SOBRE RUEDAS
1. LOS MAYORES Y EL FUTURO
A las ocho en punto de la mañana el coche de mi amigo dobló la esquina de la calle y unos metros después se detuvo frente a mi portal, lugar de cita. En general, los mayores somos puntuales y responsables. Si decimos a las ocho, a las ocho, y lo mismo si nos comprometemos a hacer algo o ir a tal o cual sitio. Cumplimos siempre: quizás nuestra larga experiencia nos hace dar un valor especial al compromiso por leve que sea; es el respeto a los demás, y por ese mismo respeto censuramos entre nosotros a esos que dicen siempre sí a todo y cuando llega el momento se inventan una excusa de última hora para escapar de lo acordado. Puede que no sea grave pero entre gente mayor no queda bien.
Mi amigo y yo nos íbamos de viaje un par de días, mano a mano, felices , ilusionados como niños que se embarcaran por primera vez en una incierta aventura, viviendo la situación como si fuera un jubiloso reestreno de la libertad. Y nosotros ,de niños nada, que entre los dos sumamos más de 160 años, aunque ni él ni yo nos pensemos o imaginemos con tanta edad. - Bueno pero eso le pasará a todo el mundo - me comentó Telmo, al volante -, porque una cosa es cómo nos vemos a nosotros mismos y otra bien distinta cómo nos ven los demás - Eso es verdad, y yo creo que gran parte de la culpa la tienen esos amiguetes que te encuentras por la calle y que al verte siempre te dicen eso de joder, no sé qué es lo que haces para mantenerte tan joven, parece que no pasan los años por ti, y tú, aunque sabes que lo dicen a la ligera y sin creérselo de verdad, prefieres quedarte con la duda autocomplaciente en vez de contestarle algo así como gracias hombre por tu piropo, yo también te he encontrado más envejecido que la última vez que te ví. Y menos mal que de cuando en cuando, un puñetero espejo con el que inesperadamente te encuentras en un ascensor de luz tenebrosa y hostil te vuelve a la realidad ; al verte en él aunque sea de medio perfil no tienes más remedio que identificarte con un careto que nada tiene que ver con la placentera imagen de ti mismo que tenías solo un instante antes, cuando cediste galantemente el paso a la señora que entró contigo cargada de bolsas.
– Recuerda - insistí - lo sucedido en una de nuestras excursiones pirenaicas entre nuestro malogrado Pepín y aquel lugareño: el caso es que nos acercamos a un grupo senderista de gente mayor pero más jóvenes que nosotros para preguntarles por los nombres de los picos más descollantes que se divisaban desde aquella atalaya. Entonces uno de ellos, el de aspecto más vigoroso, además de darnos los nombres nos aseguró que él subía andando todos los días hasta alguna de aquellas cumbres porque a pesar de tener muchos “brejes” se sentía como un chaval.; y de seguido tuvo la ocurrencia de hacer esa pregunta que nunca debe hacerse entre desconocidos, ¿cuántos años me echan ustedes?
- Era uno de esos tíos que pese a sus años vive solo pendiente de su forma física, le encaja su rollete de pulsaciones y proteínas al primero que se le ponga a tiro, porque su mujer y sus hijos no se lo soportan, y naturalmente, él no puede quedarse con tanta sabiduría dentro. Y la verdad es que aquel pelmazo conservaba tal vitalidad y lozanía que nadie le hubiese echado más de sesenta años. Pero Pepín que aunque ya se haya muerto era bastante cabroncete y reconocido especialista como apaga-faroles le contestó muy serio después de mirarle cuidadosamente de arriba abajo, pues usted seguro que no llega a los ochenta. Quedó el pobre diablo consternado y sin palabras ante aquel inesperado revés a su autoestima perpetrado además ante sus amigos como testigos, algunos de los cuales sonreían por lo bajines visiblemente satisfechos. - Pero coño Pepín porqué has dado ese disgusto a ese pobre hombre - le reprochamos - ,y Pepín nos contestó, pa que se joda, por fantasmón y preguntón.
