclamó Nahr recordando aquel halo de luz brillante que en medio presentaba una pequeña estrella moribunda.
Mientras Nahr observaba asombrado la enorme estrella que abarcaba una extensión que con el paso del tiempo había ido ocupando una mayor parte del cielo, alguien se acercó a él observándolo con interés.
- Es un chico muy curioso – comentó dirigiéndose a Kirak.
- Lo es, como lo era su madre… - Las palabras parecían pesar mientras salían de las comisuras de su afilado pico centenario.
- Sentí mucho su pérdida. Era una buena amiga y una gran colega. Sus trabajos de investigación eran sobresalientes. Y su templanza y determinación admirables.
- Sí, pero así son las cosas… - Contestó Kirak meditabundo. - Siempre hemos estado expuestos a estas cosas, y cuando llegan de forma repentina nunca puedes hacerte a la idea. Tras doscientos años juntos, era parte de mi vida. Pero te agradezco tu apoyo, Garrin, siempre has estado ahí, ala con ala, volando juntos en los buenos y en los malos momentos... – Garrin giró levemente el ala izquierda en un gesto que denotaba aprobación y gratitud, mostrando las suaves y onduladas plumas frontales. La expresión “volando juntos” era un reconocimiento hacia alguien por haber sido de ayuda de una forma especialmente importante. Pero en el caso de Garrin y Kirak, la frase tomaba completo sentido. Habían trabajado juntos en los últimos ciento cincuenta años hasta descubrir el Planeta Original, aquel en el que los LauKlars se habían desarrollado antes de emigrar para conquistar aquel cuadrante de la galaxia. Y habían volado juntos literalmente miles de kilómetros realizando tareas de investigación en más de dos docenas de mundos.
El Planeta Original se había convertido en una leyenda en los últimos veinte mil años, y su interés por conocer su ubicación había ido creciendo con el tiempo. “Volaré hasta nuestra madre que nos vio nacer” era una expresión usada desde tiempos inmemoriales. Denotaba, entre otras cosas, el deseo por conocer el origen, cuando en el devenir de los tiempos, muchos miles de años atrás, los LauKlars habían abandonado su planeta de origen por alguna causa hasta ahora desconocida, una causa cuyo motivo exacto se había perdido en el tiempo. Redescubrir el mundo que dio origen a la especie, tras miles de años perdido, era un reto, y su consecución un éxito sin precedentes.
– Tú sabes que siempre podrás contar conmigo – dijo Narhum mientras apoyaba el extremo de su ala en el suelo de forma plana. Ese gesto denotaba sinceridad y una muestra de camaradería. - No somos solo colegas. Somos amigos. Hemos pasado por mucho. Blanrek y tú estuvisteis a mi lado cuando lo necesité, y es justo que esté a tu lado ahora. – Kirak se quedó un momento quieto, pensativo, mirando al suelo como si un manantial de recuerdos pasasen por sus dos cerebros. Blanrek había sido una amiga y una compañera infatigable. Nunca cejó en su empeño de ir más allá de lo que otros habían ido para encontrar el Planeta Original, y gran parte del éxito se debía a su dedicación y su acierto. Finalmente, levantó el pico y exclamó:
- ¡Nahr, vamos, tenemos que seguir recogiendo muestras! ¡Y dijiste que nos ayudarías! – Nahr aleteó las alas levemente y se elevó unos metros. Su juventud, sólo contaba con 58 años, le otorgaba un enorme vigor, pero incluso así se sentía sobrecogido por la experiencia que estaba viviendo. - ¡Claro que lo dije, y lo haré! – contestó entusiasmado mientras se elevaba a toda velocidad y caía luego posándose ágilmente.
Los tres alzaron el vuelo y se dirigieron al este en un vuelo rápido de exploración visual a media altura, y con la ayuda de un sistema de escáneres. Volaban sobre un área que había sido un mar inmenso, pero que ahora había quedado reducido a una serie de lagos pequeños, lagos que en pocas décadas habrían de secarse. La vida que antaño inundara ese paraje marino hacía mucho tiempo que había perecido, y los restos de la flora y fauna que muchos siglos atrás poblaba aquellas aguas podía encontrarse por doquier, a poco que un hábil excavador buscara con algo de tenacidad. Sólo algunas bacterias resistían aún en las pocas zonas húmedas que quedaban, adaptadas a ese medio ambiente demoledor de calor y viento. Para los LauKlars, de todas formas, aquel era un planeta muerto. No consideraban que la vida bacteriana en exclusiva otorgase a un planeta el estado de planeta con vida. Las bacterias aparecían siempre que había una oportunidad en un planeta, y muchos planetas no pasaban de esa fase de vida microscópica antes de que, por causas diversas, desapareciese.
