PRÓLOGO
Estaba de pie, enfrente de la mesa del despacho de su superiora, a la espera de que le dijera algo. Cuando le llamaban para que acudiera ante ella sólo podía significar que se trataba de algo muy especial y ella prefería que él, personalmente, se hiciera cargo de la situación.
Aquel momento de silencio era muy incómodo para él, porque nunca sabía si ella esperaba que dijera algo, pero siempre guardaba un respetuoso mutismo y se dedicaba a observar la figura que tenía delante.
Su sola presencia imponía, no solo por la altura sino por quien se trataba y del poder que tenía. Nunca había visto su cara que la ocultaba en la penumbra que le daba la capucha de la túnica negra y aterciopelada, que siempre llevaban ellos. Decía la leyenda que tenía el rostro más bello que jamás se hubiera visto y que cuando alguien lo veía no deseaba otra cosa que estar con ella para toda la eternidad. Lo único que se podía ver de ella eran sus manos, que sobresalían por las mangas de la túnica, de finos y largos dedos, de piel pálida y que en aquellos momentos estaban sosteniendo un papel que terminaba de salir de la impresora. Desvió la vista y observó, como otras tantas veces, los detalles grabados en la mesa de ébano que le separaba de ella, mirando las escenas que había, a la espera que le diera alguna orden.
Le extendió el papel que se apresuró a recoger y lo leyó. Levantó la vista y miró a su superiora que sin levantar la cabeza del escritorio le dijo que esa orden tenía carácter preferente sobre cualquier otra que estuviera en curso y que cuando hubiera cumplido esa parte, recibiría nuevas órdenes. Volvió a leer los nombres del papel y con una ligera inclinación de cabeza, se retiró.
Salió del despacho con la hoja en sus manos, pensando en quién podía llevar a cabo aquella orden. Si tenía carácter preferente, significaba que tendría que emplear a sus mejores agentes para cumplirla con éxito y actuar con la máxima discreción. Sabía que ella no permitía fallos y si, hasta ahora, era su mano derecha era por su diligencia, responsabilidad y disciplina.
Había llegado frente al ascensor y mientras esperaba, su cabeza ya estaba maquinando el proceso a seguir para cumplir con su nueva obligación.
1
Los destellos de los neones se reflejaban en el asfalto por la lluvia que había caído hacía poco. El sonido de la música envolvía el ambiente de los alrededores de “El Gran Barbazul”, una macrodiscoteca de la noche badalonesa, que aquella hora estaba repleta de jóvenes ocupando todas sus pistas y barras. El alcohol corría de boca en boca a grandes zancadas, llenando los cuerpos jóvenes de momentánea alegría y excitación.
Entre aquel bullicio de la noche se encontraban Alberto, Marcos y Claudio que huyendo del que empezaba a ser agobiante ruido musical, salieron a la fresca noche. Agradecieron la brisa que acariciaba sus cuerpos exhaustos por el baile, alegres por el alcohol y que pedían un descanso urgente.
Procedían de los barrios más desfavorecidos de la ciudad, donde era difícil labrarse un porvenir. Aunque sus padres respectivos querían que se dedicaran a los estudios, ellos habían encontrado dinero fácil dedicándose a la delincuencia, realizando algunos hurtos para conseguir satisfacer sus necesidades. Aprovechaban el despiste de algún inocente para hacerse con su cartera, bolso o cualquier cosa que pudieran revender y sacar algún provecho de ello. Alberto era el cabecilla del pequeño grupo, tomaba las decisiones, era quien valoraba las ganancias y las repartía. Tenía una fuerte personalidad y unido a su robusta constitución le pusieron al mando sin quererlo puesto que los demás no discutieron nunca una decisión suya desde la primera vez que lo hizo.
En aquellos momentos en el grupo, a pesar de haber salido de un local de ocio, se vivía una situación muy tensa. Su líder hacía días que estaba huraño, no se mostraba tan alegre como siempre y sus amigos no sabían qué hacer. El motivo radicaba, no en el nacimiento de una nueva pandilla que operaba en la misma zona que la suya, sino en que ese nuevo grupo se había atrevido a birlarle su propia chaqueta de piel.
Había ocurrido hacía un par de días, cuando se encontraban en la terraza de un bar contando y repartiendo los botines que habían conseguido. Su chaqueta descansaba en el respaldo de la silla y cuando se dieron cuenta, la chaqueta había volado.
Nunca habían visto a Alberto ponerse de la manera que lo hizo, gritó y gesticuló y por primera vez sintió lo mismo que sentían las personas a las que ellos les quitaban algo para lucrarse. Por todos era conocido el aprecio que Alberto tenía hacia esa chaqueta. En su día les contó que esa chaqueta perteneció a su hermano mayor y que se la dio el día que se fue de casa para que se la guardara hasta que volviera, pero de eso hacía ya mucho tiempo y su hermano no había vuelto.
En un momento se distribuyeron, comenzando a repartirse zonas de búsqueda, rastreando distintas pandas, buscando en vendedores de objetos robados; todo ello en vano.