- Pues si los hombres - dijo Telmo, al volante - somos tan sensibles a nuestro aspecto físico – cosa que hasta estos tiempos ninguno se hubiera atrevido a reconocer - imagínate cómo llevarán las mujeres de una cierta edad el enfrentarse cada mañana al espejo, y comprobar su imparable deterioro físico en un mundo que, digamos lo que digamos, sigue estando muy marcado por la cultura machista. - Pues no sé qué decirte - le contesté -, obviamente de sentimientos femeninos no entiendo demasiado pero supongo que habrá de todo, - como pasa entre hombres - , desde auténticos dramas íntimos en la soledad de sí mismas hasta las que aceptan el paso de la edad con relativa naturalidad. Ellas son conscientes de que los tiempos en ese sentido corren a su favor y de que, al menos en el lenguaje socialmente correcto, a las mujeres hoy se las juzga y valora, por fortuna, con baremos radicalmente distintos a los tradicionales. Pero por contradictorio que resulte la realidad es que, lo mismo se trate de hombres que de mujeres, la imagen y las apariencias siguen teniendo un peso abrumador en nuestra sociedad, tan vacía de
otros valores.
- No le demos más vueltas - concluyó mi amigo - , lo que es incuestionable es que la decadencia del ser humano es una triste realidad para todos, y que los mayores - por definición los más afectados - tenemos que saber asumir con toda normalidad y dignidad.
- Pero para ser realistas también hay que admitir que entre los llamados oficialmente mayores hay jubilados jóvenes llenos aún de vigor, y jubilados realmente mayores y de mucha edad como es tu caso y el mío.
- Y eso que ni tú ni yo podemos quejarnos, porque para nuestra suerte aún disfrutamos de un considerable bienestar pese a nuestra avanzada edad; otros hay que padecen enfermedades crónicas o demencias seniles viviendo con severísimas limitaciones, u otros con amargos problemas de hijos e hijas dependientes.
- Vete a decirles a estos - susurré - que hay que seguir disfrutando de la existencia.; y lo malo es que la prolongación de la vida que hemos alcanzado multiplica los casos cada día. Morimos más tarde pero a un alto precio. La ciencia ahí ha tenido un grave fallo: no nos ha preparado biológicamente para vivir tanto tiempo como ha conseguido que vivamos. De qué sirve vivir cien años si no es con una calidad de vida digna. Y esto no lo digo yo, es, al parecer, el mayor reto sanitario actual, la lucha contra las enfermedades crónicas y singularmente contra las neurodegenerativas de las que se sigue sabiendo muy poco.
- Por eso, Luis, tú y yo, no es que no tengamos derecho a quejarnos, es que tenemos la obligación de sentirnos unos privilegiados.
- Siempre y cuando no caigamos en el ridículo de considerarnos unos chavales., como ese impresentable amiguete tuyo que sigue siendo el coqueto que siempre fue y convencido además de que aún conserva sus viejas armas de seducción con las mujeres., que eso ya roza lo patético.
- Y sobre todo, siempre y cuando no olvidemos que a nuestras altas edades, la salud en el mejor de los casos es muy precaria, y de la noche a la mañana nos podemos venir abajo. Mientras hablábamos de todas estas cosas estaba yo pensando en el pobre Juanma.
- Y yo también - me contestó el piloto - Juanma, amigo de ambos, había sido uno de esos tipos afortunados que lo tenían todo pese a sus bien cumplidos ochenta años, salud, optimismo, simpatía, prestigio entre sus conocidos, y por si fuera poco , seguía por excepción llamando la atención de las mujeres con aquellos ojos azules que ya a los dieciséis años las enamoraba a todas. No hacía ni seis meses que - según había contado entonces Inés su mujer - una madrugada se despertó entre agudos dolores de abdomen. Llamó ella directamente a una ambulancia intuyendo la gravedad de la situación, y en media hora, no más, estaba tendido en una cama del Servicio de Urgencias del Hospital, diagnosticado de una pancreatitis aguda, inespecífica y muy severa. Permaneció durante cinco días recibiendo medicación y alimento, enchufado al gota a gota. Cuando le pasaron a planta toda la familia y el equipo médico respiraron tranquilos pensando que la gravedad del episodio había remitido. Sin embargo los análisis posteriores volvieron a dar resultados preocupantes. La situación empezó a complicarse y el mismo día que cumplía el mes desde su ingreso había fallecido el pobre al salir de una última intervención a vida o a muerte que no hubo más remedio que hacerle ante el complejo fallo multiorgánico que se había presentado.