Tres años antes, Kirak, Nahr, Garrin, y otros doscientos mil LauKlars (literalmente, “los que ven el cielo”) llegaron al viejo planeta, que ellos llamaban el Planeta Original, en busca de su historia más remota. El mundo, antaño un vergel de vida, perecía para siempre, víctima de su estrella, convertida en una gigante roja.
No era la primera vez que ocurría. Desde el origen de la vida en los primeros mundos tras la formación de las galaxias, miles de millones de mundos habían florecido de vida, y muchos de ellos habían sido luego destruidos, y su preciosa vida extinta, al convertirse su estrella en gigante roja. En otros casos, simplemente, por la explosión de una supernova. Y en otros, por la acción de campos gravitatorios muy potentes provocados por estrellas de neutrones y agujeros negros. En otros, colisiones brutales de grandes cuerpos provocaban extinciones masivas, a veces con efectos devastadores. En otros casos, la tectónica del planeta era la responsable. El caso del Planeta Original era uno entre millones.
Los LauKlars viajaban en enormes navíos espaciales, muchas veces intentando recoger especies casi extintas para transportarlas a otros planetas, darles una nueva oportunidad y permitir que ecosistemas viejos y casi extinguidos pudieran regenerarse. Era un trabajo entre los miles que desarrollaban, pero sin duda era uno de los que la vieja raza se sentía más orgullosa. También, si encontraban un planeta apto para la vida y para su morfología, podían colonizarlo y convertirlo en un nuevo hogar. Los navíos de exploración, como el Yusimat del que procedían Kirak, Nahr y Garrin, tenían una longitud de quince kilómetros por siete y medio de anchura y tres de profundidad. Otros navíos, los dedicados a transportar a colonos hacia nuevos planetas, llegaban a tener más de cien kilómetros, y eran en sí mismos mundos artificiales, capaces de albergar a millones de individuos.
Los LauKlars habían salvado a especies de todo tipo, incluyendo razas inteligentes en distintos estados de evolución tecnológica, pero incapaces de enfrentarse al reto de huir de un planeta moribundo. En general, estas especies eran recogidas en gigantescas naves espaciales de transporte masivo, con hasta trescientos kilómetros de longitud, y transportadas hasta planetas donde pudieran rehacer sus vidas.
Pero este caso era distinto. Este mundo era su mundo. Su planeta de origen. El lugar del que partió la especie. Encontrarlo parecía una quimera, algo básicamente imposible. Pero había muy pocas cosas que los LauKlars no pudieran conseguir si se lo proponían. Era una raza pacífica dedicada a la exploración y a la investigación, y que se hubiese extinguido de forma natural si no fuese por sus avances en ciencia. De hecho, los LauKlars eran estériles, y su alimentación se basaba en compuestos de hidratos de carbono, aminoácidos, proteínas, lípidos, agua, en soluciones que les permitían un desarrollo vital completo y sin carencias alimentarias. Todo ello generado en granjas hidropónicas mediante la creación de compuestos orgánicos artificiales. Ni un solo ser vivo era empleado en su alimentación natural. Para los LauKlars, la vida en sí misma era intocable. Se pudiese haber dicho que sagrada, si es que los LauKlars hubiesen dispuesto de algún tipo de creencia religiosa. Pero no era así. Desde tiempos interminables los LauKlars habían comprendido que el universo era un todo autocontenido, sin necesidad de dioses o héroes mitológicos de ningún tipo. Aunque ellos mismos seguían haciendo referencias a algunos mitos y ritos antiguos que habían quedado vivos en su lenguaje mental y escrito.
Mientras sobrevolaban los parajes secos del Planeta Original, Nahr, no carente de entusiasmo, pero algo aburrido por el paisaje que sobrevolaban, preguntó:
- ¿Es todo el rato así, tan desierto, tan árido? – pensó Nahr. – Lo es, - respondió Kirak mentalmente mientras Garrin observaba detenidamente con el fin de detectar cualquier detalle interesante. Los cálidos rayos eran poderosos y no perdonaban, pero la protección invisible de energía que envolvía a Kirak, Nahr y Garrin les permitía moverse con libertad durante las horas suficientes como para llevar a cabo su trabajo.
Nahr fue el primero en darse cuenta de que algo brillaba a lo lejos. Pronto lo vieron también Kirak y Garrin. Eran los restos de una enorme estructura de acero y cristal, de una antigua civilización ya extinguida.
Kirak exclamó: - Ahí está la cúpula que vimos desde el espacio – mientras alteraba el vuelo para dirigirse a la parte superior de la estructura. Nahr estaba maravillado ante aquella obra de dimensiones megalíticas que sin duda habría pertenecido a una sociedad muy avanzada, al menos en los aspectos referidos a arquitectura.