Desde que perdió su preciado legado, Alberto estaba decaído y no levantaba cabeza, por eso habían decidido entrar en la discoteca con el fin de que su amigo se distrajese y no pensara en su chaqueta. Marcos y Claudio tenían la pequeña esperanza que aquello le animara y si no lo hacía les tocaría esforzarse más para levantarle los ánimos.
Se habían sentado en el respaldo de un banco a descansar. Alberto parecía un poco más alegre, y sentado entre sus amigos, sonrió y los abrazó.
- Gracias, chicos – dijo dándoles un achuchón. Nadie podría desear tener unos amigos como vosotros.
Marcos y Claudio se miraron sorprendidos y sin saber qué decir volvieron la mirada al frente.
- Algún día recuperaré la chaqueta para devolvérsela a mi hermano cuando regrese.
- ¿Te gustaría recuperarla esta noche? – dijo Claudio sonriendo a su amigo.
- Pero, ¿qué dices? – respondió Alberto frunciendo el ceño.
- Perdona, pero... ¿no es aquella tu chaqueta? – preguntó Claudio mientras señalaba con la cabeza hacia alguien.
Alberto y Marcos miraron en la dirección que señalaba su amigo y vieron a un par de chicos, que esperaban el autobús de la disco para que les llevase al centro. Uno de ellos portaba su chaqueta o al menos su parecido era extraordinario.
- ¡Joder! Si no es la mía tiene que ser su hermana gemela. – exclamó ilusionado Alberto.
- Sí, sólo que bastante más nueva - le dijo Marcos.
- Pero eres tonto, ¿o qué? Claro que parece más nueva, sólo basta con que le hayan dado un baño de tinte y ya está lista, como nueva. – le respondió Claudio mientras se ponía de pie y se colocaba frente a Alberto. - Oye Alberto, ¿no sería mejor asegurarse, antes de hacer nada, que es realmente la tuya? - le comentó. ¿Te acuerdas aquella vez que te hiciste un corte en la manga izquierda? Podría ser la señal suficiente para identificarla.
- Tienes razón. Marcos, acércate y pregúntale la hora que es, pero fíjate bien si hay ese corte, ¿de acuerdo? Si voy yo y es la mía no sé lo que sería capaz de hacer para recuperarla.
- Está bien. – contestó un resignado Marcos que se levantó y se encaminó hacia el otro lado de la calle donde se encontraban aquellos muchachos esperando el autobús. Observó que estaban conversando animadamente y no se dieron cuenta de que se estaba acercando. Odiaba tener que hacer aquello, hacer todos los encarguitos que le mandaban. Estaba harto de ser el chico de los recados, pero nunca se había atrevido a hacer frente a los demás. Si era su chaqueta ¿por qué no hacía algo él por recuperarla? – pensó. Sin embargo, su personalidad no le permitía revelarse, simplemente no podía evitarlo y una vez más se resignó a cumplir con lo que le pedían. Se acercó a los muchachos y se puso al lado del que, presuntamente, tenía la chaqueta de Alberto y disimuladamente intentó ver si había un corte en la manga izquierda.
- ¿Te ocurre algo? – le preguntó desafiante el chico de la chaqueta.
- No, nada. Solo quería ver la hora sin tener que molestarte. – contestó bajando la cabeza.
- Pues ahí tienes el reloj de la farmacia – le contestó el acompañante del muchacho, señalando un panel electrónico que estaba en la acera de enfrente.
- No me había fijado. Qué chaqueta más chula, ¿es tuya? – le preguntó tímidamente Marcos.
- ¿Y a ti qué te importa? – le contestó con bravuconería el de la chaqueta mientras sacaba el abono para el bus, que se acercaba calle arriba, del bolsillo izquierdo y Marcos aprovechó para intentar ver si había el corte en la manga izquierda.
Marcos regresó cabizbajo junto a sus amigos sin haber conseguido su objetivo porque no había podido fijarse bien si había el corte en la manga. Tenía que buscar alguna solución rápida a lo que acababa de pasar. No quería volver con las manos vacías ante Alberto y Claudio, no quería parecer un inútil.
La solución apareció de repente en su mente mientras se dirigía hacia sus colegas. Era bien sencillo, el chico se había mostrado desafiante porque sabía que aquella chaqueta era revendida y tenía temor a que le descubrieran.
- Claro, tiene que ser eso. No puede ser otra cosa - se dijo Marcos para sí.
Aceleró el paso para llevarle la noticia a Alberto, que seguramente le elevaría los ánimos y él no aparecería como un estúpido ante sus amigos.
- No te lo vas a creer - le dijo a Alberto cuando llegó ante él.
-¡Qué!
- Pues, parece que puede ser tu chaqueta – dijo Marcos intentando parecer convincente.
-¿Estás seguro? – preguntó Claudio.
- Sí, además se ha puesto muy gallito cuando le he preguntado si la chaqueta era suya.
- Vamos a por él – dijo Claudio levantándose nuevamente del banco.
- Calma, Claudio, calma. Ahora no. – dijo mientras cogía por el brazo a su amigo. - Mirad, ya llega el autobús. Le seguiremos discretamente y trazaremos un plan. Esa chaqueta volverá a ser mía.