Después de unos segundos de silencio, mi amigo preguntó:
- ¿Cómo está Inés, has sabido últimamente algo de ella?
- Pues bueno, ya sabes que es una mujer muy fuerte. Coincidí hace unos días con ella en una pastelería en la que solemos comprar los croasanes para el desayuno del domingo. Me contó que en los primeros meses después de la muerte de su marido se había sentido como desenergizada, como si ya no encontrara sentido alguno a seguir viviendo, pero que según iban discurriendo los días, su ánimo había empezado a serenarse y ella a sentirse como poseída por una luz nueva en el alma. Me dijo estar convencida de que ese cambio se debía en buena parte a la impresión que le produjo un reportaje en televisión sobre familias de refugiados, acampados en la miseria, mujeres y niños, algunos recién nacidos, chapoteando entre barrizales bajo la lluvia persistente, sin agua corriente ni luz eléctrica, con unas lonas por techo y cercados por la policía de fronteras para impedirles cruzar hacia la “europa soñada”. Ante aquel horror - me contaba Inés con su característica vehemencia - se me planteó un dilema: o me dedico desde ahora mismo a echar una mano a aquellas pobres gentes o , como ya no tengo edad para hacer según qué cosas, me quedo aquí haciendo algo por los demás al alcance de mis posibilidades y , por de pronto, despojándome del papel de pobre viuda, que en comparación con otros sufrimientos que hay en el mundo, aparte de inmoral resultaría ridículo. Y dicho y hecho se había inscrito como voluntaria en Cáritas ofreciéndose a colaborar en lo que pudiera ser más útil, y por otra parte había decidido retomar sus largos paseos diarios de siempre, los alegres encuentros con hijos y nietos, y sus cafés con las amigas.
- Pues me parece una reacción muy inteligente, qué quieres que te diga, - dijo Telmo convencido - es la que yo desearía para mi viuda, si llegara el caso; y añadió socarrón: si llegara, claro.
- Lo que hablábamos antes - dije retomando la conversación interrumpida para evocar la memoria de nuestro amigo Juanma - tenemos que aprender a seguir viviendo y disfrutando. Hay que acabar con ese tópico tan cruel y abrumador referido a las personas mayores de que no tenemos futuro y que no nos queda otra que pasarnos el resto de nuestras vidas mirando al pasado, y a lo sumo aprovechar los escasos momentos buenos que pueda depararnos el presente. Simplezas y lugares comunes que a la altura de los tiempos que vivimos ya debieran haberse revisado y desaparecido.
- Pero Luis, ¿a dónde quieres llegar exactamente? – inquirió Telmo -
- ¿Que a dónde quiero llegar? Pues mira para empezar, eso de descalificar la mirada al pasado además de estúpido es antinatural, entre otras cosas porque todos somos pasado, en él tenemos guardadas nuestras experiencias, nuestra pequeña sabiduría, la que por otra parte estamos obligados a trasmitir a los que nos siguen. Lo que no debemos hacer es convertir esa mirada en un ejercicio de inútil melancolía que pueda hacernos daño, pero otras miradas al pasado pueden seguir enriqueciéndonos muchísimo a todos cada día. A partir de ahí, de acuerdo, claro que hay que centrarse en el presente y disfrutar a tope de esos soplos de vida que te va regalando el día a día y que te van introduciendo de forma natural en el futuro.
- En eso tienes toda la razón - se animó Telmo - , porque además quién es el guapo que sepa lo que es el futuro y lo que el futuro depare a cada cual?. El futuro es el minuto siguiente, el encuentro que vas a tener esta tarde con un amigo que te va a enseñar unas acuarelas que ha pintado, el cursillo de ordenador al que estás asistiendo, la reunión en el Club para preparar el próximo concurso de fotografía entre socios y familiares, la visita que tienes que hacer con tu mujer a una tienda de regalos para comprar el de tu sobrina que se casa, la esperada visita de tu hija ausente, yo que sé., el futuro es en realidad un presente continuo ; por lo tanto, tener futuro no es un problema de más o menos tiempo de vida, es simplemente un problema de actitud ante lo mucho o poco que pueda quedarnos de ella. Los mayores debemos rechazar de plano la tentación de pensar que no tenemos futuro., pregúntate primero qué vas a hacer hoy.