-¿Estos seres poblaron el planeta anteriormente? – preguntó interesado.
- Sí – contestó Garrin. – Por lo que han podido averiguar en los días anteriores a nuestra llegada, eran una raza del planeta, con un nombre, tras la conversión a nuestra lengua, que podría denominarse como los Xarwen. Una raza antropoide bípeda muy evolucionada de la familia de los saurópsidos, que estuvo a punto de descubrir la física del viaje hiperlumínico.
- ¿Saurópsidos? – protestó Nahr. – ¡Nosotros también somos saurópsidos!
- Es cierto, al menos, en parte – contestó Kirak mientras Garrin exploraba la zona. - Pero su estructura, por lo que hemos podido averiguar, era muy diferente a la nuestra. La palabra que hemos encontrado más cercana es “reptil”. Al parecer hubo una raza muy antigua, cuando el planeta era muy joven, que era similar, en cierto modo, a los reptiles y a nosotros, y que hubiese podido evolucionar hacia una forma inteligente, pero, como ocurre tantas veces, un desastre natural lo evitó. Algunos sospechan que podrían tener una conexión con nuestros antepasados más remotos. De todas formas seguimos investigando. – Kirak miró a su alrededor mientras continuaba su explicación. - Los Xarwen entendieron que las que se suelen conocer como leyes de la naturaleza no son sino derivadas de la estructura básica del universo formada durante lo que ellos llamaban el big bang y que creían era el origen del universo, y que como tales derivadas, pueden ser convenientemente alteradas con la tecnología adecuada. Entendieron que los valores de las constantes y masas que constituyen la materia y la energía tienen los valores que se corresponden a un universo determinado por una configuración concreta, pero que eso no es más que uno de entre billones de combinaciones. Este paso suelen darlo muchas civilizaciones inteligentes, pero los Xarwen habían comenzado a trabajar de forma práctica en el problema. Según parece, una parte de sus conocimientos los adquirieron de una civilización inteligente que existió anteriormente en el planeta, extinguida cuando ellos todavía no habían desarrollado capacidades intelectivas superiores. Pero los Xarwen no consiguieron culminar su sueño antes de perecer. Como ocurre tantas y tantas veces, la cumbre de su civilización fue el punto y final de su historia. El motivo final, es un misterio.
Kirak continuó. - Debes saber que este planeta ha tenido durante su historia a, al menos, una civilización tecnológica antes de la nuestra y de los Xarwen. La primera de ellas era muy, muy antigua, de aproximadamente cinco mil millones de años, y eran similares a los Xarwen en muchos aspectos, aunque muy distintos en otros. No eran saurópsidos, eso parece claro. Se llamaban así mismo “humanos”, y se catalogan dentro de un grupo extinto llamado “mamíferos”. Fue una raza bastante interesante, aunque sin duda no han pasado a la historia por sus méritos.
- ¿Y esos humanos dónde están? – Garrin sonrió e intervino mientras su padre seguía investigando el área.
- Se extinguieron, en un proceso que los paleocientíficos denominamos “muerte por tecnología”. Es un concepto simple: una civilización desarrolla tecnología, y esa tecnología les permite prosperar. Llegados a un punto, esa misma tecnología se convierte en la causa de su desaparición por falta de controles y evolución científica adecuada. Perecieron mucho antes de encontrar otras civilizaciones y de desarrollar el reactor hiperlumínico. Desde el punto de vista paleocientífico, fueron un modelo clásico de fracaso evolutivo tecnológico. La tecnología es una herramienta poderosa, pero mal usada es una herramienta de extinción de primer nivel. Además, su modelo evolutivo les había llevado a creer en fantasías de dioses y en una base religiosa y mística muy profunda. Con esos antecedentes es muy difícil que una especie sobreviva y alcance las estrellas. Nosotros también sufrimos una fase mística, pero supimos avanzar y evolucionar de forma satisfactoria y alejarnos de esas ideas. No todas las especies lo consiguen.
Enciclopedia Galáctica: especie humana.
La especie humana se desarrolló en un planeta que ellos denominaron Tierra, hace aproximadamente cuatro mil quinientos millones de años. Los vestigios que han quedado de esta especie son en su mayor parte indirectos, obtenidos a través de los restos Xarwen que aún se conservan en el planeta y en otras localizaciones del sistema solar. Al parecer fue una raza tecnológica de nivel uno, que consiguió el conocimiento de la estructura básica de la materia, pero no pudo comprender la cuestión básica primordial sobre lo que ellos llamaban “leyes de la física”. El Algoritmo de Inteligencia General clasifica a la especie humana en los niveles más bajos de inteligencia tecnológica, aunque se espera que nuevos datos puedan aportar una mejor visión y conocimiento de esta especie.