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Atlantis

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03-08-2013

Aventuras novela

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             Una tarde, Nurya escala por las escarpadas paredes de Aia, tratando de desconectar de su dura realidad. Logra escapar de una mortal caída agarrándose a una grieta. Lo que allí encontrará cambiará su vida para siempre. Este no será mas que el primer paso en un fascinante viaje que le llevará a distintos lugares de España, lugares donde Mitología y Realidad se funden.

 

ENTREVISTAS:

“Detrás de la mitología hay un intento de entender la sociedad y el mundo que nos rodea”

Leer primer capítulo

 

Primer capítulo

        Capítulo 1

 

         Eran más o menos las cinco de la tarde. Nurya estaba subiendo poco a poco por la escarpada pared de Aia. Desde hacía unos cuatro años, cada vez que necesitaba pensar, sentirse a si misma, se acercaba a este lugar mágico de Gipuzkoa. Lo que empezó como un pequeño reto con su ex-novio, se había vuelto una costumbre de evasión justo cuando rompió su relación con él. Había pasado un tiempo prudencial para haber logrado olvidarse de las duras heridas infringidas por aquel personaje, pero en su mente las cicatrices no lograban cerrarse. Sentía pánico de abrir de nuevo su corazón a alguien por miedo a que clavaran otro puñal en lo más profundo de su ser. No podía permitirse el lujo de morir de amor de nuevo.

            Siempre subía por aquella pared con muy pocos instrumentos. Un pequeño mp3, su cámara fotográfica y sus manos. La llamaban suicida por no subir con ningún tipo de cuerda, pero quizás en su inconsciencia, era su única manera de sentirse libre. Miró hacia arriba. Una gran roca se abría por encima de su cabeza. Aprovecharía ese pequeño saliente para descansar. Hizo un último esfuerzo, y mediante un gran impulso logró agarrarse a una grieta que corría paralela a la piedra. Un paso mas y se sentó en aquel descansillo. Toda la zona de donostialdea se abría ante sus ojos. Cogió su mp3 y busco la canción que siempre ponía al llegar a aquel punto. La voz de Anastacia retumbó en sus oídos. Sabía que era rozando lo patético poner sin parar esa canción, pero le recordaba al único momento en el que había dudado de la imposibilidad de rehacer su vida. Había sido hacia poco más de un año. Hizo caso a una amiga y se fue a ver una charla de un joven historiador en la facultad de historia. Fue hora y media de hipnotismo puro, de la boca de aquel chico no hacia más que salir miles de historias mágicas sobre lugares que ella había visto desde niña. Cuando acabó la charla, su amiga le dijo que la llevaría a casa en coche, y al montarse vio que en asiento trasero estaba aquel joven. La media hora que duró el trayecto hasta la casa de Nurya el chico siguió contándoles pequeñas historias, hasta que la última trató sobre peñas de Aia, su lugar preferido, mientras Anastacia servía de música de fondo del relato. Y cada vez que ella llegaba a aquel punto, en su mente se volvía a vivir aquel instante cuando la voz de ese chico inundaba su imaginación:

            „Cuenta la leyenda que vivía cerca de la costa vasca una familia de gigantes en un pequeño islote. Era la familia Aia, últimos descendientes de una larga saga de gigantes que se remontaba al principio de los tiempos. Corrían los rumores que eran los guardianes de la costa vasca, y que su sola presencia hacía que los barcos de guerra enemigos dieran la vuelta. Un terrible conde francés decidió invadir el País Vasco, para lo cual dijo a sus barcos que primero pusieran rumbo a aquel islote. En cuanto los gigantes murieran, la costa vasca caería sin remisión. Y al cabo de unas semanas, decenas de barcos se pusieron rumbo al islote. Desde la costa los vascos escucharon los lamentos de la familia al ser atacada, y se pusieron a la mar para ayudarlos sin importarles su propia seguridad. Al llegar el espectáculo era dantesco, la familia yacía en el suelo del islote desangrada, solo resistía el hijo mayor, a duras penas. Los vascos, al ver eso, se pusieron rumbo a los barcos franceses y lograron hundir todos. El joven Aia cayó rendido sobre los cuerpos de sus familiares muertos. Uniendo todos los barcos, lograron montarlo y llevarlo hasta la costa. Lo tumbaron sobre una pequeña ladera y trataron de salvarlo, pero las heridas eran demasiado profundas. En un último suspiro dio las gracias a todos los que habían tratado de ayudarlo. Sabía que iba a morir de un momento a otro, pero su legado de sangre no moriría con el. Al morir, Aia se convirtió en monte, y de la zona donde estaban sus ojos empezó a brotar un pequeño río. Todo aquel vasco que bebía de ese agua sentía sus fuerzas renacer, ya que ese agua estaba mezclada con la sangre de los Aia. Es por esto que ese monte se volvió mítico entre los vascos, y su perfil escarpado es el rostro del joven Aia llorando su gratitud a los que le ayudaron. “

 


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