- Es que eso es lo fundamental, - asintió - : tener algo que hacer y hacerlo lo mejor posible, sea tu paseo diario o tu actividad deportiva, tus encuentros con los amigos, con tu familia, lo que sea, que hay mucho donde elegir, mucho más que lo que uno se imagina. Y eso sí, lo que está claro que no debemos hacer es aislarnos de los demás y pasarnos en soledad las horas ante la televisión, o como única alternativa bajar al bar de la esquina y trasegarnos unos vasos de vino, también en soledad. Ese camino conduce derecho a la pérdida de la autoestima y a la depresión.
- Oye Telmo - le dije cambiando de tema - tienes un coche fenomenal, se traga los kilómetros como la seda.
- Pues ya tiene sus años - me contestó visiblemente halagado- y todavía no he olvidado lo que me costó satisfacer ese capricho. Por cierto, Luis, ya iba siendo hora de que dijeras algo así de mi coche, o ¿es que has olvidado que el primer deber del copiloto es dedicarle alabanzas tan pronto te acomodes en él? ; y el segundo, leer en voz alta el periódico para que el conductor, además de centrarse en lo suyo, no se pierda la información del día; y el tercero, responsabilizarse incluso de alimentar la charla si fuese necesario.
- No creo - le dije - que entre nosotros se presente esa necesidad. Pero hablando ya en serio, qué me dices de ese debate que se acaba de abrir sobre si debe o no permitirse conducir a los mayores de cierta edad, vamos a ti y a mí que ya tenemos los ochenta más que cumplidos : argumentan los que están en contra nuestra que conducir a edades avanzadas como las nuestras es una temeridad por muy bien que uno crea estar, que la edad no perdona y el organismo - como ocurre con las máquinas - sufre inevitablemente “fatiga de materiales”, y que la pérdida o la lentitud de reflejos puede manifestarse súbitamente sin previo aviso y sin tiempo para reaccionar. Otros al contrario argumentan que conducir bien o mal, no es solo ni principalmente una cuestión de edad, y la mejor prueba de ello es que la franja en la que más accidentes se producen no es precisamente la de conductores mayores, en fín da la impresión de que se habla por hablar.
- O para evitar relacionar la siniestrabilidad con el estado lamentable de algunas carreteras – apostillé yo -
- Lo yo te digo con toda sinceridad - continuó Telmo – es que el último viaje que como sabes hice con mi mujer hace un par de semanas a nuestro piso de Garrucha en la más lejana Andalucía, lo hice prácticamente de un tirón, tanto el de ida como el de vuelta, y llegué a casa sin sensación alguna de cansancio. Ya sé también que hay gentes, a las que tú y yo conocemos y tratamos, - que últimamente han ido dejando el volante, y algunos desde el mismo momento de la jubilación como si formara parte de un ritual simbólico asociado al final del trabajo.
- Pues entonces no lo dudes, Telmo, y sigue conduciendo mientras te apetezca.
- Es que además lo tengo muy claro y se lo dije el otro día a mi hija que es la que más tabarra me da con el dichoso asunto , mira hija, en cuanto yo note la más mínima inseguridad al volante, bien fuera una distracción o falta de concentración , por leves que fueran, o un amago de sueño, o un mínimo descontrol del coche , me retiraré de la conducción sin problema alguno. Y como ese momento no ha llegado o al menos yo no lo he percibido, pues seguiré conduciendo. Y por cierto Luis - terminó con retintín - tú no me estarás dando la razón por creer que entra también entre tus deberes de copiloto.
- Pues hombre ya que lo preguntas te diré que todo influyele repliqué con igual humor -, pero también te diré que yo viajo bastante en autobús y en tren - el avión solo en caso de ineludible necesidad - y puedo asegurarte que los transportes públicos actuales son en general bastante buenos y te llevan hasta donde te dé la gana, y si por excepción hay algún sitio muy escondido al que no lleguen, te alquilas un coche in situ o te coges un taxi, que con el ahorro que supone no tener coche propio puedes cogerte todos los taxis del mundo y aún te queda para otros vicios.